Este artículo, publicado en la revista Humor la semana siguiente a la victoria de Raúl Alfonsín, en 1983, desató un escándalo entre los radicales y sus simpatizantes de entonces. La revista recibió centenares de cartas de protesta y muy pocas de aprobación. Varios partidarios del nuevo gobierno me retiraron el saludo para siempre.
Entre los párrafos más repudiados está el que afirma que con el triunfo radical los defensores de presos y desaparecidos «no tenían demasiados motivos para estar felices». También fue muy criticado el tramo que describe la composición social del electorado de Alfonsín: «Las clases medias en su espectro más amplio, la pequeña burguesía y la derecha liberal». Una bronca considerable despertó el final del artículo, donde se advierte sobre el error de olvidar a esos peronistas vencidos, «agresivos y tristes».
Cuatro años más tarde, en septiembre de 1987, esos desharrapados festejaron con moderada alegría la vuelta de un justicialismo apenas mejor que aquel de 1983. He querido volver a publicar este artículo para mostrar que no era tan disparatado en medio de aquel triunfalismo excesivo.