PRÓLOGO

Calais, Francia.

Enero de 1806.

Su hermano había muerto. William había muerto y él había tardado más de seis meses en saberlo. Había muerto sin saber la verdad, creyendo que su hermano era un cobarde, y ahora ya era demasiado tarde. La helada brisa marina sopló de repente y Alex apretó la mandíbula con fuerza para no gritar. La rabia y la tristeza amenazaban con ahogarle, ya no podía más, tenía que escupir el dolor que sentía, la angustia, la impotencia. ¿Por qué no había muerto él? Dios sabía que había estado a punto de hacerlo en el campo de batalla pocos meses atrás, ¿por qué se había salvado él y no Will? William lo tenía todo, era inteligente, honrado y habría sido un excelente conde. Pero él, él no, él lo había sacrificado todo por esa guerra que había estado a punto de consumir a medio mundo. Todo. Y ya no le quedaba nada, sólo el cascarón vacío que era su cuerpo, y las ansias de vengarse.

—El barco zarpará en pocos minutos, señor —dijo un marino al pasar por su lado.

Alex asintió con la cabeza y se subió el cuello del abrigo. Hacía frío, mucho frío, aunque, a decir verdad, él apenas lo sentía. Levantó del suelo la bolsa que contenía sus pocas pertenencias y recorrió con la mirada el puerto por última vez. Cinco años. Se había pasado cinco años en ese país. Cinco años fingiendo ser un vividor, un bueno para nada, sacrificando su honor, su orgullo. Cerró los ojos un instante y se permitió pensar en ella, algo que no hacía casi nunca. Sí, a ella también la había sacrificado. Había sacrificado la posibilidad de tener un futuro, de ser feliz, de...

Lo había sacrificado todo con la esperanza de que aquella guerra no le arrebatara nada a ninguno de sus seres queridos. Iluso. El destino no sólo se había burlado de él, sino que se había llevado a su hermano mayor, a su confidente, a su mejor amigo. Se metió una mano en el bolsillo y apretó con fuerza la carta de Eleanor, su hermana menor, la única con la que mantenía contacto de vez en cuando. Eli le había escrito contándole lo sucedido y pidiéndole que regresara. Había párrafos que Alex se sabía de memoria, lo cual era una suerte, pues el papel estaba tan raído que pronto sería ilegible. Aquella carta era lo único que lo había mantenido con vida los últimos meses. Durante los días que se pasó en la cama, preso de unas fiebres a causa de la herida de la pierna, las palabras de Eleanor habían sido su salvación.

William ha muerto, Alex. Hace un año se alistó en el ejército y, típico de él, no tardó en convertirse en capitán de su batallón. Papá, Robert y yo le suplicamos que no siguiera adelante pero él...

Su hermana había dejado la frase sin terminar, pero Alex sabía perfectamente lo que había omitido. William se había hartado de escuchar que en su familia eran todos unos cobardes, que su hermano menor había decidido ir al continente a pasárselo bien en vez de cumplir con su obligación con su país, y había decidido tomar cartas en el asunto. Que Eleanor no se lo recriminara sólo era señal del gran corazón que tenía en el pecho, pero eso no significaba que no tuviera razón al pensarlo.

En junio nos comunicaron que había muerto. —La tinta se había corrido un poco a causa de las lágrimas. —Papá se niega a decirlo, pero te necesita, todos te necesitamos. Regresa a casa, Alex. Por favor.

Echó a andar y la punzada que sintió en la pierna le recordó que aún no se había recuperado y que tal vez no lo haría nunca. Cojeando, pero agradecido por el dolor, pues eso significaba que la sangre circulaba por toda la extremidad y que no tendrían que cortársela, Alex se dirigió hacia el barco. Después de instalarse en su camarote, que hacía las veces de despensa, decidió ir a cubierta. El navío que lo llevaría de regreso a Inglaterra no solía llevar pasajeros, pero era el primero que partía y él no estaba dispuesto a perder ya más tiempo. Se instaló en la popa, afirmando los pies en el suelo. Observó el horizonte, y recordó lo mucho que a él y a su hermano les gustaba navegar. Iba a recorrer el camino de la memoria cuando algo a su espalda captó su atención. No, era imposible. Aquel marino no podía ser quien él creía que era. Pero cuando el tipo en cuestión levantó la vista del cabo que sujetaba entre las manos, a Alex no le cupo ninguna duda.

—Mollet —Alex pronunció el nombre de su contacto a media voz. Llevaba semanas sin tener noticias de la Hermandad y, harto de esperar, había decidido emprender el regreso a casa sin comunicárselo.

Roger Mollet era un hombre de edad indeterminada y físico anodino, tal vez por eso le era tan fácil pasar desapercibido. En los cinco años que hacía que lo conocía lo había visto hacer de grumete, policía, ladrón y mil oficios más, así como adoptar el acento de más de diez países distintos. Nadie sabía dónde vivía, ni si tenía familia o amigos, pero él parecía saberlo todo de todo el mundo.

—Fordyce. —Se apoyó en la barandilla junto a él. —¿O debería llamarte Wessex? Ahora que tu hermano ha muerto, tú serás el próximo conde, ¿no es así?

—¿Qué haces aquí? —Alex decidió ignorar las referencias a su título nobiliario e ir directamente al grano. —¿Y cómo sabes lo de mi hermano?

Mollet enarcó una ceja para dejarle claro lo que pensaba de la pregunta.

—Nos parece bien que regreses a Inglaterra. De hecho, tus nuevas circunstancias pueden sernos muy útiles. —Se apartó un poco y lo miró a los ojos. No hacía falta que le dijera a quién se refería con ese «nos». —Tu trabajo en Francia ha sido excelente. —Vio que Alex se incomodaba y decidió bajar un poco la guardia. Aquel chico había hecho un gran trabajo y, aunque no era su estilo, decidió decide lo que pensaba. —Puedes sentirte orgulloso.

—¿Y de qué ha servido? —Alex necesitaba desahogarse y Mollet era la excusa que necesitaba. —De nada. Mi hermano ha muerto.

—Sí, pero muchos otros no.

—A mí sólo me importaban ellos —dijo refiriéndose a sus hermanos y a sus amigos.

—Eso no es verdad.

—Sí lo es. ¿Por qué iba a importarme alguien a quien no conozco?

—Porque te importa. Eres así. —El falso marino sacó una petaca del bolsillo interior de su abrigo. —Mira, Alex. Yo nunca he sido como tú, para mí esto es sólo un trabajo, lo hago porque se me da bien. Pero tú, cuando te conocí pensé que no durarías ni un día. —Cuando vio que lo escuchaba atento, siguió: —Tantos ideales no sirven para nada en el campo de batalla. Pero me demostraste que me equivocaba.

—¿A qué has venido? —preguntó él, que no quería seguir escuchando elogios.

—Te fuiste antes de que pudiéramos darte órdenes. No es propio de ti, Fordyce. —Retornó al apellido del joven. A Mollet no le gustaba llamar a nadie por su nombre; eso hacía que sus muertes fueran más difíciles de olvidar.

—Nada habría conseguido convencerme de que me quedara en Francia ni un día más. —Apretó la madera de la borda y dejó vagar la mirada por el océano.

—Lo sé, y nosotros también creemos que ha llegado el momento de que regreses a Inglaterra; como futuro conde de Wessex tendrás acceso a las más altas esferas de la sociedad y, con tu reputación de vividor, seguro que te invitarán a todas las fiestas. —Antes de que Alex pudiera decir que no tenía intención de hacer nada de todo eso, Mollet continuó: —Napoleón aún no está vencido, quizá hayamos conseguido ponerlo de rodillas, pero todavía falta mucho para la victoria. Siempre hemos sabido que tiene espías en Inglaterra. Sería un estúpido si no los tuviera, y si algo ha demostrado es que no lo es. Pero últimamente parece incluso adelantarse a nosotros. —Dio un sorbo a su petaca y prosiguió: —Estamos convencidos de que tiene un confidente en las más altas esferas, alguien que goza de la confianza de nuestro rey mientras que, al mismo tiempo, planea apuñalarlo por la espalda.

—Manda a Tinley, seguro que Henry estará encantado de descubrir a ese bastardo. —Alex nunca se había negado a aceptar una misión, pero esta vez lo único que quería era irse a su casa.

—Ya. —Mollet sonrió. —Pero creo que tú estarás incluso más motivado que él.

—¿Por?

—¿Sabes dónde y cuándo murió tu hermano?

Alex soltó la barandilla, se dio media vuelta y, en menos de dos segundos, tenía a Mollet sujeto por las solapas del abrigo y aplastado contra el mástil de la vela mayor.

—No, y si tú lo sabes, más te vale decírmelo en seguida. —Entrecerró los ojos y apretó los puños. —Habla.

Mollet sonrió.

—El batallón de tu hermano fue atacado por sorpresa mientras iban de camino a Boulogne. Fue una masacre, muchos de los cadáveres fueron imposibles de identificar. —Mollet sabía que estaba jugando sucio, pero si eso era lo que hacía falta para que el mejor de sus hombres reaccionara —estaba dispuesto a hacerlo. —Iban en misión de reconocimiento, nadie debería haber sabido que estaban allí. Ni siquiera yo estaba al tanto.

Alex lo sacudió asqueado y respiró hondo para controlar las náuseas.

—Es imposible que fuera casualidad, la emboscada estaba muy bien planificada. Nuestro espía, al que a falta de nombre hemos bautizado como Mantis, tiene que estar muy bien relacionado. Suéltame.

Los dos hombres se miraron a los ojos y el joven se apartó despacio.

—¿Mantis?

—Ya conoces a Hawkslife y su obsesión con los insectos. Creemos que Mantis o bien pertenece a la alta sociedad o bien tiene acceso directo al círculo más estrecho de alguien muy importante. Queremos que reclames tu título de futuro conde de Wessex y que sigas con tu papel de vividor.

—Ni lo sueñes, estoy harto de que mi familia me odie. Mollet sabía que Alex se negaría, pero también que lo convencería de que la postura de la Hermandad era la acertada.

—Fordyce, en Inglaterra todos creen que eres un crápula, que lo único que te importa son las mujeres, el juego y vivir bien. Si ahora apareces en plan héroe responsable vas a levantar sospechas, y nadie, repito, nadie confiará en ti. Lo que te interesa es seguir como siempre. Consigue que te inviten a todas las fiestas, a todas las reuniones, hazte miembro de todos los clubes, cuanto más secretos y más decadentes, mejor, y tarde o temprano tus colegas ingleses empezarán a confiar en ti.

—No. —Alex se mantuvo firme.

—Sí. —Mollet guardó la petaca. —Lo harás. —Vio que Alex iba a discutir y levantó la mano para impedírselo. —¿Y sabes por qué? Porque sabes que tengo razón, que siguiendo con tu papel conseguirás enterarte de aquello que nadie quiere que sepamos, que así averiguarás más cosas que siendo el hombre honesto que eres en realidad. —Levantó una ceja. —No te olvides de que Lucifer es en realidad un ángel vestido de demonio, y eso es exactamente lo que ahora necesitamos.

Alex se mantuvo inmóvil, y de no ser porque apretó los puños con fuerza, Mollet no se habría dado cuenta de que estaba intentando controlarse.

—De acuerdo, lo haré. —Esa vez, fue él quien levantó la mano e hizo callar al otro hombre antes de que hablara. —Pero con dos condiciones.

—¿Cuáles?

—La primera: descubrir la identidad de Mantis será mi última misión. Quiero, no, mejor dicho, necesito contarle la verdad a mi familia.

—¿Y la segunda?

—Sea quien sea Mantis —hizo una pausa, —quiero matado personalmente.

Mollet no accedió a ninguna de las dos condiciones, sino que se limitó a entregarle la petaca y a dejarlo solo en la cubierta, mirando hacia el horizonte.