MADAME POMPADOUR
LA MUSA DE VERSALLES
Pocas mujeres cortesanas en la historia calaron tan hondo como ella. Su belleza y vivaz inteligencia dominaron el corazón del Borbón Luis XV, que disfrutaba con deleite toda clase de fiestas, conciertos y espectáculos promovidos por su amante oficial, mientras que ésta dirigía sin tapujos los destinos de Francia.
Jeanne Antoinette Poisson nació en París un gélido mes de diciembre de 1721. Sus progenitores pertenecían a la modesta clase media de la época: su supuesto padre, François Poisson, un administrativo del ejército, tuvo muy pronto que exiliarse debido a una corrupción económica en la que estaba involucrado. En cuanto a la madre, Louise Madeleine de la Motte, era una espléndida dama cortejada por innumerables pretendientes; alguno de ellos tuteló la educación e instrucción de la pequeña Jeanne Antoinette.
Cuando tenía nueve años, su madre la llevó al oráculo de una vidente gitana. La pitonisa contempló a la hermosa muchachita de cabellos dorados e inmensos ojos celestes y, sin más, leyó su mano, acertando a pronunciar un vaticinio que años más tarde llegó a cumplirse: «Querida niña, reinarás sobre el corazón de un rey.» En efecto, Louise Madeleine no ambicionaba otra cosa para su hija que no fuese convertirla en la
Mientras tanto, la pequeña iba creciendo al amparo de los mejores profesores, que la educaban en historia, geografía, matemáticas, dibujo, música y equitación, disciplinas que le serían muy útiles en un futuro próximo. Desgraciadamente, Luis no se fijó en su hermosura, por lo menos en aquellos primeros años de su adolescencia, con lo que optó por un socorrido matrimonio con Charles le Normant d’Etoiles, sobrino a la sazón de Paul le Normant de Tournehen, un amante de su madre y, según algunos especuladores, el verdadero padre de la Pompadour. De esta unión nació Alexandrina, única hija de Jeanne Antoinette y que moriría con escasa edad por culpa de una terrible peritonitis.
Como vemos, la vida de esta mujer caminaba por sendas demasiado grises para sus esperanzas; sin embargo, aún tendría una oportunidad única de ascender y, como es obvio, no la desaprovechó.
En 1745 había fallecido la querida oficial de Luis XV y casi todas las bellezas parisinas andaban inquietas, pensando que, a lo mejor, la fortuna llamaba a su puerta en forma de un aburrido monarca.
Se organizó una fiesta de disfraces a la que concurrió lo mejor de la Corte y gran parte de las elites burguesas, pues la entrada era libre. Jeanne Antoinette acudió a la celebración vistiendo sus mejores galas y cubriendo su rostro con un antifaz. Al poco, se escucharon murmullos y se abrieron las filas de participantes ante la llegada de ocho personajes disfrazados de árbol. Parecían iguales, aunque la muchedumbre supo de inmediato que el rey Luis era uno de ellos. Pero, ¿cuál? En esto, la perspicaz Jeanne se fijó que el árbol más alto hablaba de una forma distinta a los otros, con una voz muy característica; no había duda, nuestra protagonista había encontrado a su rey. Con artes seductoras lo merodeó y, una vez ante él, se descubrió la cara: el impacto para el Borbón fue de tal magnitud que esa misma noche ya la pasaron juntos.
Hemos de decir que existían algunas trabas para que la Poisson fuera considerada amante oficial de Luis XV. Una de ellas, acaso la menos importante, es que estaba casada; esto se solucionó con una renta vitalicia para su marido, el cual marchó atónito al exilio. Lo realmente grave es que la aspirante no era noble y eso la Corte nunca lo aceptaría; por tanto, el monarca compró para ella, a precio costosísimo, el marquesado de Pompadour. Salvados estos inconvenientes, quedaba la prueba principal, y consistía en presentarla ante la reina María en un besamanos de nuevos aristócratas. Las dos mujeres, lejos de lo que se pueda pensar, congeniaron hasta tal punto que la reina llegó a decir: «Si mi marido debe tener una amante, prefiero que sea la Pompadour.»
En los siguientes años, Madame Pompadour brilló con luz propia, se instaló enVersalles, palacio al que dotó de belleza, armonía y buen gusto, organizando para su abúlico rey conciertos exquisitos de música y fiestas por los jardines versallescos, con toda suerte de gnomos, hadas y animalitos. El monarca disfrutaba como nadie de aquellos acontecimientos lúdicos.
La Pompadour supo introducir en palacio las nuevas corrientes ilustradas que impulsaban las clases burguesas; se convocaron reuniones en las que se discutía de los asuntos que estaban cambiando el mundo. Cual mecenas de su tiempo, protegió las bellas artes; el filósofo Voltaire y sus colaboradores pudieron publicar la
También cometió torpezas, como la alianza con Austria, que a la postre originó la guerra de los Siete Años (1756-1763), en la que Francia perdió sus colonias americanas.
Todos achacaron la derrota a una mala decisión de la Pompadour, que, con la flor de la belleza perdida y una tuberculosis galopante, se retiró cansada a su palacio de Evreux tras diecinueve años de influencia y gobierno en la sombra. Falleció un lluvioso 15 de abril de 1764. Su amigo, amante y confidente Luis XV sólo supo decir, al ver el ataúd: «La marquesa eligió un mal día para marcharse.»