Prólogo
Hacia el final de la XII dinastía, los egipcios se encontraban en manos de una potencia extranjera a la que conocían como los setiu, los soberanos del Bajo Egipto. Nosotros los conocemos por el nombre de hicsos. Inicialmente penetraron en Egipto a través de Rethennu, el país menos fértil del este, con el fin de alimentar a sus rebaños en la exuberante región del Delta. Una vez instalados, los siguieron sus comerciantes, deseosos de aprovechar las riquezas de Egipto. Hábiles en los asuntos administrativos, fueron poco a poco quitando autoridad al débil gobierno egipcio hasta que tuvieron todo el control en sus manos. Fue una invasión que se produjo casi sin derramamiento de sangre, con sutiles medios de coerción política y económica. A sus reyes poco les importaba el país; lo saquearon para sus fines y, siguiendo las costumbres de sus predecesores egipcios, consiguieron someter eficazmente al pueblo. A mediados de la XVII dinastía, llevaban más de doscientos años firmemente arraigados en Egipto, gobernando desde su capital del norte, Het-Uart, la Casa de la Pierna. Pero un hombre del sur, Seqenenra Tao, príncipe de Weset, se rebeló.
En el primer volumen de la trilogía, La ciénaga de los hipopótamos, Seqenenra Tao, hostigado y humillado por Apepa. el gobernante setiu, eligió la revuelta en lugar de la obediencia. Con el conocimiento y la aprobación de su esposa Aahotep, de su madre Tetisheri, de sus hijas Aahmes-Nefertari y Tani, y de sus hijos Si-Amón, Kamose y Ahmose, planeó y llevó a cabo la revuelta. Era un acto desesperado que estaba condenado al fracaso. Seqenenra fue atacado por Mersu, mayordomo de Tetisheri, que era, además, espía en su casa. A raíz de este ataque, quedó parcialmente paralizado. A pesar de sus heridas, marchó hacia el norte con un pequeño ejército y encontró la muerte durante una batalla que libró contra las superiores tropas del rey setiu Apepa, a las órdenes de su brillante y joven general Pezedkhu.
Su hijo mayor, Si-Amón, debía llevar el título de príncipe de Weset. Pero Si-Amón, cuya lealtad estaba dividida entre la aspiración de su padre al trono de Egipto y el rey setiu, fue engañado y, por mediación del espía Mersu, pasó información sobre su padre a Teti de Khemennu, pariente de su madre y favorito de Apepa. En un ataque de remordimientos, mató a Mersu y se suicidó.
Convencido del fin de las hostilidades, Apepa se trasladó a Weset y dictó una sentencia estremecedora contra el resto de la familia. Se llevó como rehén a Tani, la hija menor de Seqenenra, para evitar que Kamose, ahora príncipe de Weset, le creara problemas en lo sucesivo. Pero Kamose sabía que era necesario eligir entre la lucha por la libertad de Egipto y la pobreza y la separación de todos los integrantes de su familia. Eligió la libertad.
El segundo volumen de la trilogía, El oasis, describía la reanudación de la guerra por parte de Kamose, que contó con el apoyo de otros príncipes de Egipto. La necesidad le convirtió en un soldado despiadado y vengativo, incapaz de distinguir a los amigos de los enemigos. Deseoso de recuperar la gloria primitiva de Egipto, desgarró el país y al final fue traicionado y asesinado por los mismos príncipes egipcios, que, decepcionados por los métodos de Kamose, habían hecho un trato con Apepa. Mientras Kamose caía muerto, Ahmose, el hijo menor de Seqenenra, resultaba herido. Durante su recuperación, las mujeres de la familia tomaron las riendas de la situación y apaciguaron al ejército. Y Ahmose se puso a idear la estrategia necesaria para acabar definitivamente con el dominio de los setiu.