6
Patrick, las chicas y yo cenamos en el Mercado de la Reina. Nos hacemos fotos bromeando y comentándolas entre risas. Morales no ha vuelto a dar señales de vida. Supongo que estará ocupado en ponerme una denuncia por secuestro. No comprendo cómo le ha podido molestar tanto. La que debería estar enfadada soy yo por sus amenazas, pero lo que estoy es decepcionada por su falta de respuesta. Está tan loco que es capaz de pedirle a un chófer que vaya a mi casa a recogerlo. Como si habláramos de un perro en custodia compartida y él hiciera lo imposible por no tener que verme.
Pienso en todas las posibilidades y se me ocurre que tal vez se lo pida a Víctor, aunque no parece probable. Por lo que me ha dicho Vicky, tienen prohibido mencionar su nombre en la relación. A Víctor no le gusta la idea, pero es una de las condiciones que ella le ha puesto sin derecho a réplica pues cada vez que salía a relucir, discutían sin remedio. Sigue odiándole. La manía que le tiene se asemeja a la obsesión, pero no se lo puedo reprochar. Si la historia hubiera sucedido al revés, a mí tampoco me caería bien.
—Los hombres son… como las plantas.
—Eva… —la riñe Vicky.
—Sí, sí, es así. Carmen, escúchame. Tú has ido regando a Raúl, cuidándolo y podándolo a tu gusto…
—¿No será al revés?
—Déjame terminar, Carla. Lo has cuidado hasta que ha quedado bonito, pero te has descuidado. Te has confiado y has dejado de hacerlo. Y eso es algo que las mujeres no nos podemos permitir. En ese momento, o lo enderezas como cuando lo atas al palo ese para que la planta crezca recta o lo vuelves a perder. En tu caso, Raúl ya no se endereza. Está tan pocho como el ficus de mi salón.
Carmen se ríe. Ya no protesta, eso me hace sonreír.
—Es cierto —ríe Eva también—. Lo has perdido por el camino. De vez en cuando hay que darles un toque de atención o se nos duermen en los laureles. Está comprobadísimo.
Vicky resopla y Eva llama al camarero para pedir más vino. Si fuera ella, pararía ya. Está claro que ya va bien servida.
—Tus palabras me sorprenden, amiga Eva —interviene Patrick a mi lado.
Esta tarde hemos retomado la sesión de arte. Esta vez no ha intentado nada. Al principio me ha extrañado, pero luego he razonado que probablemente esté esperando a que dé yo el paso. Él mismo descubrió que lanzándose él no había grandes esperanzas. Es muy posible que piense que seré yo quien lo volverá a proponer.
Mañana volveremos a la carga para darle las últimas pinceladas antes de su cita con la pareja de chicas con la que ha quedado. Me asegura que cuando lo tenga terminado, expondrá el díptico en su próximo tour. El cuadro vendido en la actual galería, me ha jurado y perjurado que no tiene ni idea de quién lo ha comprado. Se trata de un comprador anónimo, algo que me incomoda todavía más. ¿Tan malo es reconocer haber comprado un cuadro en el que sale mi culo desnudo y no avergonzarse por ello?
—¿De qué hablas? —pregunta Eva.
—Hasta donde yo recuerdo, antes eras una chica dulce, sensible, algo alocada, pero siempre de un solo hombre. Ahora pareces una dominatrix a la que no reconozco.
Eva se queda boquiabierta. Las demás nos observamos con los mismos recuerdos en la mirada. Patrick dice verdades como puños. Así era ella antes pero él no tiene ni la mitad de la información de su historia con aquel chico de la universidad y la irremediable aparición de Susana de por medio.
Eso la transformó y sus idilios con los hombres desde entonces no han sido más que eso, idilios y poco más. Puede que Manu sea quien finalmente la atrape para siempre pero no las tengo todas conmigo después de lo último que hablamos.
—Amigo Patrick, al igual que tú te has trabajado esos brazos para pillar todo lo que puedas, yo me he tenido que endurecer para poder aguantaros —sonríe—. Es cuestión de pragmatismo.
Patrick ríe alzando su vino. Ambos chocan sus copas en un brindis en el que se guiñan un ojo divertidos.
Puede que esté equivocada y no esté esperando a que yo dé ningún paso. Por lo que veo, Eva tiene las mismas o mejores posibilidades que yo con esto.
—Carla, ¿has vuelto a hablar con tus tíos? ¿Hay noticias del bufete?
Vicky cambia el curso de la conversación sin disimulo. Eva no le pone pegas, disfruta de su postre sacudiendo la cabeza.
Mi tío me llamó este lunes para confirmarme que ya teníamos comprador en el bufete, una famosa abogada vasca y su socio que deseaban expandir su negocio por el norte, igual que una vez quiso hacerlo Ravel. Se han hecho con la totalidad de mis acciones y las de César. El contrato se firmará la semana que viene y mi tío no pudo ocultar su alivio a través del teléfono. Es curioso que mi estado de ánimo no difiriera mucho del suyo. César estaba en lo cierto cuando afirmaba que Castillo y Ravel ya no era tal. Cuando estuve en Santander lo corroboré. Ya no quedaba nada de mi padre allí.
Mi tía recogió sus últimas pertenencias del despacho y las llevó a mi casa. No eran más que un par de cajas. Les explico todo esto a mis amigos cuando Carmen apunta:
—Vas a ser mucho más rica.
—Sí —coincido—. ¿Pero por cuánto tiempo? Tendré que invertir el dinero en alguna parte. Habrá que darle rentabilidad.
—¿No ibas a dar el dinero a la asociación? —pregunta Eva.
—Sí, pero no todo. Es una organización sin ánimo de lucro. Necesitaré un colchón, ¿no?
La idea es estupenda y aunque siga costándome admitirlo, no fue mía sino de Morales.
Hablé con mis tíos al respecto y les pareció magnífico pero también están de acuerdo en que debo buscar otras opciones para darle salida al dineral que va a aterrizar en mis cuentas en un par de días.
—Podrías montar algo propio —propone Carmen.
—¿Como qué?
—No lo sé. Piensa en algo que siempre hayas querido tener o hacer…
Eva corta sus ensoñaciones.
—¿Has pensado en producir? Podrías montar una productora y meterme de estrella en un programa. La audiencia la tienes asegurada. Aunque sean unos frikazos que quieran reírse de la ex del marquesito.
Todas reímos ante un atónito Patrick que no entiende de lo que hablamos.
—Creo que me lo voy a pensar —murmuro no muy convencida.
—O abres una editorial para mí —añade Carmen.
—O me patrocinas el tour del año que viene —comenta Patrick.
—Vale, vale, veo que ideas no me van a faltar —interrumpo antes de que sigan diciendo sandeces en las que no pienso meter un duro—. Pero para celebrarlo, invito a todas las copas del finde que viene. ¿Eso os parece bien?
Mis amigas silban y ríen entusiasmadas. Todas estamos deseando que llegue el próximo viernes. Explicamos a Patrick en qué consiste nuestra pequeña escapada de invierno y él asiente sonriente.
Vicky, sin embargo, rehúye nuestras chanzas ausentando su mente. Relame su cucharilla con la vista fija en el plato.
—Vicky, ¿ocurre algo?
Vuelve a reparar en nosotras. Posa su mirada sobre cada una para suspirar como una damisela de cuento.
—Hay algo que os tengo que decir con respecto al finde que viene.
—¡No lo irás a suspender! —ruge Eva.
—¡No, no! —la tranquiliza Vicky—. Es solo que pensaba hacer algo distinto esta vez y no sé qué os va a parecer.
—¿Qué es?
—Igual os suena un poco raro.
—Vamos, Vicky, deja de hacerte la interesante —amonesta Eva.
Nuestra amiga pasea los dientes por su labio inferior acobardada. No sé qué puede ser tan horrible.
—Quiero que venga Víctor conmigo.
Pues sí, es algo horrible. Abro los ojos hasta que me da calambre.
Quiere meter a un amante con calzador en un fin de semana de chicas en el que nunca ha osado entrar un solo hombre. Carmen niega con la cabeza sonriente y Eva frunce el ceño. Vicky es consciente de la poca lógica que tiene lo que nos está proponiendo.
—No os enfadéis —ruega—. Sabéis que todavía no… —se queda mirando a Patrick, quien levanta las cejas suspicaz— no hemos… tenido intimidad. Ese fin de semana en la sierra sería el momento perfecto.
—Vete otro fin de semana con él —protesto.
—¿Cuándo? El siguiente tenemos el día de chicas que aplazamos cuando te fuiste a Santander y al otro ya es Navidad.
—¡Haber ido este!
—¡Están mis padres!
—Parad, chicas —acude Carmen—. No discutáis. Vicky, ¿no puedes provocar ese momento cualquier día entre semana?
—No, olvídalo —niega enfadada—. No quiero tener que irme a la oficina a la mañana siguiente. Qué frío todo.
Madre mía, no se sale de su guión de película ni a machetazos.
—Entonces, sí que lo suspendemos —decido cruzándome de brazos—. Nosotras ya no pintamos nada en tu escapada de piropos y cariñitos. Qué asco…
Vicky me mira roja de ira. Me da igual, que me mire como quiera. ¡Es imposible que esperara otra respuesta!
—Yo no quiero suspenderlo. Quiero que vengáis —sisea.
—¿Quieres que nos unamos? —inquiere Eva—. ¿La primera vez? ¿No crees que él se acojonará?
—¡Calla, depravada! —grita Vicky mientras Patrick se ríe a carcajadas.
Carmen vuelve a calmarla como puede.
—¿Y si esperas a la vuelta de Navidad?
—¡Esperar! ¿Más? ¡Eso se me va a sellar como siga así!
Ahora las que reímos somos todas y ella se sonroja, pero dudo que esta vez tenga algo que ver con la ira. Patrick aplaude descontrolado. Tiene que pensar que estamos como una chota.
Damos unos cuantos tragos a nuestras copas procurando recuperar la compostura mientras Vicky se abanica con su servilleta mirando a todas partes. Es Eva quien retoma la discusión encogiéndose de hombros.
—No pasa nada. Si tú te llevas a Víctor, yo me llevo a Manu.
Toso atragantándome con el vino. Patrick me da unas palmaditas en la espalda, pero yo solo tengo ojos para la tarada de mi amiga.
—Ah, pues yo me llevo a Raúl —se une Carmen.
—¡No! ¡Ni hablar! —bramo haciendo aspavientos—. ¿Pero qué es esto? ¿De qué rollo vamos?
Vicky levanta su copa para llevársela a los labios y justo antes de beber, me dedica una sonrisa que lo explica todo. No me lo puedo creer. La muy perra preveía esto.
—No puede ser tan malo —sosiega Eva—. Hablamos de Manu y de Víctor. Lo pasaremos bien.
Sí, vosotras. Mientras yo me chupo el dedo a solas en mi habitación.
—Te prometo que no irás de sujetavelas.
—¡Anda que no!
Solo de imaginármelo, me entran picores por todo el cuerpo. ¿Cómo un fin de semana perfecto se ha podido convertir en algo tan indeseable?
—Nos conoces. No somos una sobonas, no será incómodo.
En ese momento, Vicky se encoge soltando su copa con pesar.
—Yo no las tengo todas conmigo. No sé si tendré la oportunidad de ser una sobona.
Al ver nuestras caras de desconcierto, incluye:
—Igual no pasa nada.
—¡Cómo no va a pasar! —chillo incrédula—. ¡Tiene que estar frito por llevarte a la cama de una vez! ¡Es un tío!
—No está tan claro.
Su estado casi deplorable me ablanda. No me gusta ver a Vicky así, me parte algo por dentro por mucho que quiera disimular que no es así.
—¿Qué ha pasado? —pregunto con suavidad.
—No me ha contado lo de la pierna.
Doy un saltito escéptica.
—¿Todavía no?
Ella niega con la cabeza.
—Yo no he querido sacar el tema por no ponerte en un compromiso.
Eso me ablanda aún más.
—Quizá ya se imagina que te lo he dicho.
—Habría comentado algo.
Tiene razón.
—¿Qué pasa con su pierna? —pregunta Patrick sin comprender.
Ambas le aclaramos lo sucedido y él se rasca la cabeza pensativo.
—Tendrá miedo.
—¿Y a qué está esperando? —lloriquea Vicky—. ¿A que me entere cuando se desnude?
—Es muy posible —contesta él dejándola de piedra—. Está alargándolo, querida Vicky. Querrá alargarlo todo lo posible porque cuando llegue el momento, no sabe si querrás salir volando. Las mujeres tenéis muchos complejos con vuestro cuerpo, pero nosotros no somos muy diferentes en ese aspecto. Además, hablamos de la falta de una extremidad, no de una marca de nacimiento, précisément. Ponte en su lugar.
Vicky se recuesta sobre su silla medio hundida, medio reflexiva. Patrick tiene más razón que un santo.
—Ya lo estás acelerando o eso no te lo arregla ni el deshollinador de Mary Poppins —bromea Eva.
Yo, por mi parte, retomo la descabellada idea de la noche y lanzo una mirada furiosa a Carmen.
—No pienso compartir techo con Raúl. Tenlo muy clarito.
Ella bufa soltando sus cubiertos.
—Si ellas llevan a sus parejas, yo también me llevaré a la mía.
—No es mi pareja —replican las otras dos a la vez.
Esto está más que perdido. No tengo nada que hacer. O voy sola o no voy, y la segunda opción me parece una buena retirada a tiempo aunque…
Apunto a Patrick con dos ojos cargados de sincera súplica.
—A mí no me mires, chérie. Yo la semana que viene ya estaré en Roma.
—Llévate a Jorge.
La voz de Vicky me lleva a revivir las últimas semanas en mi cabeza.
Jorge. Aquel ingeniero de Alicante que conocí fumándonos un cigarro a la salida del Loft 39. Aquel a quien negué un romance y al que le ofrecí una amistad. No obstante, después de que asistiera a mi reencuentro con Morales y descubriera que era uno de mis clientes, solo hemos vuelto a hablar una vez. Le llamé la semana pasada dándole un par de explicaciones pues pensé que se las debía. Fue en mitad de un beso cuando apareció el innombrable y eso era motivo suficiente para tener que justificarme.
Jorge aceptó mis disculpas educadamente pero me dio a entender que daba por hecho las pocas posibilidades que tenía conmigo. No sé si por ser una mujer que se acuesta con clientes o porque daba por sentado que estaba con otro hombre en aquel momento.
—No, no es justo para él. Pensaría lo que no es.
No puedo llevármelo un fin de semana para estar dándole que te pego todo el día y después darle la patada como si no hubiera pasado nada. No soy así y no voy a empezar a serlo.
Me da que voy a tener que renunciar a esta escapada. Entre lo fuera de lugar que me voy a sentir y la presencia de Raúl en la habitación de al lado, tengo suficientes motivos para decir que no. Imagino que lo entenderán. Pero aún así, me duele quedarme fuera del plan.
Remuevo mi Hendrick’s-Q Tonic distraída. Mis amigas me han amargado la noche. Ya no salgo feliz en sus fotos. Tengo toda la cara de un bulldog entre sonrisas ebrias. Me quedo con el consuelo de que no pienso invitarlas a ninguna copa el fin de semana que viene como había propuesto. Que se las paguen ellas y las disfruten con sus parejitas entre arrumacos y motes tontos y ñoños. Yo me quedaré en casa trabajando y jugando con mi patito en la bañera. Otra vez.
—¿Dónde está Patricio? —pregunta Eva cuando se sienta a mi lado después de pegarse un par de bailes con Carmen.
Levanto la vista pero yo tampoco lo veo.
—Estará buscando modelos. Déjale que se divierta.
—¿Vas a dejar que se lleve a una chica a casa?
—No, mi casa no es ningún picadero —recuerdo mirando a Carmen.
Obviamente, ella no me oye. Está en la barra del Museo Chicote pidiéndose otra copa.
—Carla, ven. Tienes que venir —me dice Vicky cogiéndome de la mano.
—No, Vicky. Es vergonzoso, casi humillante. Tú tampoco irías.
Ella suspira pero se acerca a mi cara para que pueda escucharla con mayor claridad.
—No va a ser lo mismo sin ti. Además, necesitaré tu consejo y querré contártelo todo cuando suceda. Si es que sucede…
—No, gracias. No quiero detalles.
—Yo sí —apostilla Eva.
—No quiero que te quedes en casa sola, y menos en estas fechas.
Suelto mi copa antes de que se me caiga de la mano. Vicky ha dado de lleno en la herida más grande y más abierta de mi corazón y de mi alma. Yo tampoco quiero estar sola estos días. Los recuerdos vuelven con más fuerza que nunca y es una época especialmente dolorosa para mí.
Volver a pensar en el accidente de mis padres no es bueno para mí pero acudo a él casi por inercia, y es desesperante.
—Ven, por favor —insiste—. Haremos una fiesta, saldremos a esquiar, nos distraeremos, y eso es precisamente lo que tú necesitas.
Lo sé, es mi mayor válvula de escape, pero el precio a pagar es deprimente.
—Carla, Carla, ¡Carla! —chilla Eva estrujándome el brazo.
—¡Qué! ¿Qué haces?
—¡Friki-maromo-parleño a las cinco!
Boquiabierta, me giro como un resorte. Tal y como asegura mi amiga, Morales se aproxima hasta donde estamos.
Me levanto de un salto a riesgo de que se me salga el corazón por la boca. Me tiembla todo el cuerpo, me siento como un borreguito perseguido por un lobo. Las esmeraldas de Morales me señalan, me subrayan. Me queman por dentro y por fuera. Va vestido con unos vaqueros y una cazadora. Se mueve con ligereza entre la gente, gatuno, predador. Soy incapaz de cerrar la boca, pero en lugar de cerrármela como hizo noches atrás en Gabana, esta vez se limita a plantarse delante de mí de brazos cruzados. Está muy serio.
—Quiero mi trol.
Irremediablemente, tengo que cerrar la boca para poder contener la risa. Soy la primera sorprendida en tener ganas de echarme a reír por su infantilismo en vez de soltarle un guantazo o lanzarme a sus brazos. Pero apelo a la razón.
—¿Me estás siguiendo?
Morales, sin dejar de apuntarme con sus brillantes ojos, se saca el móvil del bolsillo. Aparta la vista para buscar algo en la pantalla. Cuando termina, me la pega prácticamente en la cara. Me aparto airada para verme en Twitter con mis amigas en la entrada del local. Seré estúpida. El cartel es casi más visible que nosotras cuatro.
—Quiero mi trol —repite.
Esto es de locos.
Levanto el bolsito de fiesta que llevo colgado en bandolera.
—¿Te crees que cabe aquí?
Morales se guarda el móvil.
—Iré a tu casa a buscarlo.
—¿Pero qué dices pedazo de idiota?
Inspira hondo, aprieta los labios y se da media vuelta. Echa a andar por el local y yo, sin pensarlo, salgo tras él.
—¿Adónde vas? —grito pegándome entre la gente—. ¡Vuelve aquí!
Morales pasa de mí y sigue andando a zancadas.
—¡Para! ¡Dani!
Continúo abriéndome paso, pero unos segundos después, choco contra su pecho. Aturdida, doy un paso atrás.
Me mira con ojos atentos, expectantes.
—No está en mi casa —miento ganando tiempo—. Está en mi oficina.
Arruga el ceño.
—¿Y para qué lo tienes ahí?
—¿Para qué lo tenías tú en la tuya?
Morales prosigue con su inquisitiva mirada y yo la aguanto tragando saliva. Cuando parece cansarse, se relaja y se pasa ambas manos por el pelo. Ay, no, no hagas eso. Eso quiero hacerlo yo.
—Estoy hecho un lío, Carla —confiesa—. ¿Por qué te lo llevaste?
—Se me cayó en el bolso.
Sonríe fundiéndome en pura lava.
—Claro, claro…
—¡Es cierto! ¡Se me cayó de las manos en cuanto me dijiste que me mandabas a paseo!
Me callo antes de dar rienda suelta a algo que no sea mi razón y él se queda perplejo ante mi respuesta.
—¿Por qué te importa tanto?
Parpadea al escuchar mi pregunta.
—Me lo regaló mi madre. O los Reyes Magos, según cómo lo mires.
Qué horror. Qué bizarro todo.
—¿Juegas con él?
—¿Te refieres al tipo de juegos que te imaginas al ver la foto?
Asiente en silencio.
—No pienso decírtelo.
Me observa ceñudo y, por lo que veo, confundido.
—Deja de mirarme así.
—No entiendo tus señales, Carla. Pensé que te conocía pero tienes razón, no sé nada de ti. Me escondes mucho, ¿verdad?
¿Pero a qué viene esto ahora?
—Una mierda te importa a ti lo que esconda o lo que no.
Morales sacude la cabeza medio sonriente.
—Un amor, Carla. Eres todo un amor.
Dirige una mirada fugaz a mi espalda y sin decir nada más, se vuelve y sale a paso decidido de la sala.
Me niego a ir tras él. No una segunda vez. No voy a darle el gusto.
—Carla…
Vicky posa su mano sobre mi hombro. Me retiro en seco.
—Déjame. Dejadme todas.
Echo a andar yo también. No sé adónde, no sé por qué, solo sé que quiero dejar de pensar, de darle vueltas al asunto. Pero es imposible si uno por un lado me persigue para tonterías y otras lo hacen por otro para pedir explicaciones.
Llego al baño y me encierro sentándome en la taza del váter.
Tengo miedo de volver a casa y encontrarme a Morales rebuscando en mis cajones haciendo caso omiso de mis excusas. Miedo de enfrentarme a mis amigas para admitir lo que no quiero. Y miedo de la más oscura soledad. Puede que ese fin de semana no me venga tan mal porque puede que si me quedo en casa, vaya a volverme tan loca como años atrás.
El «Waiting All Night», de Rudimental, suena de fondo. Lo oigo amortiguado tras las puertas del baño y me revuelve el estómago.
—¿Carla? ¿Estás aquí?
La voz de Carmen entra en el baño y yo gimoteo sin querer.
—Vamos, Carla, ábreme. Lo he visto todo.
No puedo alargar esto, es inviable. Abro el pestillo y Carmen entra sigilosa y con cara de preocupación. Se acuclilla frente a mí y junta sus manos con las mías. Agacho la cabeza, no puedo mirarla. Ni a ella, ni a nadie.
—Yo alucino contigo.
Levanto la vista sin comprender.
—Pero bueno, ¿de verdad era para tanto?, ¿qué te hacía en la cama ese figura?
Sin querer, la risa vuelve a poseerme. Se la ve muy interesada en el tema. Me pregunto si la rutina ha llegado hasta su cuarto y ya se ha cansado de Raúl.
—Era un cerdo —respondo—. Y un chabacano.
Carmen está pasmada.
—¿Y eso te gusta?
Sacudo los hombros.
—Resulta que sí.
Recuerdo momentos y palabras de forma fugaz y me vuelvo a reír. Sí, sus locuras me hacían gracia. Tenía comentarios de bombero, algunos propios de un adolescente, otros de un puerco, siempre ocurrentes, sinceros y muy familiares. Naturales como si nos conociéramos desde hace un siglo o el pudor no hubiera existido nunca en nuestro vocabulario. Cosas que ningún otro hombre me ha dicho y que ni siquiera comento con mis amigas.
Pero corto por lo sano mi arrebato en cuanto recuerdo todo lo que nos separa.
—No pasa nada, Carmen. Hizo bien. Esta historia no tiene ni pies ni cabeza.
La hubiera tenido en una de las películas que tanto le gustan a Vicky, mas en la mía propia alguien como él no tiene cabida para rellenar un solo capítulo. Y debo convencerme de ello cada día un poco más.