EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Por primera vez en varias semanas, el conserje del Hotel Hesperia, en el barrio Sarriá, se encontró con un rostro sereno. La habitación 619 ya no sería testigo de la angustia de un hombre encerrado por la disyuntiva de aceptar o no el mayor desafío de su vida, siguiendo el dictamen de su corazón, y la necesidad de interrumpir un contrato de la manera más civilizada, acorde a lo que le marcaba su conciencia.

Dos días más tarde del auspicioso inicio de Liga, los dirigentes del Espanyol con su presidente Daniel Sánchez Llibre a la cabeza anunciaban la noticia tan esperada y le ponían un punto final a interminables jornadas de deliberaciones: «Hemos hecho lo mejor para el club, para no dañarlo más. Lo mejor es que se quede hasta el 24 de diciembre. Lo peor sería que se fuera ahora mismo, pero en la batalla con Bielsa siempre hubo cordialidad. Aquí no hubo ni vencedores ni vencidos, y el señor Bielsa ya tiene total libertad para negociar con la AFA».

Tras jornadas agotadoras, el entrenador alcanzaba su objetivo. La dirigencia aceptaba la rescisión del contrato y lo liberaba para asumir como responsable de la Selección argentina. A cambio, Bielsa se comprometía a mantenerse en el cargo hasta la Nochebuena, salvo que la cúpula del club decidiera interrumpir antes el acuerdo, y a colaborar en la búsqueda para encontrar el sucesor en el cargo.

Con una mezcla de alivio y satisfacción por lograr un arreglo auspicioso, Bielsa desembarcó en Buenos Aires el domingo siguiente, aprovechando el receso por eliminatorias del torneo español. Sin presiones de ningún tipo y con un documento firmado por el Espanyol que lo autorizaba a negociar sin trabas, concretó aquel encuentro que había quedado inconcluso con Pekerman. El responsable del área lo puso al tanto del proyecto global y de esta manera acordaron las condiciones de trabajo para el futuro. El martes sería la presentación formal.

Fiel a su exagerada puntualidad, que en este caso se mezclaba con una lógica dosis de ansiedad, atravesó el portón del complejo de Ezeiza a las nueve y treinta de la mañana, una hora antes de lo acordado. Saludó formalmente a Julio Grondona, a Pekerman y a Hugo Tocalli, quien se haría cargo del trabajo de los seleccionados juveniles, y en una improvisada charla fue matizando la espera. A las diez cuarenta y cinco se produjo el momento más esperado. El 8 de septiembre de 1998, en el predio deportivo de la AFA, rodeado de su hábitat natural de canchas y césped, Marcelo Alberto Bielsa fue presentado oficialmente como nuevo entrenador de la Selección argentina de fútbol. Con un pantalón oscuro, saco gris y una remera rayada que reemplazaba la formalidad de la camisa y corbata del resto, atravesó el salón, aceptó con paciencia los flashes de los reporteros gráficos y tuvo su primer contacto con la prensa. Explicó que todos los jugadores serían observados con la posibilidad de ser convocados, que los grandes proyectos a futuro serían la Copa América del año siguiente y las eliminatorias de 2000, y que la idea a desarrollar era similar a la que había expresado cuando dirigió a Newell’s y Vélez. Una vez finalizada la conferencia se interiorizó de todas las comodidades del predio en una caminata a solas con sus colegas, y sin almorzar atravesó los pocos kilómetros que lo separaban del aeropuerto para tomar el vuelo de Iberia que lo llevaría de regreso a Europa.

El técnico retornó a Barcelona con las pautas bien claras. A partir de allí, su tarea se multiplicaría por dos. En los tiempos formales, la rutina de entrenamientos en el Espanyol se mantenía inalterable, sin descuidar ningún detalle. Por las noches y fuera del ámbito del club, comenzaba a delinear con sus colaboradores las distintas tareas que desarrollaría en la Selección.

Mientras tanto, la competencia en la Liga española enrarecía el clima deportivo. Como si la certeza de que el vínculo con el entrenador se terminaría tarde o temprano, el equipo en la cancha dejo de producir buenas actuaciones y se olvidó de ganar.

Dos derrotas como visitante ante Mallorca y Deportivo La Coruña complicaron el inicio del torneo. Los empates como local frente a Atlético de Madrid y Villarreal apenas si agregaron un par de puntos en la tabla, pero no alcanzaron para cambiar la sensación de inconformismo. El equipo merecía mejor suerte en varios partidos, pero finalmente acababa casi siempre con menos de lo esperado.

Así las cosas, la búsqueda por el sucesor se hizo más intensa. Los dirigentes analizaban distintos candidatos y Bielsa también colaboraba para cumplir con su palabra. La lista final se redujo a tres nombres: el brasileño Paulo César Carpeggiani y los argentinos Salvador Capitano y Miguel Brindisi. En definitiva, sería este último el que se quedaría con la aprobación dirigencial y se transformaría en el nuevo entrenador.

Luego de un nuevo traspié fuera de casa ante el Valladolid, el Espanyol descendía hasta el puesto décimo octavo de la tabla de posiciones. La floja campaña en los números y el derby catalán contra el Barcelona en la fecha siguiente envalentonaron a los dirigentes a acelerar los tiempos sucesorios. Bielsa no quería perderse el placer de dirigir al equipo en el clásico ante el rival de la ciudad y enfrentar al holandés Louis van Gaal, uno de sus técnicos modelo, pero los dirigentes tenían otra idea en su cabeza y despidieron al entrenador sin más dilaciones. El ciclo llegaba a su fin. Con cierto desencanto por no poder arribar a los tiempos acordados, la dictadura de los resultados interrumpía cualquier pacto previo.

Bielsa terminaba su estadía en Barcelona. La experiencia había sido tan corta y enrarecida como provechosa. Lo mejor estaba por venir y por eso el retorno se produjo casi de inmediato. Luego de juntar sus pertenencias, el entrenador abandonó la Ciudad Condal y retornó a la Argentina. El buzo del seleccionado lo estaba esperando.