Capítulo 3
El Diablo y el Albatros

Los capitanes se miraron a la cara. Bueno, no exactamente, dado que el capitán del carguero le sacaba una cabeza a Molucco Wrathe. Tenía el rostro bronceado, anguloso y liso como el jabón de sastre, salvo por una profunda cicatriz que le surcaba la mejilla como un río púrpura.

—Vaya, Narcisos Drakoulis —exclamó asombrado el capitán Wrathe—. Creía que ya no volvería a verte.

—No me cabe ninguna duda, Wrathe. —El capitán Drakoulis sonrió, sin un atisbo de afabilidad—. Muchos inviernos han pasado desde Ítaca.

Connor miró a un capitán y a otro, sin dejar de preguntarse qué siniestra historia habría entre ellos.

—Tu tripulación se amotinó. Se apoderaron de tu barco. Te abandonaron en una isla desierta. ¿Cómo lo has hecho? Todo esto... —El capitán Wrathe se quedó sin voz mientras inspeccionaba la cubierta, evaluando las hordas de combatientes de Drakoulis, cuyas cimitarras centelleaban como el fuego a la luz del sol.

Drakoulis sonrió de nuevo sin separar los labios.

—Ten siempre un plan B, Wrathe. Es la primera regla de un capitán, ¿no? —Alzó su cimitarra en el aire y su tripulación repitió el gesto. Sus armas rodeaban a los piratas del Diablo como un cerco letal.

—Las armas quietas —ordenó Drakoulis—, por ahora.

Connor se estremeció, y quiso ver si la reacción de Jez era igual, pero era incapaz de apartar los ojos del capitán Drakoulis, de tanto peligro como había en su mirada fría y en su voz desprovista de emoción. Connor reparó en que la suerte del abordaje de hoy estaba echada de antemano. Se maldijo por ser tan optimista. Quizá no volviera a ver a Grace nunca más. Después de lo mucho que le había costado encontrarla, todo podía terminar en esa cubierta, a manos de uno de los hombres de Drakoulis.

—Ha habido un error, Drakoulis —aclaró Molucco Wrathe—. Tú sabes que yo jamás ordenaría abordar el barco de otro capitán pirata.

Drakoulis negó con la cabeza.

—Yo no sé nada de eso.

Molucco avanzó hacia él, impasible ante el tono glacial de su enemigo.

—Creíamos que era un carguero. Nos informaron mal...

—Sí —dijo Drakoulis sonriendo de nuevo—. Os informaron mal. —Guardó silencio, como sopesando cuidadosamente sus palabras—. Es curioso cómo se dan estas... confusiones.

Connor miró ahora a Jez, que tenía el entrecejo fruncido.

—Nos han engañado —le susurró—. Ha sido una trampa. Ya era hora de que pagaras por tus descarríos —prosiguió Drakoulis—. Hay un código pirata, Wrathe, que parece que tú has olvidado oportunamente, o, de lo contrario, crees que estás por encima de él. Tenéis una noción rocambolesca, quizá, del apellido Wrathe, tú y tus hermanos. Entráis y salís de las rutas marítimas de otros capitanes, asediando aquí, saqueando allá. Oh, todo es un juego para ti y tus... compañeros de equipo, ¿no es así?

Connor ya había oído a otros piratas criticar al capitán Wrathe. Recordó su primera visita a la taberna de Ma Kettle, donde una docena de capitanes habían desatado su ira sobre Molucco. Aquello lo había asustado, pero la situación de ahora era mucho más peligrosa. Los otros piratas solo habían querido desahogarse. El capitán Drakoulis había planeado y ejecutado un perverso plan para tender una trampa al capitán Wrathe y su tripulación. Connor presentía que Drakoulis estaba buscando venganza por alguna vieja ofensa. ¿Qué le había hecho Molucco? En ese instante vio con nuevos ojos al capitán a quien había jurado lealtad.

—¿Qué es lo que quieres, Drakoulis? —La pregunta del capitán Wrathe lo devolvió bruscamente a la cruda realidad.

—Ya te lo he dicho, Wrathe. Ha llegado el momento de que pagues por tus actos.

—Lleguemos a un acuerdo, pues, y sigamos cada uno nuestro camino. —El capitán Wrathe habló con la seguridad que lo caracterizaba.

Drakoulis reanudó su discurso, manteniendo su frío tono de voz.

—Hay que pagar un precio por tus faltas.

—Di tu precio —respondió Molucco—. Refréscame la memoria, ¿es oro o plata lo que prefieres?

Drakoulis miró a Molucco con indignación, negando lentamente con la cabeza. Mientras lo hacía, Connor se fijó en que, a diferencia del capitán Wrathe, que iba repleto de plata y zafiros, el capitán Drakoulis no llevaba joyas. Su uniforme era idéntico al del resto de sus hombres: sencillo, negro y sin adornos. Cuando volvió a hablar, su tono fue de absoluto desprecio:

—Es típico de ti creer que yo pueda desear las mismas efímeras recompensas que tú, Wrathe. El precio de tus transgresiones no se pagará en metal, capitán. Se pagará en la única moneda que importa: la sangre.

Ante las palabras de su capitán, la tripulación volvió a alzar sus cimitarras. Fue un movimiento uniforme y coordinado. Qué bien les había instruido Drakoulis. Connor no quería pensar siquiera en el nuevo horror que iba a desatarse. Pero sabía que los piratas de Drakoulis estarían preparados, mientras que él y sus compañeros no sabrían qué hacer. Sintió una ira repentina hacia el capitán Wrathe, por haberlos puesto a él y a los demás en aquella situación. Pero la ira enseguida se disipó. Molucco Wrathe lo había acogido a bordo del barco como un padre. Le había dado cobijo en su peor momento, le había devuelto la esperanza. Molucco podía ser un granuja incorregible, pero no era malo, a diferencia del capitán Narcisos Drakoulis.

—Un duelo —anunció Drakoulis—. El asunto se resolverá con un duelo a muerte.

Molucco vaciló. No era ningún secreto que sus mejores años como combatiente habían quedado atrás. Aún se podía contar con él, pero hacía tiempo que había delegado el momento decisivo del combate en los miembros más jóvenes de su tripulación. Connor miró primero a Molucco Wrathe y luego Narcisos Drakoulis. A la cruda luz blanquecina del sol, el contraste era demasiado evidente. El capitán Wrathe estaba gordo y en mala forma, mientras que, bajo sus ceñidas vestiduras negras, Narcisos Drakoulis estaba enjuto, fibroso y listo para el combate. No había color. Si se batían en duelo, Connor y sus compañeros regresarían al Diablo sin su capitán.

Pero Drakoulis volvió a sonreír a Molucco.

—Naturalmente, no estoy sugiriendo que tú y yo libremos un combate cuerpo a cuerpo. De hecho, no merecería la pena engrasar mi cimitarra para semejante evento. No, Wrathe, tú propondrás a tu mejor espadachín, y lo mismo haré yo. —Drakoulis entornó sus oscuros ojos—. Será mejor que decidas pronto quién va a ser.

Molucco frunció el entrecejo. Buscó a Cate entre la multitud. Connor contuvo la respiración. ¿Iba a escogerla a ella? Cate debía de ser una de las mejores combatientes del Diablo y era sin duda la más experta. Pero exponerse a perderla sería correr un gran riesgo. Y, como amigo y protegido suyo, Connor sintió pavor solo de pensarlo.

—Está bien —anunció Drakoulis—. Mientras dudas, permíteme presentarte a tu oponente. Gidaki Sarakakino, ¡sal!

Los hombres de Drakoulis gritaron al unísono cuando uno de ellos comenzó a dirigirse lentamente a la parte central de la cubierta. Connor sintió cómo el miedo lo atenazaba al oír los pesados pasos acercándose a él. El hombre lo rozó en el hombro al pasar y el peso de sus músculos tensados le atravesó la carne como una puñalada. Al mirarse el hombro, comprobó que se le estaba formando un oscuro cardenal en la piel. Al alzar la vista de nuevo, vio que Drakoulis sonreía y tendía la mano a su espadachín elegido. Sarakakino se la estrechó y se giró para saludar a sus compañeros. A Connor se le cayó el alma a los pies. Pocos piratas del Diablo podían hacer frente a un oponente como aquel.

Molucco estaba enfrascado en una conversación con Cate.

El capitán Drakoulis movió la cabeza con gesto de disgusto.

—No me sorprende nada que te cueste tanto tomar una decisión tú solo.

Por primera vez, Wrathe se dejó dominar por la ira.

—Mi barco es una democracia —gruñó—, y yo quiero saber qué opina mi primera oficiala sobre este asunto.

Drakoulis lo miró con desprecio, pero, por el momento, no dijo nada más.

Era una tortura ver al capitán Wrathe y a Cate comentando su desesperada situación. Connor sabía cuánto les dolería a los dos tener que elegir a un pirata para combatir solo de aquella forma. La vida en el Diablo se basaba en el trabajo de equipo y entre la tripulación había verdaderos lazos de amistad que trascendían la jerarquía pero sin debilitarla. En el Diablo, nadie pensaba ni remotamente que ningún pirata fuera prescindible.

Por fin, el capitán Wrathe dejó de hablar con Cate y se dirigió a Narcisos Drakoulis.

—Hemos tomado nuestra decisión.

Connor, junto con el resto de la tripulación, aguardó el veredicto.

—Nos negamos a que un miembro de nuestra tripulación se bata en duelo.

Por un momento, Drakoulis no dijo nada. Luego miró a Sarakakino. Los dos hombres se echaron a reír. Drakoulis se serenó y volvió a dirigirse a Molucco.

—Actúas como si tuvieras elección —dijo—. Esto no es un juego, capitán. Ya te lo he dicho: ha llegado la hora de que pagues el precio por tus actos.

Molucco se acercó al capitán Drakoulis, imbuido de una nueva fuerza.

—Antes has hablado de reglas, capitán. Y, no obstante, das órdenes como si fueras una especie de semidiós.

—¿Semidiós? —se mofó Drakoulis—. ¿Acaso no son los barcos un universo propio y todos los capitanes piratas dioses del mundo que contemplan?

Connor sintió que se le helaba la sangre. Drakoulis tenía una vena de locura. Unida a su violencia, ¿quién podía calibrar la magnitud del peligro que representaba?

—Te denunciaré a la Federación de Piratas —dijo Molucco.

Drakoulis negó con la cabeza.

—No lo creo, Wrathe. Ahora estás en el Albatros, mi barco.

«Albatros», pensó Connor con desaliento. Era un nombre curioso para un barco. Aquella ave marina de grandes alas era un signo de mal agüero para los marineros. Y eso precisamente había sido para la tripulación del Diablo. Claramente, el diablo no podía medirse hoy con el albatros.

—Estás fuera de tu ruta marítima —anunció fríamente Drakoulis.

—Esta tampoco es tu ruta.

—No importa —dijo Drakoulis con desdén—. La Federación de Piratas se quiere deshacer de ti, Wrathe. Se han hartado de tus transgresiones. Dios sabe que han hecho todo cuanto han podido para corregirte. Incluso enviar a tu barco a uno de sus espías.

—¿Un espía?

Molucco se paró en seco, estupefacto.

—¡Sí, un espía! —Drakoulis abrió los ojos de par en par, imitando la confusión de Molucco—. La hija de Chang Ko Li. Tú creías que estaba formándose para ser capitana, pero, durante todo el tiempo que pasó en tu barco, estuvo espiándote e informando a la Federación.

Aquello no supuso un duro golpe solo para el capitán Wrathe. Connor vio cómo dicha acusación afectaba a sus compañeros. También supuso un duro golpe para él. Había vivido de cerca la frustración de Cheng Li con el capitán Wrathe, pero jamás había creído que fuera una espía. Al rememorar frenéticamente las conversaciones que habían mantenido, se dio cuenta de que todo encajaba. Ojalá estuviera ella allí para explicarse, pero hacía casi tres meses que no la veía.

El capitán Wrathe negó con la cabeza.

—Es invención de tu locura —dijo—. La señorita Li estaba completando su formación académica. Y la Federación escogió al Diablo para que hiciera sus prácticas.

—¿Y dónde está ella ahora? —preguntó Drakoulis con sarcasmo.

—Ha regresado a la Academia, para dar clases.

—Oh, eso es, ¿no? Renunció a seguir bajo tus órdenes por una oferta excepcional de la Federación. ¿O lo hizo, quizá, porque fracasó en su misión de hacerte entrar en razón?

—¡No! —gritó Molucco.

—¿Por qué no se lo preguntas tú mismo la próxima vez que coincidas con ella en la taberna de Ma Kettle? Creo que la señorita Li tendrá un montón de historias interesantes que contarte. Si es que aún se digna dirigirte la palabra.

Molucco parecía estupefacto. Connor se sentía igual de desconcertado. Sabía muy poco sobre la Federación de Piratas. ¿Era cierto que estaba espiando a Molucco Wrathe y a sus piratas? ¿Estaba Narcisos Drakoulis actuando por su cuenta o lo habían contratado como mercenario? ¿Había intentado Cheng Li, en vano, contener la rebeldía de Molucco? Parecía que, esta vez, Molucco iba a pagar las consecuencias de todos sus actos.

—Basta ya de cháchara —espetó Drakoulis—. Es hora de que zanjemos el asunto. ¿Qué miembro de tu tripulación va a batirse en duelo con Sarakakino?

Mientras él hablaba, su combatiente dejó que la camisa le resbalara de los hombros, revelando un pecho y unos brazos firmes y musculosos, recorridos por gruesas venas. Cuando la camisa cayó al suelo, Sarakakino se volvió y tensó los bíceps. En su espalda bronceada llevaba un inmenso tatuaje de un ave cuyas grandes alas le cubrían los omóplatos. Otro albatros, se percató Connor. De haber un mal augurio, no cabía duda de que aquella ave tatuada lo era.

—Ya te lo he dicho —insistió Molucco—. No voy a sacrificar a ninguno de mis piratas.

—Y yo ya te he dicho —espetó Drakoulis, en un arrebato de ira— que propongas a uno de tus hombres o yo desataré un infierno sobre toda tu tripulación.

Por toda la cubierta, las cimitarras curvas estaban alzadas.

Los dos capitanes se habían quedado uno frente al otro, firmes en su postura.

Entonces, para su sorpresa y horror, Connor oyó que una voz conocida gritaba:

—Yo me batiré con él, capitán Wrathe. ¡Deje que me bata con él!