Capítulo 35
Caminos distintos
Cuando el comodoro Kuo cerró la puerta detrás de él, Connor tenía el corazón desbocado. Sus amigos se encontraban a tan solo un par de metros en la terraza —les veía la espalda por la ventana— y, no obstante, presentía un peligro extremo, como si estuviera entrando voluntariamente en la jaula de un zoológico.
—Toma asiento —dijo Kuo.
Connor se sentó en la silla que había delante del escritorio. Kuo lo hizo en su propia silla, pero Cheng Li se quedó de pie, con la mano apoyada en el globo terráqueo.
—Huelga decir —dijo el comodoro Kuo— que lo que pasó anoche nos ha afectado y afligido muchísimo. Y solo alcanzo a imaginar cómo debes de sentirte tú.
Connor oyó las palabras y aguardó. ¿No iba el director al decir nada sobre el hecho de haberle sorprendido fuera, escuchando la conversación? ¿No iba a intentar justificar las palabras que él debía de saber que Connor había oído?
—Siento muchísimo no haber ido a verte antes —dijo Kuo—, pero me temo que me he distraído con un asunto urgente de la Federación. No es realmente ninguna excusa, pero siento que debo dártela.
—Gracias —dijo Connor.
Cheng Li se colocó al lado del director.
—Venimos de la enfermería, Connor. Grace parece estable.
Él asintió.
Kuo le sonrió.
—¿Cómo estás tú, Connor?
Él se encogió de hombros.
—Estoy bien, supongo. Fue un buen susto.
El director asintió.
—Me refiero, ante todo, a encontrar la nota.
—¿La nota?
Era evidente que el comodoro Kuo no conocía esa parte. Connor metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la nota doblada por la mitad. El director se puso las lentes y leyó la emborronada letra de Grace.
—¿Puedo? —preguntó a Connor, antes de pasársela a Cheng Li.
Él asintió. ¿Qué más daba? Que todo el mundo la leyera. Que todo el mundo conociera el frágil estado mental de su hermana.
—Así que encontraste esta nota y luego... —El comodoro Kuo enarcó las cejas, exhortando a Connor a continuar.
—Yo había ido a su habitación para hablar con ella. El balcón llevaba todo el día cerrado. Supongo que quería intentar hacerla entrar en razón. Conseguir que se integrara en la Academia. Así que fui a su habitación, pero no obtuve respuesta. Sabía que ella tenía que estar dentro; ¿a qué otro sitio podía haber ido si no? Cuando ella no contestó, me asusté. La puerta no estaba cerrada con llave, así que entré, y entonces vi la nota. La tormenta era tan violenta que el pestillo de su balcón se había roto. El vendaval abría y cerraba las puertas. La luna alumbraba el puerto y, cuando las puertas se abrieron, vislumbré una silueta en el espigón. Supe que era ella. Y supe qué iba a hacer...
Estaba temblando de nuevo. El comodoro Kuo se levantó y se dirigió rápidamente al lado del escritorio donde estaba sentado, colocándole las manos en los hombros para transmitirle su apoyo.
—Está bien —dijo—. No hace falta que nos cuentes nada más.
Se quedaron callados mientras él intentaba reponerse.
—Excepto —dijo Cheng Li— que por qué crees que lo ha hecho.
Connor captó una mirada entre ella y el comodoro Kuo.
—Tú tienes más probabilidades de saberlo que yo —dijo. Las palabras le salieron antes de que tuviera tiempo de censurarlas—. Desde que llegamos, tú has pasado mucho más tiempo con ella que yo.
Cheng Li asintió.
—Eso es cierto. Y confieso que en parte me siento culpable de lo ocurrido.
Connor se quedó sorprendido. Una confesión así no era propia de ella. Alzó la vista, impaciente porque Cheng Li continuara hablando.
—Como sabes, Grace está profundamente afectada por lo que le ocurrió en el barco vampirata —dijo—. Siente un fuerte vínculo con su tripulación.
Aquello no era precisamente ninguna novedad.
—No le hace ningún bien —dijo Connor—. Mira adónde la ha llevado.
Cheng Li asintió.
—Estoy de acuerdo. No le hace ningún bien, pero es totalmente natural.
El comodoro Kuo se apartó de Connor y volvió a tomar asiento.
—¿Has oído hablar del síndrome de Estocolmo? —le preguntó, una vez sentado.
Connor negó con la cabeza. El director se bajó las lentes por el puente de la nariz y las cogió por las varillas.
—Dicho en pocas palabras, el síndrome de Estocolmo hace referencia a los fuertes vínculos emocionales que se pueden crear con las personas que amenazan nuestra vida. Es un mecanismo de supervivencia, un modo de soportar actos de violencia terribles. Solo se necesitan tres o cuatro días para que suceda. Se ve precipitado cuando, como Grace, la víctima se enfrenta a una situación potencialmente mortal de la que sale con vida. Esto le produce un alivio inmenso y ella pasa a ver a sus secuestradores como a los «buenos», como a personas que no solo no la han amenazado, sino que, de hecho, la han salvado. —Hizo una pausa—. Creemos que eso es lo que le sucede a Grace.
—Desde que llegó aquí —dijo Cheng Li—, la he dejado hablar sobre sus experiencias en el barco. La he animado a hacerlo. Sé que a ti te incomodaba oír esas cosas, y con toda la razón, pero a mí me pareció que para Grace era importante tener a alguien a quien contárselas.
—Desahogarse —aclaró el comodoro Kuo— era el primer paso para que se curara.
—Pero —continuó Cheng Li— las cosas dieron un giro inesperado anoche. El estado mental de Grace era claramente más frágil de lo que yo pensaba. Y, como he dicho, animándola a hablar sobre los vampiratas puede que sin darme cuenta la haya inducido a actuar de una forma extrema.
Connor asintió.
—¿Como intentar suicidarse?
El director y Cheng Li se quedaron claramente sorprendidos por la crudeza de sus palabras. Pero luego asintieron.
Connor negó con la cabeza.
—No creo que estuviera intentando suicidarse —dijo. El comodoro Kuo se inclinó hacia delante, completamente fascinado—. Al principio, lo creí —continuó Connor—. Era la explicación obvia. Pero he estado pensando en ello. Sencillamente, es algo que Grace no haría nunca. Sé cuánto deseaba mi hermana regresar al barco de los vampiratas. He intentado no pensar en ello, pero sé que es cierto. Quizá tenga usted razón y sea ese síndrome que ha mencionado. En cualquier caso, Grace siente que tiene un asunto pendiente con ellos. Creo que anoche estaba simplemente intentando regresar al barco.
Cheng Li y el comodoro Kuo lo miraron con curiosidad.
—¿Saltando del espigón en plena tormenta? —preguntó el director tras una pausa.
Connor asintió.
—Por supuesto. Así es como terminó a bordo del barco la primera vez. Naufragamos en mitad de una tormenta y un vampirata, un tal Lorcan, la sacó del agua. Creo que Grace esperaba que la historia se volviera a repetir.
—Me parece un poco descabellado —dijo el comodoro Kuo.
Connor reparó en que Cheng Li guardaba silencio. Ella había pasado mucho tiempo con Grace. Sabía que no era descabellado. Podía percibirlo.
—Cuando recobró la conciencia después de que yo la rescaté —prosiguió—, llamó a Lorcan. De hecho, por un momento, creyó que yo era él. —Sonrió—. Grace no estaba intentando poner fin a su vida. Tal como escribió en su nota, solo estaba intentando continuar con su viaje.
El comodoro Kuo movió lentamente la cabeza.
—Tienes más temple del que imaginaba, Connor. ¿Te sientes realmente bien con esto?
Connor asintió sonriendo. Era como si, mientras hablaba, algo hubiera encajado dentro de su cerebro. No se había sentido bien con aquello, nada bien. Desde el momento de su reencuentro con Grace a bordo del barco vampirata, había estado intentando no pensar en nada de lo que le había ocurrido a su hermana allí. Había evitado oírla hablar de ello, le había negado la posibilidad de desahogarse. Y mientras ella había estado confiándose a Cheng Li, él solo había agachado la cabeza y se había dedicado a lo suyo. Pero ahora, de pronto, veía la situación tal como era. Desde el naufragio, ambos se habían embarcado en un viaje. Y así como él no podía retrasar el reloj y abandonar la piratería, ahora comprendía que el viaje de Grace era igual de imparable. Él no había querido dejarla marchar. Pero ahora, al fin, podía.
—Entonces, ¿en qué situación nos deja esto? —le preguntó el comodoro Kuo—. ¿Sigues queriendo que llegue a un acuerdo con el capitán Wrathe para que te libere del juramento y puedas quedarte aquí? ¿Y comenzar tu formación tanto en la Academia como en la Federación?
Connor asintió.
—No ha cambiado nada.
—Por supuesto que debe quedarse aquí —dijo Cheng Li—. Ahora no puede abandonar a Grace.
—Esto no tiene nada que ver con ella —afirmó Connor, sorprendido de la crudeza de su propio tono—. Naturalmente, haré cuanto pueda para ayudarla a recuperarse. Pero debemos empezar a tomar nuestras propias decisiones. Buscamos cosas distintas en la vida. Nuestros caminos son distintos. Ella puede quedarse aquí conmigo o regresar al Diablo. Puede incluso volver al barco de los vampiratas, si logra encontrarlo. La decisión es suya.
Fuera, la campana comenzó a sonar. Por la ventana, Connor vio que Jacoby y Jasmine se disponían a regresar a clase.
—Hora de ir a clase —dijo Cheng Li.
Connor se levantó, sintiéndose extrañamente poderoso.
—Será mejor que los alcance.
El director asintió, mientras mordisqueaba la varilla de sus lentes.
Connor se excusó y salió por la puerta que daba a la terraza, cerrándola tras de sí. Cuando se hubo ido, el director y Cheng Li se miraron.
—Debo confesar —dijo ella— que me ha sorprendido.
El comodoro Kuo sonrió.
—Debes aprender a confiar en la marea, señorita Li —dijo—. A veces, lo único que hay que hacer es sentarse a esperar.
La última clase de la jornada escolar de Connor era taller de Combate. A las cuatro en punto, Jacoby y él llegaron al gimnasio vestidos con sus chándales, junto con el resto de la clase. Allí los aguardaba el capitán Platonov, pero no estaba solo. A su lado se hallaba Cheng Li.
Cuando estuvieron todos los alumnos, Platonov dio una palmada.
—Atención, todos. Atención. Dentro de un momento realizaremos nuestra clase de siempre. Pero hoy debemos prescindir de los señores Blunt y Tempest.
Connor y Jacoby se miraron con desconcierto. Sus compañeros estaban igual de sorprendidos.
—Señor Blunt, señor Tempest, ¿seríais tan amables de iros con la señorita Li?
Encogiéndose de hombros, Jacoby y Connor se dirigieron a la parte delantera del aula. Cheng Li sonrió y se los llevó afuera. A sus espaldas, Connor oyó cómo Platonov daba órdenes a Jasmine y a los demás.
—¿Qué pasa? —preguntó Jacoby a Cheng Li—. ¿Dónde nos lleva, señorita Li? ¿Hay en la Academia algunas mazmorras secretas de las que no habíamos tenido noticia hasta ahora?
Estaba sonriendo de oreja a oreja. Nada parecía desconcertarle, pensó Connor.
Cheng Li parecía igual de divertida.
—Qué imaginación tan calenturienta tienes, Jacoby. A lo mejor escribes un libro algún día. No, no hay mazmorras, al menos que yo sepa.
De hecho, Cheng Li los estaba llevando arriba, y no abajo. Cuando salieron a otro pasillo, la señorita empujó una puerta y entraron en un segundo gimnasio de dimensiones más reducidas.
Connor se quedó completamente desconcertado. La luz estaba apagada. Cuando Cheng Li la encendió, vio que en el centro del gimnasio había dos urnas de cristal que contenían una espada cada una.
Los tres cruzaron las esteras del suelo para acercarse a ellas. Mientras lo hacían, Jacoby sofocó un grito y a Connor comenzó a acelerársele el corazón.
—Es la espada de Toledo —dijo—. La espada de Toledo del comodoro Kuo.
Cheng Li sonrió.
—Y el estoque con el zafiro en la empuñadura de Molucco Wrathe —añadió Jacoby—. ¡Visto así de cerca es incluso más bonito!
Connor estaba confundido.
—Pero el director dijo que estas espadas solo se sacan de sus urnas el Día de las Espadas.
Cheng Li asintió mientras cogía dos llaves de la cadena que llevaba en el cuello para abrir las urnas.
—Normalmente, es así. Pero tú no has tenido ningún día que haya sido normal, ¿no? El director deseaba hacerte un regalo.
—¿La espada? —Connor se quedó casi sin habla cuando Cheng Li abrió la urna, revelando la espada en toda su magnificencia.
—No, la espada no, sino la posibilidad de usarla una vez.
Jacoby y Connor no se perdieron ni un solo movimiento de Cheng Li mientras ella sacaba los aceros de sus respectivas urnas y los depositaba en una mesa próxima cubierta de terciopelo.
—Mañana por la noche habrá otra cena en tu honor. Tenía que señalar el final de tu estancia, pero ahora señalará el principio de tu ingreso aquí como alumno a jornada completa.
Aquello, por supuesto, era una novedad para Jacoby. Soltó un «hurra» y dio a Connor una palmada en la espalda. Pero Cheng Li no esperó para continuar:
—Asistirán todos los capitanes. Y, antes de la cena, todo el alumnado se reunirá para veros a ti y al señor Blunt librar un combate de exhibición con estas espadas. El combate tendrá lugar en la cubierta de prácticas...
—¡Genial! —gritó Jacoby—. ¡Me pido la espada de Toledo!
Tanto Connor como Cheng Li lo fulminaron con la mirada.
—Es una broma, ¡es una broma! Me quedaré con el estoque de Molucco.
—Basta ya de payasadas —dijo Cheng Li—. Nos quedan menos de veinticuatro horas antes de que os batáis delante de toda la Academia. Me ha correspondido a mí coreografiar vuestro combate. Y os tengo que enseñar algunos movimientos muy complicados. —Se puso los guantes—. Connor, ¿has decidido quedarte a estudiar en la Academia? Pues bien, ¡aquí es donde comienza realmente tu formación!
—Creo que después de esto voy a dormir una semana entera —dijo Connor al salir de las duchas tras haberse pasado dos horas largas practicando con Jacoby.
—No hay descanso para los malvados —dijo Jacoby secándose vigorosamente el pelo—. ¿No has oído a la señorita Li? Nos quiere de vuelta en el gimnasio mañana por la mañana, a las siete en punto. ¿Sabes qué significa eso?
—¿Adiós a levantarnos tarde este sábado?
—Peor que eso. Adiós a la clase de Natación, ergo adiós poder ver a Jasmine en biquini.
Connor se rió. Jacoby Blunt era incorregible.
Después de su larga sesión de entrenamiento, Connor estaba agotado aquella noche. Cuando hubo terminado de cenar, estaba listo para meterse en la cama. Increíblemente, Jacoby volvió a revivir después de comer y sugirió una partida de billar. Connor se sentía incapaz, y cuando Aamir y otros dos compañeros aceptaron el reto se lo agradeció profundamente Todos le dieron las buenas noches y se dirigieron a la sala de billar, dejándolo en la terraza.
Connor contempló el puerto. Estaba muy sereno esa noche. Era increíble el cambio que veinticuatro horas podían traer consigo. Bostezó y estiró las piernas. Le pesaban como piedras. Podría quedarse dormido allí mismo, en aquel instante, pero había una última cosa que necesitaba hacer antes de acostarse. Levantándose, cruzó la terraza y bajó por las escaleras que atravesaban los jardines.
Había luz detrás de la puerta de la enfermería. Connor llamó, pero no obtuvo respuesta, así que la abrió.
Dentro estaba oscuro. El pabellón era tan grande que las lámparas colgadas del techo eran insuficientes para alumbrarlo debidamente, aun cuando las bombillas hubieran sido de la potencia apropiada. Solo había una lámpara de noche encendida, en el centro de la sala. Connor se dirigió a la luz, consciente del eco de sus pasos sobre el frío suelo de mármol.
Enseguida llegó a la cama de Grace. Ella seguía durmiendo, pero parecía mucho más cómoda que la última vez. En aquella ocasión, había mantenido los brazos cruzados rígidamente sobre el pecho, como si fuera una estatua. Ahora tenía uno doblado debajo de la cabeza sobre la almohada y el otro estirado sobre la sábana.
Connor se sentó en la cama y contempló su rostro. Parecía contenta. Se alegró de haber llegado al punto en que podía sentirse a gusto estando simplemente con ella. Durante un rato, se quedó allí sentado, viéndola respirar. Su respiración era profunda y regular. Parecía poco probable que fuera a despertarse, pero ya tenía color en las mejillas y la zambullida en el mar de hacía apenas veinticuatro horas no parecía haberle dejado ninguna secuela permanente. Connor estaba contento. Más que contento.
—Tienes razón —le dijo—. Cada uno tiene que hacer su propio viaje. Siento no haberme dado cuenta antes. Siento haber intentado detenerte. No volveré a hacerlo.
Fue a cogerle la mano, pero, cuando intentó tocársela, su mano la atravesó hasta toparse con las sábanas. Confundido, volvió a intentarlo, pero, una vez más, sus dedos pasaron a través de la mano de su hermana, como si ella estuviera hecha de aire. Debía de estar realmente cansado, pensó, tranquilizándose y volviendo a intentarlo por tercera vez. Hizo uso de toda su capacidad de concentración. Pero, una vez más, su mano atravesó la de su hermana.
Sintió que el pánico se apoderaba de él. Se apartó y la miró, observando una vez más cómo respiraba, mirando una vez más la expresión de su rostro. No solo estaba contenta. Parecía estar sonriéndole, desde las profundidades del sueño. A Connor se le encendió una luz. Decidió probar una cosa más. Grace tenía los cabellos sobre la cara. Intentó apartárselos, pero sus dedos pasaron a través de su cabeza. La siguiente vez, ni siquiera intentó fingir. Simplemente, le metió la mano en el oído y la hundió en la almohada. Grace le sonrió, con los ojos cerrados, como si él le estuviera haciendo cosquillas. Connor se apartó, sonriendo entonces para sus adentros.
—Han vuelto a por ti —susurró—. Han vuelto a por ti, Grace, ¿verdad? No sé cómo lo han hecho, pero es ahí adonde has ido.
Y en ese momento supo que así era como tenía que ser, Aquello era lo que ella quería y necesitaba.
El director y Cheng Li podían pasarse la vida pontificando sobre qué síndrome podía o no tener Grace. Daba igual: por ahora, su hermana pertenecía al barco de los vampiratas. Ese era su hogar.
—¿Qué es tanto escándalo?
La enfermera Carmichael se dirigía hacia él, caminando resueltamente por el centro del pabellón. Connor se rió. Sus susurros no podían calificarse precisamente de escándalo. La enfermera era una exagerada.
—Oh, eres tú —dijo—. ¿Has venido otra vez a ver tu hermana dormida?
Connor asintió.
—Solo he venido a darle las buenas noches.
—Bueno, ya se las has dado, así que ya puedes irte —dijo ella—. No queremos que se despierte en mitad de la noche, ¿verdad?
Connor negó con la cabeza.
—No —respondió—. No queremos. Pero yo que usted no me preocuparía, enfermera Carmichael. No creo que Grace vaya a despertarse en un tiempo.
La enfermera lo miró malhumorada. Connor miró por última vez al fantasma de su hermana, sonrió a la enfermera Carmichael y le dio una palmada en el hombro antes de pasar junto a ella camino de la puerta de la enfermería. Ella se estremeció. Se sacudió el uniforme como si un pájaro se le hubiera cagado en los hombros y regresó a su cubículo.