23
Le Hippodrome, Beirut, Líbano
Se instalaron entre los árboles, tras las gradas de la pista de carreras del Hippodrome, mientras el sol poniente proyectaba la sombra del graderío más allá de la pista y de los árboles. Eran siete: ella, Virgil, Ziad y cuatro hombres de las FL, las Forces Libanaises, que éste había traído consigo. Iban todos bien armados, los cuatro con carabinas M4. Uno de ellos tenía una M4 con un lanzagranadas M203 acoplado.
A Carrie no le gustaba recurrir a las FL, pero no había mucha elección. Las cosas avanzaban demasiado a prisa. Creía que Saul iba de camino a Beirut, pero llegaría tarde y no había tiempo para crear un SOG, un Grupo de Operaciones Especiales de la CIA.
Había un centenar de razones para no utilizar las FL. No estaban bien instruidos, no se hallaban bajo su control, eran sectarios hasta la médula y estarían enfrentándose a sus enemigos chiíes. Una situación absolutamente imprevisible.
Había una única razón para utilizarlas. Ruiseñor/al-Douni no iba nunca a ninguna parte sin guardias armados de Hezbolá, de modo que Carrie necesitaba matones de algún tipo. Saul había accedido de mala gana durante el intercambio de mensajes que habían llevado a cabo con anterioridad ese mismo día.
Carrie había ido a un cibercafé situado en la calle Makhoul, en Hamra, cerca de la Universidad Americana, y había utilizado un ordenador situado contra la pared junto a un adolescente árabe que jugaba online con sus amigos. Como habían acordado previamente, con el fin de mantener lo que estaba haciendo al margen de los canales normales a los que Davis Fielding tendría acceso, Saul y ella se comunicaban a través de un chat para adolescentes tan frecuentado que las posibilidades de que su conversación fuera detectada eran escasas. El volumen era sencillamente demasiado grande para que ni siquiera los poderosos algoritmos de los motores de búsqueda de las agencias de inteligencia localizaran una conversación individual.
Tal como habían montado el chat, se suponía que Carrie era una estudiante de último año de instituto de Bloomington, Illinois, llamada Bradley y Saul era una chica llamada Tiffany del vecino instituto Normal Community. Carrie mandó a Saul su informe y la foto de Mohammed Siddiqi como anexos.
—eh wpa. Tns a tdo l m1do n nesa vlviéndose Ico —escribió Saul. La NESA era la Oficina de Análisis para Oriente Próximo y el Sureste Asiático de la CIA, un grupo de élite que incluía a los mejores expertos en Oriente Medio de la Agencia.
—¿ctc? —respondió ella. ¿Estaba el Centro de Contraterrorismo de David Estes implicado también?
—24/7, stoi closa. Tns la atncn d tdas ls xkas. —Ya era hora de que Langley le hiciera caso, gruñó para sí.
—¿sbes kien s 1 vrddero ms? ¿con kien sale? —Ésa era la gran pregunta. La que tenía absolutamente que saber. ¿Quién era Mohammed Siddiqi en realidad? ¿Qué sabía de él la Compañía? ¿Y para quién trabajaba?
—aun no —contestó Saul—. xo tu antiguo mjr amgo xa smpre, allie, sta tbjndo n ello cmo si fueran sus xamns d accso a la uni. —Así que su antiguo mejor amigo para siempre, «allie», Alan Yerushenko, y sus compañeros de trabajo de la OCSA también estaban trabajando en ello sin descanso.
—mary L cree k s bagui, n kátar —escribió Carrie, esperando que Saul se diera cuenta de que quería decir que Marielle pensaba que Siddiqi era iraquí de Bagdad, «bagui», y no de Qatar, que Saul pronunciaba «Qátar». Esto, sumado al hecho de que Ruiseñor quería que Rana obtuviera información sobre Iraq, hacía que lo que había sucedido en Beirut y Nueva York apuntara a Abu Nazir como la aguja de una brújula.
—sta exndols 1 vstazo a ls amgs d a bu n —le respondió Saul, indicándole que lo había pillado. Estaban echándole un vistazo a «a bu n», Abu Nazir.
—¿vns a vrme? —inquirió Carrie.
—prnto. ¿Y tu pjrito? —De modo que Saul estaba de camino a Beirut. Gracias a Dios. El pajarito era Ruiseñor.
—Gran cita sta nxe. ¿Ok a fl?
Se produjo una pausa tan larga que Carrie se preguntó si Saul seguía allí. Tenía que acordarse de la diferencia horaria, pensó, consultando su reloj. Eran las 14.47 en Beirut, antes de las ocho de la mañana en Langley.
—solo si s ncsario. Ten cuiddo —respondió. Obviamente no le gustaba la idea. Bueno, tampoco es que a ella la volviera loca. Todo ese bailar arriba y abajo, pensó, porque Fielding tenía una aventura con una agente doble a la que ni siquiera se follaba.
—a2 —replicó, y desconectó.
Todo lo cual los había conducido a ella, a Virgil y a Ziad al Hippodrome y a la reunión que Carrie había hecho que Rana organizara con Ruiseñor en las gradas de la pista de carreras. Sólo se celebraban competiciones una vez por semana, los domingos, de modo que ese día, jueves, y a esa hora, las gradas estarían vacías. Con suerte, ello haría que Ruiseñor no recelara de acudir y les daría a las FL de Carrie un área de fuego despejada si las cosas se iban a pique.
—¿De dónde vendrán? —inquirió en árabe.
—De ahí —señaló Ziad—. Entrarán en el aparcamiento desde la avenida Abdallah el Yafi. Puedo apostar dos hombres entre los árboles cerca del complejo de la embajada francesa para que se ocupen de quienquiera que esté en el coche.
Carrie se volvió hacia los dos hombres que él le indicaba. Los otros dos estaban ya en sus puestos en los establos, desde donde podían llegar al graderío en treinta segundos.
—¿Entienden ustedes que necesitamos a ese hombre. Taha al-Douni, vivo? Aunque empiecen a disparar. Muerto no nos sirve de nada.
—Es un miembro de Hezbolá hatha neek pedazo de khara —despotricó uno de ellos.
—Esto no saldrá bien. —Carrie se volvió hacia Virgil. Esos locos se iban a poner a disparar—. Tenemos que abortar la operación.
—Demasiado tarde —repuso él, señalando—. Ahí está el BMW de Rana.
Carrie distinguió el sedán azul parado en la puerta. El Hippodrome estaba cerrado, pero Rana había sobornado al guardia para que pudieran reunirse allí.
Carrie levantó sus prismáticos y vio que en el BMW estaba Rana sola. La observó entrar con el coche en la zona de estacionamiento y luego se volvió hacia los dos hombres de las FL.
—Si hay un tiroteo, disparen a los todoterrenos para que no puedan marcharse. Eliminen a los guardias de los todoterrenos pero no maten a nadie más, ¿comprendido? —dijo.
—Okay, la mashkilah. —«Ningún problema», repuso el miembro de las FL encogiéndose de hombros.
Carrie no lo creyó, y se quedó mirando mientras los dos hombres avanzaban entre los árboles hacia el estacionamiento.
—Vamos —indicó Virgil, explorando las gradas con los ojos. Echó a correr hacia allí con la M4 lista para usar.
Carrie y Ziad lo siguieron, mientras cada célula del cuerpo de ella le gritaba que la operación iba a salir mal.
Le había dicho a Rana que estaría bajo sus órdenes hasta nuevo aviso. Habría dinero y no tenía que decirles nada ni a Davis Fielding ni a al-Douni ni a nadie, y cabía la posibilidad de que no viera ya mucho a Fielding.
Las primeras instrucciones que le había dado a Rana habían sido las de organizar la reunión con Ruiseñor/al-Douni, diciéndole que tenía inteligencia urgente sobre acciones norteamericanas contra al-Qaeda en Iraq. Como esperaba, al-Douni había aceptado de inmediato. Mientras Carrie escuchaba la llamada de Rana, había sido él quien había decidido citarse en el Hippodrome.
—¿Qué es lo que quieres realmente? —le había preguntado Rana.
—Que le proporciones a al-Douni lo que yo quiero que sepa, no lo que él quiere saber —respondió Carrie—. Y averiguar adónde va una vez lo tiene.
—¿Te refieres a para quién trabaja en realidad? ¿No crees que sean los sirios? —inquirió Rana.
—Trabaja para más de una parte.
—¿Y acaso no lo hacemos todos? Esto es Beirut —terció Rana.
Mientras se internaba en el graderío y se ocultaba tumbándose detrás de los asientos, en la cuarta fila, la forma en que Rana había pronunciado esas palabras, aquel fatalismo, le recordó a Marielle. Los otros dos FL estaban esperando, escondidos en el baño de los jockeys, cerca del corredor que comunicaba los establos con la pista. ¿Eran todos realmente así? ¿Estaban todos malditos? ¿Era aquello Beirut?
Por el hueco que había entre los asientos, distinguió a Rana, que se dirigía hacia el prado para esperar junto a la barandilla. El sol se estaba poniendo por encima de la pista, el cielo rosa y oro, realmente precioso, pensó, las sombras alargándose, dificultando la visión. En breve habría anochecido.
Escasos minutos después, su teléfono móvil empezó a zumbar. Una señal de los FL apostados en las proximidades del aparcamiento. Ruiseñor había llegado.
Carrie esperó, con los nervios tensos, como si a través de ellos pasara corriente eléctrica. A partir de ahora, Ruiseñor se acercaría a Rana en cualquier momento. Era fundamental que oyera lo que decía antes de entrar en acción. Pasara lo que pasase, no debían actuar demasiado pronto. Le habían puesto a Rana un micrófono que habían sintonizado con un receptor conectado al auricular de Carrie.
Distinguió a Ruiseñor a través del hueco entre los asientos. Iba acompañado de tres de sus guardias de Hezbolá. El hijo de puta realmente no iba nunca a ningún sitio sin protección. Carrie no había tenido más opción que llevar a la potencia de fuego adicional.
—Salaam. Nos reunimos hace nada. Será mejor que merezca la pena —le oyó decirle a Rana.
—Júzgalo tú mismo. Ayer, cuando volví de Baalbek, estuve con el norteamericano —repuso ella.
—¿En su cama?
—Por supuesto. Mientras él dormía, entré en su ordenador. Aquí están los archivos —contestó ella, tendiéndole un lápiz de memoria que le había dado Carrie.
—¿Esto es todo?
Ella negó con la cabeza.
—Hay más. Al parecer, los norteamericanos van a hacer algo en Iraq.
—Cuéntamelo —exigió.
—Mohammed Siddiqi. Se han enterado de cosas sobre él. Saben que es iraquí y no catarí —manifestó Rana.
Carrie aguzó el oído, cada sílaba era crucial.
—Khara —Ruiseñor soltó una palabrota—. ¿Qué más?
—También saben cosas de ti. Creen —empezó a decir Rana, pero no llegó a terminar porque en ese momento los dos miembros de las FL que se hallaban en el corredor aparecieron de golpe, mientras uno de ellos efectuaba disparos contra los hombres de Ruiseñor. Uno de los guardias de Hezbolá cayó al suelo boca abajo. El segundo giró sobre sí mismo y abrió fuego a su vez.
«Oh, Dios mío, no —pensó Carrie. Antes de que pudiera decir o hacer nada, Ruiseñor había sacado una pistola de su chaqueta—. ¡No! ¡Rana no! —chilló su mente—. ¡No lo hagas!».
—¡Puta! —bramó él, disparando la pistola a bocajarro a la cara de Rana.
De repente sonó una explosión en el estacionamiento. «El lanzagranadas», pensó Carrie, encogiéndose mientras se levantaba a medias y gritaba en árabe:
—¡No lo matéis!
Junto a ella, Virgil y Ziad se pusieron en pie, disparando sus M4 en la oscuridad que surcaban los destellos de los tiros.