ALEXANDER FLEMING
EL DESCUBRIDOR DE LA PENICILINA
Durante el siglo XX se libraron enormes batallas contra enfermedades hasta entonces incurables; en ese sentido, los principales enemigos del hombre tenían formas microscópicas y provocaban, en la mayor parte de los casos, efectos letales. Las bacterias se movían a su antojo entre las personas y nada hacía pensar que algo o alguien pudiera frenar su devastador avance. Sin embargo, en 1928, un escocés descabalado, distraído y de profundos ojos azules se topaba con la asombrosa penicilina. Desde ese momento, millones de seres humanos iban a ver cambiada su existencia.
Alexander Fleming es uno de esos gozosos ejemplos de virtud que la historia de la medicina nos entrega cada cierto tiempo. Nació el 6 de agosto de 1881 en la localidad escocesa de Lochfield Darvel. Era hijo de una modesta familia de granjeros sin recursos económicos suficientes para ofrecer estudios a su prole. Además, el progenitor falleció cuando Alexander tenía tan sólo siete años, con lo que su formación estudiantil se mantuvo en precario a lo largo de la adolescencia. Su afán por aprender le llevó a Londres, donde se instaló en la casa de un hermanastro cuyo oficio era el de médico. En estos años, Fleming trabajó como oficinista en una empresa naviera, y en 1900 se alistó como voluntario en el London Scottish Regiment, dispuesto a luchar en las guerras bóers de Sudáfrica. El destino quiso que el conflicto terminara antes de que su compañía embarcara para el frente.Y, justo en ese tiempo, la familia recibió una pequeña herencia, circunstancia que posibilitó su ingreso en la Facultad de Medicina de Londres, donde se licenció —con la medalla de oro de su promoción— en 1905. Desde ese momento, Fleming consagró su carrera a la bacteriología. Ingresó en el St. Mary s Hospital Medical School de Paddington, formando parte del equipo que trabajaba bajo la dirección del doctor sir Almroth Wright, una relación que se mantendría durante cuatro intensas décadas.
En 1914 el estallido de la Primera Guerra Mundial le condujo a los sangrientos escenarios de Francia, donde desarrolló su labor médica como capitán en la Royal Army Medical Corps. Nuestro protagonista experimentó con impotencia el horror de ver cómo miles de hombres morían víctimas de la septicemia. En esos años, las infecciones producidas por las heridas en combate mataban casi tantos soldados como las propias batallas, y eso fue lo que impulsó al doctor Fleming a su entrega febril por conseguir la curación de las enfermedades infecciosas.
Una vez terminada la contienda regresó a su laboratorio para seguir trabajando con denuedo en sus proyectos de investigación. La casualidad quiso que en 1922 descubriera las
La falta de medios para continuar la investigación era más que evidente, pero por fortuna los afamados científicos de Oxford H. W. Florey y E. B. Chain se hicieron eco del descubrimiento, ayudando a Fleming de forma notable en sus avances.
Una vez más, la guerra se hizo presente en el continente europeo y muchos investigadores británicos buscaron refugio en Estados Unidos a la espera de poder concretar sus esperanzadores progresos. Fleming viajó a Norteamérica con las únicas muestras de
El trabajo del doctor Fleming era por fin reconocido en su país, siendo elevado a la categoría de sir. En 1945 recibió, en compañía de sus dos afamados colegas Florey y Chain, el Premio Nobel de Medicina y Fisiología. Desde ese instante llegaron para él un sinfín de homenajes y doctorados
Su abnegación contribuyó a la salvación real de millones de vidas; lo que antes era una muerte segura por la infección de una herida ahora se había convertido en una simple visita al médico. En España era prácticamente imposible conseguir la penicilina en los primeros años de producción. Los estraperlistas hicieron auténticas fortunas vendiendo ampollas en la trastienda de locales conocidos por todos. Finalmente, en 1952 se pudo elaborar penicilina en nuestro país, con lo que el precio bajó ostensiblemente.
Alexander Fleming falleció el 10 de marzo de 1955. No murió rico, pues nunca registró la patente de la penicilina, donando este maravilloso descubrimiento a toda la humanidad, que tan agradecida le debe estar.