Capítulo 14
El mercurio de Sisapon
Benasur y Zintia paseaban frecuentemente por la calzada de Heraklés. Una tarde, de regreso a la casa, se encontraron con Havila, el regidor de Benasur en Gades que había ido a Sisapon para tomar posesión oficialmente de las minas.
—¿Has encontrado oposición, hostilidad?
—Sisapon es un infierno, Benasur. ¿Con qué gesto quieres que me vieran aquellas gentes? Pero ese infierno produce maravillas como ésta…
Y Havila sacó de una caja varios objetos azogados, entre ellos un espéculo de cobre. Benasur abrió los ojos asombrado. Nunca había visto un metal tan brillante, tan luminoso. El cuchillo, el estuche, la jarrita que habían sido tratados al minio parecían estar elaborados con el más precioso metal que vieran ojos humanos. Luego Havila extrajo de una bolsa un puñado de escorias también azogadas, que maravillaban por los destellos que salían de los granos y aristas.
—¿Te asustan? También yo me asusté cuando los vi —dijo Havila. Sí, Benasur estaba asustado. Como si aquellos objetos fueran manufacturados por ángeles o demonios, por seres sobrenaturales.
—Pero ¿qué metal es éste? —preguntó, mientras acariciaba con sus dedos la bruñida superficie de los objetos—. ¡Mírate, Zintia, mírate en este espéculo!
Zintia cogió el espéculo y fue tan grande su estupefacción al verse reflejada con toda propiedad en él, que lo apartó miedosa como si se tratase de un embrujo, de un artefacto de hechicería. Se puso intensamente pálida y se quedó mirando con labios temblorosos, con los ojos exorbitados, el espéculo.
Havila, que ya estaba curado de la magia de aquella prodigiosa laminación, dijo solemne y seguro, plenamente satisfecho de dar una gran noticia a Benasur:
_No es ningún metal nuevo, Benasur. ¡Es mercurio! ¡Es el metal movedizo, inestable de Sisapon! Unos esclavos egipcios que trabajaban en la mina han logrado esta maravilla… ¡Pero está perdida! Los hombres que lograron fijar el mercurio al metal y al vidrio prefirieron morir en el tormento antes de descubrir el secreto. Decían que habían logrado dar con el método de azogado por revelación divina del dios Amón y que como secreto divino no se lo revelarían a los hombres… Los expertos romanos han tratado de hallar el procedimiento. Han llevado a Sisapon vidrieros y metalúrgicos de Corduba, de Carthago Nova sin ningún resultado…
Benasur metió las manos en la bolsa y sacó un montón de escorias. Brillaban como una extraña, desconocida gema. Y cuando oyó decir a Havila que todo aquel montón de escoria no valía más que uno o dos sestercios, pensó en las provechosas aplicaciones industriales que el mercurio podía tener en la manufactura de adornos, alhajas, utensilios de ornato femenino.
—¿Cuándo ha sucedido esto, Havila?
—No hace más de un año…
—¡Es más hermoso que el oro y la plata, que el electro de Corinto!
—Sí, transforma el más miserable metal en la más brillante y seductora materia. Y nadie sabe cómo se ha logrado. Se han hecho ensayos al ácido en frío y al ácido en caliente, por aleación, por fijación a presión, por preparados a la laca… Se sospecha que los egipcios utilizaron el mismo método que los antiguos tebanos en las lacas metálicas. Pero ha sido imposible dar con la fórmula… Si se pudiera dar con ella, las posibilidades comerciales…
Benasur pensó en ese momento cómo relucirían las corazas que estaban saliendo de las herrerías de Onoba si fuesen abrillantadas con mercurio. Se imaginó ya su ejército con los soldados acorazados brillando sobre las arenas del desierto como si llevaran en sus pechos un sol encendido… ¿Quién sería capaz de oponer resistencia a un ejército que así flameaba, que lanzaba tantos haces de luz de sus espadas, de sus lanzas, de sus corazas?
Aquella invención era tan importante como la del fuego. Era la captura, la posesión de la luz. Benasur, bajo la influencia de su asombro, pensó que la Humanidad alcanzaba las más trascendentales conquistas de su progreso.
En unos cuantos días Gades pasó de la depresión a la bonanza. El movimiento de su puerto no había disminuido, y la presencia de Benasur en la ciudad provocó el arribo de muchos más barcos que traían mercancías e inmigrantes de distintos puntos. Como los astilleros estaban en una inusitada actividad y las carpinterías no daban abasto para cubrir los pedidos que el navarca les había hecho de armazones, ruedas y lanzas de carros, toda la gente que llegaba a Gades encontraba fácil acomodo. Muchas familias seguían rumbo a Onoba, de la que se hablaba con el entusiasmo con que en los viejos tiempos se había hablado de Ofir, de Cnossos, cuyas minas de oro enriquecieron a los audaces. Especialmente de Carthago Nova llegaban obreros especializados en metalurgia atraídos por la fama de prosperidad que de súbito adquirieron las fundiciones y herrerías onubenses.
Al mismo tiempo, sobre Gades cayeron innumerables artículos orientales, traídos de Antioquía y Alejandría por orden de Benasur. Pues el navarca quería aprovecharse de la prodigalidad de los gaditanos para recuperar parte de lo que daba a la población por concepto de contrataciones.
Surtió a Bética de todos los instrumentos y artículos que consideraba necesarios para el desarrollo intensivo e ininterrumpido de su plan, y tan halagüeñas eran las perspectivas, que hizo importantes cambios en sus regidores. Destinó a Havila a Onoba y trajo a Gades, que se convertía ahora en el centro de sus negocios, a un hombre tan experimentado como Darío David. Quizá con el propósito de que Darío David, que era el primer regidor de los negocios navieros y orientales de Benasur, extendiera sus conocimientos y dominio a la industria minera. A Siracusa envió a Mara-Dum, que estaba en Alejandría, y en esta ciudad dejó a un tal Sid Falam, que hasta entonces había hecho de segundo de Sarkamón. A Corduba destinó a Gavo. que en Gades hacía de segundo de Havila. Y en Carthago Nova dejó a Sexto Afro, el regidor que los équites tenían en las minas Vulcania. Este Sexto Afro en la visita que hizo a Benasur dejó plenamente satisfecho al navarca, tanto por sus conocimientos mineros, cuanto por el ánimo de lealtad que mostró hacia el nuevo amo. De cualquier modo, estos y otros cambios los dejó sujetos a rectificación, de acuerdo con las necesidades y conveniencias que se fueran presentando. Darío David quedó convertido en el brazo derecho de Benasur en Bética.
Desde muy joven el judío había tenido aversión al negocio bancario porque en la banca «lo único que se mueve es el dinero, pero no el hombre». Mas, el éxito obtenido por Mileto con la creación del Banco Turdetano le animó a abrir un establecimiento similar en Gades con el mismo título. Y lo abrió, claro está, en la vía de Balbo el Mayor, en un edificio más alto y más moderno que el de Bacó. Aprovechándose de la ejecución por vía sumaria de uno de los créditos ecuestres, se apropió por un precio muy ventajoso del inmueble, y allí trasladó las oficinas que tenía en el edificio de Siró Josef, y las recién creadas de los negocios béticos, además del Banco, al que destinó la planta baja.
Na se explicaba por qué razón Mileto había titulado Turdetano al Banco abierto en Onoba. Hasta entonces estos establecimientos llevaban el nombre de los propietarios o de la compañía, pero nunca el de un pueblo. Benasur sospechó que tras esa denominación habría alguna de las ideas filantrópicas de Mileto; pero en seguida tuvo oportunidad de comprobar que el nombre despertaba mayor confianza a la gente, como si un Banco que se apellidaba con el nombre del país diera más garantías de solvencia. Y en realidad era así, pues a nadie le cabía en la cabeza pensar que un establecimiento que se llamaba Turdetano, pudiera defraudar ni especular usurariamente con los propios nativos. Y tuvo la satisfacción de observar que el Banco Turdetano de Gades se viese beneficiado por el mismo fenómeno que favoreció al instituido por Mileto: las gentes acudieron a él para depositar sus ahorros en daricos comunes y en daricos leonados —o más propiamente cretas—, en dracmas y aun en siclos. No faltaban tampoco las fabulosas «estrellas» de Salomón acuñadas en oro de Ofir. Es decir, todo el oro que se guardaba enterrado, que no circulaba, y que salía de la tierra en las grandes solemnidades, con motivo de alguna boda, para encargar al orfebre tal objeto suntuario o alhaja.
Puso al frente del Banco a un empleado muy aventajado de Massamé, que en seguida demostró su competencia.
El cesar Tiberio tardó en contestar a Benasur, mas su carta, aceptando la información que le daba sobre el asunto de Skamín, contentó en extremo al navarca. El emperador se mostraba francamente indignado y le decía que había dado órdenes de capturar a los asesinos y hacer con ellos y sus instigadores un escarmiento ejemplar. Probablemente la codicia de Tiberio había quedado muy satisfecha con el ofrecimiento que Benasur le hizo de las flotas del pirata y de las anualidades «para buenas obras», porque agregaba: «Discúlpame, carísimo Benasur, que haya tardado en felicitarte por haber salido bien del criminal atentado de que fuiste víctima en Gades. He sido informado con detalle de que ciertos caballeros romanos, burlando las insignias cesáreas, aún trabajan en la sombra para traerte daños y males y dividir a esa muy noble ciudad con la discordia que provocan las bajas pasiones. Espero, y así lo hago saber por conducto administrativo, que los tribunales de Gades obren con toda diligencia y todo rigor pues si el castigo severo contrista a quien ha de aplicarlo, alíviale el saber que el desorden, la agitación y la irreverencia para los mandatos superiores, dañan nocivamente la salud del Imperio».
Con esta carta de Tiberio, Benasur movió a la Curia, la cual discriminó jurisdicciones expeditamente y mandó en un barco a los reos de delito de majestad y a los inculpados que se amparaban en el derecho de ciudadanía.