HOTEL ST. CLAIR,
BIRMINGHAM
HOTEL SIN RESERVAS, 411,2.a AVENIDA NORTE
23 DE DICIEMBRE DE 1965
Smokey estaba en la acera de enfrente del apeadero que tenía en el centro de la ciudad la línea de los ferrocarriles L&N. En realidad, estaba en la habitación de un hotel que, treinta y cinco años antes, puede que no estuviese mal, pero que, entonces, no tenía más que una cama, una silla y una bombilla de 40 pendiendo de un cordón. La habitación era más oscura que la boca de un túnel, con un panel de cristal esmerilado en el dintel que dejaba pasar una pálida luz amarillenta sobre una maciza y alta puerta de madera esmaltada de color marrón.
Smokey estaba allí sentado, solo, fumando un cigarrillo y mirando a través de la ventana hacia la fría y húmeda calle, pensando en los tiempos en que el halo de la luna se orlaba de estrellas y el agua de los ríos y el whiskey sabían como es debido. Cuando podía respirar a pleno pulmón sin toser hasta echar el hígado por la boca. Cuando Idgie, Ruth y Muñón seguían viviendo en la parte de atrás del café, y todos los trenes pasaban por allí. Qué tiempos aquéllos, ya tan lejanos y, sin embargo, a un solo instante de su memoria.
Sus recuerdos seguían intactos y, aquella noche, estaba allí sentado, rememorándolos, como siempre, asiéndose al más tenue rayo de luz; a veces, parecía asirlo de verdad y viajar con él como por arte de magia. Una vieja canción sonaba una y otra vez en su mente:
¿Dónde irán las volutas?
¿Dónde irán las volutas que exhalo?
¿Esos rizados bucles
que me hablan de ti?