18
De no ser por Eva, Carmen, Víctor y Manu, la cena habría sido un desastre. Los demás estamos para que nos mencionen en un chiste del tipo: «Van Raúl, Vicky, Morales y Carla en un tren y nadie sabe quién es más deprimente que el anterior». Ninguno hemos abierto la boca en toda la comida, el resto lo hacía por nosotros. Me he fijado en que Vicky me ha lanzado alguna que otra mirada de refilón, pero a sus labios no ha asomado ninguna palabra conciliadora. No puedo culparla, de la mía tampoco.
Morales creo que se ha intentado mostrar más cauto que resabidillo como acostumbra. Es como si hubiera preferido conocer a la manada antes de integrarse de lleno para saber por dónde debe tirar con cada uno. Sabia estrategia.
En el caso de Raúl, sabemos por Carmen que es poco hablador, pero no que pudiera mantener esa cara de impasibilidad por tiempo récord. Tanto mejor. Así solo tengo que aguantar verle y no escucharle también.
Por mi parte, no es un buen día para reírle las gracias a nadie. No sé cómo se lo tomaría Vicky. Se supone que debe haber un tiempo de luto por nuestra pequeña discusión y verme excesivamente feliciana tan solo empeoraría las cosas.
Además, no estoy muy entusiasmada con los planes que hay esta noche. Ya sé que es tarde pero seguro que si hubiéramos estado solas, se nos habría ocurrido algo mejor que echar una partida al Trivial de chicos contra chicas. Vicky se ha encontrado la caja llena de polvo en un armario y las demás hemos recordado la única vez que lo hemos jugado juntas. Fue hace unos dos o tres años cuando hubo tal nevada que tuvimos que quedarnos un día más y se nos acabó el vino, el ron y la ginebra. Aún recuerdo quién ganó. Sonrío para mis adentros.
Mientras termino de preparar mi gin-tonic y me dispongo a llenar otro vaso con zumo de piña, oigo las risas a mis espaldas. Yo también río, pero nadie me oye. Todavía no sé por qué ninguna me preguntó el jueves por qué incluí tanto zumo de piña en la lista de la compra.
Alguien se posiciona a mi lado. Al girarme, Víctor me sonríe vacilante. Si eso es todo lo que se lo ocurre para disculparse, es un hombre muy poco ingenioso.
—¿Por qué no le dijiste que la casa era de Vicky? —pregunto continuando con mi tarea.
—Por lo mismo que tú.
Su afirmación me desconcierta y lo advierte enseguida.
—Porque quería que viniera y si se lo hubiéramos dicho, no estaría aquí sentado con nosotros.
Verdad verdadera. Habría querido huir de cualquier confrontación con mi amiga / la chica de su amigo a toda costa.
—Tuve que callármelo, pero ha sido por él —se excusa convencido—. Este tipo de cosas son las que necesita, ya lo estás viendo. Tiene que distraerse, salir con gente que le convenga y relajarse un poco. Seguro que si seguimos por este camino empieza a tomarse la vida con más calma. Mírale.
Lo hago. Está sentado en el suelo junto con los demás, todos rodeando la mesa repleta de bebidas, el tablero y las fichas. Está sonriendo mientras charla con Manu de lo que sea. Esa imagen hace que me venga a la mente el fin de semana pasado. Aunque lo máximo que hiciéramos fuera ver una película y salir a comer por ahí, lo noté más relajado. Con la mente en cualquier cosa menos el trabajo y las fiestas de negocios intempestivas.
—Se está divirtiendo sin quererlo —prosigue risueño.
Da gusto ver a su amigo hablando de él con cariño y clara satisfacción. Ojalá Vicky pudiera decir lo mismo de mí. Eso me lleva otra vez a rememorar nuestra disputa.
—Me parece muy bonito por tu parte, pero mira lo que has conseguido entre tu chica y su mejor amiga. Podrías haberme echado un cable a mí también.
—Y lo he hecho —replica sorprendido. Lo sé pero no ha servido para suavizar nada—. Además, no te pienses que eres la única que ha cobrado. Yo también me he llevado un par de rapapolvos por esto. Y por parte de los dos.
—Te lo mereces.
—Lo sé. Mea culpa, mea culpa —bromea golpeándose el pecho—. Pero estamos todos, ¿no? Es lo que queríamos.
Su discurso de disculpa me hace sonreír a la par que menear la cabeza resignada.
—Ya que lo de Morales ha quedado resuelto y sabemos que no se va a ir, ahora puedes centrarte en Vicky y obrar el milagro de que vuelva a apreciarme.
—Sí —asiente jugueteando con las copas—, eso va a requerir más trabajo del que piensas.
—No si juegas bien tus cartas. Ya puedes esmerarte esta noche, chato.
O me relajas a esta también o el día de mañana será un infierno.
Abandonándole con la boca ligeramente abierta y aspecto de pasmarote, cojo mis bebidas y me dirijo a la mesa de juegos. Es tan inocente como Vicky. Están hechos el uno para el otro.
Me siento al lado de Morales ofreciéndole el zumo, que por su cara veo que no se esperaba. Aun así, me sonríe agradecido y yo miro hacia otro lado para que no se me derrita el cerebro delante de todo el mundo.
—¿Ponemos algo de música? —pregunta Carmen.
Los demás asentimos. Yo por mi parte casi ruego por algo movidito que me despierte porque ya me estoy quedando medio dormida y ni hemos empezado a jugar.
Tiramos los dados. Los chicos salen primero, pero se demoran porque Víctor continúa en la barra de bebidas, hecho que Carmen aprovecha sin dilación.
—Víctor, pon algo de música, el equipo está en aquel armario —señala al otro lado.
El hombre se encamina hacia el viejo equipo de discos de la casa y al darle al play, ninguno contiene las cejas en su sitio.
Eva frunce el ceño también.
—¿Qué es esto, Vicky?
—Sade.
Pero no es ella quien contesta, sino Víctor. Todos le miramos y nos fijamos en que reprime una sonrisa como puede atravesando a Vicky con la mirada.
—¿Te gusta Sade?
—A mi padre —balbucea ella confundida—. Creo que este tema es…
—«Your Love Is King» —concluye él subiendo el volumen—. Me encanta Sade.
Vicky corresponde a su sonrisa con otra de dientes blancos, relucientes y hambrientos. Víctor, por su parte, se acerca hasta nosotros radiante y en silencio.
—No irás a dejar esa pastelada puesta —protesta Morales.
Mas Víctor ya no está aquí con nosotros y creo que Vicky tampoco.
—¿Bailas?
Mi amiga se sonroja primero, pero acepta encantada después. Aguantando la risa y la vergüenza como podemos, asistimos a un baile de una pareja ñoña, pero encantadora, que se maneja muy bien en la pista improvisada de baile.
Sostengo mi cara entre las manos con los codos apoyados sobre la mesa sin poder apartar mis ojos de todos sus pasos. Son tan cursis que hasta me ponen tierna. Tienen la mirada perdida el uno en el otro y es posible que esta sea la primera vez que Vicky esté realmente encantada de ser el centro de atención del grupo. Víctor lo sabe hacer bien. Lo sabe hacer muy bien.
Un ruido molesto a mi lado me saca de mi embeleso. Compruebo que somos las chicas quienes seguimos el baile mientras que ellos tienen aspecto de no saber dónde esconder la cabeza. Todos menos Morales, quien baraja las fichas del Trivial muy entretenido. Se las arranco de un manotazo y las dejo sobre la mesa obviando su cara de ofuscación.
Cuando un par de minutos después concluye la canción, ambos se besan con verdadera pasión. Eva, Carmen y yo nos sonreímos cómplices de la dicha de nuestra amiga. Gracias, Víctor, esto es lo que yo llamo allanarme el terreno con propiedad.
—¿Se puede cambiar ya el hilo musical? —demanda Raúl con cara de fastidio.
Nadie replica, pero seguro que todos coincidimos en que se acaba de cargar un pequeño final mágico de la pareja almibarada de la casa. Vicky vuelve a su sitio peinándose el pelo con los dedos sin levantar la vista del tablero y Víctor rescata las ansias de Raúl.
—Tu padre tiene muy buen gusto musical —comenta con la cabeza metida en el armarito de madera—, tiene discos míticos. Me gustan todos, no sé ni cuál poner.
—Algo que no fomente un suicidio colectivo, por favor.
Me siento muy tentada de reventarle el vaso de zumo en la cara a Morales, pero en vez de eso le ignoro dando un buen sorbo a mi ginebra.
—Creo que esto te va a gustar, amigo mío —dice Víctor un rato después.
Por fin, se sienta con los chicos y damos comienzo al juego. Sin embargo, en cuanto empieza el primer riff de guitarra me evado de la conversación sobre la mesa. Clavo mis ojos en Morales. Víctor y él se sonríen asintiendo.
—¿Te gusta Dire Straits?
Mi voz, un hilillo apenas audible, incita a Morales a mirarme. Sigue asintiendo sin dejar de sonreír. Y es esa sonrisa en la que caigo prendida procurando que me ate al presente y mi subconsciente no me lleve directa a kilómetros de aquí. Una pugna entre un gesto limpio y precioso y un sentimiento de culpa que emborrona mi visión.
—Carla.
A ritmo de «Money for Nothing», decenas de imágenes se agolpan en mi cabeza arrastrándome al ahogo emocional.
—Carla, ¿qué pasa?
El roce de los dedos de Morales en mi barbilla, unido a su susurro, es un bálsamo dulce y anestésico. Pestañeo aclarando la vista.
—¿A quién le gustaban los Dire Straits? —pregunta con agudeza—. Dímelo.
—A mi padre.
Su ceño se frunce preocupado.
—¿Quieres que lo quite?
Sí, debería. Pero eso no hará que vuelva, ¿verdad?
—Pídemelo y lo quitaré —promete con suavidad.
Vuelvo a pestañear. Me pierdo en su rostro pensativo y expectante. No se merece que le fastidie la fiesta por mis propios fantasmas. Cada vez tengo más claro que no se merece compartir penas con una miserable como yo.
—No —niego apartándome de sus dedos con delicadeza—, da igual.
—Carla, nos toca —escucho decir a Carmen.
Alzo el rostro. Todos nos miran. No quiero esto, no me siento a gusto siendo el entretenimiento del grupo y menos con Morales como coprotagonista. Froto mi cara como si eso ayudara a espabilarme y me centro en la preguntita de marras.
Sí, a mi padre le gustaba Mark Knopfler, pero confieso que a mí algún tema también. No puedo derrumbarme cada vez que lo escucho si yo también pretendo disfrutar de su música.
Siento la mano de Morales bajo mi espalda. Me estremezco de la impresión, pero admito que me gusta que se quede ahí y suba y baje de vez en cuando en un masaje reconfortante. No voy a mirarlo, me imaginaré que está sonriendo. Me gustaría pedirle que nunca dejara de hacerlo, tiene una boca por la que matar y por la que morir. La sonrisa más bonita con la que me he topado nunca. Imposible de obviar y encantada de admirar.
Respondo a la pregunta sin consultarlo ni pensármelo dos veces. Sé de antemano quién volverá a ganar esta partida y sin quererlo, me percato de que soy yo quien está sonriendo.