15

Gerardo quiere hablar conmigo. No puedo evitar tensarme. Cada vez que me requiere para algo, tengo la tendencia a pensar que es por cualquier cosa relacionada con Morales. No nos suele llamar para hablar en privado a cada uno, casi todo son reuniones de grupo así que esta convocatoria me tiene despistada. Y muy alerta.

Cuando entro en su despacho, descubro que Sandra también está con él. Gerardo está escribiendo en su portátil y al verme, me hace un gesto para que pase y me siente. Pero no emite vocablo. Sandra tampoco. Está apoyada sobre la mesa, enfurruñada de brazos cruzados y con un gesto tan ceñudo que hace que se me revuelva el almuerzo. Nuestras miradas se encuentran. Sus ojos negros están en combustión.

Me temo lo peor.

Uno no me habla y la otra me dice con su gesto que le gustaría zurrarme. Aguanto la respiración. No sé si voy a tener oportunidad de desmentirlo y si no puedo, tampoco sé si podré justificarme.

—Carla, gracias por venir —saluda mi jefe terminando de teclear—. Voy a ser breve, no quiero entretenerme mucho con esto. Es un tema al que ya le he dado muchas vueltas y mi decisión es irrevocable.

Entre palabra y palabra voy haciendo cálculos mentales sobre cuál va a ser mi finiquito.

—Voy a hacer un cambio de asignación de cuentas.

De los nervios, me entra la risa. Procuro calmarla en una mueca de todo menos disimulada. ¡No me van a despedir! ¡No me van a despedir!

—¿Te estás riendo? —me interroga Sandra.

—No, no, perdonad —me defiendo disimulando—. Estaba reprimiendo un estornudo. Creo que es alergia.

—Sí, a mi mesa.

—Como decía —continúa Gerardo—, quiero que os intercambiéis una cuenta de vuestra cartera de tecnología.

Ay, que me quitan IA.

—Sandra te pasará Arcus y tú le darás Procesa Quattro.

No le sigo, ni siquiera sé de qué cuenta me está hablando.

—¿Arcus?

—¿No te suenan? La verdad es que no tienen nada que ver con lo que hace IA. Son fabricantes de hardware, módems principalmente. Están teniendo mucho tirón con el nuevo modelo que han sacado al mercado, pero hace mucho que no hacen nada con nosotros.

¿Me está contando que me va a dar un gigante a cambio de un mísero mayorista local? No me extraña que los ojos de Sandra me estén diciendo «cuando menos te lo esperes, te vacío el líquido de frenos».

—Es una de las cuentas estrella de Sandra. O más bien, lo era.

—¡Yo no he tenido nada que ver con los tejemanejes de Arcus, ya te lo he dicho! —revienta ella—. Tuvieron recortes, nos quedamos sin contacto, cambiaron las líneas de negocio…

—Y por mucho que siga visitándolos, siempre vuelve con resultado cero —concluye Gerardo sin siquiera mirarla.

—¡Nos tachaban de ser la agencia más cara del mercado! ¿Qué querías que hiciera? ¡Ya no podía hacer más descuentos! ¡Perdíamos dinero, Gerardo!

Pues sí que me acaba de caer una buena. Sigo sin comprender por qué me pasan este muerto a mí. Gerardo resopla malhumorado pero muda de expresión cuando vuelve a dirigirse a mi persona.

—Dados los buenos resultados que nos estás reportando con IA, he creído conveniente que echaras un vistazo a esta cuenta a ver si puedes hacer que remonte.

Remontar, querrá decir resucitar.

—Yo… Estaré encantada de intentarlo pero…

—No, no Carla —sonríe mi jefe—. No te asigno la cuenta para que lo intentes lo hago para que vuelvas aquí con un pedido.

Sí, ya sé que no me pagan para irme de comiditas con los clientes y volver con las manos vacías. Haré todo lo que esté en mi mano para remover eso y ver qué sale, pero me asombra la confianza que acaba de depositar Gerardo en mí. A la par que obviamente, me halaga. Eso significa que lo estoy haciendo bien. Siento que todos los esfuerzos de los últimos meses y todas las horas invertidas en la empresa empiezan a darme sus frutos.

No obstante, en cuanto mis ojos se desvían a Sandra, me amilano sin quererlo. Esto es un varapalo bien gordo para ella. Sobre todo, teniendo en cuenta que no soy más que su segunda. Procuro suavizar un poco el ambiente.

—Si Sandra está de acuerdo…

—¿Pero cómo voy a estar de acuerdo con esta estupidez? Llevo meses detrás de ellos para cerrar un maldito trato y he estado a nada de conseguirlo. ¡Vas a estropearlo todo! ¡Te la vas a dar pero bien dada!

Gerardo se encoge de hombros.

—En ese caso, poco te importará que se la quede, ¿no?

Sandra, aún de brazos cruzados, bufa como si su nariz se convirtiera en las fauces de un dragón a punto de achicharrarnos.

—¿IA ya te ha firmado la propuesta del año que viene? —me pregunta muy seria.

—¿La del evento anual?

—Sí.

—No —contesto haciendo memoria—, creo que todavía no.

Sandra salta como un gato montés de la mesa de su marido y yo reboto del susto.

—¡Pero si ni siquiera lo ha cerrado! ¡Gerardo, recapacita, piénsalo…!

Mi jefe pide calma con las manos en un gesto adusto.

—Carla, es seguro que nos lo dan, ¿no?

—Sí, sí, eso me dijo Juanjo. Debería tener la firma esta semana o la que viene.

—¿Lo ves? Esto es lo que quiero —se reafirma Gerardo más tranquilo—. Cada vez que va a verlos, vuelve con más y más forecast debajo del brazo. Seguro que se entiende a la perfección con Arcus. Quiero que os intercambiéis toda la información y los contactos lo antes posible. En los próximos días os pediré un informe de vuestros avances.

—¿Qué avances voy a hacer con un mayorista que apenas tiene presupuesto para pipas?

Ambos, marido y mujer, jefe y empleada, cuelgan de la mirada del otro. Se la sostienen de tal forma que creo que ya va siendo hora de que me largue de aquí antes de que los muebles empiecen a volar.

—Carla —me siento otra vez—, ve con ella a la primera reunión. Que te oiga hablar. Igual así aprende algo de tu don para vender en una única visita y no en quince.

La madre que le trajo. No hay por qué llegar a eso, no quiero estar en medio de esta porquería.

—¡Su don! —repite Sandra.

Sin poder salir de mi asombro, ahora asistimos a un ataque de risa de mi compañera. Se dobla sobre sí misma sin parar de carcajear. Se ha vuelto loca del todo, esto ya no tiene remedio.

De improviso, me señala cabreada y suelta:

—¿Quieres que te diga cuál es su don? ¿A que no lo adivinas?

Joder, Sandra. No, ahora no. Por favor, has aguantado estos meses sin decir ni pío, no le hables de mi primera visita a IA ahora, por lo que más quieras.

Sandra me dirige una mirada que pretendía ser fugaz pero que cae bajo mi hechizo. Uno en el que le suplico sin palabras que calle y no me delate.

Sus morros se arrugan afeándola de rabia.

—¡A la mierda!

Aún conteniendo la respiración, vemos cómo golpea la silla que hay junto a la mía y se lanza a la puerta del despacho. Justo cuando parece que se larga por fin, con la puerta bien abierta y una voz heladora me ruge:

—¡Me cago en tu puto don, Carla!

No se molesta ni en cerrar la puerta. Desaparece de nuestra vista y yo suelto aire de un modo tan lento y deprimente que temo arrugarme sobre el asiento.

Vale. Está escocida. Muy escocida.

—Ya no sé qué hacer con ella —la voz de mi jefe me insta a erguirme de nuevo—. No te pienses que en casa es mucho mejor.

Lo que me faltaba. Que el otro me cuente sus penas y yo encima tenga que tragármelas gratis.

Me levanto de un salto necesario pero demasiado impetuoso.

—Será mejor que vuelva a mi mesa.

Camino hasta la salida pero el tono de Gerardo vuelve a retenerme.

—Si Sandra te causa algún problema con esto, ven a verme.

—No creo que sea necesario.

—Carla, aquí vienes a vender, no a hacer amigos.

Que ya lo sé, dejadme en paz de una vez.

—Lo dicho, ven a verme. Tu objetivo es tu cuota, olvida lo demás.

No es tan fácil. Y más si tengo la mesa de Sandra a unos pasos de la mía y ella me persigue como si creyera que podría hacerme saltar en pedacitos solo con mirarme.

Cabeceo de vuelta a mi ordenador. No debería cabrearse conmigo, entiendo que ahora mismo odie a Gerardo pero yo me he enterado a la vez que ella de este cambio. No he influido en nada, solo lo han hecho mi trabajo y mi esfuerzo, tiene que saberlo.

Porque digo yo que sabrá y pensará que esto me lo merezco por méritos propios y no porque un día Morales se fijara en mi par de tetas. Claro que se fijó en ellas y yo en su paquete, pero con quien estoy cerrando todo es con Juanjo y se nota que le gusta mi trabajo. Esas cosas se ven, es obvio cuándo le caes bien a un cliente y se siente a gusto contigo y cuándo no.

Además, no solo estoy haciendo progresos con IA, sé que la nombran porque es mi cuenta top en este momento pero no paro de vender en muchas otras, aunque no dispongan de tanto presupuesto. Tal vez por eso mismo hayan decidido pasarme un bicharraco en el que pueda desplegar mi potencial y convertirlo en el próximo IA de McNeill. Tiene todo el sentido del mundo.

Ahora bien, como la pinche con Arcus, Sandra pedirá mi cabeza en bandeja de plata. Ya puedo darlo todo.

Mi móvil vibra sobre la mesa. Extrañada, compruebo que es Morales otra vez. Como pretenda que le ayude a meneársela a estas horas y en mitad de mi oficina lo lleva clarinete.

—Dime.

—Oye, mira, que me lo he pensado mejor y sí que me voy con vosotros este fin de semana.

Estupendo.

Veamos, si tuviera que describir mi cara en este preciso momento, no sabría decir si es como si me hubiera pegado un trompazo contra un cristal, si mi cerebro hubiera cortocircuitado o si me hubieran lobotomizado.

—Carla… ¿me has oído?

Sí, demasiado. He oído demasiado y no sé ni qué decirte. Me levanto de mi sitio y huyo a saltitos a la sala pequeña de reuniones.

—¿Y eso? ¿Cómo así?

—No tengo nada mejor que hacer.

Tengo que detener esta ocurrencia, solo de pensar en la cara de Vicky al enterarse de esto, ya me entran ganas de implantarme alas.

—¿No te importa que vayan todas emparejadas?

—¡Bah! Sobreviviré.

Este hombre cambia de opinión como de corbata y yo no sé seguirle el ritmo.

—¿Estás seguro?

—Sí —se reafirma muy convencido—. Sí, quiero hacerlo. Igual suena patético pero ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que pasé un fin de semana fuera con amigos. Además, he hablado con Víctor y también le ha parecido una buena idea.

—¿No te lo pareció cuando te lo dije yo?

—No.

Maldita sea su puñetera falta de tacto y su cruda sinceridad desmedida.

No paro de discurrir. Creo que ya sé cómo solucionarlo.

—¿Qué es lo que pretendes con este viaje, Dani?

—¿Cómo? —pregunta en tono confundido.

—¿Que qué es lo que esperas? ¿Por qué has llegado a la conclusión de que sería una buena idea?

Tras unos segundos de silencio, responde:

—Porque me vendrá bien para desconectar, supongo.

—Entonces no te vas a llevar el portátil.

—Claro que sí —escucho que sonríe—. ¿Cómo me voy a ir sin él?

—Se contradice un poco con tu idea de desconectar.

—No voy a abrirlo deliberadamente si es lo que piensas. Solo lo haré si me llaman para algo urgente.

Allá va.

—No quiero que lo lleves.

—¿Qué? —pregunta riéndose con ganas.

—No quiero que vengas con nosotros a agobiarte y trabajar, quiero que disfrutes y te lo pases bien haciendo cosas diferentes.

—No voy a discutir esto, Carla, el portátil se viene conmigo y punto.

—Muy bien. Entonces no vienes.

Vuelve a callar. Sabía que lo conseguiría de esta forma, pero lo digo muy en serio. En el caso hipotético de que me acompañara, nunca permitiría que se llevara el trabajo consigo. Está obsesionado, solo con firmeza puedo sacárselo de la mollera. Lo hago por él, no disfrutará si alguien lo llama y acude corriendo a solucionarle la vida a costa de lo que sea. Que se apañen ellos, para eso les paga, y además, según los rumores del sector, me consta que les paga muy bien.

—¿Me lo estás prohibiendo?

—Sí.

—¿Es otra de tus estúpidas reglas?

—Sí —contesto ligeramente sorprendida ante el cambio de registro en su voz.

Pasan varios segundos. Diez, quince… pierdo la cuenta y yo tengo que seguir trabajando.

—¿Qué haces?

—Contar hasta diez —responde conteniendo algo poco amigable.

—¿Estás muy cabreado?

—No sabes cuánto.

—¿Por mí?

—Porque te voy a decir que vale.

—Vale, ¿qué?

—Que no me llevo el puto portátil, ¿estás contenta? —me acusa subiendo el tono—. ¿Ya te sientes un poquito más superior? ¿Eres feliz con este nuevo marcaje?

—Eres un gilipollas.

Y lo afirmo con lágrimas en los ojos. Porque me duele sobremanera que piense que esto lo hago por fastidiarle, por hacerle la vida imposible o por, simplemente, sentirme dueña de sus actos. Lo hago por él, ¿cuántas veces tengo que decirlo? Admito que es mejor que no venga y la excusa me viene de perlas pero de ninguna forma permitiría que se estropeara el fin de semana él solo con esta obsesión.

No dice nada, se ha quedado mudo o pasmado, no tengo ni idea. Pero sé que sigue ahí, oigo su respiración.

—Odio que me insultes —dice más calmado.

—Y yo que pienses que me divierto con esto.

Su suspiro es largo y ruidoso tras el auricular.

—Dime si hay alguna regla más.

—¿Más?

—Sí, antes de que haga la maleta. Y antes de que me grites o me insultes allí mismo. Paso de numeritos delante de tus amigas.

Desesperada, apoyo los codos sobre la mesa y me paso una mano por el pelo destrozando mi moño. No me queda más repertorio. O le digo directamente que no quiero que vaya o dejo que este chiste siga su curso.

Sinceramente, no quiero problemas con Vicky, pero entre Víctor y yo creo que podemos conseguir que ceda un poco. Si entre los hombres el dicho «tiran más dos tetas que dos carretas» es pura realidad, en el caso de las mujeres no es muy distinto. Seguro que él puede echarme una mano con ella. Después de todo, estamos hablando de su amigo y seguro que desea que cambie sus malas costumbres tanto como yo.

—No hay más reglas.

Lo dicho, me rindo.

—Bien, ¿a qué hora se sale?

—A mediodía.

—Ah, no, eso sí que no —vuelve a enervarse—. Llegaré sobre esa hora a Madrid pero antes tengo que ver a mi abuela. Y por ahí no paso, Carla. Ni lo intentes.

—¿Pero qué tendrá que ver tu abuela con que te lleves el trabajo a una escapada rural? —qué exasperación—. A ver, ¿a qué hora quieres salir?

—Al anochecer. Sal antes si quieres, no pierdas la tarde por mi culpa, yo pediré que me lleven.

—¿Con un chófer?

—Sí.

Qué idea tan absurda.

—¿Y por qué no conduces tú en uno de esos deportivos que tienes?

—Ya te dije que no conduzco nunca.

Qué obtuso es.

—Está bien, iré yo a buscarte.

Me muero de la vergüenza si aparece por allí con un chófer que le baje las maletas del coche.

—¿En serio?

—Sí, ¿qué pasa?

—Nada, nada.

—Dame la dirección de la residencia.

—Te la mando en un rato, ahora tengo que entrar en una reunión.

—Muy bien, nos vemos mañana.

—Nos vemos mañana.

—Cuelga ya, ¿no?

—Un amor, Carla —suspira irónico—, eres todo un amor.

Oigo cómo corta la línea y yo me doy unos instantes para posar mi frente sobre la mesa y pensar. Pensar en la que me he metido sin quererlo o más bien, sin querer queriendo, y ver cómo puedo suavizarlo al máximo con mi amiga del alma.

Pasados unos minutos en que no llego a conclusión alguna, respiro hondo y marco su número.

—¡Hola, guapa! ¿Ya lo tienes todo listo?

Está de buen humor, lo esperaba. Veamos cuánto le dura.

—No, esta noche me haré la maleta.

Ok, si te olvidas algo, recuerda que yo tengo ropa por allí.

—Gracias. Esto… Vicky… Yo te llamaba para preguntarte si te importa que al final me lleve acompañante.

Mi amiga se ríe despreocupada.

—¡No! ¡Claro que no, tonta! ¿Al final has convencido a Jorge?

—No, no es Jorge.

—¿No le conocemos? —pregunta extrañada—. ¡En menuda encerrona lo vas a meter!

—Sí que lo conoces, Vicky.

—Mmm… Pero no puede ser —comenta pensativa—. A ver, dame pistas.

—Es Morales.

No me ando con rodeos, es mejor así.

Tras unos segundos de mutismo llego a pensar que puede que mi amiga no necesite tanto tiento, tal vez su estado festivo-amoroso le haga ver las cosas con más perspectiva.

—Es broma, ¿no?

Ah, qué bien. Encima me como yo todo el marrón. ¿Es que no ha hablado con Víctor? Pensaba que le habría goteado algo de información a estas alturas.

—Nos hemos vuelto a ver. Este fin de semana pasado.

Vicky vuelve a reír pero creo que deben de ser los nervios, sus carcajadas son más similares a las de una maniatada a la cama que a las de una amistad ufana y comprensiva.

—No vas a meter a ese descerebrado en mi casa, Carla. Si quieres tirar tu vida por la borda y seguir viéndolo haz lo que te dé la gana, pero en mi casa no entra.

—Por favor, Vicky, no seas tan déspota. A él le vendrá bien y muy probablemente a mí también —recapacito resignada.

—¿Cómo puedes pensar que te va a venir bien estar con alguien así? Va a convertir tu vida en un infierno, será mejor que dejes esto aquí antes de que vaya a más.

—Al menos date la oportunidad de conocerlo, apenas has cruzado dos palabras con él…

—Suficientes para saber que no te conviene. Ni a ti ni a nadie.

Se está pasando. Me molesta que hable así de Morales.

—¿Pero qué quieres que hagamos con gente con problemas como él? ¿Que los tiremos en la cuneta y los abandonemos como a un pobre perro en agosto?

—Si no recuerdo mal, eso es justo lo que querías cuando te acompañé a La Finca hace un mes.

Es cierto, fue lo primero que se me pasó por la cabeza y admito que fue un pensamiento latente en el fondo de mi cerebro durante un tiempo. Pero eso forma parte del pasado.

—Lo he reconsiderado, tú podrías hacer lo mismo.

—¡He dicho que no! Vas lista si crees que me vas a hacer cambiar de opinión.

—¡Serás cabezota! —protesto furiosa—. ¿Carmen se puede llevar a un celoso, posesivo y cruel ser enfermizo y yo no me puedo llevar a un hombre inteligente, divertido, que te instala el sistema operativo gratis y que hasta sabe cocinar?

—¡Es distinto! ¡Son dos relaciones muy distintas!

—¡Sí! ¡Afortunadamente para mí!

—No insistas, Carla —pide entre dientes—. Es mi casa y digo que no.

—No has hablado con Víctor, ¿verdad?

—¿De qué?

—De esto.

—¿Él sabía que os habíais visto? —exclama sorprendida.

—Se ha debido enterar entre ayer y hoy.

—Magnífico…

Le acabo de dar algo en que pensar.

—Pregúntale qué le parece que vaya y luego me cuentas.

—Carla, ¡no!

—Lo dicho, me cuentas.

Cuelgo.

No Víctor, no. Yo esto no me lo trago solita, apechuga majete o vas a durar dos días con Victoria.