La reconstrucción de una vida ajena es tan insensata como el trazado de una autobiografía. En el fondo, una y otra son la misma cosa. La Rusa María es una leyenda en Salta y seguir sus huellas era una tarea pretenciosa. Había que describir caras nunca vistas, gentes jamás fotografiadas, y ambientes que han desaparecido de la ciudad.
Es posible que María Grynsztein, judía de Polonia, me inspirara, años más tarde, a la francesa Geneviève, perdida en los prostíbulos de Neuquén, y recreada en París.
Escribí este relato a los veintisiete años, poco después de haber llegado a Buenos Aires, y apareció en la revista Panorama, de la que yo era uno de los redactores. Todavía recuerdo la sorpresa y la indignación del administrador cuando le pasé la liquidación por «gastos de prostíbulo» y copas en tugurios nocturnos. Al fin, cuando se lo explicó el propio director, el hombre entendió que la investigación de esta nota no podía hacerse en las antesalas de los despachos ministeriales ni en los bares de los hoteles, y se resignó a pagar los gastos.
Eran otros tiempos, más generosos aquellos, en los que las historias de prostitutas se investigaban en los prostíbulos y las de diques en los diques. Y si hablo de diques es porque al regresar de esta misión en Salta, el jefe de redacción me mandó a elaborar un informe sobre todas las grandes represas del Norte. Con un fotógrafo que por las noches se despertaba a los gritos, fuimos al interior de Catamarca, Tucumán, Salta y Santiago del Estero, y en veinte días nos hicimos expertos en ingeniería hidráulica.
He escrito muchas notas sobre temas aburridos, pero como aquella, ninguna. Al regreso, los únicos vales que pudimos hacernos pagar fueron de remise y sándwiches servidos al paso en boliches de campo.
P. E.: Este artículo, que se perdió cada vez que iba a ser editado en uno de mis libros, fue hallado in extremis por el lector Mario Tovelen, que me lo hizo llegar a Página/12. A él, pues, le debo que figure en este volumen.