24

Basta Tahta, Beirut, Líbano

Virgil y ella se separaron al llegar a la embajada francesa, próxima al Hippodrome, para asegurarse de que uno de ellos conseguía volver. Tras coger autobuses y taxis en una y otra dirección por la parte norte de la ciudad con el fin de asegurarse de que nadie la seguía, Carrie se encaminó a Iroquois, el apartamento refugio sito en la avenida Independence, en el barrio de Basta Tahta. Cuando llamó a la puerta utilizando el código, tres golpes y luego dos, Davis Fielding la abrió, apuntándola con una pistola Beretta.

—Te estaba esperando —le dijo.

—¿Tienes tequila? Necesito una copa —replicó ella.

—Sólo hay vodka. Belvedere —terció él, indicándole un armario con un gesto.

Carrie se dirigió al armario, se sirvió un vaso de vodka, tomó un trago y luego se dejó caer en un sillón. No parecía haber nadie más en el apartamento, lo cual la sorprendió. Fielding rara vez iba a ningún sitio sin un par de agentes de operaciones. Y nunca iba al refugio salvo para interrogatorios. Así que, ¿por qué estaba allí?, se preguntó.

Fielding se sentó en un sofá, enmarcado por una cortina que cubría por completo una ventana que se hallaba a sus espaldas. Aún llevaba la pistola en la mano, observó Carrie.

—¿Tienes intención de dispararme, Davis? —preguntó.

—Es posible que no fuera la peor idea del mundo. ¿A cuántos has matado esta vez, Mathison? —inquirió haciendo una mueca.

—Tienes razón, Davis —repuso ella. Tomó otro trago, sintiendo cómo le quemaba la garganta al bajar, y pensó: «Gracias a Dios por el alcohol», sin que en ese momento le importara cómo pudiera reaccionar con sus medicinas—. La gente muere. Esta noche le ha tocado a tu novia, Rana. Ruiseñor le disparó en la cara. Ya no es una belleza. Salud —dijo, y tomó otro sorbo.

La sangre se evaporó del rostro de Fielding. Carrie se dio cuenta de lo impactado que estaba. Su mano aferraba la pistola con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Carrie se preguntó si no iría a dispararle de verdad.

—Esta vez estás acabada, niña mona de Saul —soltó con voz ronca—. Antes de que haya acabado contigo, estarás en una prisión federal. —Comenzó a recorrer a grandes pasos la habitación mientras hablaba—. He estado tras de ti desde el principio. ¿De verdad creías que podías venir a mi delegación, a mi ciudad, sin que yo lo supiera? Estúpida aficionada. Yo competía con los auténticos profesionales, con el KGB, cuando tú aún te cagabas en los pañales.

—Has tenido unos cuantos fallos desde entonces, ¿no? —repuso ella—. Como que tu paloma, Dima Hamdan, se fue a Nueva York a matar al vicepresidente de Estados Unidos y a volar el puente de Brooklyn, y la delegación de Beirut, ni pío. O que era suní, no cristiana. O que tu amante trabajaba como agente doble para Ruiseñor, que a su vez era agente doble para Hezbolá y al-Qaeda en Iraq, y nada, ni una palabra del gran Davis Fielding, rey de Beirut, ¡sólo un montón de nada!

Él se detuvo y se la quedó mirando fijamente, moviendo la boca como si estuviera intentando tragar pero no pudiera.

—Buscamos a Dima. Desapareció —dijo.

—¿Ah, sí? —replicó Carrie—. Presentó un DS-160 utilizando el nombre falso de Jihan Miradi a través de tu propia deplorable embajada y tú ni te enteraste. Por no mencionar que tu amante le estaba pasando todo lo que tú tocabas a Abu Nazir, en Iraq, a través de Ruiseñor. De modo que la pregunta es: ¿eres un incompetente total o un traidor, hijo de la gran puta?

Fielding miró la pistola que tenía en la mano como si fuera una especie de objeto extraño que nunca hubiera visto antes. Su dedo, observó Carrie, se hallaba sobre el gatillo.

—Rana no era mi novia —dijo finalmente—. Casi no la conocía.

—¡Y una mierda! —espetó ella—. La llamaste varias veces por semana durante meses. Luego hiciste que borraran los mensajes de los archivos de la Compañía y de la base de datos de la NSA. Lo hicieron el mismo día que me ordenaste marcharme de Beirut… y, por cierto, me encantaría saber cómo hiciste ese truquito.

—No sé de qué estás hablando —replicó él.

—Claro que lo sabes, Davis. No creíste que nadie fuera a averiguarlo, ¿verdad? Pues ¿sabes una cosa, mamón? Yo lo sé. Y no soy la única.

Él la miró de manera extraña, con una sonrisita morbosa. Carrie se preguntó si era mentalmente estable. «Qué gracioso, viniendo de mí», pensó.

—Te crees que sabes algo, Mathison, pero no sabes nada. Están pasando cosas. Tú no tienes ni idea —declaró él, enderezándose—. Háblame de tu última cagada. ¿Cómo murió Rana?

—íbamos a atrapar a Ruiseñor. Actuaba como agente doble y como agente puente entre Hezbolá y, creemos, al-Qaeda en Iraq. Está vinculado a Abu Ubaida y posiblemente también a Abu Nazir. En particular, queríamos obtener información sobre el novio de Dima, Mohammed Siddiqi, que, por cierto, tú tampoco mencionaste nunca a Langley y que podría haber sido la conexión. Sólo que las Forces Libanaises se precipitaron. Ruiseñor le disparó.

Fielding miró con expresión desolada la cortina de la ventana, como si pudiera ver a través de ella. A causa de la cortina, la estancia daba una sensación de cerrado, como la celda de una prisión.

—Pobre Rana —dijo dejando colgar la pistola a su costado. Regresó al sofá y se sentó—. Era una mujer muy guapa. Inteligente. Cuando estabas con ella, la gente se fijaba en ti.

—¿Era tu amante?

—Era un contacto. Es posible que nos acostáramos unas cuantas veces, pero… —titubeó.

—¿Qué pasa, Davis? ¿Ella no quería acostarse contigo? ¿O es que a ti no se te levantaba?

Fielding la miró como si la estuviera viendo por primera vez.

—Eres una auténtica puta, ¿eh?

—Pero no una traidora —replicó Carrie mirando a su alrededor—. Aquí no hay nadie. Entre nosotros, ¿no tenías ni idea de quién era? ¿De para quién trabajaba?

Él negó con la cabeza casi imperceptiblemente.

—¿Y Ruiseñor? —inquirió.

—También él está muerto. Malditos FL. Dos de sus guardias de Hezbolá lograron escapar. Uno de los FL resultó herido.

—¿De modo que no conseguiste nada?

—No exactamente —contestó ella, sacándose un teléfono móvil del bolsillo—. Es de Ruiseñor.

Fielding extendió su mano libre.

—Déjame verlo —le pidió.

Ella negó con la cabeza, agitando su cabello rubio.

—Tengo curiosidad, Davis. ¿Cómo es que sabias de la cita de esta noche? ¿Quién te lo dijo? No fui yo, ni fue Virgil. ¿Fue Ziad? ¿Uno de los tipos de las FL? ¿Empezaron a disparar porque se lo ordenaste tú?

Fielding la apuntó con su arma.

—Pareces confusa, Mathison. Por si lo has olvidado, el jefe de la delegación soy yo, no tú. Si puedo darle a Langley el teléfono móvil, tal vez el lío que has montado no será un absoluto fiasco. Dámelo —le presentó la mano que no sujetaba la pistola.

Ella volvió a meterse el teléfono en el bolsillo.

—¿Qué vas a hacer, Davis? ¿Dispararme? —preguntó.

—No tienes realmente ni idea, ¿verdad? —Fielding sonrió—. Este año hay elecciones a mitad de mandato. Nadie va a ponerse a tocarle las pelotas a la Agencia. Aquí no tienes ya nada que hacer. Estamos consiguiendo extraordinarias rendiciones de extremistas islámicos. Te voy a trasladar. Puedes interrogar a chicos malos en el nordeste de Polonia, en el culo del mundo. Te sugiero que te pongas ropa de abrigo, Mathison. Tengo entendido que por allí hace frío en esta época del año.

—No voy a ir a ninguna parte. Y esto tendrás que quitármelo —dijo ella, golpeando el bolsillo donde había metido el teléfono.

—He mandado venir a algunos de mis hombres. Cuando lleguen, te llevarán al aeropuerto —replicó él echándose hacia atrás—. Antes de eso, por supuesto, me darás el teléfono.

—No iré.

—En tal caso, estás acabada —repuso Fielding, con el mismo aire de petulancia del presidente de una fraternidad estudiantil al ver a un no iniciado hacer el ridículo—. Tu carrera ha terminado. Y presentaré cargos, Carrie. Te garantizo que conseguiremos algo a lo que agarrarnos. La verdad es que no es posible estar en este negocio y no quebrantar alguna que otra ley o norma del Congreso.

Permanecieron callados, mientras ella pensaba que los mierdas como él siempre se salían con la suya, pero que lo atraparía de algún modo, aunque fuera lo último que hiciera en la vida. El apartamento estaba en silencio, ni siquiera el ruido del tráfico de Beirut llegaba hasta allí. Carrie se preguntó si su carrera habría terminado de verdad. Acabaría cuando llegara la gente de Fielding. Justo igual que su padre, pensó.

Alguien llamó a la puerta.