LEONOR DE AQUITANIA
LA REINA DE LOS TROVADORES

Nos encontramos ante una de las grandes agitadoras culturales del medievo europeo. Su aparición en la historia provocó que los cimientos de la misma tiritaran trémulos ante su inusitada rebeldía. Gracias a ella, hoy conocemos mejor al rey Arturo y su maravilloso universo.

Nacida en 1122, era descendiente de nobles gobernantes de un inmenso territorio en el sur de Francia. La pequeña creció bajo el amparo de tutores que consiguieron inculcarle un amor pasional por las bellas artes y de inmediato mostró dotes excepcionales para la música y las lenguas. Por desgracia, su juventud quedó truncada con quince años, cuando falleció su padre, dejándola como única heredera de aquel ducado tan ambicionado por Francia. La solución más razonable pasaba por entroncar los dos principales linajes galos. De ese modo, une su destino al del futuro rey de Francia LuisVII. El matrimonio entre el inminente monarca y la poderosa noble no presentaba buen aspecto. Las personalidades de los contrayentes eran antagonistas: por un lado, Luis, recatado, piadoso y fervoroso creyente; por otro, la culta y hermosa Leonor, que llega a París dispuesta a revolucionarlo todo: sus bríos, inquietudes y alboroto sexual desatan toda suerte de críticas incendiarias.

En 1145 nace, tras casi ocho años de matrimonio, la primogénita Marie. Desgraciadamente, el varón no llegaba; sí, en cambio, la Segunda Cruzada en Tierra Santa; una vez más, para sorpresa de todos, Leonor se destapó con otra de sus brillantes genialidades organizando un regimiento de mujeres que acompañasen a las huestes de LuisVII en aquella aventura por el control y dominio de Jerusalén. Ella misma se puso al frente de unas mil damas y plebeyas que, desde luego, asombraron allá por donde fueron.

En 1147 el ejército cruzado hacía acto de presencia en los territorios orientales; Leonor se encuentra con su tío Raimundo de Poitiers, príncipe de Antio-quía. El efusivo encuentro entre tío y sobrina no pasa desapercibido para el receloso rey galo. Finalmente, la tensión emocional se adueña del momento hasta desatar la furia incontrolada del monarca sobre su esposa: se inicia una feroz riña, y todo termina cuando el piadoso Luis VII agarra por la melena a la occitana sacándola por la fuerza del recinto palaciego donde se hallaba. La violencia con la que fue tratada motivó otra reacción de nuestra heroína, inusual para esos tiempos machistas. Leonor se fue de Tierra Santa, pero no a Francia, sino a Roma, donde se entrevistó con el mismísimo papa Eugenio III para solicitarle el divorcio.

El Papa consiguió calmar la tempestad, pero la leyenda generada por Leonor en cuanto a sus continuas infidelidades, sumada a su incuestionable personalidad, era un obstáculo insalvable para LuisVII, y en 1152 él mismo solicitó la disolución del vínculo matrimonial. El Papa no tuvo más remedio que acceder y Leonor, a sus treinta años, fue liberada del compromiso.

Al poco reparó en un jovencito que había conocido tiempo atrás en la Corte parisina cuyo nombre era Enrique Plantagenet, futuro Enrique II de Inglaterra. La elección era tan acertada como provocadora. El mozalbete gozaba de buena posición y espléndido aspecto; su pelo rojo, cara pecosilla y, sobre todo, sus dieciocho vigorosos años prometían magníficas sensaciones a la seductora noble francesa, quien, sin dilación, se puso manos a la obra en el empeño de conseguir cautivar el corazón del apuesto heredero.

Desde Poitiers envió una carta de amor donde se declaraba sin tapujos al inglesito.

La reacción de éste fue más que receptiva y se preparó un flamígero encuentro entre los dos que desembocó en boda ese mismo año, dejando a media Europa con la boca abierta, incluido el piadoso Luis VII, quien vio en este gesto sin precedentes una bofetada a la propia Francia. Desde entonces, las dos potencias serían enemigas, y acabarían enzarzadas en una disputa territorial que se prolongaría durante tres siglos, hasta concluir la guerra de los Cien Años.

Leonor se convirtió en un personaje odiado por los franceses y denostado por escritores y juglares afines a la monarquía gala. En esos años es presentada como una auténtica ramera, que pasa de cama en cama, en una vorágine lasciva y casi infernal, confundiendo la mente y el alma de sus amantes. Se le atribuyen miles de ellos de toda clase, condición y raza, desde altivos nobles hasta esclavos negros.

Lejos de ofenderse con las injurias, siguió entregada a su nuevo amor, con el que tuvo ocho hijos. Por cierto, dos de ellos —Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra— llegarían a reinar siempre bajo la atenta mirada de su madre, quien no se contenía a la hora de opinar sobre cómo debía conducirse ese reino separado por las aguas del canal de la Mancha. En 1169 Enrique II, harto de intromisiones femeninas, envió a Leonor a sus posesiones de Aquitania. Una vez establecida en Poitiers, recuperó el tiempo perdido creando una espléndida Corte que pasaría a la historia. Con la complicidad de su hija mayor, Marie de Champagne, estableció protocolos originales que potenciaron la caballerosidad galante y un amor puro y sincero cuyos ecos recorrieron la Europa medieval.

Pero, sin duda, el suceso literario más destacado de este periodo es la recopilación de las viejas narraciones celtas a cargo de especialistas consumados como Chrétien de Troyes o André Le Chapelain; de esa forma, reaparecieron con fuerza lugares y personajes tales como el rey Arturo, Camelot o los doce caballeros de la Tabla Redonda, al igual que nobles ideales encarnados en la búsqueda de la pureza a través del Santo Grial.

Falleció el 31 de marzo de 1204, sin proferir un solo lamento, sin haber perdido un diente y con el pelo blanco y sedoso como el lino. Su imagen reflejaba la serenidad de aquel que ha cumplido una magnífica misión. Había muerto una gran reina, pero sobre todo una increíble mujer. Su cuerpo encontró una última morada en la abadía de Fontevrault, reposando al lado de su querido hijo Ricardo Corazón de León. En ese momento caballeros heroicos, románticas damas, fieros dragones y gentes de toda clase, raza o condición derramaron sus lágrimas por la mujer que supo entenderlos a todos, la auténtica precursora del feminismo, una luchadora como jamás se había visto, que había abogado por la igualdad entre sexos e instigado una original revolución cultural, semilla de los mejores sentimientos humanos. Su memoria fue ensalzada por trovadores y poetas, los mismos a los que ella protegió con tanta dulzura; no en vano fue considerada por todos «la Reina de los trovadores».