CAPÍTULO 117

Tessa

—¿Puedo quedarme contigo esta noche? —me ha preguntado antes Hardin, mirándome a la cara para analizar mi expresión. He asentido con efusividad.

De modo que ahora que se está quitando la camiseta, la agarro con ansia y me la pongo. Observa cómo me cambio de ropa pero permanece en silencio. Nuestra relación es muy confusa. Siempre lo es, pero ahora especialmente. En estos momentos no estoy segura de quién lleva la voz cantante. Hace un rato estaba enfadada con él por haberme dejado plantada en su cumpleaños, pero ahora estoy convencida de que él no tuvo nada que ver con eso, así que vuelvo a estar como hace unos días, cuando fue tan mono de acceder a llevarme a patinar sobre hielo.

Después él se ha enfadado mucho por lo mío con Zed, pero ahora nadie lo diría, dadas las sonrisas y los comentarios sarcásticos que no para de lanzarme. Puede que sus ganas de estar conmigo sean más grandes que su ira, que me haya echado de menos y ahora se alegre de que ya no esté enfadada con él. No sé la razón, pero la verdad es que me da igual. Me gustaría que me permitiera hablar sobre Seattle. ¿Cómo reaccionará? No quiero decírselo, pero sé que tengo que hacerlo. ¿Se alegrará por mí? No lo creo; de hecho, sé que no.

—Ven aquí. —Me estrecha contra su pecho mientras se tumba de nuevo en la cama.

Coge el mando del televisor de su soporte de la pared y empieza a cambiar de canal antes de detenerse en una especie de documental de historia.

—¿Qué tal con tu madre? —le pregunto al cabo de unos minutos.

No me contesta, lo miro a la cara y veo que se ha quedado dormido.

Cuando recupero la conciencia hace calor, demasiado calor. Hardin está tumbado encima de mí, atrapándome con su peso contra el colchón. Estoy boca arriba y él boca abajo, con la cabeza sobre mi pecho, con uno de sus brazos alrededor de mi cintura y el otro extendido en el espacio que tiene al lado. He echado de menos dormir de esta manera, e incluso despertarme sudando tapada por su cuerpo. Miro el reloj y veo que son las siete y media. La alarma de mi móvil sonará dentro de diez minutos. No quiero despertar a Hardin, está tan sereno… Luce incluso una leve sonrisa en los labios, cuando normalmente tiene el ceño fruncido, incluso dormido.

En un intento de moverlo sin despertarlo, le levanto el brazo que rodea mi cintura.

—Mmmm —protesta. Sus ojos se mueven bajo sus párpados. Se revuelve un poco y se aferra a mí con más fuerza.

Miro al techo y me debato entre si debo apartarlo directamente o no.

—¿Qué hora es? —pregunta con la voz ronca.

—Casi las siete y media —le digo en voz baja.

—Mierda. ¿Hacemos novillos hoy?

—Yo no puedo, pero si tú quieres… —Sonrío, hundo los dedos en su pelo y le masajeo el cuero cabelludo suavemente.

—¿Desayunamos por ahí? —Se vuelve para mirarme.

—Es una oferta muy tentadora, pero no puedo. —La verdad es que me apetece mucho. Desliza el cuerpo un poco hacia abajo y apoya la barbilla justo debajo de mi pecho—. ¿Has dormido bien? —le pregunto.

—Sí, muy bien. No dormía así desde… —No termina la frase.

De repente me siento inmensamente feliz, y sonrío contenta.

—Me alegro de que hayas dormido un poco.

—¿Te puedo contar algo? —dice entonces. No parece haberse despertado del todo aún, le brillan los ojos y su voz es más grave que nunca.

—Claro. —Vuelvo a masajearle la cabeza.

—Cuando estaba en Inglaterra visitando a mi madre, tuve un sueño…, bueno, una pesadilla.

«Ay, no.» Se me cae el alma a los pies. Sabía que tenía pesadillas otra vez, pero me duele oírlo.

—Siento que hayas vuelto a tener pesadillas.

—No, no sólo he vuelto a tenerlas. Son peores que antes. —Juraría que me ha parecido notar que temblaba, pero su rostro no muestra ninguna emoción.

—¿Peores?

¿Cómo es posible que sean peores?

—Tú estabas ahí, y ellos… te lo estaban haciendo a ti —dice, y se me hiela la sangre en las venas.

—Vaya —digo con voz débil y patética.

—Sí, era… era horrible. Era mucho peor que antes, porque estoy acostumbrado a los de mi madre, ¿sabes?

Asiento y acerco mi otra mano a su brazo desnudo para acariciárselo al igual que su cabeza.

—Ni siquiera intentaba volver a dormirme después. Permanecía despierto adrede porque no podía soportar verlo otra vez. La idea de que alguien pueda hacerte daño me vuelve loco.

—Lo siento muchísimo.

Sus ojos reflejan angustia, y los míos están llenos de lágrimas.

—No me compadezcas —me pide.

Levanta la mano y atrapa las lágrimas antes de que lleguen a derramarse.

—No lo hago. Me siento mal porque no quiero que sufras. No te compadezco —aseguro, y es verdad.

Me siento fatal por este hombre traumatizado que sueña con que violan y maltratan a su madre, y la idea de que mi rostro sustituya al de Trish me mata. No quiero que esos pensamientos atormenten su mente ya de por sí angustiada.

—Sabes que jamás dejaría que nadie te hiciera daño, ¿verdad? —pregunta mirándome a los ojos.

—Lo sé, Hardin.

—Ni siquiera ahora. Incluso si nunca volvemos a estar como estábamos, mataría a cualquiera que lo intentara. —Su voz es entrecortada pero suave.

—Lo sé —le aseguro con una débil sonrisa.

No quiero mostrarme alarmada ante sus súbitas amenazas porque sé que las dice de manera afectuosa.

—Hoy he dormido bien —dice para relajar un poco el ambiente, y yo asiento.

—¿Dónde quieres desayunar? —le pregunto.

—Has dicho que tenías…

—He cambiado de idea. Tengo hambre.

Después de que se haya abierto tanto con respecto a lo de sus pesadillas, quiero pasar la mañana con él. Quizá continúe con la línea de comunicación abierta. Normalmente tengo que pelearme con él para obtener algún tipo de información, pero hoy me ha contado eso de manera voluntaria, y para mí eso significa muchísimo.

—¿Te he persuadido tan fácilmente con mi patética historia? —pregunta con una ceja enarcada.

—No digas eso. —Frunzo el ceño.

—¿Por qué no?

Se incorpora y se levanta de la cama.

—Porque no es verdad. No ha sido lo que me has contado lo que me ha hecho cambiar de idea, sino el hecho de que lo hayas compartido conmigo. Y no digas que eres patético. Eso no es cierto. —Apoyo los pies en el suelo mientras se sube los vaqueros por las piernas—. Hardin… —digo al ver que no responde.

—Tessa… —se burla de mí con voz aguda.

—Lo digo en serio. No deberías pensar eso de ti mismo.

—Lo sé —se apresura a decir, zanjando bruscamente la conversación.

Sé que no es perfecto ni mucho menos, que tiene numerosos defectos, pero todo el mundo los tiene, sobre todo yo. Ojalá fuera capaz de ver más allá de sus faltas, tal vez eso lo ayudaría a solucionar sus problemas con respecto al futuro.

—Bueno, dime, ¿voy a tenerte para mí todo el día, o sólo para desayunar? —Se agacha para meter el pie en las Converse negras.

—Me gustan esas zapatillas, por cierto, siempre se me olvida decírtelo —digo señalándolas.

—Ah…, gracias. —Se ata los cordones y se levanta. Para tener el ego tan hinchado se le da fatal aceptar cumplidos—. No me has contestado.

—Sólo para desayunar. No puedo faltar a todas las clases. —Me quito su camiseta y me pongo una propia.

—Está bien.

—Voy a peinarme y a lavarme los dientes —digo cuando he terminado de vestirme.

Cuando empiezo a cepillarme la lengua, Hardin llama a la puerta.

—Pasa —farfullo con la boca llena de dentífrico.

—Hace tiempo que no hacemos esto —me dice.

—¿Practicar sexo en el cuarto de baño? —inquiero.

«¿Por qué habré dicho eso?»

—Nooooo… Iba a decir «lavarnos los dientes juntos». —Se echa a reír y saca un cepillo nuevo del armario—. No obstante, si lo que quieres es hacerlo en el baño… —me tienta, y pongo los ojos en blanco.

—No sé por qué he dicho eso, ha sido lo primero que se me ha pasado por la cabeza. —Me echo a reír ante la estupidez de mi salida.

—Vaya, es bueno saberlo. —Moja el cepillo un momento y no dice nada más.

Después de que ambos nos hayamos lavado los dientes y de recogerme el pelo en una coleta, bajamos al piso de abajo. Karen y Landon están charlando en la cocina frente a unos tazones de avena.

Mi amigo me ofrece una cálida sonrisa. No parece sorprenderlo demasiado vernos a Hardin y a mí juntos. A Karen tampoco. En todo caso, parece… ¿encantada? No estoy segura, porque se lleva la taza de café a los labios para ocultar su sonrisa.

—Hoy llevaré a Tessa yo al campus —le dice Hardin a Landon.

—Vale.

—¿Lista? —pregunta volviéndose hacia mí, y yo asiento.

—Te veré en religión —le digo a Landon antes de que Hardin me arrastre, literalmente, fuera de la cocina.

—¿A qué vienen estas prisas? —le pregunto una vez fuera.

Me coge la bolsa del hombro mientras salimos afuera.

—Nada, pero os conozco a Landon y a ti, y si os ponéis a hablar ya no nos vamos nunca, y si añadimos a Karen a la mezcla acabaré muriéndome de hambre antes de que os calléis.

Me abre la puerta del coche, se dirige a su lado y se monta.

—Cierto. —Sonrío.

Nos pasamos al menos veinte minutos discutiendo sobre si ir a IHOP o a Denny’s, y al final nos decidimos por IHOP. Hardin dice que sirven las mejores tostadas francesas, pero yo me niego a creerlo hasta que lo vea.

—Tendréis que esperar unos diez o quince minutos —nos dice una mujer bajita con un pañuelo azul alrededor del cuello en cuanto entramos.

—De acuerdo —contesto al mismo tiempo que Hardin pregunta por qué.

—Hay mucha gente y no tenemos ninguna mesa disponible —explica la mujer dulcemente.

Hardin pone los ojos en blanco y yo lo aparto de ella y me lo llevo para sentarnos en un banco en la entrada.

—Me alegro de que hayas vuelto —bromeo.

—¿Qué significa eso?

—Que parece que has recuperado tu mordacidad.

—¿Cuándo he dejado de tenerla?

—No lo sé, en la cita del otro día y anoche también un poco.

—Anoche destrocé la habitación y te insulté —me recuerda.

—Lo sé, sólo era una broma.

—Bueno, pues intenta que la próxima vez sea buena —replica, aunque veo un atisbo de sonrisa en sus labios.

Cuando por fin nos sentamos, pedimos el desayuno a un chico joven que lleva una barba que parece demasiado larga para alguien que trabaja como camarero. Cuando se marcha, Hardin protesta y jura que como encuentre un pelo en su comida le arranca la barba a puñetazos.

—Tenía que demostrarte que conservo mi mordacidad —me recuerda, y me echo a reír.

Me encanta que esté intentando ser un poco más agradable, pero también me gusta el hecho de que no le importe lo que la gente piense de él. Ojalá se me pegasen algunas de esas cualidades. Continúa elaborando una lista de cosas que lo irritan sobre el lugar hasta que llega nuestra comida.

—¿Por qué no puedes faltar todo el día? —me pregunta mientras se lleva un bocado de tostada francesa a la boca.

—Porque… —empiezo. «Verás, porque voy a trasladarme a otro campus y no quiero complicar las cosas perdiendo puntos de asistencia antes de trasladarme en mitad del trimestre»—. No quiero arriesgarme a no sacar sobresalientes —le digo.

—Es la universidad, Tessa. Nadie va a clase —me dice por enésima vez desde que lo conozco.

—¿No tienes ganas de que llegue la clase de yoga? —Me río.

—No, para nada.

Cuando terminamos de desayunar, me acerca en coche al campus y seguimos de buen humor. Su móvil vibra sobre el salpicadero pero no lo coge. Quiero contestar por él, pero nos estamos llevando tan bien que no quiero fastidiarlo. La tercera vez que suena, al final me pronuncio.

—¿No vas a cogerlo? —le pregunto.

—No, que dejen un mensaje. Será mi madre. —Levanta el teléfono y me muestra la pantalla—. ¿Ves? Ha dejado un mensaje. ¿Quieres escucharlo? —pregunta.

Mi curiosidad saca lo peor de mí y le quito el móvil de las manos.

—Pon el altavoz —me dice.

—«Tiene siete mensajes nuevos» —anuncia la voz automática mientras aparca el coche.

Gruñe.

—Por eso nunca los compruebo.

Pulso el número uno para escucharlos.

—«Hardin… Hardin, soy Tessa… Yo…» —Intento pulsar el botón de «Finalizar», pero él me quita el teléfono de la mano.

«Maldita sea.»

—«… necesito hablar contigo. Estoy en el coche, y estoy hecha un lío…» —Mi voz suena histérica y me dan ganas de salir corriendo del vehículo.

—Por favor, apágalo —le ruego, pero él se pasa el teléfono a la otra mano para que no se lo pueda quitar.

—¿Qué es esto? —pregunta mirando el aparato.

—«¿Por qué no lo has intentado siquiera? Dejaste que me marchara sin más y aquí estoy, llamándote y llorándole a tu buzón de voz. Necesito saber qué nos ha pasado. ¿Por qué esta vez ha sido distinto? ¿Por qué no seguimos peleando hasta solucionarlo? ¿Por qué no has luchado por mí? Merezco ser feliz, Hardin…»

Mi estúpida voz inunda el coche, y me atrapa dentro.

Permanezco sentada en silencio con la vista en mis manos, apoyadas sobre mi regazo. Esto es humillante. Casi había olvidado lo del mensaje; ojalá no lo hubiera escuchado, y menos ahora.

—¿De cuándo es esto?

—De cuando te fuiste.

Exhala sonoramente y corta el mensaje.

—¿Por qué estabas hecha un lío?

—No creo que quieras hablar de ello. —Me muerdo el labio.

—Claro que sí. —Se desabrocha el cinturón y se vuelve hacia mí.

Lo miro e intento pensar en la mejor manera de explicárselo.

—Ese horrible mensaje es de la noche… la noche en que lo besé.

—Ah. —Aparta la cara.

El desayuno ha sido de maravilla, y ahora el estúpido mensaje que le dejé en medio de una tormenta emocional lo ha fastidiado todo. No puede hacerme responsable de esto.

—¿Antes o después de besarlo?

—Después.

—¿Cuántas veces lo besaste?

—Una.

—¿Dónde?

—En mi coche —contesto.

—Y ¿después, qué? ¿Qué hiciste después de dejar ese mensaje? —pregunta sosteniendo el teléfono en el aire entre nosotros dos.

—Volví a su apartamento.

En cuanto las palabras salen de mi boca, Hardin apoya la frente contra el volante.

—Yo… —empiezo.

Levanta un dedo para indicarme que me calle.

—¿Qué pasó en su apartamento? —Cierra los ojos.

—¡Nada! Estuve llorando y vimos la tele.

—Me estás mintiendo.

—No, Hardin. Me quedé dormida en el sofá. La única vez que dormí en su habitación fue el día que te presentaste allí. Lo único que ha pasado entre nosotros ha sido un beso, y hace unos días, quedé con él para comer, intentó besarme y yo me aparté.

—¿Intentó besarte otra vez?

«Mierda.»

—Sí, pero entiende lo que siento por ti. Sé que la he fastidiado con todo esto, y siento incluso haber pasado tiempo con él. No tengo ninguna buena razón ni ninguna excusa, pero lo siento.

—Recuerdas lo que me has dicho, ¿no? Que te mantendrás alejada de él. —Su respiración es controlada, demasiado controlada, cuando levanta la cabeza del volante.

—Sí, lo recuerdo —digo.

No me gusta la idea de que me diga de quién puedo ser amiga y de quién no, pero la verdad es que, si invirtiésemos los papeles, cosa que ha estado pasando mucho últimamente, yo esperaría lo mismo por su parte.

—Ahora que conozco los detalles, no quiero volver a hablar de ello, ¿de acuerdo? Lo digo en serio. No quiero ni que su puto nombre salga de tu boca. —Está intentando mantener la calma.

—Vale —accedo, y alargo la mano para cogerle la suya.

Yo tampoco quiero volver a hablar de esto. Ambos hemos dicho todo lo que había que decir al respecto, y volver al tema sólo nos ocasionará más problemas innecesarios a nosotros y a nuestra ya maltrecha relación. Es un alivio ser la causa del problema para variar, porque lo último que necesita Hardin en estos momentos es tener otro motivo para odiarse a sí mismo.

—Será mejor que vayamos a clase —dice al final.

Se me cae el alma a los pies al oír su tono frío, pero mantengo la boca cerrada cuando retira la mano de la mía. Hardin me acompaña hasta la Facultad de Filosofía y yo busco a Landon por la calle, pero no lo veo. Debe de haber entrado ya.

—Gracias por el desayuno —digo, y cojo mi mochila de la mano de Hardin.

—De nada. —Le quita importancia y yo esbozo una sonrisa y me doy la vuelta.

Me agarra del brazo y, antes incluso de llegar a pegar la boca a la mía, me reclama como sólo él sabe hacerlo.

—Te veré después de clase. Te quiero —me dice, y se marcha, dejándome jadeando y sonriendo mientras entro en el edificio.

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