Capítulo 18
La mesa de los capitanes
A las siete y media en punto, Jacoby Blunt llamó a la puerta del comodoro Kuo.
—Adelante —dijo el director.
Jacoby abrió la puerta, dejando que Grace y Connor entraran en el despacho del director antes que él.
—Buenas noches a todos —dijo el comodoro Kuo alzando la vista de su escritorio, donde parecía seguir enfrascado en su trabajo. Iba vestido igual que antes, pero con el añadido de unas lentes—. Enseguida estoy con vosotros —dijo bajando la vista para terminar de leer un documento. Cuando llegó al final, aparentemente satisfecho, lo firmó con una pluma de tinta turquesa y lo dejó en la bandeja de documentos salientes. Luego tapó la pluma, se quitó las lentes y dejó ambas cosas en el escritorio—. El trabajo de un director no se acaba nunca —dijo levantándose para retirar la silla y salir de su escritorio inmaculadamente ordenado—. Deprisa, huyamos antes de que aparezca alguien requiriéndome.
Poniéndose un esmoquin sobre el chaleco, sonrió a Grace y a Connor.
—Espero que hayáis disfrutado de vuestra primera tarde en la Academia.
—¡Oh, sí! —exclamó Connor—. La hemos recorrido de cabo a rabo. Yo he dado un largo paseo por el puerto y hemos visto la Laguna de la Muerte, con su barco de prácticas. Y luego me he dado un baño en la piscina. Ha sido increíble.
—Excelente —dijo el comodoro Kuo—. ¿Cómo te ha ido a ti, Grace?
Grace se ruborizó, tras recordar el consejo de Cheng Li de guardar silencio.
—Oh, sí, todo es maravilloso —respondió, esperando poder salir del paso siendo tan poco específica. Parecía haberlo logrado en esa ocasión.
—Magnífico —dijo el comodoro Kuo, conduciéndolos a las puertas acristaladas que había al fondo de su despacho—. He pensado que, con la noche tan agradable que hace, podríamos cenar todos en la terraza.
Abrió las puertas y de inmediato oyeron retazos de conversación. Parecía que su público ya los estaba esperando.
—Ahora ya no hay marcha atrás —les susurró Jacoby.
El comodoro Kuo salió a la terraza. Grace, Connor y Jacoby lo siguieron. Allí habían colocado una larga mesa, guarnecida con velas y repleta de comida: desde montañas de langostinos hasta bandejas de cangrejo y langosta condimentados y, humeando en calientaplatos, cuencos con salsas increíblemente fragantes y platos de arroz y pasta.
Los otros profesores ya estaban sentados a la mesa, bebiendo vino y picando canapés. Connor reparó en que solo había cuatro asientos vacíos, dos en cada extremo de la mesa. Los justos para acomodar al director, Jacoby, Grace y él.
—Jacoby —dijo el comodoro Kuo—, ¿por qué no te sientas aquí mientras yo presento a Connor y Grace a todo el mundo?
Jacoby hizo lo que le pidió, y tomó asiento. Al mismo tiempo, el comodoro Kuo dio unas palmadas.
—Capitanes, ¿podéis prestarme atención un momento?
Diez hombres y mujeres se volvieron. La mayoría estaban callados, mirando a los gemelos con gran interés. Una de las mujeres no había terminado de hablar.
—... desde luego no en mis tiempos. Es completamente absurdo, si quieres mi opinión.
El comodoro Kuo le dedicó una sonrisa radiante.
—Capitana Quivers, ardo en deseos de saber de qué estás hablando.
—Seguro que sí.
—Bien, quizá podamos pasar a eso en breve, pero, antes, permitidme que os presente a Grace y a Connor Tempest.
Hubo varios asentimientos y sonrisas a ambos lados de la mesa. Y entonces, el comodoro alzó las manos y comenzó a aplaudir. Los profesores que estaban sentados secundaron el aplauso, aunque no de un modo uniforme. Grace se fijó en que la capitana Quivers era la última en arrancar el aplauso y que no aplaudió durante mucho rato. Habría preferido que los demás se hubieran mostrado igual de poco entusiastas. ¡Aquello le estaba dando muchísima vergüenza! Se fijó en que Connor parecía mucho menos incómodo. De hecho, saltaba a la vista que estaba disfrutando con la atención que le prestaban.
—Bien —continuó el comodoro Kuo—. Como sabéis, los gemelos Tempest son nuestros invitados en la Academia durante esta semana. La señorita Li los invitó en nuestro nombre, y Connor y Grace accedieron a privar al Diablo de su valiosa presencia para venir a ver qué hacemos aquí. Y estoy seguro de que todos estamos muy agradecidos a Molucco Wrathe por permitir que estos jóvenes piratas salgan de permiso.
—¡Un brindis por Molucco! —gritó apasionadamente la capitana Quivers, alzando su copa de vino y derramando parte de él en un mantel que estaba impoluto—. ¡Ay!
—Sí —dijo el comodoro Kuo sin exaltarse—. Un brindis por Molucco.
Alzó la copa, soltó una risita y pasó rápidamente a otra cosa.
—Bueno, creo que ya va siendo hora de que demos cuenta de este tentador banquete —añadió—. Pero antes de empezar, querría, naturalmente, hacer unas cuantas presentaciones personales.
Colocó una mano en un hombro de cada gemelo y comenzó a presentarles a todos los capitanes que estaban sentados a la mesa.
—Grace, Connor... este es el capitán René Grammont, antiguo capitán del Trovador...
—Bonsoir, monsieur et mademoiselle Tempest. —El capitán Grammont les hizo una ceremoniosa inclinación de cabeza.
—Al lado de René, el capitán Francisco Moscardo, antiguo capitán del Santa Ana y el Infierno...
—Buenas noches, gemelos Tempest —saludó en castellano.
—A continuación —prosiguió diciendo el comodoro Kuo— tenemos a la capitana Lisabeth Quivers, antigua capitana del Pasionaria.
—Hola, Grace. Hola, Connor. Es un gran pla...
—Y a su lado, el capitán Pavel Platonov, del Moscovita.
—Das Vidanya —dijo el capitán Platonov levantándose y haciendo una exagerada reverencia. Grace se fijó en que la capitana Quivers se reía un poco de aquello.
—Espero que estéis siguiéndome —dijo riéndose el comodoro Kuo—. A continuación, tenemos al capitán Apostolos Solomos, del Seferis.
—Kalispera, Connor y Grace. —El capitán Solomos les sonrió de oreja a oreja.
—Y a su lado está la señorita Li, para la cual no hacen falta presentaciones—. Cheng Li los saludó formalmente con un gesto de la cabeza. Era como si ella y Grace no hubieran mantenido nunca su reciente conversación privada. Se sintió complacida: Cheng Li estaba disimulando para no levantar sospechas—. La señorita Li aún no ha capitaneado un barco, pero sabemos que su futuro será tan ilustre como el de cualquiera de los que estamos sentados aquí hoy. De hecho, me atrevería a decir que muy bien podría eclipsar la reputación de más de uno.
—¡Aquí, aquí! —gritó la mujer sentada junto a Cheng Li.
—Os presento a la capitana Kirstin Larsen, del Castillo de Hamlet.
La capitana Larsen tenía el cabello rubio más blanco que Grace había visto en su vida, intensificado por un oscuro bronceado y unos ojos tan azules como un manantial. La capitana alzó la copa en honor de los gemelos y la vació de un solo trago.
—A continuación, tenemos al capitán Floris van Amstel, del Diamante estrellado.
—Buenas noches.
—Y al capitán Shivaji Singh, del Nataraj.
El capitán Singh se inclinó. Grace estuvo tentada de imitar su gesto, pero se sentía demasiado cohibida y se limitó a responderle asintiendo con la cabeza. Miró a Connor de soslayo. Estaba sonriendo de oreja a oreja. Era evidente que estaba encantado de conocer a aquellos capitanes que, según Cheng Li, se contaban entre los mejores piratas del mundo. Aún mejor, ¡parecía que ellos estuvieran más que impacientes por conocer a Connor y a Grace!
—Y, por último, el capitán Wilfred Avery, del Corsario Berbería.
Desde su llegada a la Academia, los gemelos habían visto al capitán Avery varias veces desde lejos, pero ahora lo tenían sentado enfrente de ellos, con el rostro bronceado cubierto por una rala barba blanca.
—Bueno, antes del postre os haremos un examen para ver si os acordáis de los nombres de todos —dijo a los gemelos sonriéndoles abiertamente.
Grace sintió de inmediato afinidad con él, y le devolvió la sonrisa.
—Grace, siéntate aquí —dijo el comodoro Kuo, sacando una silla para ella entre Cheng Li y el capitán Solomos. A continuación se dirigió al otro extremo de la mesa e indicó a Connor que tomara asiento entre el capitán Grammont y él. Jacoby ya estaba sentado enfrente y había empezado a dar cuenta de la comida.
—Connor, ¿quieres que te sirva salsa verde? —se ofreció el capitán Avery—. Está riquísima.
—Sí, por favor —dijo Connor.
—¿Qué me dices de una crevette? —sugirió el capitán Grammont, siguiendo el ejemplo.
¿Una crevette? ¿De qué estaba hablando?
El capitán le mostró un pincho de madera con un rollizo langostino.
—Una crevette —repitió.
—Oh, genial, sí. Gracias.
Gradualmente, el plato de Grace también se llenó, y se unió a los capitanes en su pantagruélico festín. Se preguntó si todas las noches cenarían así. Luego se lo preguntaría a Jacoby. Imaginó que los demás alumnos, que habían cenado hacía más o menos una hora, habrían comido algo más sencillo.
—Háblanos de ti, Connor —dijo el capitán Grammont—. Sabemos muy poco de ti salvo tus impresionantes comienzos a bordo del Diablo.
—Sí, cuéntanos —añadió el vecino de mesa del capitán Grammont, el capitán Moscardo—. ¿Siempre habías querido ser pirata?
—Lo que en realidad quiere decir es —apostilló el capitán Avery—: ¿Lo has leído todo sobre nuestras hazañas y sueñas con convertirte en uno de nosotros?
Connor negó con la cabeza.
—No, en absoluto.
El capitán Moscardo pareció decepcionado, pero el comodoro Kuo se rió de la respuesta de Connor.
—Venga, Connor, diles de dónde venís...
—Bueno, nacimos en Crescent Moon Bay...
Hubo un coro de suspiros en señal de apoyo.
—¿Lo conocen?
—Connor, nuestro oficio consiste en conocer todas las bahías, arrecifes y ensenadas del mapa —dijo dulcemente el capitán Avery.
—Oh, por supuesto. Bueno, mi padre era el farero del pueblo. Pero falleció y nosotros nos quedamos sin nadie en el mundo, así que Grace y yo...
—¿Y vuestra madre? —lo interrumpió la capitana Quivers, dirigiendo la pregunta a Grace.
—No la conocimos —dijo tristemente ella—. Murió... al darnos a luz.
—Qué terrible... para todos vosotros.
—Así que —dijo el capitán Moscardo— ya no os quedaba nada en esa bahía de mala muerte.
—No —corroboró Grace—. Así que cogimos el balandro de mi padre y nos hicimos a la mar.
—Pero ¿adónde ibais? —preguntó el capitán Grammont.
—Entonces no lo sabíamos —respondió Connor—. Solo sabíamos que teníamos que irnos. Pensamos en navegar a lo largo de la costa y ver dónde terminábamos.
El capitán Avery lo miró con expresión risueña.
—La primera señal de que tenéis sangre pirata en las venas.
—¿Y adonde llegasteis? —insistió el capitán Moscardo.
—Nos sorprendió una tormenta —explicó Connor—. Destrozó nuestro balandro y creímos que íbamos a morir ahogados.
—¡Oh! —exclamó la capitana Quivers—. Pobrecillos.
—Pero —continuó Connor—, yo fui rescatado por la señorita Li y llevado a bordo del Diablo.
—¿Y tú, Grace? —preguntó la capitana Larsen, clavando en ella sus cristalinos ojos azules.
Grace sintió, sin mirarla, que Cheng Li la observaba atentamente. Los otros capitanes también la estaban mirando. Respiró antes de ponerse a hablar.
—A mí me rescató otro barco.
—¿Cuál? —insistió la capitana Larsen—. Conocemos prácticamente todos los barcos piratas de estas aguas.
—No era un barco pirata —dijo Grace.
—¿Qué era entonces, un buque privado?
—Algo así —respondió Grace, rogando para que Cheng Li interviniera y la sacara del apuro. Pero la ayuda le llegó de un lugar completamente distinto.
—Detalles, detalles —dijo el capitán Avery sonriendo. —Lo importante es que os rescataron a los dos. Y que os encontrasteis a bordo del Diablo. ¿Y cuál fue vuestra primera impresión del capitán Wrathe?
Connor sabía que debía ser cauto, dado que no estaba seguro de qué opinaban los demás sobre Molucco. Wrathe no era un gran admirador de la Academia, por lo que era posible que aquellos profesores sintieran el mismo desprecio hacia él. Por otra parte, el antiguo estoque de Molucco ocupaba un lugar de honor en la Rotonda.
—El capitán Wrathe se ha portado muy bien conmigo... con nosotros —dijo.
—Siempre ha tenido buen ojo para los jóvenes talentos —observó la capitana Quivers.
—Y Connor —volvió a insistir Moscardo—, ¿no te dio ningún miedo aprender a manejar la espada?
Grace notó que la atención volvía a centrarse en su hermano. Una parte de ella se quedó un poco ofendida, aunque en general se sintió aliviada. Sospechaba que cuantas menos preguntas le hicieran, mejor. Aprovechó la oportunidad para intercambiar una breve sonrisa con Cheng Li.
Su compañera le guiñó afectuosamente un ojo y le ofreció luego la bandeja de calamar salpimentado.
—No. —Connor negó con la cabeza—. Quería aprender. Fue mi premio.
—¿Tu premio?
—Por ayudar al capitán Wrathe en un ataque.
—Seguro que lo recordáis, capitanes —observó el comodoro Kuo—. Wrathe saqueó la casa del gobernador Acharo, en Port Hazzard, y dos de sus muchachos urdieron un ataque sorpresa al Diablo para vengarse.
—Oh, sí. —El capitán Grammont asintió—. Lo recuerdo.
—Y Connor defendió al capitán Wrathe —añadió el comodoro Kuo—. Le salvó la vida, a decir de todos.
—Qué lástima —musitó el capitán Singh.
Connor tomó nota mentalmente de que allí había al menos un capitán claramente contrario a Molucco.
El comodoro Kuo reparó en la expresión de Connor y enseguida reaccionó:
—Aquí oirás opiniones divididas sobre el capitán Wrathe, pero estoy seguro de que eso no es una novedad para ti.
Connor tuvo que admitir que así era.
—Francamente —continuó el comodoro Kuo con una sonrisa—, el capitán Wrathe siempre ha dividido la opinión. Como toda persona que se sale de lo corriente. ¿Acaso conoces la Federación de Piratas y la reglamentación de las rutas marítimas?
—Sí. —Connor asintió—. Por supuesto.
—La Academia colabora estrechamente con la Federación —explicó el comodoro Kuo—. De hecho, muchos de los que estamos aquí formamos parte de su jerarquía. Y compartimos y enseñamos sus principios, tales como el respeto incondicional a las rutas marítimas de nuestros capitanes.
—También —añadió el capitán Grammont— aspiramos a construir y desarrollar relaciones productivas con las autoridades de tierra firme. El gobernador Acharo siempre ha sido permisivo con nosotros. Fue un grave... bueno, digamos un grave contratiempo, que el capitán Wrathe lo atacara de esa forma. En los meses posteriores al ataque, el gobernador Acharo ha cambiado considerablemente de actitud y de táctica en lo que respecta a nosotros. Y eso no solo causa problemas en las costas de su territorio. El también tiene poderosos aliados en el norte. Así que esta actuación arbitraria por parte de tu capitán ha provocado un efecto dominó en estas aguas.
Connor comprendía lo que estaban diciendo, pero no iba a darles ninguna información que pudiera perjudicar al capitán Wrathe, no después de todo lo que Molucco había hecho por él. No obstante, los demás capitanes estaban empezando a entusiasmarse con el tema.
—Cuanto más arbitrariamente actúa el capitán Wrathe —dijo el capitán Singh—, en más peligro se pone él y pone los demás piratas. Fíjense en lo que pasó hace solo unos días con el capitán Drakoulis.
Connor bajó tristemente la cabeza.
—Yo estuve allí —dijo.
Grace supo que estaba pensando en Jez. Era natural.
—Qué horror —se lamentó el capitán Avery.
—Yo estuve allí —repitió Connor— y vi cómo... mataban a mi camarada, mi buen amigo.
—Un hito en la vida de cualquier joven pirata. —El capitán Avery asintió, taciturno.
—Estos son tiempos de cambio —anunció el comodoro Kuo mientras retiraba un plato vacío—. El mundo está progresando con mucha rapidez y la piratería está transformándose y creciendo con cada cambio de marea.
—El sol de Wrathe se está poniendo —anunció el capitán Singh—. El futuro no reside en ataques aislados, sino en la coordinación, las alianzas y una buena estrategia.
Connor escuchó las palabras de Singh. Esa tensión la había percibido desde su llegada al Diablo, cuando Bart lo había informado sobre las diferentes filosofías del capitán Wrathe y la señorita Li. Ahora veía hasta qué punto estaban los tiempos a favor de Cheng Li y los capitanes allí reunidos y, lo que era más importante, en contra de Molucco. Aquello le hizo temer por el capitán Wrathe y su tripulación, además de hacerle cuestionarse su propio futuro. Pero él había jurado lealtad al capitán Wrathe. Eso era ineludible. Se había comprometido a servirle, a dar su vida por él. Una decisión que, como Grace le había dicho, ahora estaba comenzando a parecerle un poco precipitada.
De pronto, el comodoro Kuo dio una palmada.
—Dejemos todos de hablar de este tema. Me temo que hemos colocado a Connor en una difícil situación con nuestras... observaciones sobre el capitán Wrathe.
—Nunca había oído nada de eso... en la taberna de Ma Kettle —dijo Connor, encogiéndose de hombros.
La capitana Larsen se rió falsamente.
—Hay una gran diferencia entre los chismes que oyes en una taberna y las opiniones que recibes en esta augusta compañía.
«De acuerdo —pensó Connor—. Ella es otra con quien no hay que meterse. Ya voy aprendiendo.»
—Haz el favor, Kirstin —dijo el director—. No desahoguemos nuestras quejas con el joven Connor. Queremos que disfrute de su estancia en la Academia de Piratas, ¿no?
—Sí —dijeron al unísono la capitana Quivers y el capitán Avery. El resto de la mesa asintió con la cabeza.
—Y cuando termines tu estancia, Connor —añadió el comodoro Kuo—, veremos cuál es tu opinión sobre tu futuro.
Grace se mordió el labio. No esperaba que el director hiciese a Connor una oferta tan clara. ¿Cómo reaccionaría él? Lo observó, pero su hermano se limitó a sonreír, sin decir nada.
—Y ahora un brindis —propuso el director—. Por Connor y Grace. Por favor, rellenad todas vuestras copas.
Los comensales se pasaron rápidamente una jarra que contenía un líquido negro como la tinta, y fueron rellenando sus copas.
—¿Se ha servido todo el mundo grapa de sepia? —El comodoro Kuo lo comprobó—. Excelente. Bien, alzad por favor la copa para brindar por Grace y Connor Tempest, que superaron las más funestas circunstancias para abrirse camino en el mundo de la piratería. Grace y Connor, os damos las gracias por estar esta semana aquí con nosotros. Brindo porque vuestra estancia sea lo más entretenida e instructiva posible y, en palabras de un capitán pirata mucho más ilustre que yo, abundancia y saciedad, placer y comodidad, poder y libertad para los dos.
Los otros capitanes se unieron al brindis. Connor y Grace reconocieron las palabras como el lema de la Academia. Vieron que los capitanes vaciaban sus copas de grapa de un solo trago. El aguardiente tenía un aspecto y un olor repugnantes. Grace se alegró de que a ella no se lo hubieran servido.
Después del brindis, Connor y Grace dejaron de ser el centro de atención y los capitanes comenzaron a charlar sobre cuestiones cotidianas de la Academia, de forma muy similar a como lo haría cualquier grupo de profesores, salvo que estos llevaban floretes en el cinto.
Por fin, el comodoro Kuo consultó su reloj.
—Se está haciendo tarde —dijo—. Muchachos, será mejor que os vayáis a dormir.
—Sobre todo si pensáis venir a mi clase de FRM mañana por la mañana —dijo el capitán Platonov sonriendo.
—¿FRM? —preguntó Grace.
—Fuerza, Resistencia y Motivación —aclaró el capitán ruso.
—Es la primera clase de la jornada escolar —añadió Cheng Li—. Todos los capitanes se turnan para impartirla, y abarca desde distintas formas de yoga o discursos inspiradores a...
—¡Una vigorizante carrera de diez kilómetros! —la interrumpió el capitán Platonov—. Salimos de la terraza a las siete en punto.
—¡Suena genial! —dijo Connor.
Jacoby se rió.
Grace también sonrió, si bien decidió que iba a empezar su día lectivo de un modo más relajado.
—Me voy a la cama —anunció mientras se levantaba—. Gracias por la cena. Ha sido un placer conocerles a todos.
—También lo ha sido para nosotros conocerte a ti, querida —dijo la capitana Quivers.
Los otros capitanes asintieron. Connor se puso en pie.
—En mi nombre y en el de mi hermana, quiero agradecerles a todos que nos hayan invitado a la Academia de Piratas.
Grace sonrió. No estaba habituada a oírlo hablar de aquel modo tan ceremonioso.
—No hay de qué, Connor —dijo el comodoro Kuo—. Y, por favor, no te dejes influir por nuestras pequeñas diferencias respecto al capitán Wrathe. Sabemos lo bien que se ha portado contigo y tu hermana. Y admiramos tu lealtad hacia él.
Connor consiguió sonreír, expresión que enmascaraba los pensamientos cada vez más confusos que le estaban rondando por la cabeza. Tenía ganas de llegar a su habitación para poder pensar sobre todo lo que había oído esa noche. El juramento que lo vinculaba al capitán Wrathe realmente lo estaba empezando a preocupar. De pronto, los temores de Grace le parecían del todo razonables. Recorrió la mesa con la mirada. Reunidos allí estaban los piratas más influyentes de la época, y todos parecían pensar que el sol de Molucco Wrathe se estaba poniendo. También parecían pensar que él, Connor, era muy especial. Recordó la visión que había tenido sobre convertirse en capitán. Estaba decidido a hacerla realidad. En un futuro, quizá, tendría que ser mucho más cuidadoso en la elección de sus aliados y mentores.
—Venga —dijo Grace, tras aparecer a su lado—. Volvamos a nuestras habitaciones.
—¿Qué? Oh, sí. Sí, claro. Jacoby, ¿vienes?
—De hecho —dijo el comodoro Kuo—, necesito tener una breve charla contigo, señor Blunt.
Jacoby asintió. Grace y Connor dieron las buenas noches a su nuevo amigo. Luego cruzaron la terraza camino del edificio donde estaban alojados. Mientras andaban a la luz de la luna, los gemelos no se dijeron ni una palabra, absortos como estaban en sus pensamientos.