20

 

Decisiones

 

 

El hombre buscaba, en aquella noche oscura, una piedra en la torre del homenaje. Sylvia escuchaba la música y las risas que llegaban de la fiesta, y comenzó a impacientarse cuando el hombre parecía no encontrar aquello que estaba buscando. Se mordió el labio varias veces, arrastrando el poco carmín que le quedaba. De repente hubo un chasquido sordo y un agujero se abrió en la pared de piedra. El hombre cruzó al interior, donde la negrura reinaba. Después, sin pensárselo dos veces, Sylvia lo siguió. En el instante en que la puerta se cerró, se escuchó en el patio unas voces de alarma. Unas mujeres comenzaron a chillar y a gritar. El hombre se arrodilló en el suelo para buscar algo y palpó con la mano las rugosidades de la piedra. Encontró una que tenía un dibujo en relieve. Presionó con fuerza, y automáticamente se hizo la luz. Los faroles que había a lo largo de aquel pasillo daban una luz azulada.

—Hay que darse prisa, Sylvia. Tenemos que llegar a la Lonja de las Fuentes Cantarinas antes de que lo haga la Guardia.

El hombre comenzó a caminar como si le fuera la vida en ello. Sylvia corría tras él, pues seguir su ritmo significaba caminar muy deprisa.

—Me llamo Derf…

—¿Derf? ¿El príncipe de los ladrones? —preguntó sin dejar que terminara de hablar y parándose en mitad de aquel túnel—. ¡Por las tres diosas, esto es una locura! ¿Qué he hecho? No tenía que haber venido —Se dio media vuelta y corrió en la dirección contraria.

—Sylvia, por favor —el hombre elevó el tono de su voz, que retumbó en aquel pasillo silencioso—. Deja que te cuente por el camino. No hay tiempo para estupideces. Además, nadie te puede escuchar.

Sylvia dudó. Se mordió una uña y soltó un suspiro nervioso. Esperó con los brazos cruzados a que Derf le siguiera contando.

—Está bien, Sylvia. Entiendo que dudes de mí ya que apenas me conoces —siguió hablando, pero suavizando el tono grave de su voz—. Eres igual de testaruda que tu padre. Comenzaré mi historia diciéndote que hace años lord Alantarior fue a Valencia buscando a una persona que se llamaba Fred Jones. Pues bien Sylvia, ese hombre soy yo. Pero prefiero que se me llame Derf. ¿Por qué mantengo mi identidad en secreto? Porque el Imperio está en peligro. La hechicera no es quien dice ser, como tampoco lo es Marmelia. Sé que es difícil de creer lo que te voy a decir a continuación, pero es la pura verdad.

Sylvia se fue acercando con recelo hasta Derf. Sacó de una manga un puñal que llevaba para utilizarlo en el caso de que Derf quisiera hacerle daño.

—¿Quiénes son la hechicera y Marmelia? —preguntó hundiendo los hombros, temiendo la respuesta que le diera Derf—. Ferdian me advirtió en Valencia que ella no era quien decía ser.

—Sé que te has preguntado muchas veces que las estatuas de las diosas no tienen rostro —prosiguió manteniendo las distancias y levantando los brazos por los lados para que Sylvia confiara en él ya que no deseaba hacerle daño—. Incluso el otro día, en la sala del oráculo, durante el Consejo de Sabias, pensaste que la estatua de la diosa Magriana se parecía a la hechicera…

—¿Cómo sabes eso…?

—Sé muchas cosas, Sylvia, pero por favor, te ruego que guardes ese puñal que tienes en la mano y salgamos de aquí —ella quiso protestar, pero finalmente lo guardó—. En vuestros anales de historia se dice que tres hijas tuvo Maasia, tres diosas con tres dones. Magriana, Marmelia y Maasara, esta última es la única mujer a la cual no conoces aún. La hechicera o Magriana y Marmelia son esas diosas de las que se habla y llegaron al Imperio hace varias generaciones.

—Eso es imposible. Los dioses ya no existen. Nos han abandonado a nuestra suerte.

Derf esbozó una mueca y soltó suspiro de impaciencia.

—Los dioses existen y Magriana quiere a mi hijo porque es el único que podría abrirle las puertas de otros mundos.

Sylvia pensó por unos instantes lo que le estaba diciendo Derf. Empezó a atar cabos antes de comentar en voz alta sus pensamientos.

—O sea, si Fred tiene poderes, con eso me estás diciendo que tú también eres un dios —Derf se lo confirmó con un movimiento de cabeza—. Eso es mentira. Además, fue la hechicera quien nos abrió la puerta hace nueve meses…

—Sí, Sylvia, ella os abrió la puerta, pero no fue por obra de su magia, sino gracias al poder de los dragones que encerró en el interior de la Montaña Sagrada. Los dragones y la diosa Maasia están en peligro, como lo estaremos nosotros si no empezamos a correr ya.

—¿Por qué estamos en peligro? Se supone que tú también eres un dios y podrías defendernos de la hechicera, ¿no es así?

Derf sacudió la cabeza.

—Entonces explícamelo porque no lo entiendo —respondió Sylvia.

—El peligro del que hablo no se refiere solo a nosotros, sino a todo lo que está en juego. Si mueren los dragones este mundo que has conocido llegará a su fin, como también moriremos nosotros, los dioses —le explicó—. Magriana está convencida de que poseyendo el poder de los dragones podrá hacerse con el control del Imperio y de otros mundos que ni siquiera conoces. Sin embargo, los dragones no le han entregado la verdadera esencia de su poder, y Magriana lo sabe. Los dragones han existido desde antes que nosotros. Gracias a ellos nosotros estamos aquí; nos crearon. Son seres inmortales, pero todos tenemos un punto débil, y los dragones no son una excepción. Si mueren los dragones se producirá el caos en el mundo. Y todo eso lo está provocando nuestra querida hechicera. Tenemos que restablecer el orden para que todo siga como hasta ahora. Si no confiara en ti no te estaría contando todo esto —le sonrió—. Tú solo me conoces de lo que has escuchado de labios de tu madre, pero espero que podamos conocernos en otra ocasión en la que no haya tanta urgencia. Los dragones están muy débiles para presentar batalla. Tanto Magriana como yo necesitamos a Fred por el mismo motivo. Ella quiere la espada del Manantial, porque otorgaría un poder similar al que tienen ellos, y el único que puede obtenerla es Fred cuando estéis preparados. Con esa espada Magriana podría obtener el poder que tiene mi hijo. Y una vez que consiga lo que desea abrirá otras puertas donde habitan otros dioses. Para ella esto no sería sino el principio. No puedo permitir que el Imperio desaparezca. Así que por favor, confía en mí. Mientras estés a mi lado nada malo te puede suceder.

Derf le ofreció su mano.

—Está bien.

Sylvia sacudió la cabeza y después empezó a correr junto a Derf. Mientras corrían, le contaba la historia de Valencia, el porqué lord Alantarior se había quedado y por qué habían caído en desgracia algunos de los hombres que regresaron de aquel viaje. Sylvia recordó a Rodrico, hijo de sir Rogric, y lo que había dicho cuatro días antes; también le comentó que Alina se encontraba bien y que pensaba mucho en ella. Sylvia se alegró de que la pequeña estuviera en buenas manos.

El túnel acabó en unas escaleras de caracol. Comenzaron a bajar, Sylvia poniendo especial atención en aquellos escalones pequeños.

—Ya ha empezado la búsqueda —dijo Derf—. Y el primer sitio al que irán será la Lonja de las Fuentes cantarinas. Tenemos que ir más deprisa. No quiero que haya un derramamiento de sangre innecesario.

Abrió la puerta de hierro y después de que pasaran buscó una trampilla en el suelo para introducirse en las cloacas de la ciudad. Una rata cruzó por delante de los pies de Sylvia, quien pegó un brinco.

—Los túneles son seguros —dijo la rata con voz aguda, e inmediatamente se transformó en una niña de unos nueve años—. Me llamo Noelia y soy una diosa, como Derf. Dame la mano para que Magriana no te pueda localizar —Sylvia dudó al ver su mano sucia—. No tengas miedo. Mi poder consiste en crear protecciones y creo cortinas invisibles alrededor de las personas.

 

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Cariän recibió la noticia de que Sylvia había desaparecido cuando estaba hablando con lady Moura. Magriana apretó los dientes y salió corriendo del salón en busca de la persona que llevaba el colgante. Tocó con la vara de avellano su frente y enseguida se dio cuenta del engaño. Podía sentir dónde se encontraba el colgante, pero no quién era su portador. Durante la ceremonia había percibido que Sylvia se encontraba en todo momento en el palacio, por eso no sospechó cuando salió de la fiesta.

Magriana bajó a las cocinas sabiendo que el colgante estaba allí. Una de las cocineras preparaba una sopa para cuando los invitados estuvieran cansados. La Hechicera la miró con detenimiento. Sentía que el colgante estaba muy cerca de ella, aunque no lo llevara colgado del cuello. La mujer le sonrió y siguió removiendo la sopa con un gran cucharón. Después de varias pasadas, lo sacó para probar el caldo, y en medio de aquella sopa espesa brilló una piedra azul. La cocinera jefa vio el reflejo por el rabillo del ojo y se abalanzó sobre aquel colgante. Al cogerlo se quemó la mano, soltó tal grito, que todos cuantos estaban en las cocinas se giraron hacia ella.

El cucharón salió despedido junto con el colgante. La piedra cayó al suelo, aunque no sufrió ningún daño. La lágrima de dragón comenzó a brillar con intensidad y a emitir una luz tan potente que todos aquellos que estaban en la cocina cerraron los ojos para no quedar deslumbrados.

—No lo toquéis —ordenó Magriana—. Es una lágrima de dragón y posee una poderosa magia.

Magriana se agachó. La lágrima seguía aumentando de intensidad lumínica hasta que estalló en más de cien fragmentos. Magriana aulló de dolor cuando unas esquirlas penetraron en sus ojos. Y después de eso se hizo una oscuridad pertinaz para la Hechicera.

 

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Cariän bajó al patio en menos de lo que duraba un suspiro. El gesto de su cara se había vuelto duro como una piedra, fruncía los labios y tenía los puños apretados. Preguntó a los fríos si la habían visto salir, aunque las indicaciones que le dieron fueron un poco imprecisas. Ordenó que se cerraran todos los accesos al palacio y después se encaminó hacia la mujer que llevaba el kimono de Sylvia. Se encontraba de rodillas, tenía las manos atadas a la espalda y un pañuelo a medio atar alrededor de su cuello.

—Lo siento, mi señor, pero no pude verlos —explicó la chica. Hablaba atropelladamente y se la notaba turbada. Cariän le desató las manos y ella se llevó una mano a la cabeza a una herida que sangraba—. Recibí un golpe en la cabeza, y después, cuando me desperté, pude desembarazarme de este pañuelo que me amordazaba. ¡Que las diosas nos asistan si no podemos caminar tranquilamente por el patio del palacio!

—¿No recuerdas cuántos eran?

—No, mi señor. Debieron surgir de las sombras —la chica señaló hacia el patio de armas.

—Está prohibido que las criadas metan sus narices en el patio de armas.

—Oh, mi señor, discúlpeme, le juro que yo no me acerqué. Solo escuché unas voces y cuando quise dar la voz de alarma sentí un golpe en la cabeza.

—Eres una estúpida —dijo Aljidon.

Cariän se giró sobre sus talones buscando algún rastro o pista de Sylvia. Los comediantes esperaban poder marcharse, mientras que varios componentes de la Guardia inspeccionaban el interior de los carromatos. Algunos fríos los interrogaban, pero ellos aseguraban no haber visto a nadie.

—Maldita sea —escupió entre dientes Cariän.

Se encaminó hacia la puerta. Hizo que la abrieran y llamó a varios de sus compañeros para que lo acompañaran. Después dio órdenes estrictas. Nadie saldría ni entraría del palacio hasta que dijera lo contrario. Aljdon caminaba a su lado y lo miraba de vez en cuando, aunque Cariän volvía a mostrarse hermético. El otro le hizo varias preguntas, pero él no contestó. Estaba demasiado absorto en sus pensamientos como para atender a sus compañeros. Tenía una sola idea en la cabeza: encontrarla. Por mucho que la Guardia corriera por las calles, Cariän corría mucho más y no había manera de alcanzarle. Percibía que ella se había marchado para mucho tiempo.

 

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Sylvia, Derf y la pequeña Noelia corrían por los alcantarillados de la ciudad. Se olía a excrementos y a podredumbre, y Sylvia hizo varias veces el amago de vomitar, aunque enseguida intentaba no pensar en ello para no retrasar a la niña y a Derf. Noelia le contó que había estado trabajando al servicio de lady Moura, primero, y después de Magriana. También le contó que Derf, cuando abandonó la Tierra, fue a buscar a algunos dioses a otro mundo muy parecido al Imperio. De aquel sitio vinieron sus padres y algunos dioses más para acabar con Magriana.

—Magriana nunca ha sospechado de mí porque yo nací cuando ella estaba en Bobair y jamás supo de mi existencia. Los sueños que tiene no le permiten ver parte del futuro, y yo he creado un escudo con todos los dioses que están de parte de Derf. Además, Alina ha ido absorbiendo parte de su poder sin que Magriana pudiera hacer nada.

—Estamos a punto de llegar a La Lonja de las Fuentes Cantarinas —les informó Derf.

Derf cerró los ojos y soltó un chasquido con los labios. Sylvia se masajeó las sienes para aliviar la tensión que había acumulado a lo largo del día.

—Tenemos problemas. Debéis seguir vosotras solas —dijo Derf. Cogió las manos de Sylvia y ella sintió la calidez de sus dedos—. Confía en Noelia. Ella cuidará de ti.

Después desapareció en medio de aquel túnel. Sylvia soltó un grito, impresionada.

—Aún nos queda el último tramo.

La niña tiró de Sylvia, pues a pesar de ser delgada y más pequeña, Noelia tenía mucha más fuerza de la que aparentaba a simple vista. Sylvia no supo cuánto tiempo estuvo corriendo, ya que todos los túneles por los que pasaba le resultaban iguales. La única diferencia que había entre aquellas paredes mugrientas y oscuras consistía en girar hacia la derecha o hacia izquierda, por lo demás no habría recordado el camino de vuelta al palacio, aunque hubiera querido. Llegaron a una boca de alcantarilla. Subieron por unas escaleras hasta llegar a un nivel en el que se respiraba mejor, y Noelia abrió una trampilla en el techo. Desde donde estaba la ayudó a subir a una habitación pequeña en la que olía a vino. Estaban dentro de la bodega de una taberna. Enseguida apareció Vernole con una gran sonrisa en los labios.

—¿Tú…? —preguntó Sylvia apuntándole con el dedo índice y reconociendo al criado de la fiesta.

—Me llamo Vernole. —Se acercó hasta el ventanuco que daba al exterior. Vio algunas piernas que pasaron corriendo por la calle—. Tenemos que darnos prisa. Por cierto, aún no han llegado.

—¿Quiénes no han llegado? —Ya no estaba segura de nada. Tenía que haber acudido sola a la Lonja de las Fuentes Cantarinas, se decía tamborileando con un pie en el suelo.

—Cariän y varios componentes andan buscándote. Acaban de pasar por la calle. No tengo tiempo para explicarte cómo he llegado hasta aquí. Confía en nosotros. Nos tenemos que largar de aquí ya.

Sylvia se encogió de hombros. No tenía otra opción que seguirlos. De momento no le habían hecho daño y tampoco habían pedido un rescate a lady Moura por ella. Además, el hecho de que Alina estuviera con Derf y Noelia la tranquilizó en parte.

—Quizás la próxima vez que nos veamos te cuente cómo salí de palacio —le explicó Vernole.

Apartó unos barriles de vino para pasar por una puerta que había escondida. Era de pequeñas proporciones para caminar de pie. Vernole fue el primero en pasar gateando, seguido de Sylvia y Noelia. Comenzaron a avanzar por un pasillo largo e iluminado por una pálida luz blanquecina. Sylvia jadeaba y sudaba a causa del calor. Suspiró varias veces por la falta de aire.

—Estamos debajo de la Lonja de las Fuentes Cantarinas —les dijo Vernole—. Pronto subiremos a la plaza.

El pasillo acabó y él llevó sus dedos a una pared de piedra. Un agujero se abrió en la roca. Sylvia soltó un grito de puro asombro. Vernole le ofreció su mano para pasar a la otra parte. Ella cruzó. Tenía el corazón a punto de salírsele por la boca. Estaban bajo la plaza de la Lonja de las Fuentes Cantarinas. Una luz iluminaba la pequeña sala en la que estaban y Sylvia miró hacia el techo. Vio la luna llena a través de las rendijas de la tapa del alcantarillado. Vernole comenzó a subir por unas escaleras de hierro oxidado que estaban sujetas a la roca y empujó para abrir la tapa. Cuando Sylvia estuvo en la plaza pudo sentir una pequeña brisa, y agradeció el soplo de aire porque estaba empapaba en sudor. Desde una parte de la plaza llegaron unas voces. Vernole torció el gesto. Se giró sobre sus talones para observar quién venía. Escuchó perfectamente la voz de Cariän dando instrucciones a sus compañeros. Sylvia se mordió el labio.

La plaza era de planta rectangular y tenía veintiocho escaleras, cada una de ellas dedicadas a una fase lunar. La Guardia se desplegó por ellas mientras Cariän corría al centro de la plaza, donde había una fuente que recogía el agua de las montañas. Desde donde estaba Sylvia, Cariän no podía verla, y eso calmó un poco sus ánimos.

—Tranquila, ahora empieza lo mejor —le sonrió Vernole.

Le hizo un gesto a Noelia para que se llevara a Sylvia hasta el acceso de la montaña. Antes de que se marchara junto a la niña, vio cómo él alzaba sus manos al cielo y las agitaba de arriba abajo. Inmediatamente después comenzó un aguacero. Sylvia escuchó la voz de Cariän llamándola, lo sentía correr detrás de ella, tras sus talones. Noelia volvió sobre sus pasos y le indicó que siguiera la luz que le marcaba la luna en el suelo. Una línea verde recorría la plaza de parte a parte. Noelia despareció de su vista pues la intensidad de la lluvia no dejaba ver tres pasos por delante de ella. Sylvia caminaba buscando la marca que le había dicho, pero no la encontraba. Se agachó porque la había perdido, y después volvió sobre sus pasos. Entonces lo oyó jadear. La niña no había podido despistarlo. No veía a un alma en aquella plaza, y sin embargo escuchaba su respiración a sus espaldas.

Comenzó a correr sin saber muy bien hacia dónde, aunque de vez en cuando se detenía y observaba por encima de su hombro. Tenía miedo, pero no a la muerte, sino a no llegar a conocer el mensaje, a enfrentarse a Cariän esa noche. No se podía echar atrás en la decisión que había tomado. Tenía que ser fuerte, porque al fin podía decidir lo que quería. Se había pasado la vida complaciendo a todo el mundo, tratando de impresionarles, pero eso se había acabado. Deseaba tomar las riendas de su vida. Estaba ahí porque lo deseaba, porque buscaba el espacio necesario para saber quién era realmente. Además, si eso la acercaba un poco más a Fred y a Cariän, aunque él no lo viera con claridad, no dudaría en correr a contracorriente.

El jadeo se fue intensificando poco a poco, hasta que Sylvia se giró en redondo. Se quedó inmóvil, conteniendo la respiración. Sintió el roce de una mano sobre su hombro, aunque el jadeo aún se escuchaba muy lejos.

—No te muevas —musitó una voz grave muy cerca de su oído—. Si haces lo que te digo, no sufrirás daño alguno. —Sylvia no pudo identificar esa voz. Estaba completamente paralizada. ¿Habría llegado su hora de volver al palacio? No era posible. Estaba a punto de conocer el mensaje que había para ella, y en esos instantes comprendió que no estaba preparada para volver a palacio junto a su madre—. ¡Shhh! —susurró en su oído—. Si me haces caso Cariän pasará de largo. Confía en mí.

Su corazón comenzó a latir con intensidad. No le quedaba otra que confiar en aquella voz ronca. El jadeo se fue acercando hasta donde estaban. Podía sentir la respiración entrecortada de Cariän, sus ojos oscuros, más fríos que nunca, y su mueca torcida se le clavaron en el alma. Se le veía sufriendo y desamparado bajo la lluvia. Ella quiso alargar su mano, decirle que lo sentía, pero no podía quedarse a su lado, necesitaba espacio. Tenía que estar sola para saber cuáles eran sus sentimientos. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pues ella estaba tan desamparada como él. Los latidos golpeaban sus sienes con fuerza. Le fallaron las fuerzas cuando sintió su mirada, sin embargo Cariän parecía no verla. Los ojos de él no pestañearon y su boca adquirió una expresión angustiada. Cariän alargó una mano y preguntó con voz ronca, como si tuviera un nudo en la garganta que le impidiera hablar:

—¿Sylvia, estás ahí? —esperó unos instantes antes de seguir hablando— Por favor… no te vayas.

Sylvia se llevó una mano a sus labios para no terminar gritando. Sentía que su cuerpo se hacía añicos. Sin embargo sabía que esa era la única salida que les quedaba para encontrarse consigo misma. Cerró los ojos para no ver cómo sufría y cómo la buscaba con la mirada. Le dolía tanto el corazón que se sintió desfallecer.

Un trueno estalló en el cielo. Se escucharon unas voces a lo lejos. Una cortina de niebla surgió de repente. Cariän volvió la mirada hacia el centro de la plaza, pues las voces parecían venir de allí. Antes de marcharse, buscó con los ojos hacia donde sentía que estaba Sylvia, y lo último que vio fueron dos lágrimas brillar con intensidad.

—Está bien, Sylvia, busca tu mensaje. Sabes que… sabes que…

—A mí la Guardia —se escuchó en alguna parte de la plaza.

—… te quiero —dijo cuando ya se marchaba.

Sylvia tenía los ojos tan congestionados que se limpió las lágrimas con la palma de su mano. Suspiró cuando Cariän se perdió en la niebla. El hombre la agarró de la mano, la llevó hasta la primera de las escaleras y subieron a la cima de la montaña. Allí les esperaba Derf con una sonrisa afable en los labios. Sylvia bajó la mirada al suelo. No quería que la viera llorar. El hombre que la había acompañado hasta él se fue igual que llegó: sin hacer ruido. Sylvia no pudo siquiera darle las gracias.

Derf la condujo hasta la estatua de la diosa Maasia que se hallaba excavada en la roca. Desde donde se encontraban no podía ver lo que ocurría abajo en la plaza, ya que la niebla lo impedía, sin embargo contemplaba el cielo limpio de nubes y lleno de estrellas. Allí arriba no llovía; percibía la cálida brisa del verano acariciar su piel. Fue como el bálsamo que necesitaba porque poco a poco la fue calmando. Sonrió con tristeza. Sabía que hacía lo correcto. Cariän tenía que entenderlo. Jamás llegarían a ser felices si ella no conocía el mensaje.

La montaña tembló. Sylvia perdió el equilibrio, pero antes de caer, Derf la cogió de una mano y la sostuvo en vilo.

—¿Estás preparada para conocer tu mensaje? —le preguntó, cuando Sylvia pudo sostenerse en pie nuevamente.

Derf se encontraba a la entrada de lo que parecía ser una brecha abierta en la montaña. Ella miró por última vez hacia donde debía de estar Cariän, contempló la alianza que llevaba en el dedo anular y se la quitó, depositándola encima de uno de los cántaros que derramaban agua sobre el pasamano de las escaleras. Así mismo también se quitó todas las horquillas del moño nupcial para dejar su larga melena al viento. Después de eso entró en la montaña para conocer el mensaje que había para ella.

 

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Cariän la había sentido. Podía oler su perfume en cualquier parte. No es que oliera a flores o a algo concreto, pero el aroma de Sylvia era sutil y delicado, como lo era ella. ¿Cómo habría llegado a esa situación?, se preguntaba una y otra vez. Mientras corría por las calles pedía una y otra vez a las diosas que Sylvia no se marchara de su lado. Era la única persona que realmente le importaba y que seguía viva. Y si Sylvia desaparecía su vida se iba a convertir en un infierno. Ya había estado ahí y no quería volver a pasar por lo mismo. Todo el mundo tenía derecho a que se le cumpliera un sueño, solo un sueño, él no pedía más. Aceptó que su madre muriera, que su hermano lo dejara, que su padre lo comparara con Ferdian, pero no podría soportar el dolor de perderla. No después de haber conocido sus labios, de haber acariciado sus manos, de conocer su sonrisa.

De pronto sintió que la plaza temblaba. La Montaña Sagrada parecía moverse. Miró hacia arriba, aunque la densa niebla y la lluvia no le permitían ver nada.

—¡Sylvia! —soltó un grito desgarrador.

La plaza se quedó en silencio. Cuando cesó la lluvia, la niebla desapareció y la Guardia se quedó unos instantes sin saber qué hacer. Se miraban unos a otros. Junto a ellos había varias personas de aspecto extraño. Cariän alzó su cabeza con brusquedad, sacó su espada y se lanzó hacia el hombre que estaba frente a él. El hombre no hizo nada por defenderse, pues antes de que cargara contra él, desapareció en la nada, dejando tras de sí una estela de polvos dorados. Uno tras otro fueron desapareciendo de aquella plaza. Miró hacia todos los lados. No entendía nada. Una lechuza que estaba posada en una rama esperando a encontrar caza, ululó mirándolo a los ojos. Cariän se acercó como una sombra en la oscuridad de aquella plaza. La luz de la luna iluminó los ojos dorados del animal y él asintió sin saber muy bien por qué lo hacía. Se vio reflejado en la mirada dulce del pájaro, que alzó el vuelo cuando le contestó:

—Está bien, entiendo lo que quieres decirme.

Al igual que la lechuza tenía una mirada dulce a la luz de la luna, lo tenía de oscura y terrible cuando se hizo la oscuridad por unos instantes. Entonces Cariän se estremeció, sabiendo que tendría que hacer aquello que tanto temía. Corrió hacia la primera escalera, deseando que todo fuera un mal sueño. Se levantó un viento pegajoso y las nubes se fueron despejando dejando al descubierto un cielo plagado de estrellas. Subió primero los escalones de dos en dos y después de tres en tres, con el corazón latiéndole a mil por hora, y aunque no lo veía, sabía qué encontraría en aquel cántaro. Escalones que nunca se acababan, que por muy deprisa que subiera, parecía no tener final. Se maldijo varias veces porque había dejado escapar a la mujer que amaba.

Cuando llegó a la montaña quiso morir, pues como sospechaba el anillo de la boda lo esperaba para que él lo recogiera. Tragó saliva con dificultad. Tenía la mirada fija en aquel cántaro que se llevaba todas sus ilusiones. Su alma se extravió en el anillo de oro, y sus recuerdos se perdieron buscando la sonrisa de aquella niña que un día lo enamoró. Se dejó caer en la pared por la que sabía que Sylvia se había ido. Escondió su cabeza entre sus rodillas y lloró como jamás lo había hecho.

 

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Sylvia y Derf comenzaron a descender por la montaña. Había unas escaleras excavadas en la pared. Pasó la mano por la pared de la cueva, que estaba húmeda y lisa. De vez en cuando se agachaba para no tropezar con columnas de estalactitas que surgían del techo. Al tratarse de una formación calcárea, la cueva estaba plagada de formas cónicas que brotaban del techo y que florecían del suelo. Conforme bajaban a las profundidades de la tierra podía sentir que el aire se hacía más escaso. Se sujetó a la pared para descansar unos instantes, aunque hubiera deseado tener algún aceite de los que preparaba Magnolia para despejarse un poco. Estaba más cansada de lo que pensaba cuando se escapó del palacio de Jade Blanco.

Las escaleras fueron a morir a una pequeña sala sin apenas luz. Derf dijo una palabra que no entendió, pero que iluminó un pasillo. Ella sintió el leve murmullo de una voz que la hizo estremecer. Desde la otra parte del pasillo le llegaba un lamento oscuro. Conforme se fue acercando pudo percibir que las quejas llegaban desde una columna con un pequeño agujero en el centro. Tenía la forma de una aguja de coser y a través del agujero se escuchaban la voz de una mujer que la llamaba con insistencia y unos gruñidos lastimeros. Miró a Derf pues no sabía cuál era el siguiente paso que tenía que dar.

—Saludos Sylvia. Bienvenida a este lugar que es nuestro hogar por los designios de mi hija, la diosa Magriana —la saludó una voz pausada y profunda de mujer. Sylvia volvió a sentir un escalofrío que le recorrió la espalda de arriba abajo—. Soy la diosa Maasia y los dragones y yo tenemos un mensaje para ti.

Contuvo el aliento, miró de soslayo a Derf, quien entendiendo que deseaba estar a solas, se alejó para que hubiera intimidad en aquella conversación.

—Entiendo que desees estar a solas, pero date prisa.

Ella asintió con la cabeza. Se mantuvo unos segundos en silencio antes de hacerle la pregunta a la diosa.

—¿Encontraré en Valencia aquello que ando buscando?

Desde lo más profundo de la montaña surgió una risa argéntea, mezclada por varios gruñidos. Se escuchó que la voz de Maasia hacía callar a aquellos gruñidos.

—En Valencia encontrarás dos veces lo que andas buscando. Si decides marcharte, podrás encontrar las respuestas a tus preguntas —contestó aquella voz femenina que venía cargada de belleza.

—¿Será Fred la respuesta?

Hubo un silencio, que aunque no fue incómodo, Sylvia agradeció cuando Maasia volvió a hablar.

—Debes traernos a Fred. Necesitamos que nos libere de esta prisión. Esta es la respuesta a tu pregunta.

—Si no es Fred, entonces es Cariän, ¿verdad?

Se escuchó un gruñido ronco que provocó que Sylvia temblara de pies a cabeza.

—¿No has escuchado la respuesta de la diosa? —replicó una voz profunda que venía de las mismas entrañas de la montaña—. Dos veces encontrarás las respuestas que andas buscando en Valencia. Este es tu mensaje, Sylvia. Debes viajar a Valencia para conocer quién eres y qué necesitas. No nos hagas perder el tiempo en preguntas que ya te hemos contestado.

Sylvia agitó la cabeza por miedo a hablar. Derf había regresado a su lado.

—Ahora que las condiciones nos lo permiten, seguiré con la historia —le explicó suavizando el tono de su voz. Sylvia lo miró agradeciendo el gesto—. Estamos en un mundo al cual se accede mediante una serie de poderes. Los dragones lo poseían hasta que Magriana se los arrebató. Los engañó con palabras huecas, prometiéndoles una vida mejor en otro mundo. Pues bien, parte de esos poderes que ellos tienen, también los tiene Fred. —respiró profundamente antes de seguir con el relato—. Te preguntarás por qué no voy a buscarlo yo si sabes que también poseo ese don.

Sylvia se encogió de hombros.

—La última vez que abandoné Bobair perdimos a tres dragones y esta puerta que ves aquí solo puede abrirla el portador de la espada verde. Es hora de que Fred asuma el papel que le ha tocado en esta historia, como lo asumisteis tú y Cariän, aunque sea solo prácticamente un niño y tenga quince años. Hubiera querido que fuera de otra manera, darle una vida mucho más fácil, pero esta se presenta como quiere y no como soñamos —se calló porque se quedó como pensando en algo, pero se lo guardó, ya que había cosas para las que aún no estaba preparada—. ¿Por qué debes de ir tú y no Alina? Porque Alina hace mucha más falta aquí que en Valencia, y que Maasara me perdone por no llevarle a su pequeña. Tampoco nos podemos olvidar de tu padre, lord Alantarior, el legítimo soberano del Imperio. Lady Moura y Magriana le usurparon ese privilegio a tu padre. Y ante la guerra que se avecina, necesitamos que lord Alantarior ocupe el lugar que le corresponde. Los pueblos se unirán a él porque muchos no lo han olvidado.

Sylvia ladeó la cabeza hacia la columna de la salían los lamentos. Esbozó una mueca antes de preguntar en voz baja:

—¿No podrías salvar tú a los dragones?

—No —replicó con amargura—, podría acceder a dónde están encerrados, pero ellos no podrían salir. Estas paredes contienen su misma magia. Magriana la utilizó para encerrarlos, pero yo guardé un as en la manga.

—¿La espada? —reflexionó la chica.

—Así es, Sylvia. Aquel que posea la espada verde podrá liberarlos.

—¿Y cómo sabes que Fred es el único que puede reclamarla?

—Simplemente lo sé.

—Entonces, si no hay nada más que decir, me tengo que marchar, ¿no es así? —preguntó con un hilo de voz.

Derf asintió con la cabeza.

—Antes de marcharte me gustaría que les dieras un mensaje a todos los que están en la otra parte —se permitió sonreír antes de continuar—. El mensaje es que somos muchos más que antes. Kuangoo lo entenderá. ¿Estás preparada?

—No lo sé, pero no tengo otra opción, ¿verdad?

Derf soltó una pequeña sonrisa. Si Sylvia supiera que esas mismas palabras las había dicho su hijo nueve meses antes, también sonreiría como él.

—Me temo que no —le respondió Derf, como en su día le había dicho Kuangoo a Fred.

Derf se preparó para abrir un portal hacia la otra parte.

—Lo mantendré abierto unos minutos, el tiempo justo para que llegues hasta Valencia. Después volveréis cuando Fred esté completamente preparado. No te preocupes por eso, cuando llegue el momento lo sabréis —se apresuró a decir Derf ante la mueca que había puesto Sylvia de incredulidad—. Y entonces, hallarás dos veces la respuesta que andabas buscando.

—¿Encontraré la respuesta a mi pregunta? —se preguntó más para sí misma que para Derf.

Derf cerró los ojos antes de abrir un agujero en el suelo de la montaña. Se escuchó un zumbido, seguido de varios golpes sordos en la roca. El suelo comenzó a resquebrajarse. Sylvia dio un paso hacia atrás. Sintió dudas. Un agujero profundo fue tomando forma en mitad de aquella cueva.

—Ya es la hora —comentó Derf cuando terminó de abrir la puerta.

Sylvia tomó aire con determinación. Ya había hecho el viaje en una ocasión. No tenía que ser muy distinto a la otra vez. Y sin más, se dejó caer por aquel espacio negro y oscuro que se había abierto bajo sus pies.

 

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Cariän permanecía sentado con la mirada perdida. Su cuerpo sintió frío, y sus músculos, una debilidad singular. Se obligó a levantarse cuando escuchó las pisadas amortiguadas de Aljdon subiendo por las escaleras. Bajó la mirada al suelo al comprobar que Cariän tenía los ojos enrojecidos.

—¿Qué ha pasado?

Cariän comenzó a bajar sin prestar atención a la pregunta de su amigo. Estaba decidido a acudir en busca de su destino.

—¿Qué vas a hacer? —insistió.

Cariän bajaba sin atenderlo. Se imaginaba que Sylvia volvería a su lado, encontraría las respuestas, transgrediría hasta los límites del tiempo y del espacio porque era el único camino que le quedaba. Entonces le daría todo aquello que no le dio, pues Sylvia era su única razón para vivir.

—Me voy a marchar —respondió después de que su amigo se lo preguntara varias veces.

—Pero… no puedes… pero ¿por qué?

—Porque no soy feliz.

—No, amigo. —Aljdon le puso una mano en el hombro y le obligó a mirarle—. No puedo permitir eso. Sylvia no es la única mujer…

Cariän lo cogió del cuello para levantarlo del suelo. Su mirada era fría, sin embargo no había rastro de rabia. Aljdon quiso defenderse, pero era mucho más fuerte su amigo, además de estar poseído de una locura que le daba una fuerza casi sobrehumana.

—Me dejarás marchar, tú y todos los demás, porque si me seguís os mataré. ¿Me has entendido? No quiero que nadie venga a buscarme. Dejo la Guardia. Abandono esta vida de mierda.

Aljdon quiso contestar algo, pero le faltaba el oxígeno.

—Mi sueño consistía en vivir junto a ella, por eso me marcho, porque mi sueño se esfumó —su voz se fue aplacando—. Ya no tengo futuro si Sylvia no está a mi lado —Aljdon lo miró con desprecio, pero en cierta manera Cariän lo entendía. Los años en la academia los habían vuelto insensibles—. Durante años hemos creído que la Guardia era lo más importante y que nuestros intereses estaban supeditados al Imperio —fue aflojando la mano que apretaba el cuello de su amigo, aunque sin bajar la guardia—. Eso nos hace perder aspectos más importantes, al menos para mí. ¿Dónde quedan nuestros sentimientos? ¿Y el amor? Nos volvemos arrogantes y fríos y eso nos trae la soledad. Nuestra primera norma nos dice que el Imperio y nuestra soberana están por encima de nosotros. No hay que dejarse llevar por los sentimientos, pues eso significa que nuestra misión fracasaría, pero mi misión está al lado de dónde esté ella. Quiero que Sylvia me necesite tanto como yo la necesito. No pretendo que me entiendas, y estas alturas, tampoco me importa.

Cariän lo dejó en el suelo con cuidado. Aljdon tosió varias veces para recuperar el aire que le faltaba y se masajeó la garganta.

—Lo siento —dijo antes de darse media vuelta para desaparecer en mitad de la noche, que se había vuelto tan oscura como sus ojos fríos.

—¿Qué vamos a hacer sin ti?

—Ese ya no es mi problema.

—No arruines tu carrera por una mujer —le espetó—. No vale la pena.

«Y tú qué sabes», pensó Cariän mientras se perdía en medio de aquella negrura, con el único pensamiento de buscar el mensaje que el Sin Nombre tenía que darle.

 

 

 

 

 

 

 

Las crónicas de los tres colores
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