CAPÍTULO 72

Tessa

Observo cómo Smith se acomoda en el sofá y se aproxima ligeramente a Hardin. Él lo mira con cautela, pero no lo detiene ni dice nada acerca de su cercanía. Es curioso que al crío le guste Hardin cuando es evidente que él detesta a los niños. Sin embargo, como Smith parece en cierto modo un hacendado sacado de una novela de Austen, es posible que no lo incluya en esa categoría.

«Nunca», le ha dicho a Smith cuando éste le ha preguntado si quiere casarse conmigo.

«Nunca.» No piensa tener un futuro conmigo. En lo más hondo de mi ser ya lo sabía, pero me duele oírselo decir, y más de una manera tan fría y rotunda, como si fuera un chiste o algo. Podría haber suavizado el golpe, aunque fuera sólo un poco.

Obviamente todavía no quiero casarme, no hasta dentro de unos años. Pero lo que me duele, y mucho, es el hecho de que no haya la más mínima posibilidad. ¿Dice que quiere estar conmigo para siempre pero no quiere casarse? ¿Qué quiere?, ¿que seamos novios toda la vida? ¿Quiero renunciar a tener hijos? ¿Me querrá lo suficiente como para que me merezca la pena esta relación, a pesar del futuro que siempre había imaginado para mí?

Lo cierto es que no lo sé, y me duele la cabeza sólo de pensarlo. No quiero obsesionarme por el futuro en estos momentos; sólo tengo diecinueve años. Las cosas van bastante bien entre nosotros ahora, y no quiero fastidiarlo.

Cuando la cocina está limpia y el lavavajillas lleno, compruebo una vez más que todo va bien en el comedor y me dirijo al dormitorio para prepararme las cosas para mañana. Mi teléfono comienza a sonar mientras saco una falda negra larga para el día siguiente. Es Kimberly.

—¡Hola! ¿Va todo bien? —digo al contestar.

—Sí, todo bien. Van a administrarle antibióticos y, en teoría, deberíamos acabar pronto. Aunque puede que se retrase la cosa un poco, espero que no os importe —dice.

—No te preocupes. Tomaos el tiempo que necesitéis.

—¿Qué tal Smith?

—Bien, se lleva fenomenal con Hardin —le digo. Todavía no puedo creerlo.

Ella se ríe con ganas.

—¿En serio? ¿Con Hardin?

—Sí, qué me vas a contar. —Pongo los ojos en blanco y me dirijo al salón.

—Vaya, no me lo esperaba, pero es un buen entrenamiento para cuando tengáis pequeños Hardins por la casa —bromea.

Sus palabras me hieren en lo más profundo del corazón y me muerdo el labio.

—Sí…, supongo… —Quiero cambiar de tema antes de que el nudo que se me ha formado en la garganta aumente de tamaño.

—Bueno, no tardaremos, espero. Smith tiene que acostarse a las diez, pero como ya son las diez, dejad que se quede despierto hasta que queráis que se duerma. Gracias otra vez —dice Kimberly, y cuelga el teléfono.

Me detengo un momento en la cocina para preparar un pequeño almuerzo para mañana; me llevaré las sobras de esta noche.

—¿Por qué? —oigo que Smith le pregunta a Hardin.

—Porque están atrapados en la isla.

—¿Por qué?

—Porque su avión se ha estrellado.

—Y ¿cómo es que no han muerto?

—Es una serie.

—Es una serie absurda —dice Smith, y Hardin se echa a reír.

—Sí, tienes razón.

Hardin sacude la cabeza divertido y Smith se ríe. En cierto modo se parecen mucho, los hoyuelos, la forma de los ojos y las sonrisas. Imagino que, menos por el pelo rubio y el color de los ojos, Hardin se parecería mucho a Smith cuando era pequeño.

—¿Te parece bien que me acueste o quieres que me quede a cuidarlo? —le pregunto.

Él me mira, y después mira a Smith.

—Esto…, acuéstate tranquila. De todos modos, sólo estamos viendo tonterías en la tele —responde.

—Vale. Buenas noches, Smith. Te veré dentro de un rato cuando Kim venga a por ti —le digo.

El niño mira a Hardin, después a mí, y sonríe.

—Buenas noches —susurra.

Me vuelvo para ir al dormitorio, pero Hardin me detiene agarrándome del brazo.

—Oye, ¿a mí no me das las buenas noches? —dice poniendo morritos.

—Ah…, sí. Perdona. —Lo abrazo y le doy un beso en la mejilla—. Buenas noches —le digo, y él me abraza de nuevo.

—¿Seguro que estás bien? —pregunta, y me aparta por los hombros para mirarme.

—Sí, es sólo que estoy muy cansada, y de todos modos él prefiere estar contigo. —Sonrío débilmente.

—Te quiero —me dice, y me besa en la frente.

—Te quiero —respondo, y corro al dormitorio y cierro la puerta.

En mil pedazos
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