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Mentiras
En la agencia escribí un informe exculpando a Berger. Anoté horas de vigilancia delante de la puerta, una visita de Berger al ambulatorio, una compra en la farmacia: antipiréticos, antibióticos, analgésicos. Añadí una descripción de su aspecto físico, lo revisé y se lo envié a Marín.
Después pedí a Félix que me consiguiera las dos melodías que había bailado con Berger. Todavía estaba dolido, pero no protestó.
Lo primero que Félix encontró fue una foto de la lápida de Henry Berger en el Honolulu Church Cemetery.
—Hay páginas en las que escribes el nombre de la persona famosa muerta y te dice en qué cementerio está enterrada.
Entendí el interés por un tema tan morboso como una recaída, así que antes de que me explicara detalladamente qué otros cadáveres famosos había localizado y dónde, le pedí que me buscara fotos y más información sobre los protagonistas de la historia de Berger, Lili’Uokalani, Heinrich Berger, el rey Kalakaua.
Después de recibir los hallazgos de Félix, me perdí un rato por la red y descubrí que Jack Lord, alias Steve McGarrett en Hawai 5-0, había muerto en 1998, como otro compañero de la serie, Richard Denning, y que en realidad se llamaba John Joseph Patrick Ryan. Lo apunté para decírselo a Rodrigo, seguro que le faltaba en la lista de seudónimos. Seguí después leyendo informaciones que pudieran corroborar la historia de Berger, pero me costaba concentrarme. Temía que Marín descubriera de algún modo que había mentido en el informe de Berger. No se conmuevan, no lo había hecho por ayudar a Berger, por más razón que éste tuviera. Todo lo que el propio Berger pudiera aportar ya lo sabía y el resto tenía que averiguarlo analizando el caso. Así lo creía entonces.
Me dolía la cabeza. Había vuelto a perder vista. Veinte, había dicho el oculista. Todavía no tenía las lentillas adaptadas y tenía que suplirlas añadiendo las dioptrías que faltaban con unas gafas que había comprado de segunda mano, pero los cristales no estaban bien centrados.
Al cabo de una hora oí que Marín salía de su despacho. Hablaba con Sarita. Una tenaza caliente empezó a oprimirme las entrañas. El miedo volvía a subir tripas arriba. Los cinco ríos más largos del mundo son el Amazonas, el Nilo, el Yangzi, el Mississippi-Missouri, el Río Amarillo… ¿Qué hacía toda esa información todavía en mi cabeza? ¿Cómo se mide la longitud de un río? Respira hondo. Otra vez. Las ciudades más pobladas son Tokio, Ciudad de México, Mumbai, São Paulo, Nueva York. ¿No lo había olvidado ya? ¿Para qué había anotado informaciones superfluas en blocs si aparecían cuando les daba la gana? ¿Habría descubierto Marín que mi informe era falso? ¿Qué pasaría en ese caso? ¿Me echaría de la agencia? ¿Cómo podría seguir entonces? Dos pasos, sólo dos pasos me quedaban. El caso del hawaiano aún no me había revelado su sentido, no estaba resuelto. Marín no podía echarme. ¿Y si lo hacía? Respira hondo. Una vez más. El alcalde de México D. F. tiene que ser un hombre muy infeliz porque nunca llegará a saber cuánta gente vive realmente en su ciudad. Shanghai, Lagos, Los Ángeles, Calcuta, Buenos Aires… La puerta de mi despacho se abrió después de tres golpecitos cortos. Sarita asomó la cabeza.
—Irene, el jefe quiere verte.
Me sonrió. Para animarme, de ello no me cabía la menor duda, pero ¿por qué? ¿Le habría comentado Marín que yo había falseado mi informe? Al ponerme la mano en el hombro, ¿estaba empujando a la ovejita al matadero?
Abrí la puerta del despacho de Marín.
—Pasa, Irene. Tenemos que hablar de tu informe.