14
Esquina de la avenida Lexington con la calle Cuarenta y Nueve, Nueva York
La llamada se produjo a las 21.46 horas. Un mensaje de voz dejado en el contestador automático de la Petra Fitness Equipment Company de Brooklyn.
«Hada ho Jihan. Mataa takun baladiya aneyvan gahiza?», decía la voz de Dima: «Soy Jihan. ¿Cuánto tardará mi pedido?».
Captaron el número del teléfono que llamaba desde la antena de Brooklyn más próxima a la empresa de máquinas de fitness que había trasladado la llamada. El equipo de Koslowski no tardó más de quince minutos en rastrearla hasta un teléfono móvil de prepago que Jihan había comprado en una tienda de AT&T en la calle Treinta y Siete. La tienda distaba sólo unos minutos del hotel en taxi. Tenían a dos agentes femeninas de la Oficina Antiterrorista trabajando de incógnito como camareras en el hotel y a tres agentes masculinos como miembros de la seguridad. Confirmaron con el equipo in situ que a esa hora Jihan no se hallaba en el establecimiento. Cuando le reenviaron el mensaje a Koslowski, Carrie se lo tradujo.
Koslowski asintió.
—Hemos despegado —dijo.
Cuando una de las camareras de incógnito inspeccionó la habitación de Jihan, informó de que el violoncelo estaba apoyado en la pared y que el estuche estaba vacío. Afirmó no haber visto ni armas, ni explosivos, ni nada anormal.
—¿Cuándo empezáis a vigilar a los sospechosos? —le preguntó Saul a Koslowski.
—Algo después de la medianoche —contestó éste, consultando su reloj_. Estamos totalmente pasivos. Instalaremos dos cámaras ocultas. Una en el tejado del edificio situado frente a la empresa de equipo para gimnasios y la otra delante del apartamento del primo del vendedor jordano en Gravesend. Dos de las unidades Hércules entrarán en el hotel a las tres de la mañana. Permanecerán en varias suites hasta que decidamos actuar.
—¿Los llevarás a la habitación de Jihan justo antes de que los terroristas entren en acción? —inquirió Saul.
—Ése es el plan —contestó Koslowski al tiempo que se servía una taza de café.
Menos de una hora después, las cosas empezaron a desenmarañarse. Todo comenzó con una llamada desde el cuartel general de la Oficina Antiterrorista del DPNY en Queens. Koslowski se acercó a Carrie y a Saul con aire serio.
—Hemos mandado un helicóptero a hacer un vuelo de reconocimiento para efectuar una inspección con infrarrojos de las viviendas de los jordanos. Simplemente para cubrirnos las espaldas antes de colocar las cámaras de vigilancia. El universitario, Abdel Yassin, no se encuentra en su apartamento. No sabemos dónde está.
—El universitario, joder. Si tiene treinta años —gruñó Gillespie.
—Eso no es todo —prosiguió Koslowski, dejando dos fotografías de satélite sobre la mesa. Eran del mismo lugar: el edificio y el aparcamiento de la Petra Fitness Equipment Company—. ¿Lo veis?
Saul y Carrie observaron atentamente las fotos. Entonces Carrie se apercibió.
—Mierda —exclamó.
—¿Mierda, qué? —inquirió Saul.
—Falta uno de los camiones.
—Vale, pero ¿eso qué significa? —quiso saber Gillespie—. Siempre supusimos que las armas estarían ocultas dentro de alguna máquina de fitness y que las entregarían en el hotel. De modo que usan otro camión. ¿Cuál es el problema?
—El problema es que no sabemos qué está pasando ni por qué están haciendo esto. El problema es que aquí está interviniendo un elemento desconocido. Y obviamente tiene algo que ver con Yassin y el camión —contestó Carrie.
—¿Qué vais a hacer al respecto? —preguntó Saul.
—Queríamos comentároslo a los dos. Ver si teníais alguna idea —terció Koslowski—. Estamos pensando en difundir un boletín sobre Yassin y el camión con un aviso de «no acercarse ni intentar detener».
—No lo haga —intervino bruscamente Carrie—. Tiene usted policías corrientes que no saben de qué va esto y, si se acercan demasiado, incluso sin querer, asustarán a Yassin. La situación pasa de desconocida a incontrolable en un nanosegundo. Repito, aún no sabemos qué está pasando.
—Mathison tiene razón —la apoyó Saul.
—Esto es culpa mía —señaló Carrie.
—¿Por qué es culpa suya? —le preguntó Koslowski, mirándola.
—Aquí está pasando algo más. Lo he intuido desde el principio porque las piezas no encajan. Si Dima…, perdón, Jihan pertenece a la DGS o a Hezbolá, comprendo que Siria pueda estar implicada, que pueda estarlo Hezbolá, que pueda estarlo Irán, pero no veo a los suníes metidos en esto. Y no tiene nada que ver con lo ocurrido en Abbasiya. Debería haber averiguado qué es —dijo apartando el ordenador de un empujón. Miró por la ventana las luces de los edificios de la Primera Avenida. Allí era donde había tenido lugar el atentado del 11-S, pensó, no lejos de allí.
—No se mortifique. Ninguno de nosotros lo ha averiguado tampoco —manifestó Koslowski.
—¿Qué vais a hacer? —le preguntó Saul a este último.
—Empezar la vigilancia en los tres lugares: el piso del primo en Gravesend, la fábrica y el apartamento del universitario. Sabemos adonde irán. Al Waldorf. Los estaremos esperando —respondió con expresión seria.
Carrie se puso en pie.
—Necesito cambiarme. Darme una ducha. No puedo quedarme aquí. Tengo que pensar —declaró.
Saul la miró, preocupado.
—Llevas varios días trabajando sin parar —observó—. Tómate un respiro.
—Hemos reservado habitaciones para ustedes en el Marriott —les informó Koslowski—. En Lexington con la Cuarenta y Nueve. Puede ir andando desde aquí. Asearse. Tomar un bocado.
—Te veré más tarde, Saul —dijo Carrie cogiendo su chaqueta.
—Espere —la detuvo Koslowski—. Mandaré a la sargento Watson con usted para que la acompañe. Leonora —llamó a la joven agente de color que había hablado antes con él.
Carrie hizo una mueca.
—Soy una chica mayor, capitán. No me perderé en esta ciudad grande y perversa.
—No es eso —repuso él mientras la mujer, Leonora, se acercaba a ellos—. Es usted vital para nosotros. Ahí fuera —hizo un gesto en dirección a la ventana— puede pasar cualquier cosa. Podría tropezarse accidentalmente con Jihan en la calle. No la dejaré marchar sin uno de los nuestros. Además —añadió sonriendo—, la agente puede hacerle compañía. Pueden comer algo las dos con cargo al departamento. Vuelvan cuando esté usted lista.
Leonora, la agente de policía, y ella fueron andando hasta el hotel. La noche era fresca, estimulante, la gente caminaba a toda prisa por las calles, el tráfico era normal para una noche de entre semana en Manhattan. Carrie se registró en el Marriott. Subieron a la habitación y, después de que la agente efectuó un reconocimiento, Carrie se desnudó. Leonora encendió el televisor.
—Parece un buen tío, Koslowski —observó Carrie mientras se dirigía a la ducha.
—Es uno de los buenos —coincidió Leonora—. Pero no se engañe: nunca hace las cosas de la manera sencilla.
Fue mientras se estaba duchando, dejando el agua caliente correr sobre su cuerpo, con los ojos cerrados, pensando en todo lo que había sucedido en las últimas semanas desde que Beirut comenzó a hacer aguas, cuando se sorprendió pensando en lo que Leonora había dicho de Koslowski. No era sencillo.
Sencillo.
Y entonces cayó en la cuenta. ¡Hijo de puta! La cosa que la había estado incordiando todo el tiempo. La idea la impactó hasta tal punto que estuvo a punto de salir desnuda de la ducha. Permaneció bajo el agua, forzándose a respirar.
«Cálmate —se dijo—. Piénsalo». Se encontraba bien. Tenía la cabeza despejada, la medicación funcionaba. Había dado con ello.
«Nunca hace las cosas de la manera sencilla». Abu Nazir. ¡Maldito! ¿Y si la idea que había tenido en el tren era correcta? A causa de Dima y de lo que le había pasado a ella con Ruiseñor en Beirut habían supuesto desde el principio que se trataba de una operación de Hezbolá o de los iraníes. Pero ¿y si no lo era? ¿Y si era AQI?
Si se trataba de Abu Nazir, no haría las cosas de la manera sencilla. Jamás. No era su estilo. Habría más de un ataque. ¡No atentaría sólo contra el Waldorf, que podía ser una simple distracción! ¿Qué era lo que Julia le había dicho de la reacción de Abbas, su marido? «Fue la forma en que lo dijo… Me asustó». Iba a haber un segundo ataque, independiente del primero. Algo grave. Más grave incluso que matar al vicepresidente. Algo que Abu Nazir pudiera presentar a los suníes como una represalia por lo de Abbasiya. Si lo lograba, los suníes acudirían a él en manada. Podría hacerse con toda la provincia de Ambar. ¡Y en el ataque estaban implicados Abdel Yassin y el camión desaparecido!
Tenían que encontrar ese camión… y rápido. Y hacer lo mismo que iban a hacer con Dima y el Waldorf: esperar hasta el último segundo, atraparlo y matarlo.
Salió de la ducha, se puso unos vaqueros limpios, un top y una chaqueta. Aún tenía el cabello mojado y parecía una rata ahogada, pero no importaba.
—Vamos —le dijo a Leonora—. Tenemos que volver a la oficina.
—¿Y la cena? —preguntó la agente, levantándose—. Créame, que pague el departamento no sucede todos los días.
—No me importa —replicó Carrie dirigiéndose a la puerta—. Podemos pedir comida china.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Me parece que sé cómo encontrar ese camión —respondió.