TRES
Aunque esperaba que al venir a la ciudad y conocer el otro lado de su derecho de nacimiento, sanaría el vacío de su corazón, Tammary se encontró a sí misma perdiendo esas ilusiones con el pasar de los años.
Continuó siendo la ayudante de Yuet y una aprendiza extraoficial, y era buena en ello. Las tradiciones orales de su pueblo permitieron a su mente veloz asimilar, catalogar y recordar todo lo que le decían hasta que fue una enciclopedia andante sobre el uso tradicional de las hierbas y las artes de la curación. Quizá, ser una estudiante reconocida y concentrada en estas artes le hubiera podido dar una dirección a su vida, pero no era ésa su meta, y Yuet, tal vez consciente de esto, nunca le sugirió que su relación se formalizara de ninguna manera.
Tammary sabía que Yuet se sentía culpable por no tomar un aprendiz real para traspasar sus habilidades y conocimiento a otra generación como Szewan había hecho con ella. Yuet se lo había dicho a Tammary una vez, después de haber trabajado juntas en un parto difícil y haber conseguido salvar a la madre y al hijo contra todas las probabilidades. Esa noche, ya en la casa de Yuet, tras tomar una copa de vino de arroz, Yuet estaba tan eufórica y relajada que sucumbió a un excepcional momento de completa sinceridad, dejando de lado ese extraño y constante recelo con el que todavía trataba a la muchacha salvaje de las montañas.
—No siento que necesite un aprendiz —le dijo Yuet a Tammary—. Me refiero a lo bien que lo estás haciendo. Sé lo que sabes, sé que puedo confiar en ti. De alguna manera, creo que si tomase a un principiante de cero a estas alturas me volvería loca.
—Todavía eres joven —respondió Tammary—. Todavía tienes mucho tiempo para educar a un sucesor. Yo no soy tu heredera, Yuet, pero estoy contenta de ser una ayudante.
—Eres un problema —dijo Yuet con una lenta sonrisa que los esfuerzos del día y el fuerte vino de arroz habían pintado en sus labios. Algún día los dioses vendrán a mí y me dirán qué tengo que hacer contigo.
De cierta forma, ese momento de franqueza sin reservas hizo catalizar algo en Tammary que Yuet habría hecho mejor en no despertar.
También había sido un «problema» en la aldea de los nómadas.
El mundo parecía estar lleno de nichos perfectos hechos exactamente para aquellos destinados a rellenarlos. El nicho de Tammary parecía no existir. ¡Oh, cómo debían haberse reído los dioses —los de los chayan y los de los nómadas, todos participando en aquel juego real— cuando la hicieron! Debatiéndose entre dos culturas, Tammary era como una estaca que había que introducir en dos huecos, pero tenía aristas donde un agujero tenía curvas y curvas donde el otro tenía aristas, se sentía incómoda y frustrada en ambos.
Tammary se había adaptado a la ciudad de la mejor manera que supo.
Tenía conexiones en la corte a través de su círculo del jin-sbei y no evitaba el Palacio, aunque Lindan nunca supo la verdadera identidad de Tammary. Pero la rigidez de la etiqueta de la corte la irritaba, acostumbrada como estaba toda su vida a la libertad nómada de vestir y de hablar. La gente corriente de Linh-an, las personas a las que una vez Yuet acusó a Tammary de estudiar como si fueran animales salvajes de una reserva, eran una historia diferente, y Tammary, después de un año de estar fuera de los márgenes de todo en Linh-an, empezó a tantear los límites de tomar parte en la intensa vida de sus calles.
Había comenzado a pasar más y más tiempo en las casas de té de la ciudad, explorándolas en toda su variedad, no importaba de qué tipo fueran. Las descubrió primero a un paso de las audiencias de la corte, siguiendo a la aristocracia a las lujosas casas de té del centro. Allí los bancos tenían cojines de satén con borlas doradas y algunos de los hombres más mayores, oficiales retirados o príncipes menores en sus túnicas de corte con brocados de seda y cuellos altos, estaban tranquilamente sentados dándole chupadas a una burbujeante pipa de viscoso brebaje de adormidera, que, entre chapada y chupada, les arrastraba a un dulce estupor cuajado de vividos sueños. En esas casas de té reconocieron a Tammary; era la sombra de Yuet y alguien con su color de pelo destacaba como una salamandra de fuego entre un grupo de lagartijas marrones. La gente le hablaba con cortesía y elegancia; tenía conversaciones profundamente filosóficas con los ancianos medio colocados, con ambiciosos miembros jóvenes de la aristocracia y funcionarios de alto rango. Pero era un entorno casi tan ceremonioso como el Palacio y Tammary rápidamente extendió las redes más allá.
Las casas de té comunitarias, en las esquinas de las calles más importantes y concurridas de los barrios no aristocráticos de Linh-an, eran totalmente distintas. Cuando Tammary empezó a dejarse caer por éstas, inevitablemente se convirtió en una fuente de cotilleo y la causa de muchas risas bajo los abanicos y las manos de las mujeres de la vecindad. Aunque pronto descubrieron que conocía muchas historias de las que ellas difícilmente podrían enterarse a través de otra persona. Cuando algunas matriarcas empezaron activamente a cultivar su amistad, Tammary se encontró incorporada en los círculos populares de las casas de té. Pero entonces descubrió el tercer tipo dentro de estos locales, uno que los habituales de los otros dos consideraban a sólo un paso por encima de las casas de placer de calles como la de los Caminantes Nocturnos de Nhia; se las conocía como «casas de agua», porque ofrecer té no era realmente la razón de su existencia. Y pasó de ser una fuente de chismes sobre la aristocracia a convertirse en una fuente de cotilleo por sí misma.
De cierta forma, las casas de agua desataron por fin en Tammary algo que había mantenido bajo estricto control desde que llegó por primera vez a Linh-an. Había libertades allí, las inhibiciones y el aburrimiento se quedaban en la puerta, y Tammary aprendió a bailar al ritmo de la ciudad. Tenía una naturaleza sensual y el cuerpo ágil de una joven en la flor de la vida. Cuando los primeros hombres se incorporaron, conscientes de ello, Tammary vio el interés en sus ojos, y desde ese punto hasta que tuvo su primer amante no había un paso muy grande. No le duró mucho; Tammary, al no encontrar lo que buscaba, rápidamente se alejó de él y buscó otro par de ojos interesados. Y después otros.
En los brazos de esos hombres no era, aunque durara poco tiempo, un «problema». Compartía su soledad; ayudaba, quizá, a alguien más, aunque durara poco tiempo.
* * *
—Se está ganando una reputación —Qiaan, con su creciente red de información callejera, advirtió a Nhia—. Se habla de una fiesta cuando cumpla veinticuatro años en primavera y, por lo que dicen, no va a ser una fiesta inocente. ¿No puede Yuet hacer algo.
—Hablaré con ella —dijo Nhia—. Con ambas.
Pero no encontró la oportunidad de hablar con Tammary. Y no fue hasta que la vio con sus propios ojos, alejándose con un hombre de mirada ardiente en la calle de los Caminantes Nocturnos, que Nhia se dio cuenta de lo lejos que habían llegado las cosas.
Durante un momento, Nhia se preguntó si se lo había imaginado. Acababa de salir de otro encuentro con el Rey de los mendigos, y la calle de los Caminantes Nocturnos, con su brillante y encendido disfraz de la noche, le traía fuertes recuerdos. No podía olvidar la vez que se encontró allí, directamente desde el camino fantasma, recién salida del oscuro palacio de Lihui. Lo tenía marcado a fuego en su memoria. Pero no, aquello fue en otra estación del año, y ella era una persona distinta entonces, y en ningún caso podía confundir esa melena suelta del color del zorro ondeando a la espalda de una chica que salía de una de las casas de la calle. La pelirroja miró en la dirección de Nhia, y el impacto del reconocimiento en esos ojos oscuros familiares fue demasiado claro para ser imaginación suya, incluso en la extensión de la calle donde empezaba a oscurecer. Tammary había bajado los ojos y apartado la mirada, tirando del brazo de su acompañante hasta que él se giró y caminó con ella alejándose de Nhia hacia otra dirección.
Nhia le había hablado a Yuet de las advertencias iniciales de Qiaan, pero Yuet había sido escéptica sobre todo ello en los primeros momentos, aunque había evitado la pregunta directa de cuántas mujeres podía haber en Linh-an con ese color de pelo tan particular, al que acompañaban los rumores. Cuando Nhia fue a contarle a Yuet lo que había visto ahora con sus propios ojos, Yuet simplemente se la quedó mirando.
—No puede ser —dijo con obstinación—. Sé que va a las casas de té y pasa horas allí, incluso las que tienen mala reputación, pero no ese tipo de establecimiento. No esa calle. Tammary es una observadora de la gente, lo ha sido siempre desde que llegó. ¿Dónde mejor que en las casas de té? Pero no, no puede salir de esa manera a todas horas, puedo asegurártelo, tendría ojeras por falta de sueño, habría notado un bajón en su comportamiento. Trabaja duro, ¿sabes? No se pasa los días durmiendo. A estas alturas estaría hecha polvo.
—Yuet —dijo Nhia—. Qiaan dice que le han puesto un mote en algunas de las casas de té donde juras que nunca ha puesto un pie: la llaman la Bailarina.
—Oh, por el amor de Cahan —Yuet se tapó la cara con las manos—. No me lo creo. ¡No puedo creerlo! Se jugaría demasiado.
—Yo puedo demostrártelo —dijo Nhia—. Qiaan me dijo hasta las casas de té que prefiere.
—De acuerdo —dijo Yuet bruscamente—. No tengo que ir gateando tras ella para verlo. No soy su cuidadora, pero me gustaría encontrar algo que pudiera hacer.
—Habla con ella. O todavía mejor: consigue que Tai hable con ella. Por alguna razón, escucha a Tai más que a ninguna de nosotras.
Pero ya era demasiado tarde para guardar el secreto que Tammary había traído con ella a la ciudad. Y no fue ninguna de las tres que sabían la verdad la que tuvo la oportunidad de hablar con ella en primer lugar.
Qiaan tenía una docena o más de «proyectos» personales, gente en la que había puesto su interés por encima de las necesidades de varias organizaciones que ahora encabezaba. Una de ellas era una familia desesperadamente pobre que había sido bendecida con dos pares de mellizos casi seguidamente en los últimos tres años, y que ahora tenía seis hijos de menos de cinco años en la casa. Uno del último par de mellizos había nacido con una incapacidad: un labio partido que hacía al niño incapaz de mamar e incluso casi de alimentarse, y Qiaan había asumido la responsabilidad de ayudarlo de la forma que fuera, sabiendo que era probable que el niño no sobreviviese al invierno. Sus visitas a esa casa siempre la dejaban inexplicablemente furiosa con el mundo en general. ¿Cómo se podía permitir que pasaran cosas así? ¿Por qué un niño inocente debía sufrir de esa manera? Los ayudantes que había reunido a su alrededor sabían que era mejor no hablar con ella después de una de esas visitas, hasta que hubiera tenido la oportunidad de controlar su rabia o, como mínimo, de encontrar algún otro desafortunado tema con el que desahogarse.
Fue pura coincidencia que, de camino a su casa desde este lugar en concreto, Qiaan pasara por una de las casas de agua de peor reputación, y viera a Tammary apoyada en la jamba de la puerta, envuelta en una cálida capa de lana teñida de un lujoso verde oscuro que resaltaba el color de su pelo, riéndose con un joven que tenía un brazo metido bajo la capa y que estaba obviamente haciendo cosas ahí dentro que a ella le gustaban.
A pesar de sus virtudes, Qiaan tenía una gran vena mojigata. Los avisos que había filtrado a Nhia y a Yuet sobre Tammary tenían su origen por un lado en un sentimiento de responsabilidad del jin-shei para proteger a una hermana del círculo, y, por otro, en una creciente aversión personal por el modo de vida de Tammary. Y ahora ahí estaba, exhibiéndose en su cara, y ella llena de aquella rabia que hacía que sus ayudantes se dispersaran a su alrededor como pollos ante un zorro. Frunció el ceño y cruzó la calle hacia la pareja que estaba todavía ajena a su presencia. Hacía frío y, mientras ambos se reían, su respiración salía en forma de nubes blancas. Por alguna razón, esto sólo sirvió para enfurecer aún más a Qiaan. Tammary no sólo estaba desacatando el código personal de conducta de Qiaan, estaba saliendo a hacerlo en público, donde podía alardear de ello, donde podía asegurarse de que los demás la verían, podían oír la risa transparente de la seducción, podían captar el perfume del sexo.
—¡Es un escándalo! —dijo al acercarse a los dos amantes.
El joven giró la cabeza de golpe, abriendo la boca con sorpresa y sacando el brazo de la capa de Tammary. Tammary, con los ojos nublados por el vino, sólo se recompuso un poco la capa y sonrió con languidez.
—Es un poco tarde para que estés en la calle, ¿no? —preguntó—. Normalmente a estas horas estás ya en la cama planeando buenas acciones.
—Te estoy llevando a ti a la cama —soltó Qiaan.
Tammary se rió.
—Prefiero a los hombres.
Pero el hombre en cuestión había visto la mirada asesina de Qiaan y la escena de seducción en el crudo aire invernal se había estropeado para él. Le murmuró algo a Tammary acerca de «mañana», y se escapó. Las dos mujeres se quedaron mirándose cara a cara sobre los peldaños bajos del umbral de la casa de té, de donde salía un murmullo de voces, risa y una música tenue.
—Eres una fanática, Qiaan —dijo Tammary—. Vete a casa a dormir.
—Tú vienes conmigo —respondió Qiaan—. Le hablé a Yuet de esto, pero ya veo que no te ha dicho nada. ¿No sabes que toda la ciudad habla de ti? ¿No te importa? Todos están esperando su turno, esos hombres. No te quieren, sólo quieren tener una oportunidad contigo, y tú se la pones en bandeja. Eres una jin-shei de la mismísima Emperatriz, por el amor de Cahan. Ésa no es la manera en la que alguien como tú debería comportarse.
—¿Y tú crees que la Emperatriz duerme sola? —observó Tammary, estirando un poco la sonrisa—. Hay una planta que puedes hacer crecer alegremente en una bonita maceta en un rincón de tu cuarto, Qiaan, y hasta le salen delicadas flores rojas, y es muy agradable de observar en la habitación, y no parece nada fuera de lo común, pero mastica una hoja de esa planta una vez a la semana, y no tendrás que preocuparte por el embarazo nunca más. Liudan tiene cuatro de ésas en su cuarto. Yo se las di. Y estoy segura de que antes de eso presionó a Yuet para que le proporcionara otra cosa, o, si no a Yuet, a cualquier curandera deseosa de ganarse el favor de la Emperatriz ofreciéndole el placer sin el dolor. No somos célibes por naturaleza, estamos hechos para ser parte de algo que no es la soledad.
—Por lo menos ella no alardea. Si tiene sus aventuras, las resuelve con discreción —repuso Qiaan con acritud después de una pausa, aventajándola—. Es hija del Emperador y sabe comportarse como tal.
—¿Tú crees que ser hija del Emperador te hace inmune a la necesidad de ser amada? —preguntó Tammary, tras un segundo de silencio. Créeme que no. Yo debería saberlo.
Sostuvo la mirada de Qiaan durante un momento y después se dio media vuelta, algo vacilante, y desapareció entre las sombras de la calle.
Qiaan estaba demasiado furiosa en ese momento como para caer en la cuenta del sentido de ese comentario. Mientras todavía estaba donde Tammary la había dejado, luchando por recobrar el control de su respiración y aflojar los puños, no se percató del joven que había estado tonteando con Tammary en los escalones, que no se había ido muy lejos, que sin duda había estado oyendo la conversación y que, tan pronto como Qiaan le dio la espalda a la entrada de la casa de té, compartió su propia interpretación del último comentario de Tammary con una ávida multitud.
* * *
Cuando Yuet finalmente se encaró con Tammary y su doble vida, pocos días después de aquel incidente, era ya demasiado tarde. Había cuatro versiones diferentes de la historia en los bazares, por cierto, pero estaba en la calle, había salido a la luz. La madre de Tammary cambiaba en cada narración, pero el padre era el mismo: el Emperador del Marfil. El padre de Liudan.
Y, a través de él, Tammary estaba de pronto a un solo paso de reclamar el Imperio.
—¿Tienes alguna idea de adonde conduce esto? —le preguntó Yuet con vehemencia—. Puedes habernos puesto en peligro a todas. A todas y a ti misma. Liudan podría...
—Liudan no te hará nada a ti —dijo Tammary—. Todo el desastre es muy anterior a ti; difícilmente sería tu culpa.
—Es en parte mi responsabilidad el hecho de que estés aquí en la ciudad —replicó Yuet.
—No, es mía —dijo Tai—. Fui yo quien te dijo que vinieras con nosotras.
—Tai, habría venido de todas maneras. Tarde o temprano —la voz de Tammary se había suavizado.
—Pero no estarías bajo nuestra protección.
—No estoy bajo vuestra protección.
—Claro que lo estás —espetó Yuet—. Eres jin-skei de ambas. Tenemos responsabilidad. Tenemos un deber las unas para las otras. Yo esperaba que, sabiendo quién eras...
—Yuet, nunca he sabido quién era —dijo Tammary—. He estado buscándome toda la vida. Cuando bailo siento que lo alcanzo, un poco; hay un recuerdo ahí. Como si mi madre me hablara a través del baile. Y a los hombres les gusta, y a mí me gusta que a los hombres les guste y, durante un rato, al menos, me parece entrever quién puedo ser contemplando los ojos de un amante. Pero no dura mucho tiempo. Nunca dura. El círculo se cierra otra vez y el hombre es el hombre equivocado, y vuelvo a bailar haciéndome preguntas, y otro hombre aparece con otras respuestas, hermosas y brillantes, en la mano.
—Esperaba que pudieras aprender a ser feliz —dijo Tai.
—¿Como tú? —preguntó Tammary con dulzura—. ¿Quién se casaría conmigo, Tai? Incluso si él no supiera quién soy realmente, ¿me abandonaría al descubrir el secreto.
—El secreto ya se ha descubierto —comentó Yuet con voz grave.
—¡No lo ha sido! —dijo Tammary con impaciencia—. Es un rumor de plaza de mercado y habladurías. ¿Me estás diciendo que nunca antes ha habido cotilleos sobre bastardos reales en una ciudad como Linh-an? ¡No me lo creo ni por un instante.
—Si los había —respondió Tai— nunca se referían a un individuo específico e identificable. Me temo que tú sobresales bastante, Amri. No se podría dudar de la identidad de este bastardo tan particular.
—Tengo un mal presentimiento sobre todo esto —dijo Yuet.
—¿Por qué? ¿Cree Liudan que voy detrás de su Imperio? —se rió Tammary—. La he observado estos últimos años. Se lo ha puesto difícil ella misma. No me pondría en su lugar por nada del mundo. Está atrapada, muy atrapada, quizá sea la más atrapada de todas nosotras.
Tai tuvo una rápida visión de la desenvoltura de Antian y la aceptación de su posición y sus responsabilidades. Antian habría sido una fuerza tranquila, condescendiente con la tradición; se habría casado con el mejor candidato que pudiera encontrar para obsequiar a su pueblo con un buen Emperador y después haría lo que toda gran Emperatriz: gobernar el Imperio junto a él mediante consejos, con compenetración, con compasión, tratando las grandes cuestiones y dejando a su compañero hacer frente a las realidades del día a día del gobierno, como exigían las tradiciones de Syai. Liudan había decidido llevarlo todo ella, manteniéndose siempre en pie bajo tanto peso, aunque a Tai le era imposible no percibir que a veces la sonrisa en la cara de la joven Emperatriz no era más que una mueca de dolor, mientras la carga se hacía más pesada por momentos y ella se tambaleaba bajo su peso. Pero Antian había nacido de la Emperatriz y había sido engendrada por el Emperador elegido; era doblemente real. Liudan era Liudan, su posición se la había dado la suerte —era la hija de una concubina—, la casualidad, un inesperado giro del destino.
Era una buena gobernante, aunque autócrata. No podía evitarlo. Gobernaba con puño de acero porque de otro modo no podría gobernar en absoluto.
El hecho de que alguien que reclamara su posición pudiera quitársela de las manos, como podría hacer ahora Tammary, era casi incomprensible para ella. Liudan había querido ser alguien, ser importante, toda su vida. Había sufrido por ello cuando era una niña y planeado y luchado por ello cuando creció lo suficiente como para luchar. Ahora que tenía el poder en su mano haría casi cualquier cosa para conservarlo. Quizá se habían equivocado, quizá todos se habían equivocado, al no acudir primero a Liudan cuando supieron aquello.
Tai se mordió el labio. Había sido ella quien aconsejó no hacerlo. ¿Fue ése su error.
—Deberíamos ir a ver a Liudan —dijo inesperadamente—. Es tarde, quizá demasiado tarde, pero es mejor que lo oiga de nosotras antes que de alguien más —miró a Yuet de reojo—. Sé que tú querías que las cosas fueran distintas, Yuet, pero...
—Puede que nunca se entere —dijo Tammary, descartándolo.
—Subestimas sus habilidades —dijo Tai—. Lo sabrá pronto, si no lo sabe ya. Haríamos mejor en ir y confesarlo todo. Yo hablaré, Yuet. Fue por Antian, al fin y al cabo, que volví a las montañas. Me dijo que cuidara de sus hermanas e intentaré hacerlo, hasta donde pueda, lo mejor que me sea posible.
—¿Cómo empezó todo esto, de todas maneras? —dijo Yuet desesperada—. Incluso aunque te comportaras como el peor tipo de mujerzuela, habría podido mantenerse en secreto, de hecho, se ha mantenido en silencio mucho tiempo. ¿Cómo salió a la luz.
—Me temo —dijo Tammary después de dudar, con la mirada en el suelo— que fue probablemente culpa mía.
—Lo sé —soltó Yuet—. Si te hubieras contentado con mantener gacha la cabeza y llevar una vida tranquila, nada de esto habría sucedido.
—Posiblemente —dijo Tammary—, pero no de la forma que piensas. Ya ves, creo que se lo conté yo misma a Qiaan —levantó la mirada brevemente, encontró los asombrados ojos de Yuet y la bajó de nuevo—. Salió de no sé dónde y vino corriendo hacia mí como una mamá gallina, cloqueando para que volviera a casa, para que me comportara, para que recordara quién soy, así que le dije... Había bebido un par de copas de vino de arroz aquella noche y me irritó..., y le dije...
—¿Qué le dijiste, en nombre de Cahan.
—Sacó a relucir a Liudan y a las virtudes de Liudan —dijo Tammary de mala gana—, así que le dije un par de verdades sobre la vida de Liudan. Y después ella dijo que la hija de un Emperador por lo menos lo lleva con discreción, o algo así, y me perdí. Le respondí que lo sabía todo sobre cómo se sentía la hija de un Emperador.
—¡No creo que Qiaan difundiera la historia basándose en algo así de sutil! —exclamó Tai.
—Estábamos justo en la entrada de la casa de té —dijo Tammary—. Es totalmente posible que Qiaan no dijera nada de nada. Cualquiera pudo haberme oído.
—Sigue siendo sutil —dijo Yuet—. Podemos...
—Es demasiado tarde para eso, Yuet —la interrumpió Tai—. Tan débil como era la suposición inicial, alguien la hizo, y la historia está en la calle. Y es la verdadera. Szewan no puede haber sido la única de todo Linh-an que supo de Jokhara y lo que pasó en las dependencias del Emperador aquella noche. Habrá más gente que ate cabos y recuerde.
Yuet se sentó pesadamente en la silla más cercana.
—Qiaan no —dijo—. Por favor, que no haya sido Qiaan. No estaba preparada para esto.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Tai.
—A ti te parieron, Tammary. Las circunstancias fueron trágicas, pero eras querida, por, al menos, uno de tus padres, por cualquiera que fuera la razón.
—¿Por cuál de ellos? —dijo Tammary amargamente—. Mi madre fue forzada...
—Ah, pero antes fue al Emperador por propia voluntad. Estás olvidando tu historia. Cuando se descubrió que estabas de camino, tu madre tenía muy claro que lo mejor era que no nacieras nunca, pero para entonces ya te quería. Quiso que vivieras. Qiaan...
—Yuet, me estás asustando —dijo Tai.
—Qiaan fue planeada y por tu causa, Tammary. La entera razón de la existencia de Qiaan fue ser un instrumento.
—¿El instrumento de quién? ¿Y para qué.
—Qiaan era la venganza de Szewan, Tammary. Por ti. Si tu historia sale a la luz, todo lo hará. Y esto os puede destruir a ambas —levantó la vista, encontrando la perpleja mirada de Tammary—. Tú y Liudan compartís un padre, Amri. Cualesquiera que fueran los motivos de tu madre, al final fue tomada contra su voluntad y tú concebida en ella también contra su voluntad. Y pertenecía a la tribu de Szewan. Antes de que hubieras siquiera nacido, Szewan arrojó a la madre de Liudan, Cai, a los lobos; lo tengo en su diario. Le habían quitado a Liudan nada más nacer, como siempre hacen. Cai era preciosa y solitaria, y el Emperador la abandonó después de haberle entregado a su hija. Entonces, Szewan alentó un amor sin esperanza en un capitán de la guardia imperial por una dama real que estaba muy lejos de su alcance, y se aseguró de que Cai se sentía amada, y... oh, por el amor de Cahan, Tammary, tú siempre estás hablando de que todos necesitamos ser amados y ella lo necesitaba entonces. Así que ya tenían la motivación y Szewan se aseguró de que también tenían la oportunidad. ¿Nunca has mirado a Qiaan y visto a Liudan en su rostro.
Los ojos de Tai se llenaron de lágrimas.
—Qiaan siempre dijo que su madre nunca la quiso, la mujer de su padre nunca la quiso. No sabe nada, ¿verdad, Yuet.
—Su tía intentó decírselo —respondió ésta—. Le estuvo lanzando a la cara que la habían recogido, que Rochanaa había sido buena con ella acogiéndola, habiendo perdonado a su padre en primer lugar, así que tiene la sospecha de que puede no ser la hija natural de su madre, sí. Pero su tía no le contó el resto, a lo mejor ni siquiera sabía más que el hecho irrefutable de que Qiaan era el fruto de un adulterio que le habían traído a la legítima esposa para que lo criara.
—¿Qué le pasó a Cai? —preguntó Tammary cuidadosamente.
—Murió o fue asesinada —respondió Yuet—. No estoy segura.
—¿Crees que Szewan...? —dijo Tai con la voz entrecortada.
Alguien llamó suavemente a la puerta, que estaba algo entreabierta, y a continuación la criada de Yuet la abrió ayudándose con la cadera. Llevaba una bandeja en las manos.
—Traigo un poco de té, señora.
—Gracias —dijo Yuet distraída—. Déjelo allí —y a continuación, como si se le acabara de ocurrir, le dijo a la mujer mientras se daba la vuelta para marcharse—: Y cierre esa puerta.
—Sí, señora —murmuró la sirvienta con los ojos bajos y se fue. La puerta se cerró con un ruido tras ella.
Yuet se quedó con la mirada clavada en el té durante un largo instante antes de despertar de nuevo.
—No, no lo creo. No creo eso. Szewan no mataría.
—Jokhara era su prima, recuerda. El Emperador había violado a una de los suyos y ya sabes cómo son las tribus con respecto a su gente, Tammary.
—Tu Szewan no era una nómada desde hacía muchos años —dijo Tammary—. ¿Quién sabe por qué....
—Yo lo sé —interrumpió Yuet—. Lo he leído todo. Escribió sobre ello en su diario, toda la historia, todo excepto la muerte de Cai, que dejó imprecisa, quizá a propósito. Pero el resto está todo allí. Y ha salido ahora a la luz y Liudan tiene dos medio hermanas allá fuera que alguien podría utilizar para reivindicar el trono. Y lo que es peor...
—¿Podría ser peor? —dijo Tai con una risa hueca.
—A todos les dijeron que Cai había dado a luz un niño muerto —dijo Yuet—. Pero el niño nació vivo, el niño era una niña y Szewan se aseguró de que el Emperador de Syai supiera toda la verdad. Que había una niña fuera en algún lugar, nacida de una concubina real que ya había dado a luz a una de las princesas en línea para heredar, a quien Szewan podría poner en el trono.
—Pero no era la hija del Emperador —dijo Tai—. Era.
—Qiaan nació en las dependencias femeninas del Palacio imperial. Atendida por una curandera que podría jurar si hacía falta un origen más conveniente para sus propios fines. Una niña que de pronto desapareció misteriosamente reservada para una futura necesidad. Una niña que podría poner fin a una dinastía de emperadores —Yuet se mordió el labio—. Qiaan fue planeada por venganza, Tammary. Puede no saberlo todavía, pero lo hará. Lo hará. Tú puedes renunciar al trono, pero si alguien le dice a Qiaan la verdad, puede tomar una decisión diferente. Me pregunto cuánto de su madre hay en las dos, si había algo en Cai que las hizo tan condenadamente parecidas. Qiaan, a su manera, es tan arrogante e impulsiva como Liudan. Puede que lo único que haga falta para hacerlo salir de ella es la llamada del Imperio.
La criada de Yuet, que había servido a Szewan antes que a ella, no había escuchado este último intercambio, pero sí lo bastante de lo anterior, y tenía suficiente conocimiento de la historia previa y sospechas de su propia cosecha como para asociarlo todo en su mente. Era una mujer digna de confianza y fiel, siempre había guardado los secretos de la casa de la curandera, pero era humana, después de todo. Para reconocerle el mérito, lo único que les dijo a los cotillas en la plaza del mercado donde iba a comprar verdura fue que Tammary no era la única con un toque imperial. Pero había insinuado bastante que la otra persona era también alguien próximo a su señora.
Había pasado menos de una semana desde que las primeras indirectas sobre el origen de Tammary llegaran a la calle, cuando otros rumores alzaron también el vuelo. Pero éstos eran bastante más específicos y bastante más verificables. La propia tía de Qiaan se puso más que contenta cuando se le aproximó alguien que confundió con una conocida chismosa en el recinto, a quien le confirmó todo lo que le preguntaba la mujer, encontrando por fin la excusa y la ocasión para derramar la bilis que había acumulado durante años. Después se quedó muy tranquila, sin darse ni cuenta del brillo de triunfo en los ojos oscuros de la otra mujer mientras se alejaba.