RESIDENCIA
ROSE TERRACE
ANTIGUA AUTOPISTA MONTGOMERY,
BIRMINGHAM (ALABAMA)
28 DE SETIEMBRE DE 1986
Aquel día lo amenizaron con un nuevo menú: una bolsa de patatas fritas, colas y, de postre —otro caprichito que Mrs. Threadgoode le pidió—, higos secos. Le dijo a Evelyn que Mrs. Otis se comía todos los días tres higos secos desde hacía treinta años y siempre había ido como un reloj.
—Yo los como simplemente porque me gustan. Pero, aparte de eso, te aseguro que van muy bien. Cuando estaba en casa, y no me apetecía cocinar, iba a la tienda de Ocie, me traía unos cuantos y, con un poco de almíbar por encima, ya tenía la cena. Y son baratos. Tendrías que probarlos.
—¿A que no sabe lo que está buenísimo, Mrs. Threadgoode? Los buñuelos con miel helados.
—¿Buñuelos helados?
—Sí, son como los pestiños pero con canela… Sí, mujer.
—Ah, sí. Me encantan los pestiños con canela. ¿Por qué no traes un día?
—Hecho.
—¿Sabes, Evelyn?, me alegro mucho de que ya no sigas con ese régimen tuyo. Tanto crudo hubiese acabado matándote. No había querido decírtelo, pero Mrs. Adcock por poco palma por culpa de uno de esos regímenes para adelgazar. Comía tantas cosas crudas que tuvieron que llevarla al hospital, a corre prisa, con fuertes dolores de estómago, y practicarle una intervención exploratoria. Y me contó que, mientras el médico la examinaba por dentro, cogió el hígado para verlo más de cerca, se le cayó al suelo y dio cuatro o cinco botes antes de que se lo volviesen a colocar. Y dice Mrs. Adcock que desde entonces tiene fuertes dolores de espalda por culpa de eso.
—Oh, Mrs. Threadgoode, ¿no irá usted a creerla, verdad?
—Pues, no sé. Pero eso es lo que nos contó el otro día mientras cenábamos.
—Eso se lo ha inventado, cariño. El hígado está pegado al cuerpo.
—Bueno, a lo mejor se hizo un lío y fue un riñon o yo qué sé, pero yo que tú no comería más cosas crudas.
—Está bien, Mrs. Threadgoode, si usted lo dice —dijo Evelyn masticando una patata frita—. Hay una cosa que siempre he querido preguntarle, Mrs. Threadgoode. ¿No me dijo usted una vez que algunos creían que Idgie había matado a un hombre? ¿O son figuraciones mías?
—No, no, encanto. Mucha gente creyó que lo había hecho ella. Claro, ¿no ves que ella y Big George tuvieron que ir a juicio en Georgia acusados de asesinato?
Evelyn se quedó de piedra.
—¿De verdad? —dijo.
—Pero ¿no te lo he contado ya?
—Qué va. Nunca.
—Uh; ¡fue horrible! Recuerdo aquella mañana como si fuera hoy. Yo estaba fregando los platos, mientras oía el programa El Club del desayuno, cuando llegó Grady Kilgore a buscar a Cleo. Parecía que viniese de un funeral. Y le dijo a Cleo: «Daría el brazo derecho por no tener que hacer lo que voy a hacer. Pero no tengo más remedio que detener a Idgie y a Big George, y quiero que me acompañes».
»Y es que Idgie era una de sus mejores amigas, y aquello por poco lo mata. Le dijo a Cleo que había pensado dimitir, pero que la idea de que fuese un extraño a arrestar a Idgie todavía se le hacía más cuesta arriba.
»"Dios santo, Grady, pero ¡qué ha hecho!", exclamó Cleo.
»Y Grady le dijo que ella y Big George eran sospechosos de haber asesinado a Frank Bennett el año 30. Yo ni siquiera sabía si había muerto o si había desaparecido.
—¿Y por qué sospecharon de Idgie y de Big George? —preguntó Evelyn.
—Bueno, pues porque parece que Idgie y Big George le habían amenazado de muerte un par de veces, y la policía de Georgia ya tenía constancia de ello. Así que, al encontrar el coche, tuvieron que ir a por ellos…
—¿Qué coche?
—El coche de Frank Bennett. Rastreaban la posibilidad de que el cuerpo de Frank Bennett estuviese en el río, y encontraron el coche, no lejos de la casa de Eva Bates. Así que era evidente que había estado por Whistle Stop en 1930.
»Grady se puso hecho una furia por la estupidez del que llamó a Georgia dando la matrícula del coche… Ruth llevaba muerta ocho años; y Muñón y Peggy ya se habían casado y vivían en Atlanta. Así que debió de ser por el 55 o el 56.
»Al día siguiente, Grady llevó a Idgie y a Big George a Georgia, y Sipsey los acompañó; no hubo manera de convencerla de que no fuese. Pero Idgie no habría dejado que la acompañase ninguna otra persona más que ella, así que todos tuvimos que quedarnos en casa a esperar.
»Grady trató de calmar las cosas. Y en la ciudad nadie hablaba del asunto, aunque estuviese al corriente… Ni siquiera Dot Weems: no escribió una sola línea en el semanario.
»Recuerdo perfectamente la semana del juicio. Albert y yo fuimos a Troutville a hacer compañía a Onzell, que estaba aterrorizada porque sabía que si condenaban a Big George por la muerte de un blanco, iría a parar a la silla eléctrica como Mr. Pinto.
Justo en aquel momento, Geneene, la enfermera, entró a descansar un poco y se sentó a fumar un cigarrillo.
—Ah, Geneene —dijo Mrs. Threadgoode—, es mi amiga Evelyn, la que te dije que lo estaba pasando tan mal con la menopausia.
—Encantada.
—Mucho gusto.
Y entonces Mrs. Threadgoode empezó a pegar la hebra con Geneene, deshaciéndose sobre lo bonita que Evelyn le parecía, y diciéndole si no creía que podía ser vendedora de los cosméticos Mary Kay.
Evelyn no veía el momento de que Geneene se marchase, para que Mrs. Threadgoode le acabase de contar la historia; pero no hubo manera. Y cuando Ed pasó a recogerla, se sintió muy contrariada, porque iba a tener que esperar otra semana para saber en qué acabó el juicio.
—No olvide dónde se ha quedado, ¿eh? —le dijo Evelyn a Mrs. Threadgoode al marcharse.
—¿Que no olvide qué? —inquirió Mrs. Threadgoode, mirándola perpleja—. ¿Lo de los cosméticos?
—No; lo del juicio.
—Ah, sí. Menudo fue aquello…