I

Terminada la guerra con Hungría y después de la celebración del matrimonio entre Andrés Kmita y Alejandra Billevich, un caballero valeroso y renombrado en Polonia, Miguel Volodiovski, coronel del escuadrón de caballería de Lauda, se disponía igualmente a unirse en los dulces lazos de Himeneo con Ana Borzobogati Krasienska.

Surgieron, sin embargo, obstáculos, a consecuencia de los cuales la boda tuvo que diferirse. La novia había sido educada por la princesa Griselda Visnovieski, sin cuyo consentimiento Ana no quería casarse: y Miguel se vio obligado, por tanto, a dejar a su prometida esposa en Vodokty, a causa de los disturbios de aquellos tiempos agitadísimos, y marchó solo a Zamost para pedir el consentimiento y la bendición de la princesa.

Pero la estrella que le guió en su expedición no le fue propicia. La princesa acababa de partir de Zamost para Viena, con objeto de atender a la educación de su hijo. El perseverante caballero tuvo, pues, que continuar su viaje, aunque era bastante largo, y cuando hubo visto a la princesa y obtenido su propósito, se volvió de nuevo con el corazón henchido de las más alegres esperanzas.

De regreso a su patria la encontró más agitada que nunca: el ejército había formado una especie de liga; en Ucrania continuaba la insurrección y en los confines orientales la lucha no había cesado aún. Habíanse reunido nuevas fuerzas para defender la frontera a todo trance. Antes que Miguel llegase a Varsovia, había recibido un mensaje del voivoda de Russ; y juzgando que los asuntos particulares deben posponerse siempre a los de la patria, renunció a la idea de efectuar por lo pronto su casamiento, y se dirigió a Ucrania.

En aquella región luchó algunos años, viviendo en medio de batallas, soportando toda clase de privaciones y fatigas y teniendo muy raras ocasiones de escribir a su prometida.

Después fue enviado a Crimea, y cuando estalló la funesta guerra civil con Lyubomirski, combatió al lado del rey contra el infame traidor, volviendo luego por segunda vez a Ucrania a las órdenes de Sobieski.

Todas estas empresas guerreras acrecentaron de tal modo el lustre y la gloria de su nombre, que llegó a ser considerado como el primero y más valiente soldado del reino.

Los años pasaban entretanto, y las ansias de Miguel crecían cada vez más, aumentando su pasión, que le hacía suspirar incesantemente. Llegó al fin el 1668 y con él el merecido descanso. A principio de este año se dirigió a Vodokty, al lado de su amada, y juntos partieron para Cracovia. La princesa había vuelto ya de los dominios del emperador y había invitado a Miguel a celebrar sus bodas allí, ofreciéndose a hacer para la novia las veces de madre.

Los cónyuges Kmita permanecieron en su casa, suponiendo que durante algún tiempo habían de carecer de noticias de Miguel. Esperaban un nuevo huésped que había de venir muy pronto a Vodokty. La Providencia no había bendecido hasta entonces su unión, que había sido estéril; mas ahora aguardaban el acontecimiento feliz que cumpliría, al fin, sus ardientes deseos.

La cosecha había sido extraordinaria este año y las mieses tan abundantes, que las sementeras estaban cubiertas de gavillas y no habría bastantes graneros para contener el trigo. En los países colindantes, devastados por la guerra, los jóvenes abetos habían crecido en una sola primavera más que en los dos años anteriores. En los bosques había abundancia de caza y de hongos; parecía que la extraordinaria fertilidad de la tierra se había extendido a todas las cosas que existen en su superficie. Los amigos de Miguel auguraban de esto los más felices resultados para su matrimonio, pero el destino había decidido otra cosa.