Confesaré, entonces, lo que sé de mí: confesaré también aquello que no sé; porque lo que sé de mí lo sé por tu luz, y aquello de mí que no conozco tendré que ignorarlo hasta que mis tinieblas, en la visión de tu rostro, se vuelvan «como luz de mediodía».
SAN AGUSTÍN
Confesiones, 10, V