CAPÍTULO 97

Hardin

Puedo saborear mis lágrimas y la duda en sus labios cuando aprieto su cuerpo contra el mío, y la sujeto de la cintura mientras la beso con más intensidad. Es un beso ardiente y emocional, y podría desmayarme del alivio tan grande que supone sentir su boca en la mía.

Sé que no tardará en apartarme de un empujón, por eso aprovecho cada movimiento de su lengua, cada gemido casi inaudible que emiten sus labios.

El dolor de los últimos once días se evapora casi por completo cuando sus brazos rodean mi cintura, y en este momento estoy más seguro que nunca de que, por mucho que discutamos y peleemos, siempre encontraremos el camino de vuelta al otro. Siempre.

Después de ver cómo se metía en la casa me he sentado en el coche antes de echarle un par de huevos y venir a buscarla. La he dejado escapar demasiadas veces y no puedo arriesgarme a no volver a verla. Me derrumbé. No he podido evitar echarme a llorar cuando Landon ha cerrado la puerta detrás de ella. Sabía que tendría que venir a buscarla, que tendría que luchar por ella antes de que alguien me la quite.

Le demostraré que puedo ser como ella quiere que sea. No al cien por cien, pero verá lo mucho que la quiero y que no permitiré que vuelva a huir de mí tan fácilmente.

—Hardin… —dice, y apoya la mano en mi pecho con cuidado y me aparta.

Fin de nuestro beso.

—No lo hagas, Tessa —le suplico. No estoy listo para que se acabe.

—Hardin, no puedes besarme y hacer como si no hubiera pasado nada. Esta vez, no —susurra, y caigo de rodillas ante ella.

—Lo sé, no sé por qué dejé que volvieras a marcharte. Perdóname. Lo siento mucho, nena —le digo esperando que eso me ayude. Me agarro a sus piernas y ella me pasa las manos por el pelo—. Soy consciente de que siempre lo fastidio todo y de que no puedo tratarte como he estado haciéndolo. Te quiero tanto que me supera, y la mitad del tiempo no sé qué coño hacer, así que digo lo primero que se me pasa por la cabeza sin pensar en cómo puede afectarte. Sé que no hago más que romperte el corazón pero, por favor…, por favor, déjame arreglarlo. Lo pegaré y no me atreveré a volver a romperlo. Perdóname. Siempre te estoy pidiendo perdón, lo sé. Iré a un comecocos o lo que sea. Lo mismo da… —sollozo entre sus piernas.

Cojo el elástico del bóxer y se lo bajo.

—¿Qué estás…? —Me coge las manos.

—Quítatelo, por favor. No soporto verte con eso puesto. Por favor… No te tocaré, pero deja que te lo quite —le ruego, y ella me suelta las manos y me acaricia el pelo mientras le quito el bóxer.

Me levanta la barbilla con una mano. Sus pequeños dedos me acarician las mejillas y me secan las lágrimas. Su cara sigue confusa y me observa detenidamente, como si me estuviera estudiando.

—No te entiendo —me dice sin dejar de enjugarme las lágrimas con el pulgar.

—Yo tampoco —confieso, y ella frunce el ceño.

Me quedo así, arrodillado delante de ella, rogándole que me dé una última oportunidad aunque he desaprovechado todas las que me ha dado. El cuarto de baño está lleno de vapor y el pelo se le pega a la cara. La humedad se condensa en su piel.

Joder, es preciosa.

—No podemos seguir de esta manera, Hardin. No es bueno para ninguno de los dos.

—No volverá a pasar. Podemos superarlo. Hemos superado cosas mucho peores y ahora soy consciente de lo rápido que puedo perderte. No he sabido valorarte, lo sé. Sólo te pido una última oportunidad —suplico cogiéndole la cara entre las manos.

—No es tan fácil —me dice. Empieza a temblarle el labio inferior y yo sigo intentando detener las lágrimas.

—Se supone que no tiene que ser fácil.

—Lo que se supone es que no tiene que ser tan difícil. —Se echa a llorar conmigo.

—Sí, sí que lo es. Para nosotros nunca será fácil. Somos como somos, pero no siempre será tan difícil. Tenemos que aprender a comunicarnos sin discutir cada vez que intentamos hablar. Si hubiéramos sido capaces de mantener una conversación sobre el futuro, no estaríamos como estamos.

—Yo lo intenté pero tú no quisiste saber nada —me recuerda.

—Lo sé —suspiro—. Y es algo que he de aprender. Sin ti no valgo nada, Tessa. No soy nada. No puedo comer, ni dormir, ni respirar. Llevo días llorando sin parar y tú sabes que yo no lloro. Sólo es que… te necesito —digo con un hilo de voz. Parezco un imbécil.

—Levántate. —Me coge de debajo del brazo para ayudarme.

Ya de pie, me quedo delante de ella. Mi respiración es irregular y cuesta respirar con todo el vapor que se ha formado en el cuarto de baño.

Me mira a los ojos y asimila mi confesión. Si no fuera porque estoy llorando, sé que no me creería. Soy consciente de que está luchando contra sí misma por la mirada que tiene en los ojos. Ya la he visto antes.

—No sé si puedo. Seguimos haciendo lo mismo una y otra vez y otra. No sé si estoy lista para volver a ponerme en esta situación. —Agacha la cabeza—. Lo siento.

—Eh, mírame —le suplico, y le levanto la barbilla para poder mirarla a los ojos.

Aparta la vista.

—No, Hardin. Tengo que ducharme. Voy a llegar tarde.

Capturo una sola lágrima de sus ojos y asiento.

Sé que se las he hecho pasar canutas y que nadie en su sano juicio volvería a aceptarme después de lo de la apuesta, las mentiras y mi constante necesidad de fastidiarlo todo. Ella no es como los demás. Ama de manera incondicional y conmigo lo ha dado todo; incluso ahora, que me está rechazando, sé que me quiere.

—Piénsalo, ¿vale? —le pido.

Le daré tiempo para que lo piense pero no voy a darme por vencido. La necesito demasiado.

—Por favor… —digo cuando no me responde.

—Está bien —susurra al fin.

El corazón me da un brinco.

—Te demostraré… Te demostraré lo mucho que te quiero y que lo nuestro puede funcionar. No te rindas conmigo, ¿vale? —Cojo el pomo de la puerta.

Se muerde el labio inferior y suelto el pomo para eliminar la escasa distancia que nos separa. Cuando estoy junto a ella me mira con recelo. Quiero volver a besarla, sentir sus brazos en mi cintura, pero le doy un beso en la mejilla y me alejo de nuevo.

—Está bien —repite.

Echo mano de toda mi autodisciplina para salir del cuarto de baño, sobre todo cuando me vuelvo y veo que se está quitando la camiseta. Hacía mucho que no veía esa piel de color crema.

Cierro la puerta al salir y me apoyo en el marco. Parpadeo para no volver a echarme a llorar.

«Mierda.»

Al menos ha dicho que lo pensará. Parecía reticente, como si le doliera volver a estar conmigo. Abro los ojos cuando la puerta de la habitación de Landon se abre y sale al pasillo vestido con un polo blanco y unos caquis.

—Hola —me saluda echándose la mochila al hombro.

—Hola.

—¿Está bien? —pregunta.

—No, pero confío en que lo estará.

—Yo también. Es más fuerte de lo que cree.

—Lo sé. —Me seco los ojos con la camisa—. La quiero.

—Eso ya lo sé —dice, cosa que me sorprende.

Lo miro.

—¿Cómo se lo demuestro? ¿Tú qué harías? —le pregunto.

El resentimiento brilla un instante en sus ojos pero desaparece pronto y contesta:

—Tienes que demostrarle que estás dispuesto a cambiar por ella. Tienes que tratarla todo lo bien que se merece y darle tiempo y espacio.

—Eso último no me resulta fácil —le digo. No me puedo creer que esté hablando otra vez de lo mismo con Landon.

—Pues vas a tener que hacerlo o se rebelará. ¿Por qué no intentas demostrarle que vas a luchar por ella pero sin agobiarla? Eso es todo lo que quiere. Quiere ver que te esfuerzas.

—¿Que me esfuerce sin agobios?

Yo no la agobio. Bueno, puede que sí, pero no puedo evitarlo. No tengo término medio: o no me despego de su lado o me distancio tanto que la pierdo. No sé encontrar el equilibrio.

—Sí —dice como si no hubiera notado mi tono sarcástico.

Sin embargo, como necesito que me ayude, controlo mi actitud.

—¿Puedes explicarme un poco mejor qué demonios quieres decir? Ponme un ejemplo o algo.

—Pues podrías pedirle una cita. ¿Habéis salido juntos en ese plan alguna vez? —pregunta.

—Pues claro que sí —contesto de inmediato.

«¿O no?»

Landon enarca una ceja.

—¿Cuándo?

—Pues… cuando fuimos…, y aquella vez que… —Me he quedado en blanco—. Vale, puede que no le haya pedido nunca una cita —concluyo.

Trevor le habría pedido una cita y habría salido con ella como es debido. ¿Y Zed? Si ha salido con ella, juro que lo voy a…

—Vale, pues pídele una cita. Hoy no, porque es demasiado pronto incluso para vosotros dos.

—¿Qué insinúas? —le espeto.

—Nada, sólo digo que necesitáis tomaros un tiempo. Al menos ella, de lo contrario, la vas a espantar aún más.

—¿Cuánto debería esperar?

—Al menos unos días. Intenta actuar como si acabaseis de empezar a salir, o como si quisieras que accediera a salir contigo. Tienes que hacer que vuelva a enamorarse de ti.

—¿Me estás diciendo que ya no está enamorada de mí? —le digo en tono agresivo.

Landon pone los ojos en blanco.

—Que no… ¿Quieres dejar de ser tan pesimista?

—No soy pesimista —me apresuro a defenderme. En realidad, no me había sentido tan optimista en mucho tiempo.

—Lo que tú digas…

—Eres gilipollas —le espeto.

—El gilipollas al que acudes en busca de consejo sentimental —alardea con una sonrisa de cretino.

—Sólo porque eres el único de entre mis amigos que tiene una relación de verdad y porque, excluyéndome a mí, conoces a Tessa mejor que nadie.

La sonrisa le llega de oreja a oreja.

—Acabas de decir que soy tu amigo.

—¿Qué? Tú flipas.

—Sí, sí. Lo has dicho —dice muy complacido.

—No me refería a amigo, amigo. Quería decir… No sé qué diablos quería decir, pero seguro que «amigo» no era la palabra.

—Ya.

Se echa a reír y entonces oigo que el agua de la ducha deja de correr.

Supongo que no es mal tío, pero no es que vaya a decírselo.

—¿Me ofrezco a llevarla a clase hoy? —pregunto mientras lo sigo abajo.

Niega con la cabeza.

—¿Qué parte de «sin agobiarla» no has entendido?

—Me caías mejor cuando no hablabas.

—Y tú me caías mejor cuando… Uy, si nunca me has caído bien —dice, pero sé que está bromeando.

Nunca pensé que le cayera bien, la verdad. Creía que me odiaba por todas las putadas que le he hecho a Tessa. Pero aquí está, mi único aliado en este embrollo que he organizado yo solito.

Alargo el brazo para darle un pequeño empujón, cosa que lo hace reír, y casi me echo a reír con él cuando veo a mi padre al pie de la escalera mirándonos como si tuviéramos dos cabezas.

—¿Qué haces tú aquí? —me pregunta dándole un trago a su taza de café.

Me encojo de hombros.

—La he traído a casa… Aquí.

«¿Ahora es ésta su casa?» Espero que no.

—Ah —dice mi padre, y mira a Landon.

—Relájate, papá —añado con bastante mala leche—. Puedo llevarla a donde me dé la gana. Deja de hacerte el protector con ella y recuerda cuál de los dos es tu hijo.

Landon me lanza una de sus miraditas y a continuación los tres entramos en la cocina. Me sirvo una taza de café sin que mi hermanastro me quite los ojos de encima.

Mi padre coge una manzana del frutero y empieza a echarme un sermón.

—Hardin, en estos últimos meses Tessa se ha convertido en una más de la familia, y esta casa es su único refugio cuando tú… —Se interrumpe en cuanto Karen entra en la cocina.

—¿Cuando yo, qué? —replico.

—Cuando la lías.

—Ni siquiera sabes lo que ha pasado.

—No necesito tener todos los detalles. Lo único que sé es que es lo mejor que te ha pasado, y te estoy viendo cometer con ella los mismos errores que yo cometí con tu madre.

«¿Me toma el pelo?»

—¡No me parezco en nada a ti! ¡La quiero y haría cualquier cosa por ella! Tessa lo es todo para mí. ¡En cambio, tú no puedes decir lo mismo de mi madre!

Dejo la taza de golpe sobre la encimera y parte del café se derrama encima de ella.

—Hardin… —Es la voz de Tessa. Está detrás de mí. Mierda.

Para mi sorpresa, Karen sale en mi defensa.

—Ken, deja al chico en paz. Lo está haciendo lo mejor que sabe.

La mirada de mi padre se suaviza en cuanto se vuelve hacia su esposa. Luego me mira otra vez a mí.

—Perdóname, Hardin. Sólo me preocupo por ti —suspira, y Karen le pasa la mano por la espalda.

—No pasa nada —digo, y miro a Tessa.

Lleva unos vaqueros y una sudadera de la WCU. El pelo húmedo le enmarca el rostro sin maquillar, es una belleza inocente. Si ella no hubiera entrado en la cocina, le diría a mi padre lo cabrón que es y que es hora de que aprenda a no meterse donde no lo llaman.

Cojo una servilleta de papel y limpio el café que ha caído en su carísima encimera de granito.

—¿Estás lista? —le pregunta Landon a Tessa.

Ella asiente sin dejar de mirarme.

Me gustaría poder llevarla yo, pero debería volver a casa y dormir un poco o darme una ducha, tumbarme en la cama a mirar el techo, limpiar… Joder, cualquier cosa menos quedarme aquí a charlar con mi padre.

Nuestras miradas se separan y Tessa sale de la cocina. Oigo cerrarse la puerta de la entrada y suspiro.

En cuanto doy media vuelta, Karen y mi padre empiezan a hablar de mí. Cómo no.

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