Q

A Creí-que y a Pensé-que

los ahorcaron en Madrí

pero han debido dejar

muchos hijos por ahí…


Yo creí que el momento más importante de mi vida había sido la ida a Ezeiza compartiendo el pan solidario con los muchachos de la Unidad Básica o… ese mismo día, más tarde: cuando, embriagado de heroísmo, me puse de pie, en una suave ondulación de terreno que parecía una colinita, rodeado por la multitud que hacía cuerpo a tierra bajo el silbido de las balas, y decidido a nunca más tener miedo grité: ¡La Vida por Perón!, o… ese mismo día, más tarde aún: al regreso de Ezeiza, entre fogatas que restablecían la noche, cuando tuvo hora y fecha precisa el fin de la utopía (atardecer del 20 de junio de 1973).

Yo pensé que el momento de peligro fue el Robo del Rolex, la estúpida casi muerte accidental, la fractura de cráneo, una verdadera brecha en la cabeza… (justo castigo por mi esnobismo: andar con un Rolex en el subte: estación Bulnes de la línea D, poco después de haberme instalado en Buenos Aires para empezar una nueva vida: ¡zaz!, el castigo que paga las culpas de Roberto el Normando, pirata con coartada porque desde hace mil doscientos años se amuralla en los esplendores barrocos de Catania; ¿la pretensión de antepasados ilustres no es apenas el vano intento de cerrar la herida narcisista de saber que somos solamente «uno más» y merece, como mínimo, un rotundo golpe en la cabeza?).

Yo creí que fue cuando dejé todo —¿todo?, ¡si no había nada!— y me subí al barco y llegué a Borneo… Yo pensé que fue este mono en Berlín que me puso, ¡finalmente!, fuera de la ley…

Articular el pasado no significa conocerlo como verdaderamente ha sido, sino adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro: me lo dijo Walter Benjamin en una biblioteca berlinesa. Adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro: este es un instante de peligro, el punto de no retorno —y yo creí que y pensé que…—; cuando Dante se encontró en medio del camino y en la selva oscura tenía treinta y cinco medievales años; ¿equivalentes, gracias al progreso, a mis postmodernos cuarenta y siete? ¿O no estoy en medio del camino, ya lo pasé, ya quedó atrás, y estoy cerca del final? ¿O todavía no llegué al medio porque, como siempre, vengo atrasado? ¿Mi retraso será mi anticipación…? Si muero en este momento mi vida no tendría ningún sentido, sería otro destino incompleto. Moriría desesperado sabiendo la definitiva pérdida del reino que estaba para mí. ¿Qué reino, gilún?, ¿qué atenuada forma de la gracia pretendés?, ¿qué oculto y casi siempre furtivo significado que está a punto de revelarse pero nunca se revela?: el camino de Damasco no pasa por el Tiergarten si bien a esta hora se parece a una selva oscura.

Anochece, y la noche me sorprendió sentado bajo un árbol. Sobre la espesura parpadea, lejana, la Grosse Sterne inalcanzable, rodeada de farolitos de gas. Cuando me di cuenta, ya la noche se había puesto en marcha. Morir en Berlín, acuchillado en el Tiergarten. Unos punks amenazantes merodean en las sombras, drogados como puertas, esperando competir con los skinheads por la presa: yo. Pero el peligro no está detrás de los arbustos en tinieblas, no, amigo, no te confundas, el peligro reside en tu corazón. Aviso A LOS NAVEGANTES: ¡atención punks y skinheads! No acercarse a ese viejo puto olvidado a oscuras: es contagioso, y no temáis ningún vulgar virus promiscuo… ¡Ojalá fuera eso! Es mucho más peligroso: el miasma infecto anida en su corazón; un corazón que nunca se atrevió —y yo creí que— a escarbarse con una aguja helada y quedarse a la intemperie… Recién ahora, quizá, si se atreve este cagón, que repite obnubilado versos de un poema ajeno, recién ahora, abrirá de par en par y una por una todas sus heridas… Hasta que solo el eco de un nombre crezca en él…

Y yo pensé que, y sin embargo: Silvia.

El instante de peligro: en medio de un bosque sin senderos, a punto de caerse en una isla que no es la isla de la reunión sino la isla lazareto de los viajeros para siempre —y yo creí que y pensé que—. Él mismo su único enemigo: porque tuvo los dones necesarios y dejó que se oxidaran, se confundieran: gato por liebre. Toleró que el miedo se impusiera sobre el presente que le hizo la Fortuna: y permitió —«¡Horror!», exclamaría Jaime Rest— el desperdicio. Y se reencuentra sentado al pie de un árbol del Tiergarten cuando todo ha pasado y solo le queda la sombra amenazante de un skinhead que lo mira avieso intentando descubrir si ese bulto en la oscuridad es algún puto baboso que a cambio de un pijazo le ofrecerá su cabeza para que la parta de un cadenazo: ¿y qué te creías, pobre tipo?, ¿qué otra cosa ibas a encontrar después de subirte a un barco, robar un mono y pretender un lugar en cualquier isla? Egoísta, cobarde, despilfarrador de poca monta. Miedoso que solo puede habitar la isla del aislado y con un puñado de dólares comprarse un terrenito como quien se compra una tumba de por muerte en un cementerio privado, y yo creí y yo pensé que…

Los ojos siempre cegados por la fundalamento: así fuera en la colinita de Ezeiza, en la estación Bulnes del subterráneo D o en el Tiergarten. Nada cambió en mí. ¿Y ahora? Si el cadenazo del skinhead me partiera la cabeza: ¿cómo moriría?, ¿con los ojos cegados…? Cuando se sabe quién y cómo, hasta dónde y hasta cuándo, qué se quiere y qué se desea… Cuando se sabe do ut des: cuánto y qué te puedo DO, cuánto y qué quiero que me DES.