SUPERMERCADO
PIGLEY-WIGLEY
BIRMINGHAM (ALABAMA)
13 DE SETIEMBRE DE 1986
Los sábados, cuando Evelyn Couch iba a hacer la compra, cogía siempre el Ford LTD de Ed, porque era más espacioso, aunque más difícil de aparcar. Llevaba cinco minutos esperando un hueco, mientras un hombre mayor cargaba la compra en su coche, se entretenía en no sé qué otros tres minutos, daba con las llaves y, al fin, salía dejando el sitio libre. Y, justo cuando ella iba a ocuparlo, un Volkswagen rojo un poco destartalado asomó por la esquina y le quitó el sitio.
Dos adolescentes delgaditas, mascando chicle, con téjanos ceñidos y Wambas, cerraron de un portazo y pasaron frente a ella como si tal cosa.
Evelyn bajó la ventanilla y le dijo a la que llevaba la camiseta ELVIS NO HA MUERTO: «Perdone, pero yo estaba esperando ese sitio y me lo han quitado».
La chica la miró con una sonrisa afectada y le contestó: «Hay que aceptarlo, señora, soy más joven y más rápida que usted». Y ella y su amiga entraron sin más en el supermercado.
Evelyn se quedó allí sentada, mirando al Volkswagen, que en el parachoques trasero llevaba un adhesivo que decía: LES FRENO A LOS QUE ACHUCHAN.
Doce minutos después, la chica y su amiga salían del supermercado, justo a tiempo de ver cómo los cuatro tapacubos de su coche rodaban por el parking, mientras Evelyn embestía con su Ford al Volkswagen, retrocedía y lo volvía a embestir. Cuando las dos chicas, histéricas, llegaron al coche, Evelyn ya casi se lo había destrozado. La más alta se puso como loca, tirándose de los pelos. «¡Dios mío! ¡Mire lo que ha hecho! ¿Es que ha perdido el juicio?».
Evelyn se asomó por la ventanilla y dijo con toda su calma: «Hay que aceptarlo, encanto; soy más vieja que vosotras y el seguro me lo cubre todo», y arrancó.
Ed, que trabajaba para una compañía de seguros, lo tenía efectivamente a todo riesgo, pero no podía comprender cómo había podido Evelyn embestir a alguien seis veces por accidente.
Evelyn le dijo que se calmase y no hiciese de ello una montaña, que ocurrían accidentes todos los días. La verdad era que se lo había pasado en grande haciéndole polvo el coche a la chica.
Últimamente sólo dejaba de estar furiosa y encontraba un poco de paz estando con Mrs. Threadgoode, y cuando hacía, por las noches, imaginarias visitas a Whistle Stop. Towanda era quien había tomado el mando de su vida y, en su fuero interno, oía sonar la alarma que le advertía del peligro de perder los estribos y no volver a recuperarlos.