Capítulo 8
Sepelio en el mar

Lo primero en lo que Grace reparó cuando salió a cubierta fue en el silencio que reinaba allí fuera. Aquello era aún más insólito, dado que ahora estaba ocupada por toda la tripulación del Diablo, Cerró la puerta con cuidado y se unió a los demás. Los piratas abrieron filas para dejarla pasar. Agradecida, Grace avanzó hasta un lugar desde el que pudiera ver bien la ceremonia.

El capitán Wrathe y Cate estaban de pie en la popa del barco. A su izquierda se hallaba el ataúd de Jez, cubierto por la bandera pirata. Al otro lado, estaban sus portadores, entre los que se contaban Bart y Connor. Grace los miró desde su puesto entre la multitud, sin poder dejar de preguntarse cómo estaría Connor. El último funeral al que ellos habían asistido había sido el de su padre. Cuánto tiempo parecía que hubiera pasado desde entonces... En aquella ocasión habían estado juntos, delante de la congregación, apoyándose el uno en el otro. Inspeccionó el rostro de Connor, pero le pareció encontrarlo distante. La pérdida de Jez estaba escrita en todas y cada una de sus facciones.

Volvieron a disparar otra salva de cañón y, esta vez, el capitán Wrathe, vestido con un traje de luto de terciopelo negro con ribetes de plata, se volvió para dirigirse a la multitud.

—Piratas del Diablo, esta es una mañana realmente gris. La oscuridad de los cielos y las aguas que nos rodean solo refleja la tristeza que inunda nuestros corazones. Porque hoy decimos adiós a uno de nuestros mejores hombres, Jez Stukeley. Jez vino a nosotros cuando solo era un muchacho, hace ya ocho años, y desde el principio nos entretuvo con su agudo ingenio y su afición a contar historias. —Molucco sonrió. Entre las filas de piratas hubo unos cuantos gestos de asentimiento y se oyeron unas cuantas risas sofocadas.

—Era uno de nuestros hombres más solidarios —prosiguió Molucco—. Siempre estaba presto para ayudar a un compañero necesitado, ya fuera en sus tareas personales o en el campo de batalla...

Grace torció el gesto al oír aquellas últimas palabras: «Campo de batalla». Wrathe hacía que pareciera tan noble... Pero no era. — Y fue allí donde Jez Stukeley se distinguió, una y otra vez, como uno de nuestros hombres más capaces, valientes y diestros. —Molucco miró fugazmente a Cate, que asentía con solemnidad—. Ayer, mucho me temo que mis actos nos pusieron a todos en peligro de muerte...

Grace aguzó el oído. No esperaba tanta franqueza por parle del capitán, pero quizá lo había infravalorado.

—Lamento profundamente lo ocurrido. Dejadme aseguraos que he estado reflexionando y que continuaré haciéndolo cuando los eventos de este día hayan concluido. Pero, fuera cual fuera la situación, el noble y valiente señor Stukeley salió en nuestra defensa. Se arrojó al fuego para poder salvarnos a todos. Combatió bien, con suma elegancia y determinación. Podría haber ganado. —Cate volvió a asentir—. Pero el destino nos ha arrebatado al señor Stukeley...

Grace puso aquellas palabras en duda. ¿Dónde trazaba uno la línea entre el destino y sus propios actos? ¿Estaba Jez destinado a morir en aquella cubierta, o eran los actos de Molucco los que lo había llevado hasta allí?

—Nos hallamos ante una pérdida terrible, sabiendo que sus ocurrencias ya no volverán a entretenernos y que ya nunca podremos contar con uno de nuestros hombres más capaces. —Molucco se llevó un gran pañuelo a los ojos y se enjugó las lágrimas que los inundaban—. Mis queridos y valientes camaradas, sé que todos tenéis vuestros propios recuerdos del señor Stukeley. Y ahora os pediría que dedicarais uno o dos minutos a recordarlo como más deseéis.

Una vez más, la cubierta se quedó en silencio. Lo único que se oía eran las aguas agitándose por debajo de ellos y las velas ondeando al viento. Grace miró la cofa, y recordó la primera vez que había visto a Jez.

Fue al día siguiente de su llegada al barco. Por muy emocionada que se sintiera de haberse reunido de nuevo con Connor, abandonar con tanta precipitación el barco vampirata, y a los amigos que allí había hecho, la había aturdido. En esa ocasión había subido a la cubierta del Diablo, como a veces hacía en el barco vampirata. Se había quedado a solas junto a la borda hasta que Jez se reunió con ella, llevando consigo dos tazones de té caliente. Se habían sentado a charlar o, mejor dicho, habló él por los codos. Grace no recordaba exactamente qué había dicho, pero fue amable, afectuoso y divertido. Igual que era siempre. Recordó que, en aquel momento, ella tuvo la sensación de que en el Diablo podría sentirse como en casa.

Aquel recuerdo la hizo llorar. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y encontró un pañuelo de encaje. Enjugándose las lágrimas, miró a Connor. Él le sonrió débilmente. Estaba intentando ser fuerte, Grace lo sabía. Pero reparó en que también él tenía los ojos llorosos. Como nunca llevaba pañuelo, Connor se las enjugó con el dorso de la mano.

—Bien —dijo dulcemente Molucco, poniendo fin al momento de silencio—. Pasemos ahora al siguiente punto de la ceremonia. El viejo, y gran, amigo de Jez, Bartholomew Pearce dirá ahora en nuestro nombre la plegaria del pirata. Bartholomew...

Molucco se volvió. Bart avanzó lentamente hacia él, con una hoja de papel en la mano. Miró a los asistentes y comenzó a recitar:

Padre cielo, madre mar,

acoged en vuestro seno

y traed descanso eterno

a este pirata sin par.

Hermano sol, hermana luna,

dadle calma sepultura

tras su muerte prematura,

y mecedlo en vuestra cuna.

Rayos, truenos y centellas,

oxidad su fiel florete

y bañad su cuerpo inerte,

ahora ya polvo de estrellas.

Vientos, mareas y olas,

elementos del ancho mar,

amparad su bienestar,

protegedlo de las sombras.

Calas, puertos y remansos,

vastos mares insondables,

aliviad nuestros pesares

y velad por su descanso.

A Bart no le hizo falta consultar la hoja de papel ni una sola vez. Grace imaginó que era un viejo poema, pero, tal como Bart lo había recitado, cada palabra parecía adquirir un nuevo sentido. Incluso el viento había cesado momentáneamente, como si los mismos elementos estuvieran prestando oído a las plegarias del pirata por su camarada muerto.

Luego Bart se volvió e hizo una señal a Connor y a los otros cuatro piratas que estaban junto a ellos. Los seis hombres, todos provistos de brazaletes negros, se colocaron alrededor del ataúd. Contando para sus adentros, lo alzaron como si fueran uno y avanzaron lenta y taciturnamente hacia la proa del barco. La brisa marina sacudió la bandera pirata.

Mantuvieron el ataúd alzado un momento y luego lo arrojaron al mar. Cayó al agua con un terrible golpe sordo. Aquel sonido le partió el corazón a Grace. Pero el ruido pronto fue silenciado por una salva de cañón, durante la cual Bart, Connor y sus compañeros retomaron sus posiciones.

Cuando la salva terminó, el capitán Wrathe se dirigió a su tripulación:

—Este ha sido un día triste, amigos míos, pero llorar una muerte entraña dos cosas: primero, entristecerse y, segundo, celebrar una vida ejemplar. Esta noche iremos a la taberna de Ma Kettle para hacer uno o dos brindis por el señor Stukeley.

Un rumor de aprobación recorrió la cubierta y, aunque la tripulación estaba más callada que de costumbre, el murmullo fue una señal de que, en el Diablo, las cosas pronto volverían a la normalidad. A Grace le pareció terriblemente brusco, pero tal vez así tenían que ser las cosas a bordo de un barco pirata.

—Y ahora —dijo el capitán— id a ocuparos en vuestros menesteres. Que nadie pueda decir que el Diablo no es el mejor barco pirata de todos los mares.

Connor tenía a un lado a Bart y al otro, a Grace. Ahora los necesitaba más que nunca. Siempre había sabido que la vida de un pirata podía ser corta. En su primera noche a bordo, Bart le había dicho «Tendré suerte si llego a los treinta». Aquellas palabras se le habían quedado grabadas, pero hasta ese momento no comprendió lo ciertas que eran. Se suponía que los Tres Bucaneros eran invencibles. Jez solo tenía veintitrés años, no los suficientes para morir. «Pero —pensó Connor— cuando decides ser pirata, aceptas que nunca eres demasiado joven para morir.» Él solo tenía catorce años, pero podía perder la vida con la misma facilidad en la próxima batalla. No podía arriesgarse a dejar a Grace sola en este mundo. Iba a tener que espabilarse y dejar de soñar despierto. Y también iba a tener que observar al capitán Wrathe con un poco más de atención. No podía dejar de pensar que, pese a sus hermosos elogios, la muerte de Jez Stukeley había sido innecesaria.