LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA PRENSA

La relación entre la prensa y la Selección argentina siempre anduvo por terrenos resbaladizos. Con altibajos, decisiones extrañas y silencios justificados, entrenadores y jugadores tuvieron con el periodismo momentos de amor y odio. En 1993, el equipo que dirigía Alfio Basile decidió hacerle un impresentable boicot al equipo deportivo de Radio Continental, que encabezaba Víctor Hugo Morales, por la sencilla razón de discrepar con la opinión de los periodistas. El retorno de Maradona para jugar el repechaje le puso punto final a tan errónea decisión. A la hora del Mundial en los Estados Unidos, en 1994, los jugadores firmaron contratos de exclusividad con los distintos canales de TV y se transformaron en estrellas también afuera de la cancha. Era común observarlos como mercaderías, vestidos con gorritas de los canales, haciendo publicidad de aquellos que los tenían contratados.

Ante semejante descontrol, la llegada de Daniel Passarella vino a cortar todo tipo de indisciplina, pero a la hora de la Copa del Mundo, la fractura con el cuarto poder volvió a decir presente. Como consecuencia de algunas informaciones sin sustento, pero también como una manera de presionar a aquellos que podían pagar la exclusividad de las entrevistas, el plantel completo decidió negar los reportajes individuales y atender en conferencia de prensa.

Cuando Marcelo Bielsa se hizo cargo, tomó una decisión tan distinta como atrevida: para el técnico no había diferencia entre una radio pequeña de la provincia de Santa Cruz y el canal de televisión más importante del país. Todo comunicación se haría a través de conferencias de prensa.

Al técnico siempre lo inquietó la simplificación de la prensa: veinte frases que sostienen una idea convertidas en una línea. Prefería ser un desconocido a ser conocido equivocadamente: «Soy especial: me importa mucho la opinión del otro, y en ocasiones me causa mucho daño lo que lleguen a pensar de mí. En las entrevistas desearía que aparezca lo que pienso. No tengo problemas si me atacan por lo que creo, pienso o siento, pero sí que me critiquen por cosas que no dije, o que pusieron creyendo que las dije».

La decisión fue criticada por los poderosos, que acostumbrados a un trato diferenciado observaban cómo, a partir de la nueva reglamentación, ya no contaban con ningún tipo de privilegio. La audiencia y el dinero dejaban de ser variables para obtener acceso. Darle una entrevista particular a algún medio implicaría el pedido de su competencia y ésa era una puerta que Bielsa no estaba dispuesto a abrir.

De cualquier manera, a lo largo de su ciclo debió lidiar con periodistas que no aceptaban ese trato igualitario. Pero estaba en perfectas condiciones de responderles: «Si el precio para armonizar con los intereses de los demás es que yo tenga que hacer diferenciaciones, no las voy a hacer. ¿Por qué no discutimos eso, si está bien o está mal que atienda a todos por igual? Y si está mal, díganlo. Porque hay gente que piensa que está mal, lo que pasa es que no puede sostenerlo. ¿Cómo se defiende aquel que dice que una FM de Salta merece un trato inferior al del medio más poderoso de la Capital?».

Eso sí, en las conferencias de prensa el entrenador se quedaría todo el tiempo que fuera necesario hasta evacuar la última duda, así tuviera que pasarse una mañana entera. Jóvenes de medios de todo el país llegaban hasta el predio de Ezeiza cada vez que podían e interrogaban al técnico durante horas.

La dinámica produjo varias situaciones curiosas. En alguna oportunidad, los reporteros gráficos y algunos periodistas solicitaron poder presenciar una práctica de fútbol en el día previo a un partido. Bielsa les explicó el porqué de su negativa: «El idioma que se utiliza en la máxima exigencia no es el mismo que en cualquier otro ámbito. Para el entrenador y el jugador es normal, pero se corre el riesgo de que sea sacado de contexto por el que lo observa desde afuera, y por lo tanto sea malinterpretado. Yo busco lo mejor del jugador y el mensaje tiene que ver con la demanda de una entrega absoluta. Si ustedes están allí, se pierde esa naturalidad. Si para que trabajen mejor, yo tengo que trabajar peor, entonces no me sirve».

Aquellos que concurrían a los encuentros de Bielsa con la prensa buscando un título para vender, se marchaban decepcionados luego de una hora de aguardar infructuosamente la frase marketinera. Perezosos, preferían denostar el momento calificándolo de aburrido y haciendo un punto de ese vocabulario «difícil de entender». Enemigo de esa idea, Bielsa desarrollaba conceptos y, si era necesario, volvía a la misma respuesta, aunque hubieran pasado algunos minutos y los temas derivaran hacia otras inquietudes.

Cuando se podía hablar de fútbol dejando de lado la coyuntura, Bielsa se soltaba y entregaba una catarata de conceptos. Los habitués de las conferencias sabían que debían pasar los primeros sesenta minutos y que recién después venía lo mejor. A los periodistas que respetaba, conocía o a aquellos que le entregaban una inquietud que consideraba valiosa, les contestaba mirándolos a los ojos. Para el resto, sin perder la educación, utilizaba su típica mirada hacia abajo. Cuando algún tema lo atrapaba, cotejaba su respuesta con el interlocutor de turno, pidiéndole una opinión al periodista e invitándolo a debatir ideas. Rara vez quedaba enfrentado a un reportero; e incluso en alguna oportunidad en que tildó a algún periodista de «enemigo», modificó el término a los pocos minutos, pero sin cambiar su manera de pensar. «Todo lo que me separa de usted, me enaltece como persona», le dijo en una oportunidad a un cronista, sin anestesia.

Creyentes de que en algún momento le torcerían el brazo, los medios dominantes le hicieron persecuciones periodísticas y ofertas suculentas para lograr la tan ansiada exclusiva. Jamás aceptó. Acostumbrados a tenerlo todo a partir del dinero, nunca pudieron digerir su negativa sistemática y esperaron los malos resultados para criticarlo con fiereza. Tampoco le importó. Prefirió correr el riesgo, pagar el costo y considerarlos a todos por igual, sin excepción. Su convicción y sus argumentos fueron siempre su mejor defensa.