39

Increíble. Sigue dormido. ¿Es posible que de todas las noches del año tenga que estar exhausto un día como hoy? ¿Se acordará de lo que me dijo anoche? ¿El que hablaba era él o su subconsciente? Me muero por saberlo, apenas he dormido tras esa confesión. Si el sexo con Dani me deja sin respiración, las palabras que pronunció antes de quedarse sopa casi me hacen batir un récord de apnea.

Me he pasado la mitad de la noche observándole dormir, pegado a mí y con un rostro precioso marcado por una expresión de quietud y vulnerabilidad que me ha encandilado todavía más. Pero por muy fascinante que me resulte verle descansar a mi lado, he de ir al baño con urgencia. Salgo de la cama con sigilo y me dirijo al salón. Rescato mi móvil del bolso y me meto en el baño.

Sentada en la taza del váter, compruebo que aún es pronto aunque eso no hace que deje de dudar si se está haciendo el dormido o no. El chat de mis amigas no tiene novedades, así que compruebo mi correo por inercia. Tengo la mente a medio gas. Mis ojos leen distraídos los asuntos de los e-mails hasta que detectan algo fuera de lugar. Pestañeo. Tengo que leer su nombre un par de veces para cerciorarme de que no son imaginaciones mías.

Virginia Ferrer me ha enviado un correo y lo ha hecho a mi dirección de McNeill. Tiene un documento adjunto y si no fuera porque la curiosidad me mata, el pánico me impediría teclear sobre la pantalla.

Tú decides

Virginia Ferrer

Sent: Domingo, 21 de diciembre de 2014 7:48

To: Carla Castillo

Hola estúpida,

Mis condolencias al gran hijo de perra.

Veo que sigues reticente a dejarlo.

No eres muy lista.

Si no cumples con lo prometido mañana lunes, enviaré las fotos a Gerardo Santamaría como regalo de Navidad.

Felices Fiestas,

Virginia

Descargo la única foto y veo que somos Dani y yo cogidos de la mano y bajando las escaleras del tanatorio.

Al contrario de lo que se podría esperar, en vez del llanto es la rabia lo que me bulle por dentro. Al parecer, no tuvo suficiente con destrozarme el coche. Le debió de saber a poco. Va a llevar esto hasta el final y no hay nada que pueda hacer para detenerla. Si decidí aquella noche no abandonar a Dani, hoy tengo más claro que no pienso cambiar de opinión. Ese ha sido el camino que he tomado y ni esta cerda va a ser capaz de hacerme entrar en razón.

Me gustaría que diera su brazo a torcer y me dejara pagar a cambio de esas fotos y todas las copias. Me asombra que no lo haya querido aceptar. Si por el contrario, lo que quiere es trabajo, yo se lo busco. Pero no, está empecinada en hacerle sufrir a él. Y por eso no paso. No, Señor. Antes pierdo mi empleo que verle caer en las drogas o dejarle después de descubrir lo que siente por mí.

Jamás.

Graznando entre dientes, escribo encolerizada:

Re: Tú decides

Carla Castillo

Sent: Domingo, 21 de diciembre de 2014 9:52

To: Virginia Ferrer

Manda lo que te salga de los huevos, hija de la gran puta.

Sldos,

Carla

Carla Castillo

Account Manager

Banking, Financial Services and IT

carlacastillo@mcneill.com

www.mcneillmedia.com

No me cabe duda de que mañana ya estaré despedida.

Tras darme una ducha y secarme el pelo a movimientos encendidos y gruñidos por el cuarto de baño, abro la puerta embutida en una toalla. Sin querer, hago demasiado ruido pero me percato de que Dani ya está despierto. Le escucho en la cocina así que me asomo al salón de puntillas para poder mirar sin ser descubierta.

Nada más encontrarle en pantalones, con el torso desnudo y maniobrando de aquí para allá haciendo el desayuno, toda mi tensión se disipa de un plumazo. Me calmo al instante. Me encanta verle con esa actitud ufana y desenfadada. Suspiro como una tonta cuando se gira y la laguna verde de sus ojos me sonríe con afecto.

—Buenos días.

—Buenos días —balbuceo.

Continúa llenando la mesa de vajilla. ¿Qué hace? ¿No hay besito de buenos días?

—He rescatado todo lo que tenías en buenas condiciones. Mañana deberías ir a la compra.

Muy bien. Si estamos así, es mejor que sea yo quien lance la primera estocada.

—¿Has dormido bien?

—Muchísimo —sonríe, pero al ver que no me muevo, pregunta—. ¿No te sientas?

Vacilo unos instantes.

—Voy a cambiarme.

—No tardes, me muero de hambre.

Resoplo. ¿Y cuándo no?

Cinco minutos después, regreso vestida con mallas y jersey. Me siento a la mesa, a su lado, y tras servirme azúcar en el café, me quedo embobada mirándole. Dani arruga el ceño untando su tostada con mazacotes de mantequilla.

—¿Por qué me miras así?

Vale, empiezo a dudar seriamente de si lo de ayer lo dijo consciente, en sueños o simplemente estaba desvariando.

—¿Recuerdas cómo te dormiste?

—Con los ojos cerrados.

—Me dijiste que me duchara.

Se ríe con los carrillos llenos. Traga y replica:

—Y tú que querías atizarme.

¿Y? ¿Y? ¿Y qué más, Dani? ¡Vamos, haz memoria! ¡Quiero oírlo otra vez!

De pronto, repara en mi angustia y tira su tostada sobre el plato.

—Vamos, ¡no me jodas! —¡Sí!—. ¿Estás cabreada por eso? —¡No!—. Carla, no tienes sentido del humor, estaba bromeando.

—Ya, ya sé que era una broma.

—¿Entonces?

Bah, déjalo.

Está claro que o se arrepiente o no se acuerda de lo que dijo. Ay, espérate. Espérate que todavía lo he soñado y soy yo la que está alucinando. Tampoco es tan raro, soy yo quien cae redonda primero la mayoría de las veces.

Apenada, cojo una tostada y unto mermelada sin ganas.

—¿Al final estuviste con João?

Dani sacude la cabeza.

—No olvidas una, ¿eh?

—¿Estuviste o no?

—Sí. Y antes de que digas nada, no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho —fantástico—. Teníamos una conversación pendiente. Entiendo lo que quieres hacer conmigo y cómo lo haces, pero las cosas se hablan, Carla. Es mucho mejor explicar lo que ocurre antes de que malinterprete las cosas.

—¿Y qué le dijiste?

—Que tú has hecho más por mí en dos meses que él en dos años.

Necesito café para pasar la tostada. Me conmueve la sinceridad con la que le habló de mí. Me pregunto si le diría también que está loquito por mis huesos.

—¿Por qué sonríes tanto? ¿Qué te pasa hoy?

—¿Acabasteis muy mal?

Dani suspira volviendo a su desayuno.

—No. Es un hombre razonable y ha visto de todo en el mundillo en el que se mueve. Con Mario debería hacer lo mismo.

—¿Quieres seguir viéndolos? ¿En el futuro?

Dada su expresión, está visto que no le gusta esta conversación. Me mira condescendiente.

—Les odias, ¿verdad?

Sí. Como todo lo que tiene que ver con ese mundo oscuro del que procede.

Dani coge entonces mi mano y la envuelve entre las suyas. Me concentro agradecida en su calor y me olvido de entrar al trapo y discutir.

—Mario y João han formado parte de mi vida y no quiero borrarles sin más. No puedo darles una patada en el culo y hacer como si te he visto, no me acuerdo. A Mario todavía le debo una explicación y no, no voy a seguir viéndolos. Pero quiero que sepas que si se presentan en mi casa, no les cerraré la puerta en las narices.

—¿Les invitarás a esnifar coca en tu salón mientras miras?

Su bufido no es lo suficientemente hosco como para apartar mis ojos de sus manos.

—Lo que quiero decirte es que si algún día Mario, por ejemplo, quisiera salir de la droga y viniera a verme para pedirme ayuda, no podría negársela. Como tú tampoco me la has negado a mí.

Dudo de que lo que me incitó a hacerlo contigo, te vaya a servir de algo con Mario.

—Entiendo que aprecien tu amistad y no quieran perderte —murmuro.

—¿Perderme?

Alzo la vista consciente de que he hablado en voz alta. Lo soluciono intentando no tartamudear.

—Eres un buen hombre y un buen amigo, Dani. Es lógico que vayan en tu busca si no das señales de vida.

—¿Eso piensas?

Asiento.

—¿Por qué?

—Ya te lo he dicho y además, hablo por mí. Estar contigo es… tan fácil.

—¿Por qué?

Madre mía, qué pesado. En qué embrollo me he metido.

—Imagino que por la forma en que me tratas.

Dani aparta sus manos cubriéndose la boca con una de ellas. Alzo una ceja comprobando que lo que pretende es disimular una sonrisa. No creo que esté diciendo nada gracioso. Cierra los ojos y al abrirlos, me observa con dulzura.

—A ver, Carla. Dime con cuántos tíos has estado antes que conmigo.

Ay, que me da algo. Casi no puedo controlar la risa.

—¿A ti qué te importa?

—Necesito saberlo para entender algunas cosas.

No sé a qué cosas se refiere y tampoco veo por qué tenemos que hablar de esto ahora.

—Vamos, nena —apremia con suavidad—. A estas alturas no debería darte vergüenza contármelo.

No es vergüenza, es solo que se trata de mi vida y… Y sí, voy a abrirme un poco. Si solo quiere indagar en mi historial sentimental, no voy a discutir. Es más, no me va a quedar otra que ceder. Si quiero seguir con esto, teniendo en cuenta que ya no tengo trabajo y soy libre para hacer lo que quiera, voy a tener que ir desgranándome poco a poco con él.

—Con tres.

Dani me lanza una mirada escéptica.

—¿Solo?

Este hombre es tonto.

—Sí, solo. ¿Qué pasa?

—Nada, nada. Tres está bien. ¿Todo eran relaciones serias?

Asiento enfurruñada.

—¿Y qué pasó?

—El primero con el que estuve es con quien perdí la virginidad…

—¿Cuántos años tenías?

—Diecinueve.

Asiente sin perderme ojo.

—Estuvimos tres años juntos, pero me puso los cuernos. Cuando lo descubrí, le dejé.

—Bien.

—Después estuve con Patrick, pero se volvió a Bruselas cuando terminó su Erasmus y lo dejamos. Estuvimos todo ese curso juntos.

—Ajá.

—Y luego… —conocí al diablo—. Estuve con otro durante unos meses y le dejé.

—¿Por?

—No funcionó. No encajábamos bien.

Y no voy a decirte nada más de Rober porque querrás que vuelva la Inquisición española para despellejarle. Nadie volverá a vejarme como lo hizo él, ni tampoco permitiré que me humillen como él me humilló aquella última noche. La orden de alejamiento ya se encarga de que no se vuelva a entrometer en mi vida. Nadie tiene por qué preocuparse, él es feliz en el Chains y yo he seguido con mi vida. Pero sé que tras las últimas revelaciones, Dani querría matarlo.

—¿Cómo era el sexo con ellos?

—¿Qué te crees que eres, un psicólogo?

—Solo intento comprender —me regaña cansado.

—Pues era normal.

—Normal… ¿Qué es lo normal en el sexo?

Me encojo de hombros.

—Lo tradicional.

—¿Hay algo tradicional en el sexo?

—Básico.

—No te sigo —dice cabeceando—. ¿Ibais más allá del misionero?

—¡Sí!

—Pero no mucho más…

—¡Sí, joder! Es solo que igual no lo disfrutaba como ahora.

No me gusta hablar de esto. Empieza a resultar incómodo. No sé cómo explicarle que él es una auténtica bomba sexual y que el resto de mis amantes son unos piltrafillas comparados con él. Eso no se dice en voz alta, eso ya no es exponerse, es un suicidio sentimental.

Dani me sostiene de la barbilla y me obliga a mirarle. Sus ojos me dicen que se toma en serio lo que le cuento.

—Ninguno supo valorarte, nena. No me entra en la cabeza que todos esos tíos te dejaran escapar.

A mí, sin embargo, me parece una obviedad.

—No soy una persona fácil.

—Eso ya lo sabemos —admite guiñándome un ojo.

—No, no lo sabes.

—¿El qué no sé?

Contengo un escalofrío. Lo más extraño de todo es que me gustaría contárselo. Ver lo que se siente al liberar carga. Soñar con que me comprendiera y no huyera de mi locura.

—Yo… Yo… —basta, Carla—. Tengo un humor de mil demonios.

Dani se encoge de hombros.

—Mientras no te enzarces conmigo.

No, eso ya no va a pasar. Este hombre es prácticamente un sueño hecho realidad. Siempre y cuando se mantenga al margen de lo que me atormenta, puedo encauzarlo a mi manera. Aunque a veces es tan entrometido que me asusta que cave demasiado hondo.

—Carla, mírame.

Su orden es muy tajante. Lo hago sorprendida.

—A mí me ha venido de perlas. Recuerdo cuando me dijiste que si tuvieras novio, ni te habrías molestado en conocerme —sonríe. Yo también—. Cuando ese humor de mil demonios tuyo te deja respirar, eres única e irrepetible. Lo eres aquí —señala mi cabeza—. Aquí —el corazón—. Y lo es este cuerpazo que me cené ayer. Convéncete, no hay nadie que te lo pueda negar.

Ligeramente boquiabierta, trago la poca saliva que me queda en el paladar.

—¿De verdad crees eso?

—No lo creo. Es así, y punto —se endereza en la silla y bebe un sorbo de café—. Pero es un poco triste que te lo tenga que decir un mierda como yo.

¿Qué? ¿Cómo?

—No digas eso, tú no eres ningún mierda.

—¿Qué te apetece hacer hoy?

Chasqueo la lengua. Cuando yo no quiero hablar, bien que me atosiga para sonsacarme lo que sea. Me resulta alucinante su don para resucitarme el ego y el poco amor propio que gasta cuando le dan estos bajones. No obstante, yo tampoco deseo que vuelva a hundirse. Prefiero olvidar la razón por la que vino a verme ayer, así que le sigo la corriente.

—Podemos salir a comer o ver una película.

—No, lo de la peli lo dejaremos para esta semana. Estoy deseando que llegue el viernes —afirma sonriente—. «La Guerra de las Galaxias», ¿no?

—El viernes estaré de vacaciones en Santander. Y no, so listo, dijimos «Metrópolis».

Dani detiene su cuchillo de mantequilla y me mira de reojo.

—¿Te vas a Santander?

Asiento.

—¿Cuántos días?

—De miércoles a domingo. La Nochevieja siempre la paso con las chicas.

Él también asiente y se lleva la tostada a la boca. Lo hace inconscientemente, ni siquiera la ha untado. Eso me lleva a pensar…

—¿Tú qué vas a hacer?

Dani respira hondo masticando y con la vista en el vacío.

—Inflarme a turrón y ponerme la Play 4 bajo el árbol. Tengo pilas de juegos pendientes.

Dios mío, qué deprimente. Si hasta se pone los regalos él mismo. Yo ni lo celebro ni permito que me regalen nada, no sé qué es peor.

—¿Siempre celebras las Navidades solo?

—No, con mi abuela —pestañea confuso—. Hasta hoy.

No puede ser. No pretenderá cenar solo esa noche y las restantes. Eso va a torturarle. Lo sé muy bien. Más que de sobra, así que no voy a consentir que se haga eso a sí mismo.

—Dani, vente conmigo.

Su cabeza se gira perpleja. Sí, mi cerebro también lo está. Alguna vocecilla me grita sin pudor si me he vuelto loca, pero es que no quiero estar lejos de él estos días. Las Navidades son la época que más odio del año y si él se queda solo esta vez, empezará a ocurrirle lo mismo después del reciente fallecimiento de Cecilia. Por nada del mundo dejaré que pase por esto en soledad.

—¿A Santander?

—Sí. ¿Conoces la ciudad?

—No he ido nunca por allí.

Lo sospechaba.

—¿Has viajado por los cinco continentes y no conoces una de las ciudades más bonitas y señoriales de tu país?

Dani sonríe edulcorándome.

—Eso lo tendré que decidir yo, ¿no crees?

—¿Vienes?

De improviso, su rostro se arruga en una mueca de recelo que no me gusta.

—No me invites por pena, Carla.

Abro unos ojos espantados. Y dolidos también.

—No lo hago por eso. Lo hago porque quiero que esos días estemos juntos. Me quedaría aquí contigo, para mí sería mucho más fácil, te lo puedo asegurar. Pero no puedo hacerle eso a mi familia. Entiéndelo. Serían capaces de venir a buscarme y llevarme allí de las orejas.

Eso hace que vuelva a sonreír. Aunque sea un poquito.

—¿Estás segura? —asiento—. ¿Qué les dirás?

Eso no va a cambiar. Por mucho que me quede en el paro, no lo variaré. Todos en el sector sabrán lo ocurrido, no lo dudo. Pero mi familia es otro cantar y no tienen por qué enterarse.

—No voy a decirles la verdad, Dani. Les contaré la misma historia que le conté a Noe.

Alza las cejas claramente sorprendido.

—¿Qué le dijiste?

—Que nos conocimos en una fiesta de McNeill y venías con un compañero.

—¿Y te creyó?

—Puedo ser muy convincente.

—Sí, eso ya lo sé —contesta con una risilla que me desconcierta.

—Mi vuelo sale el miércoles a media mañana. ¿Compro otro billete?

Esto es una locura, va a decir que sí. Lo veo en su cara. En cómo se le ilumina y cómo sonríen hasta sus ojos. Está encantado con la idea. Es todo un libro abierto.

—Me encantará conocer a tu familia.

Y a esto lo llamo yo inmolarse del todo.

Hemos decidido salir a dar una vuelta. Un poco de aire fresco en El Retiro nos irá bien. Mientras Dani se da una ducha, yo hago la cama y marco el teléfono de mi tía. Habrá que decirle que ponga otro plato en la mesa.

En cuanto suenan un par de tonos, ya oigo su entusiasmo junto a mi oído.

—¡Cariño! ¿Qué tal?

Está muy poco acostumbrada a que la llame.

—Bien, ¿y vosotros?

—Estupendamente. Vamos a ir a comer a casa de unos amigos, me estaba preparando.

—¿Quieres que te llame en otro momento?

—No, no, cariño —replica—. Tú me llamas cuando quieras, ya lo sabes. Ahora, ni se te ocurra llamarme para decirme que no vienes a vernos.

—No, en absoluto. Estaré allí el miércoles.

—Muy bien, mándame el vuelo para que vayamos a recogerte.

—No te molestes…

—¡Pero qué molestia ni qué tontería! Allí estaremos…

—Es que no es necesario —interrumpo tragando saliva—. No voy a ir sola.

—¿Cómo?

—Te llamaba para preguntarte si te importa que vaya acompañada a la cena de Nochebuena y a la comida de Navidad.

—No —ríe—. ¿Cómo me va a importar? ¿Vienes con tu amiga Eva?

Allá va.

—No, no es Eva. Es un chico. Un amigo.

De no ser porque sigo oyendo su respiración, diría que se ha caído de culo.

—Cariño… ¡Pero eso es fantástico! —aplaude entusiasmada—. ¿Quién es? ¿Cómo no nos has hablado antes de él?

Tantas preguntas me aturullan. Creo que ya sabemos todos a quién ha salido mi prima Noe.

—Es que ha sido todo un poco repentino —explico abriendo el nórdico—. Lo acabamos de decidir. He pensado que sería bueno que estuviera en compañía en estas fechas porque su único familiar ha fallecido recientemente. Yo quiero estar con él y no me gustaría que se quedase solo en Madrid…

—¡Por supuesto que no, faltaría más! Pobre chico. Ahora mismo anuncio que seremos otro más.

—Muchísimas gracias… ¡Ah!

La sonora palmada en el culo que me acaba de dar Dani casi me estampa contra el colchón.

—¿Qué ha pasado?

—Nada —miento frotándome el cachete—. Me he cortado con un cuchillo. Estaba cocinando.

—¿Y qué ha sido ese ruido?

Mis ojos apuntan a un Dani muy alegre que me echa en silencio para que pueda hacer mi cama.

—Es que se me ha caído el cuchillo al suelo.

—Mira a ver si es un corte profundo, cielo. Desinféctatelo bien.

—Sí, sí, descuida —aseguro entrando al salón.

—Y dime… ¿Ese amigo, como tú dices, es algún tipo de amigo especial?

Sonrío. Doy por hecho que es ridículo negarlo después de que le haya invitado a pasar las fiestas con mi familia. Mi tía es de todo menos tonta.

—Sí, se podría decir que sí.

—¡Qué ganas tengo de conocerlo! —estalla como una niña—. Nunca nos habías presentado a nadie.

Es verdad. Ni siquiera a mi primer novio, que es con quien más duré. Nunca lo consideré oportuno y el hecho de que me mantenga lejos de mi familia no ha facilitado las cosas.

—Es que lo bueno se hace esperar.

—Tienes toda la razón —escucho otras voces de fondo—. Tu tío me mete prisa, voy a tener que colgar. Pero tú no te preocupes por nada. Ya me encargo yo de que esté todo listo para cuando vengáis.

En menuda me he metido.

—Gracias otra vez, tía.

—Hasta el miércoles, cielo. Tengo muchas ganas de verte.

Contestaría lo mismo pero es evidente que estaría mintiendo.

—Hasta el miércoles.

Cuelgo y me levanto del sofá para poner un poco de orden en la mesa del salón. Estoy un poco nerviosa por ese encuentro. Sé que me voy a pasar la mitad de la cena mintiendo y en cierto modo, voy a obligar a Dani a hacer lo mismo. Me pregunto cómo lo llevará. Si será capaz de mentir aunque sea por mí.

Van Buuren vibra en mi bolsillo. Saco el móvil, es Vicky.

—Hola, guapa.

—Carla, escúchame, ¿estás con Morales?

Su tono es muy apresurado, casi me cuesta entenderla.

—Sí, ¿por qué?

—¿Dónde estáis?

—En mi casa.

—Échalo de ahí inmediatamente.

Me está asustando.

—¿Qué dices, Vicky? ¿Qué pasa?

—Estoy con Víctor. Acaba de contarme lo de su accidente.

—¿Lo de la pierna?

—Sí.

Me parece genial, pero no comprendo qué tiene que ver eso conmigo y menos con Dani.

—¿Por qué no lo habéis hablado hasta ahora?

—¿Tú qué crees? El finde pasado no era el mejor momento. Quería convertirlo en algo romántico, no estaba dispuesta a hacerle recordar algo tan duro. Lo dejé pasar. Pero se acaba de sincerar conmigo. No podía esperar más, se lo acabo de sonsacar.

—¿Y?

—Carla…

Me está desquiciando.

—¿Qué pasa?

—Carla, el que conducía era Morales.