Capítulo 23
Palomitas
Cuando la campana anunció que las clases de la tarde estaban a punto de comenzar, Jacoby condujo a Grace y a Connor al gimnasio por los soleados jardines de la Academia. Dentro del luminoso edificio de techo alto encontraron a Cheng Li, que se había quitado su habitual atuendo e iba vestida completamente de blanco, con los pies descalzos. Como de costumbre, no alzó la vista para saludarles cuando entraron. En las manos tenía un pequeño libro encuadernado en cuero.
—Por favor, sentaos en el lateral —dijo sin alzar la mirada.
Jacoby se quitó los zapatos y animó a los gemelos a hacer lo mismo. Luego los tres se dirigieron a una hilera de asientos laterales.
Cheng Li caminó cuidadosamente por el suelo de esteras. Encendió un segundo incensario y aguardó a que el humo ascendiera.
La campana escolar sonó una vez más. Poco después, la puerta del gimnasio se abrió y los quince alumnos de primero entraron en tropel, vestidos todos de blanco como su tutora. Estaban monísimos. Parecían palomitas, pensó Grace cuando tomaron sus posiciones distribuyéndose homogéneamente por las esteras, aunque las alas que llevaban en la espalda fueran únicamente dos cortas varas de bambú sujetas por correas. Cuando los niños hubieron ocupado sus respectivos sitios, Cheng Li se volvió hacia ellos y comenzó a hablar en voz baja.
—Primero, la cabeza. No está ni inclinada hacia arriba ni hacia abajo. No se ladea, ni se encorva. Flota en perfecto equilibrio, como la esfera de la luna llena. —Hizo una pausa—. Los ojos no miran a la derecha ni a la izquierda, sino al centro. Vuestro campo visual se extiende desde el centro hacia ambos lados, sin que los ojos se muevan. Detrás de vuestros observadores ojos, detrás de vuestros párpados, hay un ojo que ve más allá en todas las situaciones con que os encontráis. Conectaos ahora con ese ojo que todo lo ve.
Los niños se quedaron como estatuas, mientras su tutora les examinaba con frialdad, moviéndose entre ellos tan suavemente como una brisa entre las flores.
—Ahora prestad atención al cuello y los hombros...
Cheng Li siguió repasando las diversas partes del cuerpo hasta que sus pequeños alumnos estuvieron plenamente conectados con ellas. De vez en cuando se detenía para girar un cuello o corregir la postura de una columna. Grace se quedó deslumbrada por el dominio que aquellos niños tan pequeños demostraban tener. O tenían dotes innatas o estaban rigurosamente entrenados. Fuera lo que fuera, sin lugar a dudas, era impresionante, si bien asustaba un poco. En la clase de Nudos de la capitana Quivers aún habían parecido niños. Allí era como si Cheng Li estuviera modelando pequeños guerreros de arcilla.
—Ahora relajad los hombros, mantened la espalda recta, no saquéis el trasero, y llevad la fuerza de las rodillas hacia la parte anterior de los pies. Expandid el estómago para no se os curven las caderas.
Una vez más, los jóvenes piratas hicieron los infinitesimales ajustes a sus posturas para satisfacer a Cheng Li. Después de asentir, la tutora volvió a colocarse delante de la clase.
—Estoy impresionada. Todos habéis aprendido bien lo que os he enseñado. Habéis puesto los cimientos para convertiros no en meros piratas, sino en guerreros.
Se volvió y cogió el libro encuadernado en cuero que antes tenía en las manos.
—Y ahora —anunció— vamos a probar una nueva estrategia de ataque. Para empezar, dividíos en vuestros grupos de combate...
Dicho aquello, los niños se redistribuyeron hábilmente en las esteras y Cheng Li comenzó a instruirlos.
—Hoy introduciremos una técnica nueva para desviar una espada enemiga —dijo—. Voy a enseñaros a dar un golpe oblicuo descendente.
Hubo un rumor de entusiasmo mientras Cheng Li proseguía con su instrucción.
Grace se acercó a Jacoby.
—¿No son un poco pequeños para aprender a dar golpes oblicuos? —le preguntó.
Jacoby sonrió, pero negó con la cabeza.
—Son golpes determinantes —respondió—. Cuando estos niños regresen a los barcos de sus padres, tienen que saber defenderse.
—Bueno, sí —dijo Grace—. Eso lo entiendo. Pero estos niños solo tienen... ¿siete u ocho años? ¿No habría que dejarles simplemente jugar, como niños normales?
Jacoby volvió a negar con la cabeza.
—Estos no son niños normales, Grace. Estos niños han sido elegidos para ser los futuros dueños de los mares. ¡Un día, todos ellos tendrán una flota a su mando! Tienen que empezar de pequeños. Además, ¿acaso dan la impresión de estar pasándoselo mal?
¡Qué va! Aquello era quizá lo que más le molestaba. Ante sus ojos, Mika, Samara, Nile, Luc y todos los demás habían dejado de ser los vivaces niños de la clase matinal para transformarse en diminutas máquinas de matar. Mientras blandían sus varas de bambú, parecían mortíferos juguetes mecánicos.
—¿Qué opinas tú de todo esto, Connor? —preguntó Jacoby.
Connor no dijo nada. Estaba observando atentamente a los niños, imitando con sus propias manos las maniobras que Cheng Li realizaba con sus katanas.
Jacoby sonrió, pero Grace frunció el entrecejo. Volvió a reclinarse en su asiento y siguió observando la clase en silencio. Mientras lo hacía, reflexionó sobre sus propios actos. Había traído a Connor a la Academia para librarlo de una muerte segura a bordo del Diablo. Había querido que cayera bajo el influjo de la Academia y él claramente estaba dando muestras de haberlo hecho. Pero, pensó Grace estremeciéndose, ¿acaso no lo había sacado del fuego para arrojarlo a las brasas? ¿No había ninguna forma de librarlo de morir a manos del enemigo?
Grace se recordó que el hecho de combatir no era en sí mismo el conflicto que ella tenía. Había llevado a Connor allí porque la Academia formaba a sus piratas para que actuaran de un modo estratégico y coordinado. Si su hermano se quedaba allí y se adhería a las enseñanzas de la Academia, se convertiría en un pirata más reflexivo. Casi con toda seguridad, volvería a los mares convertido en capitán, no como simple carne de cañón. Pero, aun así, aquello apenas la reconfortó. Tanto si Connor se quedaba a bordo del Diablo como si permanecía en la Academia de Piratas, su destino terminaría siendo el mismo. Libraría combates todos los días y su vida correría peligro con la misma frecuencia. Su única baza para salvarlo era disuadirlo por completo de ser pirata. Pero ahora aquello parecía una posibilidad remota.
—¿No es asombroso? —dijo él volviéndose de repente hacia ella—. La Academia es un sitio increíble. Te agradezco tanto que me convencieras para venir aquí. Realmente me ha abierto los ojos.
Grace sonrió, pese a sentirse mareada. Pero aún no había pasado lo peor.
—Un trabajo excelente —dijo Cheng Li mirando a sus alumnos—. Habéis aprendido bien nuestras enseñanzas. Sin embargo, no os confiéis ni por un instante. Sois como polluelos al principio de un largo viaje. Aunque hoy os acerca un paso a vuestro destino, aún os queda mucho por volar.
Dicho aquello, las puertas del gimnasio volvieron a abrirse y entró el comodoro Kuo, vestido con una elaborada túnica roja de seda que llevaba la insignia de la daga, la brújula, el ancla y la perla. Lo siguieron dos alumnos de último curso, empujando un alto baúl lacado con ruedas.
Los niños sentados en las esteras se volvieron entusiasmados. Hubo un rumor, pero Cheng Li lo acalló con una mirada.
—Comodoro Kuo —anunció—, la clase de primero acaba de realizar un trabajo ejemplar.
—Me complace oírlo —dijo él sonriendo. Se adelantó para dirigirse personalmente a los pequeños alumnos que estaban sentados en las esteras, pero no sin antes saludar cordialmente con la cabeza a Grace y a Connor.
—Ahora, mis pequeños guerreros —dijo dirigiéndose a los niños—, ha llegado la hora de que paséis a la siguiente fase de aprendizaje. Los delegados pasarán ahora entre vosotros con fajas de seda. Os vendarán los ojos con ellas.
Mientras hablaba, los dos alumnos de mayor edad que habían llegado con él se pusieron manos a la obra, poniendo a cada uno de los niños de pie y vendándoles los ojos. En poco tiempo, todos los alumnos de primero tenían una venda de seda roja en los ojos, de una tonalidad idéntica a la túnica del director.
—Ahora recordad lo que os he dicho antes —dijo Cheng Li—. Una cosa es observar y otra ver. No necesitáis tener los párpados abiertos para ver. Debéis percibir la espada de vuestro enemigo incluso cuando no podáis observarla.
Mientras ella hablaba, el director sacó una llave y abrió el baúl lacado que había traído consigo. Los dos alumnos mayores lo ayudaron a levantar la tapa, que, al caer, dejó al descubierto hileras de relucientes espadas.
—Ahora —dijo Cheng Li—, utilizando el ojo que todo lo ve, y sin hacer ningún ruido, preparaos.
Connor se volvió hacia Jacoby.
—¡Caray! —dijo—. ¿Qué está pasando?
Jacoby se limitó a sonreír.
—Mira y aprende, amigo mío. ¡Mira y aprende!
Al oír aquello, Grace sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal. Tuvo un mal presentimiento. Pese a ello, no pudo aparatar los ojos del comodoro Kuo.
El director hizo una seña a Connor para que se acercara. Instintivamente, él se levantó para ir a su encuentro. Grace vio que el comodoro Kuo le susurraba algo al oído. Cuando su hermano asintió, el director sacó del baúl lacado un par de pequeñas espadas. Connor se las llevó a uno de los niños, ofreciéndoselas por la empuñadura.
Al cabo de un momento, con un rápido movimiento, sus manitas se cerraron en torno a las empuñaduras. Connor soltó las espadas. El niño sostenía un daisho en cada mano y sonreía de oreja a oreja.
Los alumnos mayores y los adultos hicieron el mismo regalo a cada niño. Cuando terminaron, todos los alumnos estaban en fila, con los ojos aún vendados, sosteniendo en sus pequeñas manos las afiladas espadas de acero. Grace los vio esforzándose por contener sus sonrisas de entusiasmo.
Los alumnos de último curso cerraron el baúl lacado. Connor volvió a sentarse junto a Grace. El comodoro Kuo se colocó delante de sus diminutos guerreros mientras Cheng Li pasaba rápidamente por detrás de ellos, quitándoles la venda. Al ver por primera vez el daisho que empuñaban, los ojos les brillaron como gemas.
—Que estos daishos sean vuestra posesión más preciada —dijo el comodoro Kuo—. Estas espadas representan nuestra confianza en vosotros y nuestro convencimiento de que sois el futuro de la piratería. Utilizad estas armas no llevados por la ira ni para enriqueceros rápidamente, sino con precisión y honor, del modo que os enseñan vuestros profesores. Remontándonos en el tiempo, estos daishos que ahora empuñáis os vinculan con el noble linaje de piratas que os han precedido. Y, avanzando en el tiempo, lo hacen con el linaje de los futuros piratas. Pero, algo más importante todavía, vuestros daishos os vinculan a unos con otros: con vuestros camaradas de la Academia y la Federación de Piratas.
Se inclinó delante de los niños y luego fue al encuentro de Connor y Grace.
—Me alegra mucho de que hayáis podido ver esto —dijo—. Es uno de los momentos más emocionantes del curso.
Grace asintió, incapaz de hablar por temor a decir algo indebido.
Delante de ella, los alumnos de último curso estaban poniendo a los niños en fila.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó.
—Ah, bueno —dijo el comodoro Kuo—. Ahora los llevan a la armería. A esta edad, no se quedan con las espadas. ¡No queremos que haya ningún accidente!
Hecho su trabajo, Cheng Li cruzó las esteras para reunirse con ellos.
—Estaba diciendo a Grace y a Connor cuánto me complace que hayan podido venir a presenciar esta ceremonia —le explicó el director.
—Sí, desde luego —dijo Cheng Li.
—Lo cierto es que —añadió el comodoro Kuo— parece que fue ayer cuando una alumna de siete años especialmente aventajada estaba en esa misma estera, extendiendo los brazos para recibir su daisho. —Sonrió—. Y, ahora, mírese, señorita Li.
Ella sonrió como hacía cuando estaba azorada.
El comodoro Kuo se dirigió ahora a los gemelos.
—Connor y Grace, puede que no hayáis llegado a la Academia a tiempo de recibir toda la instrucción que os podemos ofrecer, pero aún nos queda mucho que compartir con vosotros, si quisierais quedaros.
Grace lanzó una mirada a Connor. ¿En qué estaba pensando? Ahora ya no sabía qué rumbo quería que tomara su hermano. Quizá fuera hora de dejar de inmiscuirse y permitirle tomar sus propias decisiones. Recordó haber pensado que Connor se había precipitado al jurar lealtad al capitán Wrathe, y que a ella se le daba mejor tomar decisiones en nombre de los dos. ¿Y adónde les había llevado eso? A una academia que convertía a niños de siete años en máquinas de matar. Y, además, estaba su pequeño asunto pendiente con el «barco de los demonios». «Oh, sí —pensó—. Sí, tengo una capacidad de decisión impresionante.»
—Grace, estás un poco pálida —dijo Cheng Li.
Al volverse, vio que Cheng Li le estaba sonriendo.
—¿Te apetece dar un paseo? —le preguntó.
Grace lo sopesó unos instantes. Sabía que Cheng Li le ofrecía algo más que un simple paseo. Tendrían ocasión de hablar y ella le contaría su último viaje al barco vampirata. Era una oferta tentadora, pero, de pronto, Grace ansiaba estar sola.
—Gracias —dijo—. De hecho, creo que voy a nadar un rato antes de cenar.
—¿Nadar? —preguntó Cheng Li, divertida.
—Sí —respondió Grace—. Esta mañana me he perdido la carrera del capitán Platonov y me iría de maravilla hacer un poco de ejercicio.
—¡Una idea genial! —exclamó Connor—. Te acompañamos, ¿verdad, Jacoby?
—Claro —respondió él—. Podemos incluso decirle Jasmine que se venga. —Y luego susurró a Connor—: Nunca dejo pasar la ocasión de verla en biquini.
El comodoro Kuo les sonrió satisfecho.
—Excelente —dijo—. Excelente. Divertíos, chicos.
Se dieron media vuelta y salieron del gimnasio. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, el comodoro Kuo se dirigió a Cheng Li.
—Es bueno ver que Connor y Grace hacen nuevos amigos, ¿no?
—Oh, sí, director —dijo Cheng Li sonriendo—. Sí que lo es.
—Supongo que no puedo engatusarte para que te batas conmigo antes de cenar —dijo—. Por los viejos tiempos.
—Te haría picadillo, John —respondió ella sonriendo.
El comodoro Kuo se echó a reír.
—Al menos, moriría feliz.
—La muerte es la muerte, John. Mueras sonriendo o con lágrimas en los ojos, es lo mismo. Un inmenso vacío.