6

Cuando Machray volvió después de dirigir la Gran Partida con Mary Hardy cabalgando a su lado, él se comportó como si entre ellos todo siguiera igual que siempre. Cora se despertaba con las primeras luces con él roncando a su lado, el volumen y el calor de su cuerpo recordándole a High Red de tal manera que le escocían los ojos y sentía irritación en la garganta. ¿Dónde estaría Red? Muerto, probablemente. Ya estaría muerto. Aunque le hubiera dejado el dinero, perdiéndolo, y a él también, ya estaría muerto de todos modos. Sabía que Machray le pediría dinero.

Había practicado mentalmente cómo responderle. Tenía tres respuestas posibles para darle. Finalmente decidió decirle que sí a cambio de que le prometiera echar a Mary Hardy de su lado.

Así que cuando se lo pidió, le dijo que sí, pero a un interés anual del veinticinco por ciento, que era lo que él pagaba, según sus informaciones, por otros préstamos que había contraído. Él asintió y dijo que le parecía bien. Nada se dijo de Mary Hardy.

Desde que lo eligieron para dirigir la Gran Partida, había estado muy alegre, ya no bebía media botella de whisky diariamente ni pedía dos chicas a la vez. Se había vestido con mucha elegancia para pedirle el préstamo, lo que ella consideró adecuado, con su traje a cuadros y camisa blanca de cuello alto, y corbata de nudo ancho. Adoptaba una postura muy aristocrática, con una rodilla flexionada, una mano a la espalda, y sujetando con la otra un cigarro aún sin encender.

—No voy a andarme con rodeos, querida —le dijo. Si sentía vergüenza por pedir dinero a una mujer, que además regentaba un prostíbulo, no lo demostraba—. También he pedido a Livingston otro préstamo. Es de familia adinerada.

—Entonces no ha trabajado tanto como otros para ganarse el dinero —repuso ella.

Machray sacó hacia delante su voluminosa barbilla y, entornando los ojos, la miró con desdén.

—No tema. He apretado las clavijas al viejo Minton, y sus amigos judíos y él mismo tendrán que responder aunque les siente como una patada en el estómago y se pongan a chillar como cerdos castrados. Les he telegrafiado para decirles que si no me adelantan el dinero para que el matadero abra sus puertas este otoño, entonces quedará inactivo hasta la primavera. Eso les pone en un apuro. Dentro de un mes habrá recuperado usted el dinero. De eso estoy seguro.

—Una vez me pidió dinero otro hombre. Le dije que no, porque por un lado perdería el dinero, y por otro lo perdería a él.

Machray inclinó cortésmente la cabeza.

—Era para salvarle la vida.

—Le entregaré un pagaré personal por diez mil dólares, querida mía.

Sólo un imbécil pediría más garantías, y una de las conclusiones a que había llegado, acostada a su lado al amanecer, era que si una persona no era idiota al menos una vez en su vida, su existencia no valdría la pena de ser vivida.

—Creo que con un poco de suerte y dinero el matadero podrá empezar a funcionar dentro de quince días —prosiguió él, paseando a grandes zancadas por la habitación con el puro entre los dientes y las manos a la espalda—. ¡Qué espléndida inauguración daremos entonces! Banderines, fuegos artificiales y juegos campestres, y alcohol corriendo como agua, y buey asado. ¡Yo sacrificaré al primer animal, desde luego! Menuda celebración daremos, querida. ¡Las Bad Lands nunca olvidarán ese acontecimiento!

—¡Hay cosas más importantes en que gastar el dinero que en alcohol y fuegos artificiales, Machray!

—No es así —replicó, deteniéndose para lanzarle otra mirada desdeñosa—. Querida mía, creo que estoy en peligro de muerte. No me preocupa mucho mi persona, pero soplan malos vientos. Hay por ahí un odio tremendo. Acaban de soltar a esos tipos bajo fianza, como ya sabe. Creo que nunca los llevarán a los tribunales; y quizá sea mejor así. ¡Pero cuantas intrigas de venganza! No tengo intención de dejar que me cacen para aplacar su furia, pero ¿cómo enterrar esas nubes oscuras que penden amenazadoras sobre las Bad Lands? ¡Con fuegos artificiales y alcohol, y juegos campestres! —concluyó—. Y, por supuesto, con beneficios. El precio de la carne está muy bajo actualmente, cuatro dólares el quintal. Yo pagaré tarifas más altas que en cualquier otra parte, y la despacharé directamente a los mercados del Este.

—La Asociación de Ganaderos no le venderá a usted, Machray. Sólo podrá adquirir los animales de inferior condición del rodeo de los granjeros.

—¿Qué no me venderán a mí? Espere a que se enteren de lo que voy a pagar. Entonces, todos esos viejos cabrones, sanguinarios y amargados harán cola. Ah, será maravilloso ver cómo dan las gracias y hacen reverencias cuando les vaya entregando los cheques. ¡Entonces toda la vieja enemistad quedará sepultada en lo más profundo del océano! ¡Y usted habrá tenido su parte en eso!

Si le contestaba que no le importaba mucho la parte que tuviera en todo aquello, y que el concepto que él tenía del perdón, la naturaleza humana y la gratitud no coincidían con el suyo, él diría que bueno, pero ¿acaso no se había pasado la vida en un burdel? De modo que se limitó a decir que su dinero, y el de Livingston, no duraría mucho con ese magnífico plan.

—¡Ah, eso es lo bonito! —exclamó—. ¡Porque con esos rebaños haciendo cola para el matadero y ganando dinero a manos llenas, los telegramas, por decirlo así, volarán como hojas de otoño! ¡Ah, las carreras desde la sala de juntas a la oficina de telégrafos y viceversa! ¡La lluvia de libras esterlinas! ¡Porque la idea de perder beneficios es un tormento para los judíos de Glasgow!

Nunca había conocido a nadie que se engañara tanto a sí mismo, aunque casi la convenció a pesar de todo. Pero Machray se calmó lo suficiente para añadir que le plantearían exigencias a las que tendría que hacer frente.

—Tendré que admitir a un nuevo administrador.

—Creí que no iba a pasar por eso, Machray.

—No estaré aquí para verlo, querida mía.

—¿Volverá a Escocia?

—¡A México! —dijo él—. Hay una enorme mina de plata perdida, ¿sabe? ¡La Mina Tayopa, una de las más ricas de todo México! Esa mina mantuvo España a flote durante siglos. ¡En las montañas, muy arriba! ¡Cuando la revolución se puso en contra de los hidalgos la ocultaron! Los pobres diablos que trabajaban en la mina, un pueblo entero, fueron asesinados hasta el último hombre. Han pasado cincuenta años, y nadie la ha encontrado todavía. ¡Pero ahora existen métodos modernos, científicos, que ciertos hombres pueden utilizar para encontrar la Tayopa! ¡Qué aventura! —exclamó, cacareando como un gallo—. Un gran amigo mío quiere trabajar conmigo. ¡Ganaremos una fortuna!

Y así continuó, pasando de una cosa a otra. Eso la llenó de pesadumbre. Quien trabajara duramente para conseguir beneficios era un judío, pero buscar fortuna era algo propio de un lord. Y parecía que le adivinaba el pensamiento.

—Un caballero de mi posición necesita fortuna, querida —afirmó, con una sonrisa irónica—. No puedo seguir pensando únicamente en la aventura. Un hombre tiene que sentar la cabeza en la edad madura.

Ella pensó que nunca llegaría a la edad madura, por una razón o por otra, al sentir cómo retemblaba la casa cuando bajó las escaleras con aquellas fuertes pisadas que, estaba segura, algún día escucharía por última vez. Lo observó por la ventana mientras se dirigía a su oficina, con el sombrero de seda y el puro en la boca, satisfecho de sí mismo y del mundo. No era un hombre que llevara encima odios ni viejas afrentas como si fueran una carga.

Aquel mismo día Mary Hardy fue a verla. Se había trasladado al hotel y se marcharía de la ciudad en cuanto arreglara unos asuntos con su madre.

—¡Figúrese! ¡No pasaré un invierno más en las Bad Lands! —dijo Mary con su brillante sonrisa, añadiendo que nunca olvidaría la amabilidad con que la había tratado cuando estaba desesperada y perdida—. Siempre le estaré agradecida, señora Benbow.

Ella le dijo que era un milagro que su mano hubiera mejorado tanto. Mary se puso colorada, colocando la mano, que parecía de porcelana, como tenía por costumbre.

—Creo que eso también debo agradecérselo a usted y a su órgano, señora Benbow.

Mary llevaba el vestido negro que se había puesto para el funeral, y cintas negras en el pelo. No se parecía en nada a la niña con coletas de que se disfrazaba para tocar el órgano. Quizás olvidara todos sus agravios ahora que Yule Hardy estaba bajo tierra. Era una muchacha lista que prosperaría en la vida, ahora que ya no estaba «perdida». Nunca acabaría en un burdel ni en el arroyo, y jamás consideraría siquiera prestar dinero a un hombre como Machray.

—¿Tienes dinero suficiente para el viaje, y para instalarte en California?

—¡Gracias a usted, señora Benbow!

—Gozas de popularidad entre los hombres, y siempre podrías ganar más.

La muchacha se sonrojó graciosamente. Parecía que, con sólo apretar algún botón, conseguía que el rubor subiera inmediatamente a su rostro. Sin duda planeaba casarse con un hombre acaudalado. La sorprendía que no hubiera puesto los ojos en Livingston. Ahora era un habitual de Maizie, que decía que se había vuelto bastante fogoso, habiendo olvidado ya lo de dibujarla con el torso desnudo.

Le preguntó si llamaría a su madre para que viviera con ella una vez que hubiera encontrado una posición en la vida.

—¡Santo Dios, no! —exclamó Mary, riendo ante tan ridícula idea, apretándose la pálida mano contra el pecho—. Jeff y ella se ocuparán del rancho Palisades, ya sabe. ¡Y yo tengo intención de viajar!

Se puso a hablar de los lugares que deseaba visitar una vez que se hubiera liberado de las Bad Lands. San Francisco y Nueva York, Europa y México.

Cuando Mary se marchó, después de besarla y darle las gracias de nuevo, empezó a pensar, con un dolor como el de una puñalada en el corazón, en los lugares que Mary Hardy había mencionado: Mary esperando en San Francisco hasta que Machray se reuniera allí con ella, acompañándolo a México hasta que él ganase su fortuna, y después a Nueva York y Europa; Mary dándole las gracias una y otra vez por hacer posible que ella se fuese de las Bad Lands, y también por dar a Machray la posibilidad de marcharse para reunirse con la muchacha en San Francisco.

Levantó la tapa del frasco de sales y se sentó con los ojos cerrados, aspirando la acre fragancia que le subía por la cabeza como fuego helado.

Justo en aquel momento subió Wax con el mensaje de que Bill Driggs había estrangulado a Jake Boutelle en la cárcel de Mandan y necesitaba dinero para un abogado y evitar la horca.