34

 

El inicio de un viaje

 

 

Cariän se posó en la muralla al tiempo que sacaba la espada que llevaba a la espalda para blandirla con energía. Enseguida llegó Kuangoo con una expresión de ira en el rostro, apretando los dientes por la desesperación de no poder hacer nada por la hermana de Fred.

Cariän estaba cegado por el odio, las bolas de fuego que le lanzaba Samuash pasaban por su lado a escasos milímetros, aunque eso no le importó para seguir avanzando hacia el dios. De pronto Samuash dejó de sonreír y en la palma de su mano aparecieron trozos afilados de hielo, que los arrojó como si fueran dagas.

Kuangoo no esperó a que Grenant lo atacara como siempre hacía, pues esta vez era diferente, esta vez luchaba contra alguien que poseía todos los poderes de Fred. Grenant creó una bola de energía en su mano, la lanzó y después desapareció para volver aparecer en un parpadeo tras Kuangoo. Pero este lo esperaba y girándose sobre sus talones hizo una parábola en el aire con su espada, que partió en dos su cuerpo. Ni siquiera le dio tiempo a pensar cuál sería su siguiente paso. Kuangoo fragmentó en varios pedazos su boomerang, y después le cercenó la cabeza de un corte limpio.

Cariän estaba sentado a horcajadas sobre el pecho de Samuash, con la cabeza del dios entre sus manos. Había parado de reír hacía bastante rato, desde el instante en el que Cariän comenzó a machacarle, sin piedad, la cabeza contra el suelo.

—Déjalo, Cariän, está muerto. —Kuangoo observaba la escena con una profunda indiferencia.

—No… no te volverás a levantar. Me aseguré de ello. —Sus manos tenían restos sanguinolentos, pero siguió pulverizándole la cabeza hasta que Pictia reclamó su cuerpo y el de Grenant—. Era una niña, Kuangoo, una niña… todo es por mi culpa…

—No, Cariän, nada de esto es culpa tuya —bajó la vista al suelo—. Ojalá los adultos aprendiéramos que las guerras traen desdichas.

A Fred todavía le quedaban unos escasos metros para llegar hasta su hermana, pero no se lo pensó dos veces para abalanzarse sobre Alina cuando Shashara comenzó a perder el equilibrio. El cuerpo de la pequeña estaba envuelto en llamas. Por extraño que pareciera, Alina no gritaba, sino que permanecía en el más absoluto de los silencios. Fred temía no llegar a tiempo. Cuando Shashara se posó en tierra, las llamas se habían consumido prácticamente. Fred tomó a Alina entre sus brazos; no la escuchó respirar.

—Por favor, Alina, respira, no me dejes, por favor… por favor. Soy yo, soy tu tete… te juro que nunca más me voy a enfadar contigo, pero por favor, no me dejes…

Se dijo en varias ocasiones que aquello no podía estar pasando, no cuando todo estaba saliendo bien. Aquello era un mal capricho del destino que se ensañaba con su hermana. Sintió como si alguien le desgarrara el pecho, como si le hubieran hundido las fauces en su corazón. Lloró desconsoladamente sobre el cuerpo frío de Alina, porque por mucho que se concentrara en pasarle su energía y en hacer que abriera los ojos, había perdido sus poderes por un tiempo que se le hizo eterno. Ni siquiera su madre podría traerla de nuevo a la vida. La serpiente alada gemía a su lado y cubría de besos la frente de la niña.

Cuando Pictia llegó, Fred se negaba a soltar a su hermana.

—No, Pictia, no te la llevarás. Lucharé contigo si te acercas a ella, pero no te la llevarás —decía a voz en grito.

Pictia se arrodilló junto a ellos y acarició el rostro dormido de la pequeña. El fuego no le había arrebatado la perfección de su cara de muñeca.

—Fred, deja que te cuente…

—No toques a mi hermana —le dio un empujón con tanta rabia que lo tiró de espaldas—. Te he dicho que no la toques. Te mataré si te la llevas. Te juro que te mataré, aunque tenga que ir hasta Elrer, pero no te la llevarás.

—Fred —dijo Pictia—, lo siento, ella tiene que emprender el camino.

—No… no… tiene que haber algo que podamos hacer… Tiene que haber algo… como le pasó a Sylvia. Dime que sí, Pictia. No puede estar muerta. ¿Dónde está mi madre? Ella te dirá que no está muerta, que te equivocas.

Kuangoo llegó con el gesto descompuesto y le tocó por detrás a Fred.

—Déjame, Kuangoo. Si has venido a decirme que está muerta, te equivocas. Os equivocáis todos. Yo sé que no está muerta. Le ha ocurrido lo mismo que a Sylvia. Miradla… —Escondió la cara entre sus manos y lloró, gritó, gimió y el nudo que atenazaba su corazón no le dejó respirar—. Llévame a mí y déjala a ella —pidió—. Eso es —comenzó a decir con la mirada perdida—. Llévame a mí. Eso se puede hacer, ¿verdad…? Estaba a punto de agarrarla con mi mano. Sigo siendo el mismo inútil de siempre. ¿De qué me sirven mis poderes si no he podido salvarla?

Entonces Kuangoo abrió los ojos, como si hubiera recordado algo. Los poderes de Alina estaban intactos, se los había arrebatado Grenant, pero no habían desaparecido. Si él consiguiera encontrar esos poderes, la niña podría regresar.

—¿Si te la llevas ahora y no recorre ninguno de los caminos hasta la isla de Elrer qué daños puede sufrir? —inquirió Kuangoo con el gesto grave—. Encontraré la manera de que Alina vuelva con nosotros. Mientras sus poderes sigan intactos aún nos queda esperanza.

—¿Pero, qué estás diciendo? ¿Estás loco? ¿Tú de parte de quién estás? —gritó Fred.

Kuangoo lo agarró por la pechera de su camisa y lo elevó del suelo varios centímetros.

—No se la llevará, Kuangoo, no se la llevará. ¿Me has entendido? Antes tendrás que pasar por encima de mí.

—Fred, por favor, te vuelvo a pedir que confíes en mí. Sé muy bien lo que hago y lo que digo.

Sin embargo, estaba fuera de sus casillas y comenzó a boquear y a pegar patadas al aire hasta que Kuangoo chasqueó sus dedos y el joven se quedó paralizado.

—Lo siento, Fred, pero no me has dejado elección. —Se giró hacia Pictia—. Contéstame a la pregunta que te he hecho. Si te la llevas tú qué daños sufriría.

—Sabes perfectamente la respuesta, Kuangoo, ya has hecho ese camino en una ocasión. Entrarás en el Reino Prohibido. Es tu hija quien está custodiando los poderes de Alina.

—Lo sé. —Trazó una mueca de disgusto—. Sé que… acudirá a mi llamada. Me lo debe… me lo debe… —se quedó pensando por unos instantes.

—Tigrial está enamorada y eligió su destino. Nadie la obligó a hacer ese camino, ni a vivir allí. Te expondrás a despertar a mis hermanos y esas no son las reglas del juego.

—Me recibirá de nuevo. Confío en Tigrial. Además, ya sabes que asumí ese riesgo, pero traeré a Alina de vuelta a casa.

—Entonces te compadezco. Ninguno de los caminos que llevan a la isla es bueno, pero cualquiera es preferible al que vas a emprender. Si mis hermanos se despiertan, ¿sabes lo que ocurrirá?

—Sí, pero tampoco me puedo quedar de brazos cruzados. Y si en aquella ocasión logramos vencerlos, esta vez no será distinto. Me temo que no tenemos otra elección.

Y ciertamente no la había, pues aunque podía cerrar los ojos y asumir que Alina había muerto, la promesa que un día le hiciera a Tahor de proteger a su familia, pesaba más que cualquier otra opción. Solo por ello viajaría hasta el Reino Prohibido en busca de ayuda, de los poderes de Alina para que volviera a la vida. Se dijo que a la pequeña todavía le quedaba toda una vida por delante que disfrutar.

Para cuando llegó Maasara solo pudo darle un beso en la mejilla a su pequeña. Pictia no podía demorar mucho más su viaje si quería que el cuerpo de Alina no sufriera ningún daño.

—Cuida de mi niña —imploró Maasara.

—Te prometo que cuidaré de ella, Maasara, pero disponéis del tiempo que dura un día completo en la isla. Lo siento. —Pictia llevaba a Alina entre sus brazos y no dejaba de mirar el rostro de la niña—. No pensaba que esto pudiera ocurrirle.

—¿Y eso cuánto tiempo es? —preguntó Fred cuando Kuangoo lo posó de nuevo en tierra.

—Tres meses —respondió Kuangoo esbozando una mueca dolorosa.

Fred se acercó a Alina mordiéndose el labio, tragándose la rabia que lo consumía por dentro.

—Te prometo que iré a buscarte, Alina, aunque tenga que ir al mismísimo infierno. —Le dio un beso en la mejilla y dejó que Pictia se la llevara—. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué…? Estaba a punto de alcanzarla, pensaba que si no la soltaba volvería de nuevo, que seguiría con nosotros y yo la hubiera podido salvar si hubiera tenido mis poderes.

—Fred, iremos a buscarla —le aseguró Kuangoo—. Alina volverá de nuevo.

Maasara se secó las lágrimas que recorrían sus mejillas, y sobreponiéndose al dolor que había despedazado su corazón, dijo:

—No quiero lágrimas, Fred, no hasta que no hayan pasado los tres meses. Todavía no estamos de duelo. Volveremos a ser una familia, Fred, porque sé que traeréis a Alina a casa. Kuangoo siempre ha cumplido todas sus promesas.

El aludido chasqueó los labios porque aquella afirmación no era del todo cierta. Prometió en su día que traería de vuelta a su hija. Sin embargo Tigrial no regresó, ella eligió su futuro.

Poco a poco los dioses se concentraron alrededor de Fred, Maasara y Kuangoo. Fred alzó la mirada para buscar a su padre, que se dirigía hacia ellos con la sensación de una gran derrota sobre sus hombros.

—Iremos a por ella, papá. Estaremos de vuelta antes de que os deis cuenta.

Maasara acudió al lado del padre de Fred, y en cuanto sus miradas se encontraron, olvidaron todos los reproches, todos los años que no compartieron, porque jamás habían podido olvidar el amor que se profesaban.

—La traerá, Maasara, habéis hecho un buen trabajo con Fred —dijo su padre.

—Lo sé, Fred, tu hijo es igual que tú.

Sylvia acarició el brazo de Fred. Quería que supiera que estaba con él, que jamás lo abandonaría.

—Fred…

—Sylvia… —Bajó la cabeza, y entonces se la llevó donde nadie pudiera escucharles—. Yo, no sé cómo empezar esto —tragó saliva—. Joder, esto es más difícil de lo que pensaba. Sylvia me voy. Tengo que irme, mi hermana me necesita. No quiero que sufras más. —Apretó los puños con rabia—. Soy un gafe. Quédate en Bobair. Kuangoo y yo nos marchamos a buscar ayuda para Alina. Yo… tú y yo no… lo nuestro no tiene futuro, ya no podemos seguir juntos. No quiero ser egoísta. Ya me has dado más de lo que merecía. Tú tienes a Cariän, tienes una vida por delante, más de lo que te puedo ofrecer yo. Disfruta…

—Pero qué demonios estás diciendo, Fred. ¿Piensas que yo soy de esas chicas? ¿Piensas que te dejaría en la estacada cuando hay un problema? ¿Piensas que a mí me importa una mierda lo que te ocurra? ¡No puedes decirme esto como si no pasara nada, porque sí que pasa, Fred!

—Sylvia, no me has entendido.

—Claro que te he entendido, Fred. Pero no, no te vas a salir con la tuya, porque allá donde tú vayas yo iré. Estamos juntos en esto. O coco, Fred, lo recuerdas, y yo no quiero estar sin ti.

—Y yo tampoco quiero estar sin ti, pero esto es distinto. No quiero verte sufrir. Kuangoo dice que el camino del Reino Prohibido es muy duro. Ya lo has escuchado. Tú tienes a Cariän. Estás bien con él. Sé feliz a su lado. Yo no te voy a reprochar nada.

—¿Y piensas que si me quedo en Bobair no sufriré? ¿Qué no me va a importar nada lo que te pueda ocurrir?

—Pero, ¿y Cariän? Yo no os puedo pedir que me acompañéis. ¿Y si no vuelvo? ¿Y si te pasa algo a ti? Acabo de perder a Alina y no soportaría perderte a ti.

—Eres un imbécil, Fred, ¿me escuchas? Eres un imbécil. Ni se te ocurra pensar en esa posibilidad.

Cariän no quiso participar de la conversación, pero cuando Sylvia subió el tono de su voz, se acercó con paso decidido hasta Fred para agarrarle del brazo.

—Suéltame, Cariän, esto no tiene nada que ver contigo. Esto es lo que siempre habías deseado, ¿verdad? Tenerla solo para ti. Pues ahí la tienes.

—Eso no es justo, Fred. Pero ¿tú escuchas las estupideces que estás diciendo? —chillaba Sylvia—. Cariän ha protegido a Alina desde que llegó a Bobair.

—Déjalo Sylvia —contestó Cariän.

—No, no lo voy a dejar, Cariän. Fred tiene que enterarse que tú has dado la cara por Alina desde que llegó a Bobair, te has enfrentado a Magriana, a mi… —se le hizo un nudo en la garganta porque no sabía cómo afrontar todavía que su madre no era tal—, a lady Moura, y todo para que Alina fuera feliz. Te he visto jugar con ella a escondidas, cuando pensabas que nadie te veía…

—Todo esto es culpa tuya… —Fred lo empujó con rabia.

—Fred, lo siento. No hay un solo día que no me maldiga por lo que sucedió.

Fred apretó los dientes con rabia y le lanzó un puñetazo en la barbilla. Quería que ambos lo odiaran para que se olvidaran de él.

—¡Fred! —Sylvia se interpuso entre ambos muchachos, y después le pegó un empujón a Fred para obligarlo a que la mirara a la cara—. ¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco? Lo quieras o no, te acompañaré.

—No, no, Sylvia, no puedo pedirte eso. Ni a ti ni a él.

—No eres tú el que me lo pide, sino que soy yo la que decide que quiere hacerlo. ¿Entiendes? Y no, no estoy loca por ir detrás de ti hasta el mismo infierno. Porque si te vas de mi lado entonces mi vida sí que será un infierno.

Cariän se levantó del suelo y en tres zancadas llegó hasta Fred.

—Escúchame, niñato —masculló entre dientes—, y quiero que te quede muy claro lo que te voy a decir porque no pienso repetírtelo dos veces. En este viaje Sylvia y yo te acompañaremos, ¿entiendes? En este asunto no solo decides tú, nosotros también tenemos algo que decir.

—¿Por qué, Cariän? ¿Por qué queréis acompañarme? —le tembló el labio inferior—. No me debéis nada, de verdad. Ahora puedes ser feliz con Sylvia.

—Te equivocas de nuevo, niñato. Conozco los suficientemente a Sylvia para saber que ella será feliz allá donde tú estés. Además, se lo debo a Alina…

—No, Cariän, ya no nos debes nada.

—¿Quieres dejarme terminar de una maldita vez? Necesitas nuestra ayuda. Somos los tres colores —respondió.

Fred, avergonzado, se sentó en el suelo.

—Yo… Cariän, yo siento lo que…

—Está bien, Fred —le cortó—. Las acepto, pero si queremos recuperar a Alina, nos tenemos que marchar ya. Por cierto, tienes un buen gancho con la derecha —dijo para calmar un poco los ánimos.

—¿Te he hecho daño?

—No tiene importancia —chasqueó los labios.

Sylvia volvió a acercarse hasta Fred para abrazarlo.

—¿Cómo has podido pensar que no te acompañaríamos?

—No lo sé, Sylvia. Pero yo solo quería lo mejor para vosotros.

—Y tú eres parte de nosotros, Fred. ¿Es que todavía no lo has entendido?

Se encogió de hombros.

A pesar del dolor que sentía en el pecho, esbozó una media sonrisa. Se llevó una mano al bolsillo para sacar a Nalia, el elefante azul que pertenecía a su hermana y que no había podido entregarle. ¿Cuántos secretos habría compartido con aquel juguete, y cuántos deseos por cumplir le quedaban a Alina? ¿Y qué tenía ahora? Sueños rotos porque la vida se equivocó. Sin embargo eso podía cambiar, porque Kuangoo sabía qué hacer para que Alina siguiera soñando.

«Sí», pensó, «los tres colores podremos hacerlo».

Se alegró porque en aquella aventura no estaría solo y eso le dio fuerzas para regresar y compartir con Alina tantos y tantos juegos. Entonces se levantó, y unidos por la esperanza, Cariän y Sylvia entendieron que debían emprender el viaje.

 

 

 

FIN

(primer volumen)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las crónicas de los tres colores
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