ESTADO DE COMUNIÓN
El equipo se floreaba. Colombia era una nueva víctima del paso arrollador del seleccionado argentino en las eliminatorias. El tres a cero en menos de cuarenta y cinco minutos era elocuente, y lo que había sido un grito tibio un par de meses antes, ahora era el cántico de todo el estadio:
Que de la mano del Loco Bielsa, todos la vuelta vamos a dar.
El estruendo de la multitud no cambió su actitud de siempre. Un sorbo de agua para asimilar la emoción y alguna nueva indicación para sus muchachos lo ayudaron a volver a su trabajo. Recuperó su pose característica, la de observar el partido casi en cuclillas, producto de esos dolores de cintura que lo perseguían desde su época de jugador. Así, con los pies sobre la tierra, analizó el fenómeno: «El reconocimiento del público uno siempre lo valora. Lo agradece y sabe que está atado a mantener resultados que provoquen ese puente con el público. Esto surge como consecuencia de la producción del equipo. Está más ligado al desempeño de los jugadores que a mí mismo, y yo recibo el rebote de lo que ellos hacen».
Ése «lo que ellos hacen» había transformado a la Argentina en la mejor Selección de América.
A principios de aquel 2001 el equipo había dado una exhibición de juego al superar en un partido amistoso a Italia, en el mismísimo Olímpico de Roma, y despertó los elogios de propios y extraños. El resultado había marcado un gol de diferencia, pero la superioridad en el juego fue mucho más amplia. El técnico evitaba las exageraciones y aunque destacaba el valor de la victoria, le bajaba el perfil al exitismo generalizado, argumentando que se trataba de un amistoso. En cualquier caso, la realidad mostraba que, ante potencias como España, Holanda, Inglaterra y el propio conjunto italiano, la respuesta del equipo había sido muy buena. Brasil aparecía como el único lunar.
Cada partido implicaba el reencuentro entre compañeros queridos y nuevas anécdotas amenizaban el momento. Bielsa se complacía al ver la fortaleza del grupo. Germán Burgos lo recuerda en un viaje rumbo a un estadio: «En el micro nos divertíamos mucho. Hacíamos la famosa ola, con todos levantando los brazos. En un momento ya la practicábamos sólo para ver si él se contagiaba. Creo que una vez lo logramos y levantó una mano. Nos decía que era muy lindo el clima que se generaba. Alguna vez tuvimos que ducharnos antes del partido de lo transpirados que llegamos al estadio».
El Kily González también aporta una historia genial para definir el panorama de alegría que involucraba al técnico. Bielsa quería compromiso máximo, incluso en el momento de la previa, y los jugadores estaban cantando y aplaudiendo en el vestuario, antes de un partido. «Y Marcelo acompañaba, pero a destiempo. En un momento descubrió que un par de muchachos decayeron el ritmo y se lo hizo saber al Cholo Simeone, diciéndole: ‘¡Si no quieren cantar, que no canten carajo!’.»
En lo que remite al juego, las actuaciones del equipo generaban la euforia del público y hasta algunos jugadores que tiempo atrás eran resistidos lograron la aceptación de la gente. Nelson Vivas era un ejemplo perfecto, y en tiempo presente repasa una definición del seleccionado que representó todo un hallazgo: «Cuando me pidieron calificarnos con una palabra, dije que éramos un equipo insoportable por como ahogábamos al rival hasta achicarlo, pero, además, cuando teníamos la pelota también sabíamos jugarla. En lo personal, mis rendimientos ayudaron para cambiar las críticas por comentarios favorables».
Cuando el fútbol y la contundencia se daban la mano, el equipo daba muestras de superioridad, como la de las goleadas ante Venezuela o Colombia. Ante la ausencia de virtudes técnicas, la autoestima y la fortuna se combinaban para lograr un milagroso empate ante Bolivia en la altura de La Paz por tres a tres, con dos goles en los últimos tres minutos de juego. «Me acuerdo que estábamos en el vestuario ahogados por esfuerzo, pero felices por el empate. Yo estaba tirado en una camilla y Marcelo no podía creer lo que había ocurrido. ¡Qué resultado azaroso, qué resultado azaroso!, le comentaba a cualquiera con el que se cruzara», recuerda hoy Roberto Ayala.
El encuentro no entregó una buena actuación argentina y los tres mil seiscientos metros jugaron un papel determinante. Burgos explica el asunto con su simpatía: «Marcelo me mandó a Lucho Torrente para que me dijera que tratara de salir jugando. ¡Y yo le contesté que veía todos números! Estaban todos de espaldas, era imposible salir por abajo».
La fusión entre el grupo y la gente se daba en todos los aspectos. Además de devolverle al público en la cancha lo que quería ver, los jugadores se comprometían con cuestiones sociales, desde la amplificación que puede tener un partido de Selección. Así, se colocaban remeras con leyendas de apoyo a los docentes, a la salud pública o a los empleados de Aerolíneas Argentinas y posaban con ellas en la clásica foto previa.
El encuentro ante Ecuador obligó a una planificación diferente. Bielsa preparó el partido de manera especial. El empate ante los bolivianos le había dado la pauta de cómo debía jugar en la altura para obtener un buen resultado. Sin renunciar al protagonismo, pero admitiendo que sería difícil jugar todo el partido en campo rival, la idea era elaborar un poco más la posesión con una pausa suplementaria, sin renunciar al cambio de ritmo a la hora de la finalización del ataque. Dicho de otro modo: a la altura había que considerarla, pero sin sobredimensionarla. La idea resultó exitosa y la victoria con goles de Verón y Crespo trajo como premio el pasaporte para la Copa del Mundo cuatro fechas antes del cierre.
Un emocionado saludo de José Pekerman, el hombre que lo había convocado, era el primer síntoma de agradecimiento que Bielsa recibía en el día tan esperado. Se abrazó con algunos suplentes como Pochettino y Sensini al momento del pitazo final del árbitro, y luego, cuando los jugadores iniciaron una rueda en el campo de juego, les dejó a ellos todo el protagonismo. Recorrió con una amplia sonrisa los metros que lo separaban del túnel y se perdió en su interior para continuar la celebración en la intimidad. Cuando los muchachos fueron apareciendo los felicitó uno por uno y les agradeció de forma especial por su dedicación, por lo que él llamaba «el espíritu amateur», el amor hacia la tarea demostrado a lo largo de la eliminatoria. El objetivo estaba cumplido con creces.
Dice el Kily: «Estábamos todos muy felices y él acompañaba. Nos felicitó y se prendió con algún cantito de los nuestros. Fue una de las veces que lo observé más eufórico. Medido como siempre, pero con mucha alegría. Cada jugador que le pasaba cerca lo saludaba y sentía que también tenía que agradecerle a Marcelo por lo que habíamos logrado. Fue un día inolvidable».
El tiempo de festejo se evaporó con rapidez para empezar la planificación del juego ante Brasil. Ganarles resultaba siempre un desafío, pero además, en este caso, podía ser la frutilla sobre el postre. Veinte días después del golpe de Quito, el seleccionado podía entregarse y entregarle a la gente la última gran alegría. Lejos de la relajación, el rival obligaba a la máxima exigencia. «Los resultados maquillan todo», repetía Bielsa a quien quisiera oírlo. Además y demostrando una vez más que no tenía compromiso con nadie, explicaba el motivo de la titularidad de Crespo y las conjeturas que los medios hacían por la ausencia de Batistuta, evitando la elección por uno de los dos: «Existe la posibilidad de que Batistuta vaya al banco, pero no como un desafío de un entrenador a una figura popular. Es muy difícil conducir un grupo de elite si uno no está dispuesto a aplicar una norma que deben atender todos, por lo tanto cualquiera sabe que puede ser suplente. Igualmente, cualquiera hubiese sido mi decisión, habría merecido comparaciones. Si iba al banco, se habría hablado de que se estaba lastimando a un ídolo. Si jugaba junto a Crespo, era improvisar un nuevo esquema y dejar de lado un sistema exitoso. Si era titular y el que salía era Crespo, se apuntaría a la injusticia de marginar a un delantero que está en alto nivel. Es muy difícil encontrarle una postura satisfactoria a la polémica».
El público agotó las localidades y llenó el estadio Monumental con una efervescencia que hacía mucho no se veía. El apoyo de la gente resultó gravitante para revertir un comienzo desfavorable en el que Brasil se puso en ventaja. A pesar de extrañar a Verón, ausente por acumulación de tarjetas, la dinámica del Kily González y los ingresos de Ortega y Gallardo se combinaron para torcer el rumbo y lograr la tan esperada victoria en el clásico sudamericano. Con orgullo, temperamento y más actitud que buen fútbol, la Argentina deliraba en el Monumental y a partir del triunfo se aseguraba el primer puesto de la eliminatoria. Los jugadores revoleaban las camisetas festejando con los fanáticos, tratando de hacerles olvidar, al menos por un rato, sus problemas cotidianos. Era la fiesta soñada y Bielsa remarcaba el papel de los hinchas: «Nunca sentí que el público impulsara al equipo como hoy durante el partido. No lo dejó caer nunca. Jamás habíamos tenido tanto apoyo; tan significativo y duradero, porque fue durante todo el encuentro. Y estoy convencido de que los jugadores sintieron ese aliento como combustible».
El cierre de la competencia trajo una igualdad ante Paraguay, una victoria con Perú y otro empate ante Uruguay, en un encuentro recordado por cierta pasividad exhibida en los quince minutos finales, que obligó al técnico a una defensa de la honorabilidad de sus pupilos. Varios jugadores de ambas selecciones eran compañeros en distintos equipos de las ligas europeas y la igualdad dejó satisfechos a los argentinos y clasificados para el repechaje a los charrúas. Con su destreza dialéctica Bielsa desarticuló las críticas y prefirió analizar el cierre del juego como de «tramite neutro».
Cuarenta y tres puntos sobre un total de cincuenta y cuatro, producto de trece victorias, cuatro empates y apenas una derrota; con cuarenta y dos goles a favor y tan sólo quince en contra. Eran los números de una campaña extraordinaria. La Selección argentina era la mejor del continente. Pero el siguiente desafío era el más importante: Corea-Japón.