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Despierto abriendo los ojos de golpe. Mi pulso está desbocado pero noto cómo se va serenando gradualmente. La cabeza me da vueltas. Tengo los labios secos, me los humedezco con la lengua aunque casi no tengo saliva. El pijama está pegado a mi piel, completamente sudado. Sin pensar, me palpo entre los muslos. Estoy empapada y totalmente deshidratada.
Me llevo las manos a la cara, restriego mi piel hasta que creo marcarla de surcos. Es bochornoso. No comprendo cómo me puede estar pasando esto. No sé qué es más raro, que me corra en sueños pensando en él o la mirada vidriosa que me lanza el trol desde la mesita de noche.
Cuando me lo encontré en el bolso aquel fatídico lunes no supe si echarme a llorar o tirarlo a la basura. Se me debió de caer de las manos en cuanto Morales comenzó a hablar en su despacho. Pensé que habría chocado contra la mesa pero no fue así.
He decidido quedármelo, aunque me extraña que ya hayan pasado casi dos semanas y a Morales no se le haya ocurrido reclamármelo. No pensará ni por asomo que lo tengo yo. Ojalá lo supiera y entrara de aquí a un segundo por la puerta de mi habitación. Así mis sueños se harían realidad.
No puedo negar las ganas que tengo de volver a sentirlo como en el pasado, pero he de ser madura y consecuente con mis actos. Lo que hicimos no estuvo bien y alguien tenía que pararlo. Sin embargo, sigo sin entender por qué ocurrió de un modo tan improvisto. No lo supe ver. Me he preguntado varias veces si tiene algo que ver con mi físico. Sé que me he descuidado últimamente. He estado dejando de prestarme atención, lo admito. Con él estuve a punto de conseguirlo del todo.
Parece ridículo, pero es la verdad, y la primera en asombrarse soy yo misma. Puede que su constante adoración por mi cuerpo tenga algo que ver, no lo sé. A su lado llegué a sentirme libre de luto y de culpa, una sensación absurda que podría haberse vuelto infinita, pero no lo sé, y ya nunca lo sabré.
Cojo el trol y jugueteo con su pelo fosforito. El móvil marca las 6:14. Demasiado pronto para levantarme y acudir a la oficina, pero no tengo nada más que hacer excepto refugiarme en mi trabajo. A eso me dedico a diario y así es mi vida desde hace días.
Vicky nos ha mandado un e-mail muy entusiasmada. Su estado de ánimo rezuma por cada una de sus palabras. Quizá tenga algo que ver con su reciente historia con Víctor. Después de la discusión que tuvieron en Moma, volvieron a quedar. Y tras esa quedada, hubo otra y otra… Así hasta que se han hecho casi inseparables. Según lo que nos cuenta, Víctor es un hombre atento, dulce y detallista. Ha «teletransportado» a Vicky a un mundo de color de rosa del que no quiere apearse. Y no es para menos, parece que por fin ha encontrado a su querido príncipe azul.
En el correo nos adelanta los detalles de nuestra habitual excursión de chicas a la casa que tienen sus padres en la sierra de Guadarrama. Hubiéramos ido este fin de semana puesto que es puente, pero sus padres ya habían quedado allí con unos amigos de la familia. Hasta el próximo viernes no podremos ir. Tengo ganas de ese plan en el que salimos a esquiar, montamos fiestas caseras y tenemos un poco de aventura juntas. Aunque reconozco que no me importaría cambiarlo por un buen meneo como con el que he soñado esta noche.
Miro el reloj de la pantalla del ordenador. Manu tiene que estar esperándome en la cocina. Me quito las gafas, cojo mi paquetito de té rojo y voy a su encuentro. Todavía tengo tiempo antes de ir a recoger a Sandra para nuestra próxima visita.
Manu mastica un sándwich sentado, en solitario, sobre uno de los taburetes. Al verme, sonríe levantando la cabeza a modo de saludo. Pongo a hervir agua en silencio pero su mirada persistente me incomoda ligeramente. No sé qué le ronda la cabeza pero tiene esa estúpida sonrisa pintada en la cara desde que me ha visto entrar.
Al sentarme al otro lado de la barra, preparo una bolsita eludiendo sus ojos como buenamente puedo.
—¿No tienes nada que contarme?
Le dedico una mirada interrogante. No sé de qué me habla.
—Ya sabes, sobre tu amante secreto.
Creo que me encojo literalmente hasta que las piernas me cuelgan del taburete como a Pulgarcita. Me siento tan aterida que no acierto ni a pestañear. No es posible que me esté pasando esto justo después de que todo haya terminado. La suerte nunca me había rehuido de una forma tan insolente.
Al ver que no acierto a decir nada, Manu prosigue en tono burlón.
—Hablé con Eva sobre aquel día. No sabía nada.
—¿Qué día? ¿Qué te estás inventando?
—No me invento nada, fuiste tú la que dijo que estaba con Eva en aquel bar de Nuevos Ministerios.
Ay, no. Tenía la esperanza de que eso hubiera quedado zanjado.
Es cierto, aquella tarde estaba tomándome un café con Morales cuando me contó cómo murió su madre. Al irse al baño, Manu apareció con un amigo y tuve que inventarme la excusa de que estaba con Eva para que se fuera. Por desgracia, eso lo envalentonó y salió corriendo en su busca. Por supuesto, nunca la encontró pero como estaban a malas, tampoco esperaba que tuviera la oportunidad de hablar de aquello con ella.
No obstante, ahora estos dos también están bastante bien. No se ven tan a menudo como Víctor y Vicky, se lo están tomando con calma. Teniendo en cuenta cómo lo ha tratado Eva desde hace meses, es lógico que no quiera precipitarse. No pienso que vaya a hacerle daño, al menos queriendo. Pero mientras se sigan respetando mutuamente y no haya desplantes de por medio, no pienso meterme. Creo que la bondad de Manu puede hacerle mucho bien a Eva y es obvio que él está loco por ella.
—Ahora ya sé por qué estás tan distraída últimamente —continúa mientras me levanto para verter el agua en mi taza.
—Siento haberte mentido —confieso sincera y avergonzada.
Manu hace un gesto restándole importancia.
—Flipé un poco pero no pasa nada. ¿Por qué no quieres que lo conozca?
¡Ay! Casi me quemo con el agua. No sabe quién es. Esto es aún más sorprendente. Me giro en redondo.
—¿Es de la oficina?
—¿Quién? —pregunto riendo.
—Es verdad, sois todo tías.
Se rasca la mejilla pensativo y al cabo de unos segundos, abre unos ojos brillantes de excitación.
—Espera… ¿eres bollera?
Lo que me faltaba. Resoplo volviendo a mi sitio.
—¡Claro! —exclama golpeándose la frente—. ¿Cómo no me he dado cuenta? Carla, tranquila, no tienes por qué…
—¡Cállate! —interrumpo—. ¡Es un hombre!
Un friki-maromo-parleño-farlopero.
—¿Entonces? Dímelo, anda.
—¿Eva no te ha dicho nada?
Me sorprende que después de averiguar la historia del bar no haya indagado más sobre el asunto. Si mi amiga quiere comenzar su relación sin mentiras, no sé hasta dónde le habrá contado.
—¿Ella lo sabe?
Tenía que haber cerrado el pico. Es verdad que estoy distraída, mis facultades mentales no están en su mejor momento, soy consciente.
Manu sonríe como el gato de Cheshire ruborizándome.
—Se lo pienso sonsacar.
Muy bien. En ese caso a mí me toca chantajearla con unos buenos Jimmy Choo para que se cosa la boca con este tema.
Estoy nerviosa. Hace años que no veo a Patrick. Su exposición es mañana pero lleva en Madrid desde este mediodía. Se conoce que se ha pasado la tarde preparándola para evitar imprevistos. Me ha mandado un mensaje cuando ha aterrizado y otro hace un rato indicándome que estaba de camino.
He preparado la cena, ya está la mesa puesta. He estado un buen rato cocinando la tortilla de patatas con cebolla que tanto le gusta. O que, al menos, antes le gustaba. Espero no haber perdido facultades con ella, buena pinta sí que tiene. Hace tiempo que no me entretenía en cocinar algo del estilo, pero la visita lo vale.
Suena el interfono. Pulso el botón de abrir sin preguntar, por la hora ya debe de ser él. Dejo caer mi trenza por la espalda y me aliso la blusa sobre los vaqueros. Unos segundos después, abro la puerta de mi piso.
—Chérie!
Sonrío. Patrick se lanza a mis brazos y me levanta por los aires sacándome un gritito de sorpresa. Tras protestar entre risas, me suelta y arrastra una maleta, una mochila, una especie de maletín de madera y una carpeta porta lienzos. Parece más una mudanza que un viaje fugaz.
—¡Estás preciosa!
Casi no puede terminar la frase. Patrick tropieza al entrar en el salón pero llego a tiempo de evitar un desastre. Le ayudo como puedo descargando todos sus bultos en el sofá.
—Merci. Tú también estás muy guapo.
Patrick es de cabello pelirrojo cobrizo, ojos castaños vivaces y veo que se ha dejado barba fina. Se quita la chaqueta y descubre unos brazos bajo un jersey azul celeste algo más inflados de lo que recordaba.
—No es verdad, estoy destrozado.
En ese caso, lo sabe disimular porque tiene muy buen aspecto.
—¿Todo bien en la galería?
—Sí —confirma soltando los brazos en gesto cansado—. Todo a punto, aunque me pasaré un par de horas antes para asegurarme.
—Tienes que estar hambriento, sentémonos a cenar.
Asiente agradecido.
—¿Cómo te va todo? ¿Dónde dijiste que estabas trabajando?
Patrick y yo nos sentamos a la mesa y empezamos a charlar. La tortilla le ha sorprendido, no la esperaba. La devora hambriento, relajado y gustoso. Hablamos durante toda la cena para ponernos al día, uno frente al otro.
Después de contarle mis historias, Patrick me explica que terminó su carrera de Bellas Artes y después se ha dedicado a hacer cuadros por encargo. Tiene un pequeño taller en Bruselas en el que trabaja en sus propias creaciones y en las que le encargan. Por fin ha conseguido ahorrar lo suficiente para organizar un tour por algunas capitales de Europa en las que exponer sus cuadros, así como realizar una pequeña campaña publicitaria en el sector. Ha expuesto varias veces en distintas ciudades de Bélgica y Francia y admite haber vendido más cuadros de los que imaginaba. Por eso se ha animado a lanzarse a un mercado mayor.
En lo personal, actualmente está soltero. Estuvo un tiempo saliendo con una de sus modelos, algo que me suena, pero se terminó hace unos meses cuando ella se mudó a Estados Unidos para continuar su carrera de forma profesional.
—Es la historia de mi vida —suspira—. La distancia siempre se interpone entre mis chicas y yo.
Meneo la cabeza mientras le doy un sorbo al rooibos que he preparado.
—No te quejes, tienes que tener un buen tirón entre las mujeres siendo artista consumado como eres.
—Sí —contesta medio sonriendo—, pero a veces es muy frío. También echo de menos salir a cenar con una mujer bonita.
No sé si eso va con segundas. Los modos de seducción de Patrick eran algo patosos, pero en su día me enternecían el corazón. Si este es uno de ellos, creo que hoy me parecen más simpáticos que sugerentes.
Es curioso el modo en que el paso del tiempo puede transformar el amor en simple y sincero cariño. Supongo que el hecho de que termináramos de mutuo acuerdo tiene mucho que ver. No creo que los finales desagradables puedan lograr algo parecido. Me pregunto si existen relaciones que puedan marcar a alguien tan profundo, hasta el punto de reencontrarse con el otro años después y avivar las llamas como si nunca se hubieran apagado.
—Hablando de cenas y mujeres bonitas, me gustaría invitarte a cenar el viernes por la noche —no estaba muy equivocada—. El sábado he quedado con una pareja que quiere que les pinte y no sé a qué hora volveré.
Eso me extraña, solo se dedica al desnudo artístico pero siempre femenino.
—¿Una pareja? ¿Ahora también pintas a hombres?
—Son dos mujeres —contesta risueño.
—Ah —se queja de vicio—. El viernes he quedado con Eva y con Vicky, y con otra chica que no conoces pero puedes venirte si quieres.
—Magnifique!
Seguro que a ellas no les importa. Un poco de compañía masculina no nos viene mal de vez en cuando.
Patrick pasea sus ojos curiosos por el salón dejando de prestarme atención. Ensancha su sonrisa desconcertándome.
—¿Qué pasa?
—Este piso me trae muchos recuerdos.
Yo también esbozo un amago de sonrisa. Sí que lo pasamos bien entre estas cuatro paredes. Era mucho más cómodo que su cuartucho del colegio mayor. Aquí cenábamos, estudiábamos, me pintaba y terminábamos entre las sábanas.
—Estoy cansado, chérie, pero mañana quiero pintarte tras la inauguración.
Al escuchar eso no puedo evitar tensarme.
—¿Todavía sigues con ese tema?
—¿No quieres?
Me levanto para recoger nuestras tazas y limpiar la mesa.
—Sabes que no me importa, pero igual prefieres pintar a mujeres más jóvenes.
—Tonterías —protesta—. Ya te dije que quería hacer un díptico con uno de tus cuadros de la universidad.
Es que eso es lo que menos gracia me hace de todo.
—¿Y por qué no haces uno nuevo, sin más, en vez de compararlo con nada del pasado?
Al no escucharle, me giro para observar su reacción. Está impasible, y de brazos y piernas cruzados sobre la silla.
—Porque el artista soy yo y yo decido lo que quiero pintar.
Hombres. Continúo mi tarea despreocupada.
—Pues fíjate tú qué problema, me niego y punto.
—No me saques las uñas —replica malhumorado—. Y no seas tan crítica contigo misma, chérie, ese debería ser yo.
Lo sé. Él me enseñó que la modelo debe limitarse a posar y no preocuparse por el resultado final. Ese no es su cometido, prácticamente no es de su incumbencia. Pero en mi caso, eso es algo imposible. Es inevitable que me ponga nerviosa y más si voy a ver sobre el lienzo el irremediable paso del tiempo en mis carnes. Igual lo mejor es ni verlo. Eso debería ayudar.
—Pensé que con los años habrías dejado de ser tan pudorosa con tu cuerpo.
Suelto la loza en el fregadero y le encaro fulminándolo con la mirada.
—No soy pudorosa.
Ya no. Incomprensiblemente, alguien se encargó de quitarme el pudor de golpe. Confieso que sigo odiándome pero ya no me resulta tan vergonzoso exponer mi cuerpo al otro. Aunque no estoy tan segura de si solo me pasa con él o de verdad puedo dejar de serlo de cara al resto del mundo.
Patrick levanta una ceja escéptico.
—Te digo que no lo soy —aseguro—. Mañana te lo pienso demostrar.
Vuelve a sonreír. Estupendo, ya ha conseguido lo que quería.
—Merci, chérie. Estoy deseando que llegue mañana.
Mientras termino de recoger y de limpiarlo todo, escucho que Patrick se da una ducha rápida. Me cruzo con él enfundado en una de mis toallas a la cintura. Sigue siendo de piel pálida, como yo, pero tenía razón cuando pensaba que ha aumentado su masa muscular. No demasiado pero sí lo suficiente como para volver la vista si te lo cruzaras en la orilla de la playa.
Tras cepillarme los dientes, le doy un beso casto en la mejilla mientras rebusca en las prendas de su maleta.
—Me voy a dormir, yo también estoy cansada. He puesto las sábanas en el sofá, no hay que hacer nada. Solo tienes que abrirlo.
Patrick se incorpora lentamente sin dejar de mirar al sofá. Yo también lo miro. No está tan mal, no es tan desagradable, mi propio primo me lo dijo cuando vino hace semanas.
—¿Patrick?
Mi voz corta el encantamiento. Sacude la cabeza medio sonriendo.
—Sí, sí, está bien. Gracias.
—Que descanses —deseo antes de cerrar la puerta de mi habitación.
Lo siento, querido amigo, pero no tengo humor para lo que buscas. Al menos, contigo no. Hoy por hoy, no.