PROLOGO
ESTABA en mi ataúd. ¿Por qué me habrían enterrado boca abajo?
Pasaron unos segundos y me di cuenta de que respiraba. Los acontecimientos se habían sucedido con demasiada rapidez. ¿Me hallaba otra vez en el portaequipajes de aquel coche?
El cerebro está demasiado embotado para responder a algunas preguntas. Al principio creí que no podía ver nada, que estaba de bruces sobre la nada, sobre una especie de negro terciopelo, a muchas brazas de profundidad, en el suelo de una tumba. Saqué la lengua y noté el sabor del plástico, como si chupara la punta de una escuadra en una clase de dibujo lineal en el colegio.
A veces la mente trabaja con demasiada lentitud.
Allá a lo lejos, unas formas nocturnas comenzaron a desfilar ante mis ojos y supe dónde estaba. Cuanto se había dicho y hecho, conducía a este momento. También eso lo comprendí de pronto.
Yo debía haber hecho mis «deberes escolares». Ahora ya no valía la pena quejarse, pero en la labor del Servicio de Inteligencia hay definiciones tan precisas como las que utilizamos en los problemas científicos, y si hubiera prestado más atención a Sloane, haría semanas que hubiera sabido y entendido aquellas definiciones. El proyecto Rana-Arbórea era una operación de camuflaje.
Esperaba que alguien hablara. Lógicamente tenían que hablarme. Pero sólo cuando ya estaba seguro de que no iban a hacerlo, que me habían dejado solo, y que también esto, formaba parte de la operación, oí la voz de Andy que susurraba a mí oído...