Muy pocas de los millones de personas que anualmente contemplan las insulsas y soporíferas ceremonias de entrega de los Oscar, conocen la ignominiosa raison d’être de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. La Academia fue una criatura pergeñada por Louis B. Mayer, quien en 1927 la lanzó en un gigantesco banquete en el Ambassador Hotel de Los Angeles. Mayer fundó la Academia como una «unión de empresas» para combatir la legítima sindicalización de actores y directores, y para bloquear el surgimiento de asociaciones de actores. Mayer y los demás propietarios de estudios concebían la Academia como árbitro de contratos entre los estudios y las asociaciones de actores. Al haber sido creada por los estudios, bien puede imaginarse su imparcialidad en el arbitraje.

A lo largo de los 30 tuvieron lugar en Hollywood incesantes y ásperas luchas para crear organizaciones laborales legítimas. Uno de los resultados de la impopular política de los estudios fue el escandaloso asunto IATSE. En 1934, la International Alliance of Theatrical State Employees (Alianza Internacional de Trabajadores Estatales del Teatro, asociación que agrupaba a diseñadores, directores artísticos, maquilladores, escenógrafos, tramoyistas y operarios) cayó en manos de dos rufianes de Chicago. Esos dos jefazos del crimen organizado eran George Browne, nuevo presidente de la IATSE, y su socio Willie Bioff. Bioff, el más agresivo de los dos, tuvo a toda la industria cinematográfica agarrada por los cojones durante casi siete años.

Todo empezó en 1934 en la Ciudad del Viento (Chicago). Browne y Bioff, un ex macarra con el cuerpo de un levantador de pesas griego (encarcelado años antes por dirigir un burdel), querían meterse en el «negocio de los sindicatos» y poner la cadena teatral Balaban y Katz en un brete. Balaban, principal dirigente de la cadena (más tarde llegaría a ser presidente y luego jefe del consejo de la Paramount Pictures), había ofrecido a Browne, representante del sindicato, un mezquino soborno de 150 dólares semanales para que Browne olvidara cualquier convenio de aumento de sueldo de los empleados de teatro. Bioff, en representación de Browne, desechó la oferta y exigió 50.000 dólares a la vista. Balaban dijo que no. La negativa desató una serie de sabotajes en las salas de cine de la cadena de B y K: el Oriental, el Tivoli y el Uptown; los films se pasaban hacia atrás, el musical Una noche de amor, protagonizado por Grace Moore, fue proyectado sin sonido, la imagen se oscureció en la escena del motel de Sucedió una noche. Por toda la ciudad patronos en cólera clamaban por su dinero. B y K empezaron a darse cuenta del poder de Bioff. Cerraron el trato. Pocos días bastaron para que el alcohol ilegal y las rubias les soltaran las lenguas a Browne y Bioff. Su reciente independencia económica y sus juergas despertaron la curiosidad de el hampa.

Uno de los más intrigados era Frank «Prepotente» Nitti, amigote de Al Capone, sobre todo cuando descubrió que Brown y Bioff estaban a punto de dar el golpe obteniendo de Balaban y Katz una pequeña fortuna mediante la promesa de no convocar una huelga de proyeccionistas que habría supuesto el cierre de la mayoría de las salas de Chicago. Nitti era un organizador; de inmediato comprendió que el chantaje organizado a escala del país entero, podría poner en sus manos la totalidad de la industria cinematográfica.

Nitti envió a «Nariz de Cereza» Gioe y a otros pintorescos gorilas a la oficina de tramoyistas de la IATSE, de la que Browne era director comercial desde 1932. El mensaje a Browne y Bioff fue claro: Nitti se metía en el sindicato por la mitad del dinero de los chantajes. Para recalcar el mensaje, se redactaron dos contratos: T.E. Maloy, responsable del local 110 de los proyeccionistas, y Louis Alterie, presidente de la Unión de Porteros, aparecieron con el cuerpo trufado de plomo. El sindicato quedó pronto repartido.

Hollywood y el Hampa: demasiada intimidad para llevarse bien

El siguiente paso de Nitti consistió en proyectar a Browne a una supuesta presidencia del sindicato a escala nacional. Si esto podía hacerse en la Ciudad del Viento, podría hacerse también a mayor escala. La estrategia para manipular las elecciones en la inminente convención de la IATSE en Louisville se delineó en una serie de encuentros entre Nitti y figuras del submundo tan notorias como Paul «Camarero» Lucca, Lepke Buchalter de Asesinatos S.A. y Lucky Luciano. Luciano garantizó que los delegados de Nueva York apoyarían a Browne. Bioff llevó desde Chicago un escuadrón de matones para asegurarse la elección de Browne.

El nuevo presidente se apresuró a designar a Bioff delegado internacional. Bioff fue directamente a Tinseltown. A partir de entonces, Browne pasó a un segundo plano y Bioff se convirtió en el principal negociador del sindicato. Pidió a Chicago refuerzo de gorilas y matones; las asociaciones que se oponían fueron sofocadas mediante amenazas y malos tratos. Los trabajadores disidentes de los estudios fueron convencidos para unirse a la IATSE.

Se dio a entender muy pronto a los jefes de los estudios que si Bioff no obtenía lo que Bioff buscaba —dinero, y en cantidad—, la industria cinematográfica quedaría paralizada por una serie de huelgas de proyeccionistas en todo el país.

El poder de Bioff y Browne se extendió de costa a costa, hasta el punto de que el mismo Nick Schenck, presidente de la Loew’s Inc., que controlaba la MGM desde Nueva York, pronto les hizo una visita. Bioff exigió 2.000.000 de dólares, o algo así. Schenck mantuvo una apresurada conferencia telefónica con Sidney Kent, presidente de la 20th Century Fox. Decidieron formar un frente común contra los gangsters. Les pareció claro a los dos que, cuando Bioff amenazaba de huelga hasta el último estudio de Hollywood, no lo hacía de la boca para afuera. Al día siguiente, Kent y Schenck visitaron a Bioff en su habitación del Warwick Hotel. Schenck llevaba 50.000 dólares en efectivo en una bolsa de papel marrón; y Kent, 25.000.

Desde la cumbre de su poder, Bioff llegó a tratar a los jefazos de los estudios como a botones de oficina. En cierta ocasión, cuando el portero de la Warner le impidió pasar sin credenciales, Bioff telefoneó a Jack Warner y le ordenó que bajara personalmente a buscarlo. En otra, cuando Bioff se negó a negociar con la Paramount, el jefe de estudio Ernst Lubitsch se vio obligado a hacerle una visita.

Bioff, además, obligó a los estudios a nombrarlo «agente» suyo para la compra de celuloide virgen. Jules Brulator, distribuidor de la Eastman en Hollywood, tuvo que aceptar la extorsión si no quería que una bomba estallara en sus almacenes. Bioff recibió una comisión de 7 % sobre todo el material comprado por la MGM, la Fox y la Warner. De este modo el sindicato se hacía con unos 150.000 dólares anuales.

A cambio de mantener congelados los salarios de los miembros de la IATSE, Bioff se alzaba con jugosos sobornos. Llegó a recaudar millón y medio de dólares al año. Estas sumas se repartían con el sindicato.

El principio del fin sobrevino para Bioff cuando sacó de sus casillas al irritable y escrupuloso editor del «Daily Variety», el viejo Arthur Ungar. Ungar no pudo ser sobornado ni con dinero ni con amenazas. Muy pronto empezó una campaña contra la excrescencia de Chicago.

Encontró un aliado en Robert Montgomery, presidente del Gremio de Actores de Cine, a quien alarmaban los intentos de Bioff por hacerse con el control del GAC. Montgomery contrató a un detective privado para que hurgara en el pasado de Bioff, desenterró pruebas de su condena por proxenetismo y ofreció el material a Ungar para que lo publicara en el «Daily Variety». Las campañas de Ungar y Montgomery empezaron a tener eco. Westbrook Pegler, columnista de Hearst y rastreador de escándalos, se unió a ellos y escribió varios artículos donde despellejaba al dirigente de la IATSE.

La gota que colmó el vaso llegó cuando el gobierno federal, que había estado esperando una oportunidad para intervenir, fue alertado por los inspectores de hacienda que Joseph M. Schenck había extendido a Bioff un cheque por valor de 100.000 dólares. Schenck, presidente del consejo de la 20th Century Fox y presidente de la Asociación de Productores Cinematográficos, alegó —y más tarde declaró bajo juramento— que había entregado el dinero a Bioff en concepto de préstamo. Cuando salieron a la luz las circunstancias reales de ese pago, Schenck (productor de la mayoría de las grandes películas mudas de Buster Keaton) fue procesado por perjurio y condenado a un año de prisión. Lo privaron de la ciudadanía norteamericana. (No obstante, por contribuir habitualmente a las campañas del Partido Demócrata, Schenck, en seguida recibiría el indulto del presidente Truman; se le devolvió la ciudadanía y volvió a la Fox en calidad de productor ejecutivo).

Escarmentados, los jefes de estudios fueron confesando uno a uno cómo habían manipulado sus libros de contabilidad para ocultar los sobornos que entregaban al distinguido «delegado internacional» de la IATSE. El 23 de mayo de 1941, ante el tribunal federal de Nueva York, Bioff y Browne fueron acusados de extorsionar sustanciosas sumas ala Fox, la Warner Bros., la Paramount y la MGM. Bioff fue sentenciado a diez años; Browne a ocho.

Bioff fue enviado a Alcatraz y no pudo contener la lengua. Dio los nombres de siete facinerosos de Chicago que lo habían ayudado a tambalear toda la industria cinematográfica. Uno de los siete era Frank Nitti, ex colaborador de Al Capone. El día en que se formularon públicamente los cargos, Nitti se pegó un tiro en la cabeza junto a los raíles de un andén de carga de los suburbios de Chicago.

Una vez cumplida su condena, Bioff se estableció en Phoenix, Arizona, con el nombre de Willie Nelson, inversor de valores. El 4 de noviembre de 1955 tenía la intención de visitar la oficina de Phoenix para vigilar sus valores. Subió al coche, hizo girar la llave y voló por los aires. Nunca se descubrió quién había colocado la bomba y, si se descubrió, nunca se reveló.

Puede obtenerse una idea general de lo que fue ese sórdido asunto rastreando en una reunión de Productores y Distribuidores Cinematográficos de América, convocada para discutir un acuerdo con Bioff. Cuentan que en esa ocasión Samuel Goldwyn, príncipe de los despropósitos de Hollywood, profirió su más inefable ocurrencia: «Caballeros», dijo poniéndose el sombrero, «considérenme metido fuera [include me out)».

Bioff y su abogado durante un descanso del juicio

Hollywood Babilonia 2
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