GERMANA DE FOIX
LA VIRREINA DE VALENCIA
Reina de Aragón y Ñapóles por su matrimonio con Fernando el Católico, heredera al trono navarro por su linaje familiar y virreina de Valencia por designio especial del emperador Carlos V, supo ofrecer grandes servicios a la Corona española, como la incorporación definitiva del reino de Navarra a España.
Nacida en 1488, era hija de Juan Gastón de Foix, conde de Etampes y vizconde de Carbona, y de María de Orleans, hermana del rey francés Luis XII. La pequeña Germana no tardó en convertirse en la sobrina favorita del monarca galo y muy pronto también contribuiría eficazmente a su causa. Mientras ella crecía y se educaba en los ambientes palatinos franceses, en España los acontecimientos se sucedían a ritmo frenético.
El 26 de noviembre de 1504 fallecía Isabel I de Castilla: su testamento no dejaba lugar a la duda y confiaba el reino a su hija Juana y al esposo de ésta, el archiduque Felipe de Austria. Por tanto, Fernando II de Aragón pasaba a un discreto segundo plano en la política hispana, dedicándose por entero a consolidar su hegemonía sobre buena parte del Mediterráneo.
En 1505 el entramado geoestratégico de Europa obligaba a pensar en varios conflictos militares por el control o fijación de las fronteras. En ese sentido, las relaciones entre Felipe el Hermoso y su suegro no invitaban, en absoluto, al optimismo. Fernando el Católico, considerado por todos, incluido Maquiavelo, como el mejor estadista de su época, negoció con Luis XII una ventajosa boda que limara asperezas entre ambos reinos y que, de paso, evitara la tenaza austríaca sobre Francia.
El 19 de octubre de ese mismo año se realizaba por poderes el enlace oficial entre Fernando II de Aragón y Germana de Foix; ella contaba diecisiete años, casi cuarenta menos que su cónyuge. Seis meses después, la unión fue ratificada en la ciudad de Vallado-lid y al poco partieron rumbo a Nápoles, donde ejercerían por un tiempo su título de reyes en aquellas latitudes. Mas la situación dio un inesperado vuelco en Castilla con la prematura muerte de Felipe y la acentuada inestabilidad psíquica de la reina Juana. Con presteza, el monarca aragonés tuvo que regresar a la península Ibérica, dispuesto a hacer valer sus derechos sobre el reino castellano. Germana lo acompañó en todo momento y fue una fiel aliada en las ocasiones que lo requerían. El rey la destacó como su lugarteniente en Valencia, Aragón, Cataluña y Baleares, tarea que cumplió con suma eficacia, a pesar de su inquieta personalidad, pues a la reina le gustaba todo menos actuar en materia administrativa. La francesa disfrutaba con deleite de bailes, fiestas y algarabías; no era muy atractiva, aunque sí se favorecía de su aptitud diplomática y conciliadora. Pero, sin duda, lo que la marcó pro-.fundamente fue su afición desmesurada por la pitanza. Germana descubrió la gastronomía española y quedó subyugada ante los magníficos y generosos platos que por entonces se preparaban. En consecuencia, comenzó a sufrir la pérdida irreparable de su esbelta figura, cuestión que nunca la preocupó en demasía.
En 1509 tuvo su único hijo con Fernando el Católico, si bien el bebé, al que llamaron Juan, sólo pudo vivir unas escasas horas. Tres años más tarde, el destino la situó en primera línea de la sucesión al trono navarro. Empero, lejos de incrementar su ambición personal, facilitó las cosas de cara a la incorporación de Navarra a la Corona española, asunto que no terminó de convencer a sus paisanos franceses, los cuales mantuvieron varias tentativas de invasión sobre las posesiones navarras. En una de estas internadas asediaron Pamplona: ocurrió en 1521 y en este lance militar sobresalió la figura de Ignacio de Loyola, un joven soldado que sirvió bajo las órdenes de la reina Germana y que, años más tarde, sería el fundador de la Compañía de Jesús.
En enero de 1516 fallecía su querido esposo y dos años más tarde Carlos I supo convencerla para que se casara con Juan de Brandeburgo, hermano de un príncipe elector alemán. Dicen las malas lenguas que Germana fue amante secreta del nieto de su esposo y que actuó lealmente a la hora de convencer al elector sobre su voto favorable a la candidatura de Carlos para el Sacro Imperio. Sea como fuere, en 1523 nuestra protagonista regresó a España bajo expresa petición de Carlos I. El motivo del viaje no era otro sino asumir el virreinato de Valencia, acaso como premio a los magníficos servicios prestados. Una vez más, la antigua reina cumplió con su deber, participando con decisión en las tareas de gobierno encomendadas. Tuvo que afrontar diversas revueltas internas como la guerra de las Ger-manías, promovida por los artesanos y campesinos valencianos contra los intereses de la burguesía y baja nobleza. También superó los inconvenientes de las eternas luchas moriscas. Asimismo, creó una espléndida Corte cultural en la que se dieron cita juglares, escritores y poetas que engrandecieron el nombre de Valencia.
Finalmente, en 1526 se casó por tercera y última vez con Fernando de Aragón, duque de Calabria. Germana sólo fue feliz con su primer esposo, que siempre le profesó un enorme cariño y un gran respeto, tal y como quedó reflejado en su testamento. Todo lo contrario de sus otras dos relaciones, significadas por el alcohol y la indolencia.
El 8 de septiembre de 1537 falleció en Liria (Valencia), víctima de una súbita congestión, siendo enterrada en el monasterio de San Miguel de los Reyes. Fue, posiblemente, una de las reinas más inteligentes de nuestra historia. Su prudencia, tacto y lealtad con su país adoptivo merecen todo nuestro reconocimiento.