William Tatem Tilden II, más conocido como Big Bill Tilden, era la figura absoluta del tenis norteamericano allá por la segunda década del siglo XX. Hollywood lo mandó amar. Provisto de sus raquetas, Tilden vino corriendo y protagonizó varias películas mudas del estilo Buen Chico Estudiante Virginal a la Americana. En los años treinta pasó a ser rostro habitual de los documentales deportivos de la Universal e hizo de comentarista para algunos films de la British Lion.
Aunque en la pista fuera una fiera, Big Bill era de una timidez tan enfermiza, tan patológica (el embrujo de Mamá) que jamás se atrevía a desnudarse en el vestuario ni en la ducha. No solía siquiera bañarse después de un partido movido. Su tufo era legendario: el fétido olor a cabra que desprendían los sobacos de Tilden bastaba para provocar el desvanecimiento de una chica a quince metros de distancia. Si alguna vez tuvo un amigo íntimo éste jamás se lo dijo.
Su madre, Selina, se empeñó en afeminarlo. Hasta los dieciocho años lo llamó «June». Creció intocado por hombres o mujeres. El desvelo y la ruina de Bill eran los niños.
Tilden fingía perseguir a algunas de las estrellas más cotizadas de Hollywood. En la pista se rodeaba siempre de una corte de rozagantes recogepelotas, impúberes ganímedes de pantaloncitos cortos blancos. Cierto observador astuto de Wimbledon señaló: «Es como si Tilden llevara un harem de recogepelotas». El observador en cuestión era Vladimir Nabokov, quien años más tarde convertiría a Tilden en Ned Litam, instructor de tenis de Lolita en la ya clásica novela de infantil coquetería heterosexual.
Tilden era la celebridad agasajada en las pistas de Hollywood durante los años veinte: jugó con Valentino, Louise Brooks, Clara Bow, Ramón Novarro y Chaplin.