CAPÍTULO 34

—Tres días, Irene —dijo Alex. —Llevo tres días sin ver tus preciosos ojos. Ábrelos, por favor.

A pesar del mensaje tranquilizador que les había dado el doctor tras curar a Irene, ésta seguía sin despertarse. El médico les había dicho que a veces la mente de una persona necesitaba descansar un tiempo después de haber vivido una experiencia muy traumática y que seguramente eso era lo que ella estaba haciendo. Alex, que estuvo tentado de coger al dichoso médico por el cuello y exigirle que hiciera algo, le preguntó en cambio cómo podía ayudarla a despertar y cuando el hombre le dijo que nada, creyó morir.

—La herida no se ha infectado —prosiguió el médico. —Así que ahora todo está en manos de Dios. —Cerró el maletín. —Y de lady Wessex. Si ella no encuentra el modo de salir del lugar donde se encuentra ahora, me temo que no podremos hacer nada para ayudarla.

—¿Nada? —Alex se negaba a aceptar tal posibilidad.

—No se preocupe, milord, todavía es pronto para plantearnos eso. Llegado el caso, ya nos enfrentaríamos a ello. —Se dirigió a la puerta. —Si me permite un consejo, descanse un poco. A su esposa no la ayudará que usted también se ponga enfermo.

Debería dormir un rato y comer algo.

El médico se fue y Alex decidió ignorar su bienintencionado consejo y volvió a sentarse en la silla que había junto a la cama de Irene, en la que ya se había pasado los tres últimos días. Le cogió la mano y entrelazó los dedos con los suyos para recordarle que seguía allí y que necesitaba que volviera. Alguien llamó a la puerta.

—¿Alex? —preguntó su padre. —¿Puedo pasar?

—Claro —contestó él sin apartar la vista de su esposa.

—Llevas así tres días, ¿no crees...?

—No me pidas que me aleje de ella —lo interrumpió él. —No puedo.

—No iba a pedirte eso. —Cogió otra silla y la colocó al lado de la de su hijo. —Sé que no puedes, yo tampoco pude apartarme del lecho de tu madre —confesó con sinceridad.

—Me acuerdo. —Alex cerró los ojos. —El día en que mamá murió fui a ver a Hawkslife para decirle que aceptaba convertirme en halcón.

Respiró hondo. Sabía que el barón, James y el propio Hawkslife habían puesto al corriente a su padre de lo sucedido, pero él todavía no había reunido el valor de hablar con él. Tenía la sensación de que sería una conversación muy emotiva y ahora Irene necesitaba de todas sus fuerzas. Pero al parecer fue el momento el que lo eligió a él y no al revés.

—Conocí a Hawkslife en Oxford —explicó, —y me dijo que reunía las cualidades necesarias para ser útil a mi país. —Se burló de sí mismo: —A esa edad me pareció un gran honor, pero a medida que iba haciéndome mayor, pensé que no merecía la pena. ¿Te acuerdas de lo mucho que me gustaban los barcos?

—Pues claro —contestó Charles apoyando una mano en la espalda de su hijo. —Claro que me acuerdo.

—Solía contarle a William que ya que él tenía que cargar con el título, yo me dedicaría a navegar. Él se reía, pero me decía que estaba convencido de que lograría tener la mayor compañía naviera de toda Inglaterra. —Miró a Irene y, con la mano que tenía libre, le acarició el pelo y la mejilla. —Siempre quise casarme con ella. Dios, creo que jamás pensé que ninguna otra mujer pudiera conquistar mi corazón como Irene lo hizo con apenas cuatro años.

—Tu madre y yo solíamos hablar de ello. —Vio que Alex ladeaba la cabeza para mirarlo y continuó: —Decía que hacíais muy buena pareja.

—Cuando murió mamá sentí tanta rabia, tanta impotencia, que monté a lomos de mi caballo y fui a ver a Hawkslife para decirle que podía contar conmigo. No quería que nadie más volviera a sufrir ningún daño. Tenía la estúpida idea de que si me convertía en espía podría protegeros a todos, y que jamás ninguno de vosotros volvería a sufrir. Y pensé —se secó una lágrima que así quizá algún día llegaría a ser digno de Irene.

—Alex. —Su padre trató de abrazarle pero él se resistió.

—Al principio, Hawkslife me dijo que no podía contaros nada, porque así mi papel sería mucho más verosímil. No te puedes creer la cantidad de cosas que le cuenta la gente a uno cuando creen que no es de fiar. Tuve que convertirme en un impresentable para tener libre acceso a los peores tugurios de Londres o del continente. Y me dolió muchísimo que ni una sola vez lo pusieras en duda. Sé que es muy egoísta esto que estoy diciendo, pero no te puedes ni imaginar la cantidad de veces que imaginé que vendrías a verme para exigirme que te contara qué estaba pasando en realidad.

—Lo siento, Alex. Tal vez no te lo creas, pero siempre me costó mucho conciliar la imagen que tenía de ti de pequeño con la vida que elegiste llevar durante estos últimos años. Pero... pensé que tras la muerte de tu madre habías decidido «vivir la vida». Creía que terminarías por entrar en razón y supongo que después me acostumbré a que me decepcionaras. Y no sabes cuánto lo lamento.

—Y cuando murió William —ahora que Alex había empezado a hablar le resultaba imposible callar sus sentimientos, —cuando murió William tuve ganas de gritarle a Dios que ése no era el trato. Que yo había entregado mi vida a la Hermandad a cambio de que vosotros estuvierais a salvo. Se suponía que él no tenía que morir, se suponía que Irene tenía que ser feliz. Os he fallado a todos.

—Alexander, nunca me he sentido tan orgulloso de nadie como me siento de ti ahora. Lo que decidiste cuando apenas eras un niño demuestra que posees el corazón más generoso que he visto jamás. No vuelvas a repetir que nos has fallado. Nunca. —Apretó la mano que todavía tenía sobre la espalda de su hijo. —Por lo que me ha contado Hawkslife, gracias a ti muchos soldados ingleses han podido regresar junto a sus familias, y también me ha dicho que tu labor en el continente ha servido para salvar muchas vidas, y eso, Alex, no es fallar. Eso es ser un héroe.

—Eso no me importa.

—Lo sé, y por eso te quiero tanto. Lamento muchísimo no haber dudado del papel que estabas representando. Creo que nunca podré perdonarme no haber entrado a gritos en tu habitación y exigirte una explicación.

—No, papá...

—Déjame terminar, hijo. Lamento mucho no haber estado a tu lado cuando es evidente que me necesitabas, pero te prometo que a partir de ahora me tendrás siempre dispuesto. Cuando Irene se ponga bien, porque ten por seguro que se pondrá bien, os iréis de luna de miel, y George y yo nos aseguraremos de que todo Londres sepa que gracias a ti se ha destapado una traición. No pienso permitir que nadie más siga creyendo que no vales nada, Alex, y menos cuando eres el hombre más digno de confianza que conozco. Sé que no podemos contar toda la verdad, que la Hermandad, o como se llame, tiene que seguir siendo un secreto, y que tú tienes que proseguir con tu misión, pero quiero que toda Inglaterra, el mundo entero, sepa que me siento muy orgulloso de ser tu padre. —Charles, que era casi tan alto como Alex, no permitió que su hijo lo rechazara de nuevo y esa vez lo abrazó como hacía años deseaba hacer. —Te quiero, Alex. Y te he echado mucho de menos.

—Y yo a ti, papá. —Él le devolvió el abrazo y, durante unos segundos, se permitió creer que todo iba a salir bien. —Gracias.

—No me des las gracias. —El conde se apartó emocionado. —Y dile a tu profesor que se mantenga alejado de Robert —añadió, en un intento por aligerar el ambiente.

—Lo haré. —Alex se acomodó de nuevo en la silla y volvió a entrelazar sus dedos con los de Irene. —Papá —dijo antes de que éste saliera de la habitación, —yo también me siento muy orgulloso de ser tu hijo.

Charles Fordyce, conde de Wessex, se fue de la habitación de Alex y le suplicó a Dios que no permitiera que éste tuviera que sufrir la pérdida de la mujer a la que le había entregado el corazón y la vida entera.

Después del emotivo encuentro con su padre, Alex se quedó dormido durante unos minutos y se despertó con ánimo renovado. No iba a permitir que el destino le arrebatara lo único que había querido en este mundo.

—Irene, abre los ojos —le dijo con voz firme. —Abre esos preciosos ojos para que pueda decirte que no tengo la más mínima intención de ser feliz si tú no estás a mi lado. —Sólo de pensar en eso se puso furioso. —¿Cómo pudiste pedirme que te prometiera algo así? —Ella seguía sin moverse. —¿Cómo pudiste? Yo jamás seré feliz sin ti, jamás. Y si no te parece bien, ya sabes lo que tienes que hacer, abre los ojos y mándame al diablo. —Se quedó unos segundos más en silencio antes de continuar: —No sabes la cantidad de veces que he repetido en mi mente nuestra última conversación. ¿Te acuerdas de que me preguntaste si quería quedarme y darnos una oportunidad? No sabes cuánto me arrepiento de no haberte dicho la verdad. En mi corazón, Irene, yo nunca he querido irme. Siempre he deseado estar contigo. Por favor, abre los ojos para que pueda decirte que te amo. Llevo años diciéndotelo, ¿sabes? Cada vez que me acostaba con la trenza de cintas entre los dedos lo decía en voz baja. Y la noche en que hicimos el amor por primera vez, cuando te quedaste dormida, también te lo dije. No sé por qué, nunca me atreví a decírtelo directamente, supongo que creía que así te sería más fácil olvidarme si algo salía mal.

Tuvo la sensación de que ella apretaba ligeramente los dedos y siguió hablando:

—Abre los ojos, Irene, para que pueda decirte que te amo y que quiero quedarme para siempre a tu lado, para que pueda decirte que todo lo he hecho por ti, por ser digno de tu amor. —Notó que le temblaba la voz, pero se obligó a seguir: —Abre los ojos para que pueda decirte que quiero tener un montón de hijos contigo; caballeros medievales que protegerán a las princesas de todos sus dragones. Pero recuérdame que ni loco les enseñe los mismos movimientos que te enseñé a ti —añadió, al recordar lo que ella había hecho para protegerlo. —¿En qué diablos estabas pensando para colocarte delante de ese maníaco?

—En ti —susurró ella.

—¿Irene? —La voz de ella había sonado tan débil que Alex temió haberlo imaginado. —¿Irene? —volvió a preguntar mirando aquellos preciosos ojos abiertos.

—En ti —repitió su esposa con un poquito más de fuerza.

—Mi vida. —Alex se echó a llorar, abrumado por el sacrificio que Irene había estado dispuesta a hacer incluso cuando él no le había hablado nunca de sus sentimientos. La abrazó con suavidad para no tocar la herida y después se apartó con cuidado. —Voy a avisar a tu padre y a tus hermanos.

Ella asintió y miró atónita cómo Alex se iba de allí sin besarla. No sabía cuánto tiempo había pasado inconsciente, pero sí sabía que lo único que la había impulsado a salir de aquel estupor era la voz de él. Una voz llena de amor y desesperación que al parecer debía de haber imaginado, pues su marido se había alejado del lecho como si no pudiera soportar la idea de volver a mirarla. Tal vez todavía estaba aturdida, se dijo a sí misma, era imposible que el mismo hombre que le había suplicado que volviera a su lado fuera ahora incapaz de darle un beso. Volvió a cerrar los ojos, confiando en que cuando los abriera de nuevo todo se habría solucionado.

Cinco días después, Irene estaba ya mucho más recuperada. Su padre y sus hermanos la visitaban a diario, y Tilda, su cuñada, le hacía compañía siempre que su embarazo, y James, se lo permitían. Robert y Eleanor, los hermanos de Alex, también iban a verla y le llevaban flores, libros, y le contaban los últimos chismes de la ciudad. Gracias a todos ellos, Irene descubrió que su marido había pasado de ser un crápula despreciable a todo un héroe, y que los periódicos llenaban páginas y páginas contando cómo había evitado que unos traidores se apropiaran de cierta información vital para la seguridad del país. Él apenas la visitaba, se pasaba el día encerrado en su despacho. Por la noche, cuando creía que ella ya estaba dormida, se acostaba a su lado y la abrazaba como si estuviera hecha de cristal. Al principio, Irene pensó que Alex no quería hablar con ella porque tenía miedo de atosigarla, pero la mañana del sexto día llegó a la conclusión de que sencillamente le tenía miedo.

Si sus miradas se cruzaban en algún momento, en medio de un pasillo, o en la mesa a la hora de comer, él la esquivaba de inmediato. Y si ella trataba de iniciar una conversación, le decía que no quería cansarla y que ya hablarían más tarde. Irene ya estaba harta y había decidido que, para variar, no iba a permitir que Alex siguiera ocultándole la verdad. Pasó el día pensando en la estrategia que iba a seguir y, de repente, recordó su noche de bodas. Él le había dicho que en su habitación nunca se dirían mentiras, así que optó por esperar a que se hiciera de noche y que su esposo repitiera el ritual de los días anteriores.

Alex sabía que se estaba portando como un cobarde y que tenía que hablar con Irene, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de ella inconsciente, en medio de aquel charco de sangre. Cada vez que cerraba los ojos tenía pesadillas sobre la muerte de su esposa y en todas ellas, antes de morir, le decía que lo había hecho por él.

Alex no se merecía tal sacrificio, en toda su vida, sólo había sabido hacerla infeliz y en cambio ella se había interpuesto decidida a recibir una bala que le iba destinada. Lo mejor que podía hacer por Irene sería irse muy lejos y permitir que rehiciera su vida con alguien digno de ella, alguien como lord Crompton. Cualquiera menos él, que sólo le había causado dolor y por su culpa casi la muerte. Por no hablar de la cicatriz que para siempre le quedaría en el cuerpo y que sería un recuerdo perenne de aquella experiencia tan traumática. Cada día se juraba a sí mismo que hablaría con su esposa y le ofrecería la posibilidad de pedir la anulación de su matrimonio. Pero cuando la veía, las palabras se negaban a salir de sus labios. Y cada noche se juraba a sí mismo que no se acostaría con ella.

Después de su recuperación, Irene no había regresado a su antiguo dormitorio y había preferido quedarse en el de Alex. Éste no se atrevía a pensar que ese gesto significara algo más que el hecho de que estaba más cómoda en esa cama que en la que había ocupado antes. Al fin y al cabo, siempre habían hecho el amor en la habitación de ella, y en la cama de Alex sólo habían dormido juntos la noche antes del maldito disparo.

Él se quedaba en su despacho hasta las tantas, incapaz de pensar en nada que no fuera su esposa y cómo lograría sobrevivir sin ella. Sabía que sin Irene su vida sería sólo mera existencia, pero después de todo lo sucedido, si decidía abandonarle no se opondría.

Subió la escalera y entró en el dormitorio en el que se había imaginado haciéndole el amor a su mujer. Siempre había soñado con despertarse la mañana de año nuevo con Irene entre sus brazos y su hija, una pequeña réplica de ella, acostada entre los dos.

Suspiró y se desnudó, quedándose sólo en calzoncillos y se tumbó junto a su esposa. Tal vez al día siguiente se atreviera a hablar con ella.

Irene, que no estaba dormida, fingió estarlo hasta que Alex se metió entre las sábanas, a su lado.

—Alex, no podemos seguir así —dijo con convicción.

—Continúa durmiendo —respondió él en voz baja, pero tensó el brazo con el que le rodeaba la cintura.

—No. —Ella se apartó y se sentó en la cama. —¿Qué te pasa? ¿Por qué no quieres hablar conmigo?

Él, viendo que ya no podía seguir rehuyéndola, se levantó y se encaminó hacia la cajonera para prender el quinqué que había encima. Por mucho que temiera la respuesta de Irene, quería verla a los ojos.

—Cuando te vi tumbada en el suelo, empapada de sangre, creí morir —explicó furioso. —Se suponía que era yo quien tenía que protegerte a ti, y no al revés.

—Alex... —Ella trató de interrumpirlo, pero él no se lo permitió.

—Me acuerdo del día que te conocí. Se te veía tan asustada, tenías los ojos más preciosos que había visto jamás. Estabas junto a Isabella, que apenas era un bebé. Recuerdo que pensé que nunca había visto algo tan hermoso como tú y esa misma noche le pregunté a mi madre si tenías poderes mágicos. Ella me sonrió y me preguntó a qué venía esa pregunta y yo le contesté que debías de ser una criatura sacada de un cuento de hadas, pues te bastaba con mirarme para que se me acelerara el corazón y me temblaran las piernas. —Nervioso, se pasó una mano por el pelo y siguió con la mirada fija en la pared, pues todavía se sentía incapaz de mirar a su esposa. —Mi madre me dio un beso en la frente y me dijo que no me preocupara. Pasaron los años y nunca me acostumbré a esa sensación que me embargaba cada vez que te veía, pero pronto dejé de cuestionármela. Cuando en Oxford algunos de mis compañeros empezaron a visitar las habitaciones de las chicas, yo nunca sentí el menor interés. Un día unos muchachos se burlaron de mí diciendo que no me gustaban las mujeres y William los mandó al diablo. Luego me dijo que era normal que no quisiera ir con ellos, estando como estaba enamorado de ti.

—Alex... —dijo ella emocionada.

—Entonces lo supe. —Se rió de sí mismo y se dio media vuelta para mirarla. —Estaba enamorado de ti, siempre lo he estado y siempre lo estaré —confesó mirándola a los ojos. —Empecé a hacer planes, incluso le conté a William que quería construir un navío y a la larga tener mi propia naviera. Te pediría que te casaras conmigo y seríamos felices para siempre. —Tomó aire y continuó: —Pero entonces conocí a Hawkslife.

—James y mi padre me han contado algo, pero preferiría oír toda la historia directamente de ti.

—Conocí a Hawkslife —prosiguió él como si no la hubiera oído, —y me dijo que yo reunía los requisitos ideales para entrar a formar parte de la Hermandad del Halcón.

—El halcón que llevas tatuado en el brazo.

—Sí. Es una especie de marca para que podamos identificarnos entre nosotros. La Hermandad es un cuerpo de espías tan secreto que ni los propios miembros conocen la identidad de los demás. —Se paseó nervioso por la habitación. —Dios, si ni siquiera sabía que James pertenecía a ella. Rechacé la oferta de Hawkslife. —Vio que Irene lo miraba intrigada y respondió a la pregunta no formulada. —Por ti. Lo único que quería era labrarme un futuro y pedirte que te casaras conmigo, pero entonces... —se le quebró la voz.

—Entonces murió tu madre —terminó ella la frase.

—Sí, y pensé que si me convertía en un halcón podría cuidar de la gente a la que amaba, y que nadie más resultaría herido. —Se sentó en la cama, agotado física y emocionalmente. —Y ya ves. William está muerto y tú, tú casi mueres en mis brazos.

—Pero estoy viva, Alex. —Se acercó y le acarició la espalda desnuda, pero él se levantó y puso distancia entre los dos. —Y por mucho que lamente la muerte de William, fue él quien tomó la decisión de alistarse, no tú. Tú no tienes la culpa.

—Si yo hubiera estado aquí, si él no hubiera creído que tenía que ir a la guerra para demostrar que en nuestra familia no todos eran unos cobardes todavía estaría vivo. —Por el modo en que pronunció esas palabras Irene supo que Alex de verdad se odiaba por ello.

Buscó algo que decir, algo que pudiera consolarlo, pero no lo logró y él siguió hablando:

—Cuando regresé a Inglaterra, Hawkslife me dijo que la emboscada en la que fallecieron William y todo su batallón había sido posible gracias a que cierto traidor facilitó información secreta a los franceses. La Hermandad sospechaba que el traidor pertenecía a la nobleza y se suponía que yo tenía que averiguar quién era. —Volvió a recordar los hechos que habían marcado el inicio de su vuelta a casa. —Acepté la misión con la condición de poder matar a ese hombre con mis propias manos. A Hawkslife no le pareció bien, pero pensé que terminaría por convencerlo. Quería vengar la muerte de mi hermano.., y ni siquiera he sido capaz de hacer eso. —Pronunciar esas palabras le dolió en el alma. —El coronel Casterlagh y el duque de Rothesay eran unos traidores y unos asesinos, y sí, fueron ellos los que se apoderaron de la documentación de David Faraday, y quienes estaban detrás de su muerte. Eran unos canallas despreciables, pero ninguno de los dos es el hombre que estamos buscando. Necesito encontrarlo, Irene.

—Alex, William está muerto. —Se puso de pie y se acercó a él.

—Lo sé. Y es culpa mía.

—No lo es. —Le colocó la palma de la mano en la mejilla y lo obligó a mirarla. —¿Qué piensas hacer, pasarte el resto de tu vida buscando venganza?

—No me merezco tener una vida, Irene. —Tenía los ojos inyectados en sangre por el esfuerzo que estaba haciendo para no llorar. —No me pidas que lo intente, por favor.

—Alex... —A ella sí que se le escaparon dos lágrimas. —No digas eso, por supuesto que mereces tener una vida, y no sólo eso, mereces sentir todo el amor que yo necesito darte.

—No puedo seguir así, Irene. Cada vez que cierro los ojos te veo en medio de ese charco de sangre. Tienes que alejarte de mí dijo de repente. —Podemos pedir la anulación del matrimonio. Firmaré lo que quieras. Lo único que te pido es que rehagas tu vida.

—Alex —levantó una mano para acariciarle el rostro, —¿no crees que ya hemos sufrido bastante? ¿No crees que ambos nos merecemos la oportunidad de ser felices? ¿De estar juntos como siempre hemos soñado?

Él se quedó mirándola y ella le contó su propia historia:

—Yo también recuerdo el día en que te conocí. Estabas hablando con William y pensé que, por primera vez, veía a un chico cuyos ojos sonreían. A mí también me daba un vuelco el corazón cada vez que te veía, y me temblaban las piernas cuando nuestras manos se rozaban por casualidad. El día antes de que te fueras a Francia, me atreví a besarte porque no podía seguir imaginándomelo. No quiero seguir soñando con estar contigo. No quiero tener que imaginarme cómo serán nuestros hijos. Y tampoco quiero tener que imaginarme qué se siente al pasar toda la vida al lado de la persona amada.

—Irene...

—Alex, te amo, y si me hubieras contado la verdad te habría esperado. Habría estado a tu lado y habría hecho todo lo que fuera necesario por tu amor.

—Irene; yo también te amo confesó él abrazándola al fin. —Te amo. —Una lágrima le resbaló por la mejilla y no hizo el ademán de secársela.

Ella se puso de puntillas y, con un beso, enjugó esa pequeña muestra de tristeza.

—No llores, Alex. —Le acarició el pelo. —Te amo.

—Tengo miedo, Irene —susurró él. —Temo no ser capaz de darte la vida que te mereces. Llevo tantos años mintiendo que a veces me asusta no saber distinguir la verdad. Vivo con el temor de que alguien de mi pasado reaparezca y te haga daño. Tengo miedo.

—Yo también tengo miedo, Alex. De volver a perderte. Tengo miedo de que elijas seguir con tu venganza en vez de dar una oportunidad a nuestro amor. —Le sujetó el rostro entre las manos para asegurarse de que tenía toda su atención. —Sé que jamás podrás perdonarte por lo de William, a pesar de que yo trataré por todos los medios de conseguir que lo hagas, y sé que no dejarás de ser el hombre noble y valiente que eres y que, por lo tanto, seguirás vinculado a la Hermandad, pero te pido, no, te suplico que dejes descansar a tu hermano en paz.

—No sé si puedo, Irene —respondió él sincero.

—Sí, puedes —dijo ella con convicción. —Te haré tan feliz que sólo pensarás en estar conmigo.

—Nunca he pensado en nada más —respondió al instante. —Pero nunca creí que llegara a ser verdad. —La miró a los ojos. —Ayer hablé con Hawkslife. —Si iban a tener un futuro, tenía que empezar a confiar en ella y a contarle lo que le preocupaba. —Gracias a los cuadernos que tu hermano y Robert encontraron en casa del coronel y en los aposentos del duque sabemos que Mantis, así bautizamos al hombre que suponemos está al mando, tiene establecida su sede en Francia. Se mencionaron ciertos lugares y Henry, un amigo mío que también es halcón, regresará allí para seguir esas pistas. Además, al parecer ya hay otro halcón en el continente siguiendo otro rastro.

—¿Y tú qué harás? —preguntó Irene con el corazón en un puño.

—Yo me quedaré aquí confesó emocionado mirándola a los ojos. —Te amo, y si de verdad estás dispuesta a arriesgarte conmigo, a pesar de saber toda la verdad, nada me haría más feliz que pasar el resto de mi vida a tu lado.

Ella le dio un beso que contenía todo el amor y todas las promesas que se había ido guardando dentro de sí misma durante los años que habían estado separados.

—Y ya que mi mayor sueño parece haberse convertido en realidad —añadió él cuando Irene se aparté, —quizá también me atreva con lo de la naviera.

—¡Oh, Alex! —exclamé. —Sería fantástico.

—Nunca podré dejar de ser un halcón, Irene —le dijo mirándola a los ojos —Pero te amo. Tú eres sin duda el amor de mi vida. Te di mi corazón cuando no sabía lo que eso significaba, y tu recuerdo me ha mantenido cuerdo en más ocasiones de las que me gustaría recordar. Te amo, te necesito. Cuando me fui de aquí, hace cinco años, me olvidé de lo que se siente al ser feliz y no conseguiré recordado sin ti a mi lado.

Inclinó la cabeza despacio, consciente de que aquél era un momento que quería recordar durante toda su vida, y la besó. Irene se entregó a él en cuerpo y alma.

—Yo también te amo, Alex. Y lo único que siempre he deseado es estar a tu lado, así que supongo que lo de la felicidad tendremos que recordarlo juntos.

Ambos buscaron ansiosos los labios del otro y, tras unos largos y apasionados besos en los que se dijeron mil veces que se amaban y que se necesitaban, él volvió a apartarse.

—Si sé que te tengo a ti —dijo, acariciándole el pelo con manos temblorosas, —no necesito nada más. —Empezó a inclinar la cabeza, pero de pronto se detuvo. —No, eso no es cierto. Sí que hay algo que me gustaría pedirte.

—Lo que quieras —le aseguró ella algo sorprendida.

—No vuelva a ponerse delante de una pistola, lady Wessex. —Le dio un beso en la nariz. —Lo digo en serio.

—Está bien, señor Halcón. No lo haré. —Se puso de puntillas para mirarle directamente a los ojos. —Con una condición.

—¿Cuál?

—Que tú hagas lo mismo —y antes de que él pudiera decir nada más, volvió a besarlo, y entre beso y beso consiguieron llegar a la cama, donde hicieron el amor y, al terminar, justo antes de quedarse dormidos y decirse de nuevo que se amaban, ambos coincidieron en que nunca más volverían a tener habitaciones separadas. En su noche de bodas se habían prometido que allí siempre se dirían la verdad, y era una promesa que ninguno de los dos iba a romper jamás.

FIN