LAS CONSOLADORAS

Consolar en latín significa «mantener entero»; debo, pues, mi integridad a las mujeres.

A Abdel le gustan las mujeres de buenas carnes; tras hacer uso de ellas, me las propone con notas y comentarios. «No es santo de mi devoción, Abdel».

Sé lo que me digo: muy a mi pesar, he consumido un «regalo» de Abdel.

La música ocupaba la habitación oscura, las neuralgias, mi cuerpo. Abdel asoma la cabeza: «Tengo una aspirina para usted»; se aparta para que entren «dos airbags». «Buenas noches…»

Se llama Aïcha y sin más presentaciones se mete en mi cama en traje de Eva. Se enrosca en mi hombro. No intercambiamos ni dos palabras. Es considerada y no parece cohibida por mi estado. Su presencia me tranquiliza. Finalmente me adormezco.

Una amazona espléndida me cabalga y me lleva al establo unos meses más tarde, derrengado. Una mujer abandonada se excede tratándome como una madre demasiado tiempo.

Un vecino ocioso, después de haber leído El nuevo aliento, me envía a una mercenaria; Abdel se desternilla detrás de la puerta mientras la «masajista» me trabaja las orejas, entre otras cosas.

Mis encuentros con una mulata, hija de una princesa de Malí y de un marino sueco, amenizan mis noches en blanco. Ella misma se sorprendía de mis exigencias.

Me voy con una valkiria grande y agitada; me ofrece jaco. Se relaja y balancea sin parar, ebria a la deriva. Se duerme, hecha un ovillo.

Y por último Clara. Conoció a Béatrice en LarmorPlage cuando me hospitalizaron en Bretaña. Me llama a París un día de desesperación. Pasará conmigo la noche, quince días y después dos años espaciados. Encontré en su inocencia todas las sinceridades de mi alma extraviada. Me hizo olvidar mis apetitos descorteses. Le hablo mucho; concentrada en las palabras que se infiltran, me interrumpe con un beso. Me embriago en atención a ella.

Mi abandono seduce su soledad. Recobra sus sueños de adolescente; los años de traición se borran y recupera la esperanza. Se insinúa a través de los anexos mecánicos de mi estado para satisfacerse con los jirones de mi aspecto. Su candor me emociona y la entrega de sus sentidos a mi cuerpo deshecho inculca un agradecimiento triste y aplacado. Pronto el soplo de su quietud mide mi noche aliviada.

La miro con su traje sastre azul vivo y ensueños amorosos rozan mi agotamiento. Me acompaña a las alamedas del parque. No sabe dónde colocarse alrededor de este cuerpo. Levanto la cabeza para verla bien. Ella me besa, cerrando los ojos.

Esta noche, los latidos del corazón en mi cuello pautan sus imágenes; he experimentado nuestros juegos mitigados. Esta emergencia perezosa aumentaba la lentitud de nuestros cuerpos. Se despliega como una nube. Su mano lenta acaricia el pecho pesado. Nos reencontramos en su impulso, mantenido hasta el extremo de mi participación atenta. Se contiene hasta compartir mi parálisis; la onda imperceptible hasta el suspiro de sus ojos. Acurrucada, por fin apaciguada, con los labios entreabiertos, me sonríe para que yo no llore, murmura palabras tiernas. Acepta mis contracturas como prenda de mis ardores. De este cuerpo desarraigado, un código nuevo para nuestros amores.

No reacciono ante sus ausencias. Confieso mi impotencia y aguardo de nuevo. Ya no me alimento. Me cansa la inutilidad.

Le escribiré.

*

«Clara:

Acostado. Temo tu silencio definitivo. Tu belleza tendría un sentido nuevo, no de apetito sino de dulce enlace con nuestros días de extravío. Aspiro a esta continuidad tranquila.

Inventémonos un porvenir plausible. Tú estarías tendida a mi lado, nuestros cuerpos distantes, compañera sin efusión, presencia impalpable. Cuando esta ínfima distancia te resultara insoportable, vendrías a descansar la cabeza en mi cuello: quizá tu cuerpo sobre el mío, insensible. Cerrarías los ojos ante este abrazo frío y arrullarías otra vez a tus sentidos añorados.

¿Cómo exigir este viaje vacilante? Tristeza de lo imaginario.

Céntrame de nuevo. Seré dócil».

FRENTES DE ACULTURACIÓN[34]

Abdel no quiere deber nada a nadie; yo soy conciliador por la fuerza de las cosas, dependo de los demás. «No sea perentorio; no todo es blanco o negro, Abdel, un poco de matices para comprender la realidad».

Le encanta provocar. Explica a mi hermano, informático, que hay un error en su programa; ¡Abdel no sabe encender un ordenador! Júbilo del enredador.

En el patio de butacas, entre discapacitados, le asegura a uno de ellos, colgado de unas poternas: «Para un inválido es más fácil que para un árabe encontrar trabajo». ¡Estupefacción! «¡Bromeo, por supuesto!»

Y toda la sala se ríe.

La filosofía «abdeliana»: todo está jodido. La muerte es una fatalidad; el resto es comedia. Sobre todo, nada de compromiso político:

—No sirve para nada: ¡todos están podridos!

—¿Y entonces los jóvenes musulmanes que se dejan matar por la libertad y la justicia?

—Sí, pero no son las de ustedes, en las que todo el mundo trampea, la periferia arde, dejan que los viejos la palmen solos, hay sexo por todas partes, cada uno va a lo suyo, y yo procuro aprovechar al máximo, me hago un hueco y mala suerte si se lo quito a otros.

Hay algo de verdad en esto. Replico:

—Pero, Abdel, ¡usted es un ejemplo perfecto de Occidente! Lo de cada cual a lo suyo sirve a los intereses del burgués. Cuanto más piensa uno en sí mismo y no en los demás, tanto más vulnerable es.

¡Perplejidad de Abdel!

Le ofusca el arte abstracto que yo colecciono: «Un lujo de “grandes pequeñoburgueses”. Si hace falta un intérprete para explicarme, es que existe un problema».

Un día de exposición de Zao Wou-Ki, me extasío ante esta huella que quedará del artista:

—¡Puedo dejarle otras huellas, si quiere!

—Abdel, tiene usted razón, casi todo el arte contemporáneo es el arte por el arte, sin compromiso. Pero entre los artistas hay algunos que conmueven, que congregan a su alrededor, que son accesibles; incluso para usted, Abdel.

—¿Accesibles con ese precio? ¡Lo que ganan! ¡No tenemos los mismos valores!

Un día que organizo en los salones una exposición de un joven artista, politécnico, que debe de confundir algoritmo y arte:

—Puedo hacerle lo mismo con un cero menos.

—En eso estoy de acuerdo, Abdel, pero su chica es muy guapa, lo cual compensa.

—¡Una compensación cara!

Abdel no escucha música; acabará deleitándose con Mozart y Bach.

Doy un concierto en casa de La muerte y la doncella, de Schubert, con el cuarteto Psophos, formado por cuatro intérpretes encantadoras: «No está mal ese rollo, muy del XVI», dice, al despertarse al final del concierto.

Uno de los temas de litigio es nuestra apreciación de la mujer, a la que Abdel ha subestimado largo tiempo:

—¡Me roba mi libertad, inaguantable! Ella está para cerrar el pico.

—Abdel, a una mujer hay que respetarla.

—¿Respetarla? Digamos que no es cosa nuestra respetarlas, sino de ellas el hacerse respetar. Está el arte y la materia, yo prefiero la materia. Usted es el R.O.M.A.N.T.I.C.I.S.M.O, ¡yo me quedo con el físico!

—Abdel, la mujer crea los vínculos en la humanidad.

—Es criminal hacerle eso a un niño —dice él, después de un titubeo. Y añade, categórico—: Dios no puede ser una mujer; ¿se lo imagina teniendo la regla todos los meses? ¡No es serio! ¡Tiene que ser un tío!

Lo que menos quiere Abdel es encariñarse:

—¡Nunca la misma dos veces!

—Abdel, tendrá que formar una familia, insertarse en una historia.

No pudo formarla hasta que se apaciguó y obtuvo un lugar seguro en la sociedad.

*

«Clara:

Gracias por tu hermosa carta puntillista. Qué suerte tienes de poder soñar con la luz y los colores. Yo ya no sueño, solo me quedan esperanzas. A menudo las palabras se contraen hasta convertirse en un sonido. Estoy con los ojos abiertos, con Béatrice encima de mí.

Estridencia.

¿Por qué estos momentos extremos tienen que ilustrar nuestra supervivencia?

El tiempo se ha relajado, el cuerpo se vuelve borroso, las frases flotan en el polvo luminoso.

La pianista roza las teclas. Estoy con mis ausentes; es preciso volver, mantener la cabeza hacia arriba mientras todo me encoge. Por fin la horizontal sosegadora, la noche llega, poblada.

¿Hasta cuándo?

Volver a ver a personas como tú, Clara. Estos instantes efímeros acompañan mis ausencias».