CAPÍTULO 6

Una tarde, en el jacuzzi, le conté a Mystery lo que me ocurría con Lisa. Había acudido a él en incontables ocasiones, y siempre me había encaminado en la dirección adecuada. Aunque era evidente que las relaciones no eran su fuerte, Mystery era infalible a la hora de derribar la resistencia de última hora.

—Tócate —me dijo.

—¿Aquí? ¿Ahora?

—No, la próxima vez que estéis en la cama juntos. Sácatela y empieza a meneártela.

—¿Y después?

—Después le coges la mano y se la pones en tus huevos. Y será ella quien te la casque.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Después te mojas un dedo con un poco de líquido preseminal y lo llevas a su boca.

—Estás completamente loco. ¿No será como cuando en una película un amigo le dice a otro que le cuente un chiste malo a la chica y, cuando él lo hace y la chica lo deja plantado, el amigo le dice «creía que sabías que lo decía de broma»? —Lo digo en serio.

Tres días después, a las dos de la madrugada, cuando los bares cerraron, Lisa vino a verme a la mansión. Estaba borracha.

Nos metimos en la cama y pasamos horas hablando de cosas sin importancia. —No sé qué me pasa —dijo arrastrando las palabras—. Me siento tan a gusto en tu cuarto. Me quedaría aquí toda la vida, oyéndote hablar.

Se acercó a mí.

—Olvida lo que acabo de decir. No quería decir eso. El alcohol es como el suero de la verdad.

Tenía que aprovechar esa oportunidad. Pensé en lo que me había dicho Mystery, sopesando las posibles ventajas y los inconvenientes de sacármela delante de ella y ponerle la mano sobre mis huevos.

No podía hacerlo. No es que me asustara, es que sabía que no funcionaría. Lisa se reiría en mi cara y me diría algo cortante, como: «Acaba tú solo, porque yo, desde luego, no te voy a ayudar». Después le habría contado a todo el mundo que había conocido a un pardillo que se la había empezado a tocar delante de ella. Mystery no siempre tenía razón.

Así que pasamos otra noche platónica juntos. Todo ese asunto me estaba volviendo loco. Sabía que le gustaba a Lisa, pero ella no quería ningún tipo de intimidad conmigo. Yo estaba tambaleándome, a un paso de ser PQSAdo.

Puede que, aunque le cayese bien, no fuera su tipo. Me la imaginaba con tipos tatuados, grandes y musculosos, con cazadoras de cuero, no con metrosexuales delgaduchos que tenían que ir a talleres para conseguir ligar con una chica. Lisa me estaba matando.

Por primera vez desde que había aprendido el término monoítis, la estaba padeciendo. Y sabía que estaba condenado al fracaso. Nadie consigue nunca a su monoítis, pues se vuelve demasiado pegajoso y la fastidia. Y, en efecto, la fastidié. Al día siguiente, Lisa se fue a un festival a Atlanta, donde Courtney iba a dar un concierto. Llamó tres veces mientras estuvo fuera.

—¿Quieres que cenemos juntos cuando vuelva? —me preguntó.

—No lo sé —respondí yo—. Depende de cómo te portes.

—Si te vas a poner en ese plan, prefiero no verte.

Yo sólo quería hacerme de rogar un poco, ponerle las cosas un poco difíciles, tal y como me había enseñado David DeAngelo. Pero, al hacerlo, la había fastidiado. Había destruido la magia del momento. Había quedado como un gilipollas.

—No quiero que nos peleemos —le dije. Y, en esa ocasión, decía exactamente lo que pensaba—. Quiero verte. Estaré fuera dos semanas y me gustaría que nos viéramos antes de irme.

Podía oír la voz de Sam de fondo.

—Le hablas como si fuera tu novio.

—Puede que quiera que lo sea —le respondió Lisa.

Así que, después de todo, no me había PQSAdo. No podía esperar a verla. Yo también quería que fuese mi novia.

El día que Lisa volvía me pasé toda la mañana planeando la seducción perfecta. La recogería en el aeropuerto con la limusina. Conduciría Herbal. Yo la esperaría dentro. Después la llevaría al Whiskey Bar, en el hotel Sunset Marquis, desde donde podríamos volver andando a Proyecto Hollywood.

Como las mujeres no respetan a los hombres que las invitan a todo, pero tampoco les gustan los hombres agarrados, fui al Whiskey Bar antes de tiempo y le di al encargado cien dólares para que lo que pidiéramos fuera a cuenta de la casa. Escribí en el ordenador todas las técnicas a las que recurriría para combatir la RUH de Lisa. Ahora que sabía que le gustaba, tenía la confianza necesaria como para empujarla hasta el final.

Y si, aun así, seguía resistiéndose, eso significaría que tenía problemas con las relaciones íntimas y entonces tendría que ser yo quien la PQSAra.

Estaba previsto que su vuelo llegara a las seis y media de la tarde. Mientras Herbal conducía hacia la terminal de Delta, yo preparé unos cosmopolitans en el bar de la limusina.

Pero, cuando llegó el vuelo, Lisa no venía en él.

Me sentía confuso, pero no decepcionado; todavía no. Un MDLS debe estar dispuesto a cambiar o abandonar cualquier plan si así lo exige la realidad. Así que Herbal me llevó a casa y yo le dejé un mensaje a Lisa.

Al no devolverme ella el primero, le dejé un segundo mensaje.

Pasé la noche en vela esperando a que llamase.

A las cinco de la mañana sonó el móvil.

—Siento despertarte, pero necesitaba hablar con alguien. —Era la voz de un hombre. El acento era australiano. Era Sweater.

Lo último que sabía de Sweater era que había dejado la Comunidad y se había casado. Me acordaba de él a menudo. Cada vez que alguien me preguntaba si los MDLS sólo queríamos acostarnos con el mayor número posible de chicas, yo ponía a Sweater como ejemplo de alguien que había acudido a la Comunidad por razones más elevadas.

—He intentado suicidarme —me dijo.

—¿Qué ha pasado?

—Mi primer hijo nacerá dentro de diez días y soy el hombre más infeliz del mundo. Le doy a mi mujer todo lo que me pide, pero nunca tiene suficiente. Me ha apartado de mis amigos. Mi socio me va a dejar. Mi mujer se gasta todo el dinero que tengo y se pasa todo el día quejándose. —Guardó silencio, intentando contener las lágrimas—. Y ahora que va a tener el bebé, estoy atrapado.

—Pero si estabais enamorados. ¿Qué ha pasado? ¿Es que ella…?

—No, el problema no es ella. El problema es que yo he cambiado. Ser día tras día esa persona que nos enseñan a ser Mystery y David DeAngelo es demasiado difícil. Además, esa persona no era una buena persona, no es el tipo de persona que quiero ser. Me gusta cuidar a la gente. Así que empecé a mimarla y a darle todo lo que me pedía. Le mandaba flores tres veces a la semana. Pero eso era lo peor que podría haber hecho.

Nunca había visto llorar a tantos hombres adultos como en los dos últimos años.

—Esta mañana me he encerrado en el garaje con el coche en marcha y las ventanillas cerradas —continuó diciendo Sweater—. No había pensado en suicidarme desde 1986. Pero es que he llegado a un punto en el que ya no le veo sentido a nada. Sweater no necesitaba que yo lo salvara. Lo que necesitaba era un amigo con quien hablar. Había intentado convertirse en alguien que realmente no era para tener éxito con las mujeres y ahora estaba pagando el precio.

—Cuando entré en la Comunidad hice una lista de las cosas que deseaba conseguir —me dijo—. Ahora tengo la vida que quería. Tengo el dinero, la mansión y la chica diez. Pero se me olvidó escribir que la chica diez tenía que quererme y tratarme con cariño y respeto.

Courtney llegó a la mansión a la mañana siguiente. La oí hablando con Gabby en el salón.

Al bajar, vi a Courtney llevando las maletas de Gabby hacia la puerta de la mansión.

—¿Qué pasa?

—Gabby se ha peleado con Mystery y se va de la casa —me dijo Courtney—.

La estoy ayudando.

Courtney no podía ocultar su felicidad.

—¿Han vuelto contigo las chicas del grupo? —pregunté, fingiendo desinterés.

—No —respondió ella—. Cogieron un vuelo anterior al mío.

Yo no dije nada. Sabía que si lo hacía mi voz me traicionaría.

Cuando Gabby por fin se fue, Courtney dejó un manojo de salvia sobre una mesilla.

—Vamos a purificar el ambiente —dijo. Después se dirigió a la cocina—. También necesitamos un poco de arroz para atraer la buena suerte.

Al no encontrar arroz, volvió con un sobre de arroz con verduras y un cuenco de agua. Echó la mezcla en el agua, puso la salvia en el centro y corrió a su habitación. Unos segundos después, volvió a aparecer con una camisa de franela de cuadros blancos y azules.

—Con esta camisa funcionará —dijo—. Es de Kurtis. Sólo me quedan tres.

Dobló cuidadosamente la camisa debajo de la mesa, para que trajera energía positiva a la casa. Después prendió la salvia y Mystery, Herbal y yo nos sentamos alrededor de su improvisado altar y nos cogimos las manos. Courtney me apretó tanto la mía que me hizo daño.

—Gracias, Dios santo, por este día y por todo lo que nos has dado —rezó—. Te pedimos que limpies esta casa de energía negativa. Por favor, llena esta casa de paz, de armonía y de amistad. ¡No más lágrimas! Y ayúdame a ganar el juicio que tengo en Nueva York y a solucionar mis demás problemas. Yo te ayudaré, Dios mío. De verdad que lo haré. Dame fuerzas. Amén.

—Amén —repetimos nosotros.

Al día siguiente, un chófer vino a recoger a Courtney para llevarla al aeropuerto. Debía coger un vuelo a Nueva York, donde sus plegarias acabarían por ser atendidas. En la mansión, sin embargo, el ambiente no haría sino empeorar. Pronto quedó claro que Courtney y Gabby no eran la causa de nuestros problemas; tan sólo eran un síntoma de algo mucho mayor que estaba devorando nuestras vidas.

El método
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