LLEGADAS Y PARTIDAS

Solucionado el problema con Chilavert, todos los cañones apuntaban a realizar un gran campeonato. Más allá de la irregularidad del torneo Apertura, Bielsa estaba satisfecho con el plantel. En otro hecho que los jugadores valoraron, el entrenador no pidió refuerzos. Si bien es cierto que algunos mantenían la fantasía de que el rosarino era el encargado de realizar esa limpieza que, supuestamente, querían los dirigentes, su intención no era achicar el grupo, sino incentivarlo para que se comprometiera con la idea y peleara el título.

Analizando virtudes y defectos del primer campeonato y en función del deseo de tener un equipo más rápido, se presentó la chance de recuperar a un viejo conocido que podía aportar aquello que estaba faltando.

Fernando Pandolfi, el Rifle, había emigrado seis meses atrás para jugar en el Perugia del fútbol italiano, pero las cosas no funcionaron como esperaba. Luego de un inicio prometedor, los flojos resultados originaron la partida prematura del entrenador que lo había pedido y con él, las chances de lograr continuidad. Ante este escenario, la vuelta era posible y cuando la propuesta apareció, no lo dudó demasiado. Al llegar tuvo una buena actuación en un partido de verano y eso levantó sus acciones para ser tenido en cuenta de manera especial.

Pandolfi también formaba parte de la generación gloriosa del club. No era veloz en el aspecto físico, pero sí en el concepto del juego. Era un jugador exquisito, con técnica depurada y notable pegada, pero poco afecto al sacrificio y a la recuperación. Además, su filosofía lo llevaba a pensar que el fútbol era un medio y no un fin. No era un obsesivo. Le encantaba jugar a la pelota tanto como otras actividades, como la música.

Bielsa era distinto, claro, pero a pesar de estar en las antípodas en seguida sintió una estima especial por el Rifle. Es que aun con el mínimo esfuerzo, Pandolfi era un jugador lúcido y eso al técnico le encantaba. Además, a su manera, trataba de esforzarse para complacerlo.

A la hora de los videos, Pandolfi era siempre el mejor alumno, el que primero descubría los errores, así como también el que más rápido captaba un nuevo ejercicio. Claro que por no comulgar con la exigencia permanente, a menudo manifestaba su disconformismo y generaba diálogos desopilantes.

En una práctica, tras realizar distintos movimientos durante un par de horas largas bajo el sol de marzo, Bielsa detectó cierta fatiga en sus muchachos.

—Bueno, están cansados, vayan a tomar agua. Fernando usted quédese conmigo.

—¿Qué pasa, Marcelo? ¿No podemos estar cansados? —le contestó fastidiado el jugador.

—Sí, pueden. Ahora, escúcheme una cosa. Yo veo que usted observa muy bien el juego y entiende todo rápido, ¿no es cierto?

—Puede ser, Marcelo… ¿Y qué quiere que haga?

—Entonces por qué no me ayuda un poco… ¡Deme una mano, Fernando!

Pandolfi dio media vuelta y se fue tratando de aguantar una sonrisa que se le escapaba de la cara.

«A mí me cambió la cabeza», reconoce el mediocampista. «Con ningún entrenador me aburrí tanto en un partido ni sufrí tanto como con Bielsa, pero ninguno me transformó tanto como él.»

La historia de la primera fecha del Clausura también es un ejemplo cabal. «La clave del partido con Racing es Michelini. Si usted lo sigue a Michelini cuando perdemos la pelota, seguro ganamos el partido», le dijo el rosarino en la charla técnica. Pandolfi se resistía a creer lo que escuchaba. Aquel Racing tenía otros jugadores mucho más dotados y suponía que eran ellos los que podían tener mayor gravitación. Enojado por la consigna, sabiendo que, además, lo obligaba a un esfuerzo importante en la recuperación, se limitó a aceptar los dichos del técnico.

El partido debut lo ganó Vélez por dos a cero, con goles de Camps y Posse. Pero una jugada cambio el rumbo del encuentro.

Racing atacaba buscando su conquista y fue Michelini quien debajo del arco tocó una pelota que iba directo al gol. En la línea para salvar la caída de su arco no estaba Chilavert ni ninguno de sus defensores. Con un gran esfuerzo y luego de perseguirlo durante cuarenta metros, Fernando Pandolfi apareció como si fuera un experimentado zaguero y sacó un gol casi hecho. Era la confirmación de la hipótesis y con ella, los primeros tres puntos del campeonato.

«Era raro… Por ahí en un partido vos pensabas que habías jugado regular y él venía y te felicitaba, y en otro en el que habías hecho algún firulete no te decía nada.»

El Rifle fue una debilidad para el entrenador y por eso le toleró algunos enojos, como cuando en el partido ante Rosario Central lo incluyo en el banco de suplentes, lo hizo ingresar y luego lo reemplazó nuevamente a pesar de haber convertido un gol de tiro libre y tras jugar sólo cincuenta minutos. En los días posteriores, Pandolfi se molestó y se fue de una práctica fastidiado por un ejercicio, aunque luego no tuvo reparo en pedirle disculpas al técnico.

«Fernando, hoy tiene que jugar el partido que me debe», le dijo Bielsa antes de salir a enfrentar a Gimnasia en la última fecha y con el equipo ya consagrado. El mediocampista jugó un partidazo, marcó un gol y recuerda que luego, en la celebración en la cancha de Vélez, el entrenador corrió quince metros cuando lo descubrió entre la gente para estrecharlo en un fuerte abrazo y dar la vuelta olímpica a su lado, en clara señal de afecto.

Contrastando con la historia de Pandolfi, los rumores de que River quería llevarse a Marcelo Gómez se hicieron realidad apenas iniciado el torneo. El centrocampista llegó a participar en la primera fecha, pero la decisión de su partida en caso de que la oferta se concretara ya estaba tomada.

Mientras el plantel se encontraba en Mar del Plata para cumplir con uno de los últimos compromisos del verano, una vez más una caminata fue la excusa para analizar la posible salida de Gómez. El cuerpo técnico partió con rumbo desconocido y la postura más allá de la gravitación del jugador en el andamiaje del equipo era la de traspasarlo. Se trataba de una oportunidad única y ante eso Bielsa jamás se opuso, aun contando con todo el apoyo de la dirigencia como para presentar algún reparo. La caminata sirvió para evaluar cómo se lo iba a reemplazar, pero el análisis quedó sumergido. En el medio del paseo, se desató una de esas lluvias torrenciales características de la ciudad balnearia. Lejos de guarecerse de la tormenta, Bielsa siguió caminando y obligó a sus compañeros a sostener el paso. Otra vez, la lluvia era sólo un pequeño detalle.