Aeropuerto Madrid-Barajas
Tienen todavía algún tiempo antes de embarcar y Paula y Sansprénom deciden tomarse un café en una de las cafeterías del aeropuerto. Han pasado los controles y nada más cruzar el arco detectametales ya huele a perfumería taxfree.
—Se me va a meter este olor en la boca y no me va a saber a nada el café —dice Paula.
Sansprénom le sonríe y le coge la mano blanca y fría. Casi de inmediato se la lleva a los labios.
—Tienes los dedos helados, con el calor que hace ya.
—No lo puedo evitar. Se han acostumbrado tanto a ir cubiertos que ya no cogen temperatura. Parece que estoy muerta.
—No digas eso, mujer.
—Ya, bueno, es un decir, ya me entiendes.
—Si, pero no deja de ser extraño que digas la palabra «muerta» después de toda la historia de la novia de tu tío.
—¿Pero no habíamos terminado ya con eso?
—Sí claro, ¿pero no te da pena no haberlo encontrado?
—¿Al Asesino?
—Sí, imagínate que vuelve a matar y nosotros no hemos hecho nada. Nos hemos ido de vacaciones como si nada.
—Todavía no nos hemos ido. Y lo que tenga que ser será. No hay asesinato perfecto, ya lo pillarán tarde o temprano, si no por este, por otro.
—¿Sigues convencida de que volverá a asesinar?
—Ya sabes que sí.
—Bueno, entonces me preocupa todavía más.
—A mí lo único que me importa es que esto nos ha hecho más fuertes.
Sansprénom sonríe de forma abierta y la aprieta un poco contra su costado.
—Sí, eso sí es cierto. Ahora estoy contento contigo, con cómo estamos.
—¿Antes no?
—Antes no era libre.
Piden un par de cafés y se sientan en una mesa de madera de tres patas que además está un poco coja. Las tazas tiemblan al dejarlas pero de alguna milagrosa forma no se vierten. Se van a ver Petra y esa seguridad deja un escalofrío de placer en las manos heladas de Paula.
A Sansprénom, sin embargo, le parece que algo le ha quedado por decir o por resolver, algo como un poso lejano que no se ve capaz de recordar. Hay una cuestión que enturbia la felicidad de su viaje, sentirse acompañado por fin. Paula es maravillosa, ¿por qué no se había dado cuenta antes? Y si se había dado cuenta, ¿por qué se había empeñado tanto en estropearlo? Al final, lo que dice en voz alta es la conclusión a esas reflexiones, lo que hace que Paula se quede unos segundos sorprendida antes de reconstruir mentalmente el proceso que ha llevado a esa conclusión:
—El miedo es lo único que nos impide ser felices.
(Segundos de silencio protagonizados por la cara de sorpresa de Paula, la mirada gacha de Sansprénom hipnotizado por su propio café y el sonido habitual de un aeropuerto consistente en órdenes e indicaciones en diversos idiomas. Después la mirada de ella se recompone porque ha logrado llegar al pensamiento que Sansprénom tenía antes de expresar sus conclusiones).
—Ya. Pero ya no hay de eso, ¿no?
—Es que me siento un poco culpable todavía, pequeña. Mi miedo te ha podido hacer mucho daño.
—Pero ya estoy dispuesta a recibirlo, ¿no te has dado cuenta? Enterramos mis guantes.
Ahora se miran de nuevo a los ojos y sonríen recordando el pequeño e íntimo funeral. Pero hay otra cuestión que preocupa al gigante. Una cuestión que podría resumirse en cinco palabras: el descubrimiento de su bestia.
—Me has enseñado a ser libre, Paula, pero también que puedo llegar a ser malo, a ser un monstruo, que cualquiera puede serlo.
—No quieres ir a Jordania conmigo.
—Pero, ¿qué dices?
—Estás excusándote, como si te fueses a dar media vuelta en cualquier momento para salir corriendo.
—No, no es eso, es que pensaba en Didier y en tu tío Pedro. A mí no me importa haber aprendido que puedo ser una bestia, ya no me importa. Al principio me dio miedo, pero saber que llevo algo así en mi interior también me ayuda. Me asusta pero me excita, no sé si me entiendes.
—¿Te excita tu bestia?
—No, boba. Es que siempre me he sentido un poco manejado, un poco títere y yo mismo me he dejado llevar por esa creencia, permitiendo que me mangoneasen, que todo el mundo pensase por mí. Pero descubrir que además de un cordero puedo llevar dentro un lobo me gusta, me enseña que puedo elegir. Da miedo tanta libertad, pero es necesaria.
—Vale, ahora sí que te sigo. Y crees que a Didier y a Pedro el haber seguido el camino de pistas del Asesino, llegando a la conclusión de que podría haber sido cualquiera es lo que les ha asustado, ¿no?
—Exacto. Creo que con nuestro pequeño juego hemos quebrado su inocencia.
—Ya. A mí no me deja de parecer curioso que ambos hayan decidido abandonar al mismo tiempo, que los dos me hayan llamado a mí y me lo hayan expresado con palabras tan similares, como si el uno fuese el doble del otro de alguna manera.
Sansprénom se ríe:
—¿Vamos a jugar a los dobles otra vez?
—Bueno, supongo que todos somos los dobles de alguien en algún momento.
—Tú y yo no. Tú y yo somos los complementarios.
—Si me dices eso no me voy contigo a Jordania.
—¿Por qué?
—Porque me derretiré y seré solo un charquito en el suelo del aeropuerto. No sé cómo pretenderás tú llevarte un charco en un avión.
—Estás loca.
—No, ya no. Ahora estoy más cuerda que nunca. Y creo que tienes razón en lo de Didier y Pedro. Les hemos mostrado su bestia al mismo tiempo que nuestras fuerzas se equilibraban, que tú aceptabas tu monstruo y yo dejaba de serlo, y no les ha gustado verse, saberse como asesinos potenciales. Pero es que todos somos asesinos potenciales, aunque la mayoría se lo oculta tras un denso maquillaje de convenciones sociales.
—La vuelta a la normalidad que decían ellos por teléfono.
—Y mejor así, deben pensar, qué bien estaban ellos en su ignorancia dulce, cuando nadie tenía muertes violentas si no era por televisión, cuando no había que plantearse los deseos de ver muerto a un ex o el gusto que se le está cogiendo a recortar en la página de sucesos.
—Muy bien, peque, veo que estás empatizando cada día mejor.
—Es que soy una chica lista, te lo advertí siempre. Aprendo deprisa.
—Pobres esos dos, ¿no? ¿Ahora qué van a hacer con sus vidas después de saber lo que saben de ellos mismos? No se puede volver atrás en el tiempo, no se puede borrar lo que se sabe y volver a la ignorancia, es imposible.
—Pero lo intentarán como mejor puedan. Creo que si apostamos fuerte por su futuro acertaremos. Solo hay que pensar como ellos. Para pescar un salmón hay que pensar como un salmón, ya sabes.
—Didier se pondrá a beber y a follar como un loco vicioso porque considera que la juerga es su normalidad. Porque cree que los cuerpos ajenos borran las manchas de los propios, aunque esas manchas estén en el corazón, muy dentro. Es su método, aunque no considera que, tras la resaca, el problema o la pesadilla de David Lynch, como él dice, siguen ahí y seguirán.
—Y mi tío se afianzará en su idea de que, de golpe, es un hombre atractivo y un matahembras. Cogerá solo la parte en la que antes ninguna mujer lo miraba, y ahora una modelo se le tira a los brazos desde la puerta contigua. Se seguirá muriendo de amor por su chica muerta e intentará remedar todos los errores cometidos con ella en la nueva, hasta que esta se canse de no ser la que ocupe todo el espacio real y sentirse desplazada por un fantasma.
—Eso suena a identificación con Olga Plath.
—Eso suena a verdad como un puño. Porque mi tío no tendrá en cuenta que cada uno no solo es diferente con cada persona con la que se relaciona, sino que cada relación es distinta. Es una lección que va a tener que aprender. Y puede que esa mujer no tenga ni la paciencia ni la motivación para aguantar que su hombre haga examen de conciencia con ella.
—¿Te sientes el doble de Olga Plath en esa situación?
—Borra esa mueca de burla de tu cara. En absoluto me siento la doble de nadie ahora mismo, pero no serás capaz de negarme que es cierto esto que te digo.
—En absoluto, Dios me libre.
Se ríen los dos mirándose a los ojos como de nuevas, como si tuviesen unos cuerpos nuevos y una forma distinta de volver a empezar. No todo el mundo tiene la oportunidad de empezar otra vez después de haber perdido la inocencia. Pero ellos sí, son conscientes y se sienten afortunados. Han pasado por mucho para estar ahí ahora, muchas pesadillas propias y ajenas. Se cogen de las manos sobre la mesa. Sansprénom piensa que es extraño verse así cuando había creído que Marga era la mujer de su vida. Pero puede que Paula tampoco lo sea y de nuevo la caída y el recomponer los pedazos. Pero supone que valdrá la pena. No hay ganancias si uno no se arriesga. Si uno tiene miedo no vive. Es extraño mirarla y ver cómo sonríe, cómo mueve las manos al hablar. Parece otra mujer distinta, una nueva y mejor, o es que quizá ha aprendido a mirarla. Si enumerase las veces que ha creído que su historia con ella acabaría en un aeropuerto le faltarían dedos. Se veía con mucha frecuencia huyendo de esa mujer, con demasiada frecuencia, quizá. Pero ahora tiene la certeza de que jamás podrá despedirse de ella, como si todas las noches pensase en decapitarla pero ella lograse vivir hasta el día siguiente contándole un cuento. Paula Sherezade, Paula encantadora de serpientes, Paula vicio. Sí, ella ha logrado mantenerlo ahí a pesar de su miedo, mostrándole quién es y dónde están sus heridas; así que sí, un aeropuerto, pero los dos del mismo lado del control en vuelos internacionales, los dos regresando al origen, a la roca escavada, al centro del universo.
Y ahora se le han pasado las ganas de huir. Ahora se ha enganchado al espejo que ella sostiene en sus encantadoras manos ya desnudas. Le gusta mirarse en ella. Siente que es la primera vez que de verdad disfruta. Es muy consciente de que Paula jamás sería capaz de juzgarle, que todo le parece bien o al menos respetable, que está sentada frente a él de forma paciente. Con ella no hay que poner cuidado en lo que se dice y en lo que se hace, no hay que ser romántico ni ambicioso ni nada que no sea ser él mismo. Con Paula se puede ser natural y hablar de todo. De todo menos de amor, quizá, porque eso todavía duele si se nombra. Porque le causa inseguridad decir palabras tan grandes cuando todavía se está aprendiendo a andar en ese terreno sin tambalearse. Ella le quiere, de eso está seguro. Pero Sansprénom no puede todavía definirse. Supone que a ella no le importa. El miedo es lo único que nos impide ser felices, es muy consciente, pero todavía hay algo de miedo. Él la ha transformado también, ha hecho que la diosa impertérrita del horror sea dulce y sea humana, lo que la hace vulnerable. Si luego no fuese cierto, si después fuese todo un fogonazo de fascinación y nada más, no podría soportar ver cómo se hunde. Pero eso ahora no importa. El tiempo pone a cada cual en su sitio (aunque habría también que preguntarse si ya está en su sitio y todavía no se ha percatado de ello) y ya lo irá viendo. Ahora solo el aeropuerto y el llamado de su vuelo porque van a abrir el embarque a Jordania para que ella vea las piedras que tanto desea ver. En fin, no deja de ser curioso que por culpa de Indiana Jones.
Se ponen a la cola. Paula parece excitada y se apoya en él, la cara pegada al pecho del gigante, los ojos cerrados. Él siente que le gusta el contacto de esa cabecita pequeña, que le gusta acariciar su pelo largo y castaño cuando ella hace eso. Que disfruta cuando Paula le toma la mano y la lleva a su cara mientras esperan para besarle la palma como si esa enorme palma fuese algo digno de adorar. Sonríe. Sí, quizá se está complicando demasiado la existencia con grandes dudas y grandes palabras cuando el amor es algo sencillo y pequeño que simplemente sucede. Sí, quizá sea eso.
—¿Has visto? —dice Paula.
—¿El qué? —lo ha sacado de su ensoñación y anda un poco despistado.
—Eso, a esa chica, la que está hablando con la azafata que revisa los billetes.
El escalofrío, la duda, la excitación y luego la sonrisa porque comprende a Paula, lo que Paula está diciendo y además reconoce a la chica como si fuese el eco lejano de una canción que una vez se escuchó pero que ya no suena más porque también matamos a ese fantasma.
—Pero cielo, es… ¿tú crees que es…?
—Sí —corrobora él sonriendo—, es Marga. O al menos su hermana gemela desaparecida.
—¿Va en nuestro vuelo? —Paula no puede disimular un temblor en la voz.
—No, creo que pregunta por el suyo. Ya se va.
—¿Vas a saludarla?
—No, ¿para qué?
Es extraño decir esas palabras y pronunciarlas con esa seguridad. Es raro por completo, nunca creyó que iba a ser así. Después de todo a veces la historia no tiene por qué seguir el curso que uno se había marcado en la cabeza. Claro, Marga reaparece en un aeropuerto, donde se supone que todo termina. Pero es que ni siquiera mirarla pasar es lo que tiene, que quizá no todo es un final sino un principio. Que las cosas grandes siempre tienden a quedar olvidadas en algún remoto cajón del pasado, dejando que sobrevivan las pequeñas.
—Como las cucarachas después de una bomba atómica —dice en voz alta.
Paula lo mira todavía un poco pálida, pero esta vez no es capaz de adivinar qué ha llevado a ese hombre grande, sonriente y satisfecho a decir semejante cosa. Y tampoco tiene tiempo de averiguarlo porque él la besa y le dice que van a ir despacio pero seguros, porque hay que ver cómo funcionan las cosas poco a poco para que dure.
—Claro —dice Paula sin entender.
—En nuestro caso la vuelta a la normalidad es lo desconocido. ¿No te parece excitante?
—¿El qué? No entiendo.
—El intentarlo, cerrar los ojos al miedo y después ver que no hay nada que temer.
—Ahora sí, ahora sí que entiendo, gigante. Gracias.
—¿Por qué?
—Por el salto al vacío.
Enseñan los billetes y los pasaportes. El pasillo es como una enorme lombriz metálica que lleva directamente al centro de gravedad del mundo, donde uno se marea y piensa en el futuro. Después cierra los ojos y salta hacia el presente para sentarse en un avión con alguien que, después de todo, entiende lo que entiende y eso es bueno. Tan bueno que Sansprénom apenas puede esperar a saber si todo eso se corresponde con las grandes palabras.