A mediados de 1987, Italia, que había sido destruida por la guerra, pasó a ser la quinta potencia industrial del mundo. Atrás quedó Inglaterra, a la que Margaret Thatcher y los nuevos conservadores tratan de redimensionar con un costo social difícil de admitir en los tiempos modernos.
Al mismo tiempo, la Argentina aceleraba su caída, pero cumplía escrupulosamente con los pagos a la banca internacional y al FMI. De esta dicotomía surgió la idea de que fuera un argentino —gente desdichada, si las hay— quien escribiera un artículo comparativo. Alguna vez, no hace mucho tiempo, las economías de Italia (que es un país con monopolios, pero no imperialista) y la Argentina pudieron compararse, aunque nuestras posibilidades eran mucho mayores gracias al potencial de riquezas naturales de este suelo. El recambio postindustrial acabó con los sueños argentinos y encumbró a Italia.
Por teléfono, mientras conversábamos sobre el artículo, pregunté a Maurizio Mateuzzi cómo se sentía un hombre de izquierda, de un diario de izquierda, en un país que acababa de dar semejante paso en la historia del capitalismo posmoderno.
—Bien —me respondió, y aceptó mis felicitaciones.