Introducción
Mi labor es la de enseñar artes marciales a las personas que me eligen para llevar a cabo dicha tarea. Mediante la enseñanza de las artes marciales me he visto inmerso en un rol en el que soy un referente para gran parte de mis alumnos. Cuando alguien se convierte en un referente puede que se sienta superior a los demás, que llegue a creer que tiene una posición que lo convierte en alguien más especial que el resto.
Gracias a mi vocación docente, llegué a tener la oportunidad de escribir algún libro y, por lo tanto, de que más personas conocieran mi trabajo y, en algunos casos, también me convertí en un referente para las personas que no asisten a mis clases y poseen una visión sesgada de mí y de lo que procuro transmitir.
Cuando me obligué a hacer una introspección para analizar la posición relativa que ocupaba, empecé a pensar en los muchos aspectos de mi persona que debería mejorar para no caer en el cinismo y la hipocresía; para no dar a los demás una imagen vacía, una simple pantalla en la que se reflejaran valores o virtudes que no hubiera interiorizado. Comprendí que soy una persona y que, como tal, tengo muchos defectos y aspectos mejorables de mi conducta y de mis ideas. Pero al realizar esta introspección, tal vez fui demasiado duro conmigo mismo, a juzgarme con excesiva severidad, restándome los muchos o pocos méritos que pudiera tener, para enfocar una lente de aumento en lo que era mejorable o decididamente negativo en mí.
Al seguir esta línea, también juzgué a los demás con dureza. En aquel entonces fuimos testigos de un atentado terrorista que arrebató la vida a cientos de personas inocentes; personas que sencillamente pasaban por allí mientras se disponían a realizar sus rutinas diarias. Cuando presencié tal monstruosidad, no solo pensé en los cientos de personas muertas, sino que, además, empecé a pensar que además de haber arrancado a un ser humano su vida, también habían sido aniquilados sus sueños, afectos, ilusiones... Y que todo ello lo convertía no solo en un hecho terrible, sino en una tragedia inconmensurable de dolor y pérdida. Mis ojos, clavados en la pantalla de televisión, asistían con estupor a algo tan profundamente doloroso que no podía apartar la vista.
Pero, entonces, vi imágenes en las que servicios de emergencia, policías, bomberos, enfermeros y muchos más profesionales, se adentraban en el ojo del huracán para tratar de salvar las pocas vidas que pudieran quedar, asistir a los heridos y enfrentarse a la posibilidad de perder la vida. Dudé que fuera posible —pues he estado en uno de esos cuerpos profesionales— que pensaran en sus sueldos... Ni siquiera en ellos mismos. Sencillamente, entraban en el lugar del que los demás huían. Seguí atento y, entonces, empezó a ocurrir el milagro. Algunos heridos e incluso quienes pasaban cerca del lugar del atentado empezaron a colaborar, todos a una, para ayudar a salvar vidas, atendiendo a los que habían sufrido terribles amputaciones.
Cuando la sociedad está tan dividida, cuando parece que cada uno va a la suya y que no podrás encontrar diez justos en Sodoma, resulta que, de repente, la gente deja de ser gente y pasan a ser personas que colaboran, sin pensar en ideologías, banderas ni credos; se unen como una gran masa de amor y compasión y arriesgan sus vidas, todo lo que son y tienen para ayudar, dar consuelo, para demostrar que, a pesar de lo que nos intenten inculcar, el Ser Humano puede sortear cualquier obstáculo y convertirse en algo maravilloso y digno de admiración.
Tropecé con la idea, que me asaltó con gran virulencia, llenándome el alma, de que todos somos héroes. Héroes.
Y empecé a admirar la capacidad latente de cada hombre y mujer de poder llegar a ser un milagro en sí mismo.
¿Y en qué puedo ayudar yo? Pensé que, desde mi privilegiada posición profesional, podía contagiar ese heroísmo, creer en cada Ser que tuviera a bien aceptarme como maestro y en su capacidad para ser mil veces mejor que él mismo cuando permanece dormido, desconectado de su verdadera esencia. Empecé a escribir las ideas y enseñanzas que durante una clase normal no podía transmitir con detenimiento. Quise ser también un héroe, ayudando a todos los que quisieran en la medida de mis posibilidades.
En el budismo, el karma es un concepto que se usa en general para describir la idea de que nuestras acciones y consecuencias determinan nuestra felicidad o sufrimiento. En realidad, «karma» es una palabra que se puede traducir como «acción», por lo que pensé que esto nos proporcionaba el poder de decidir nuestra felicidad y satisfacción, que cada situación que vivimos puede ser un aprendizaje que nos ayude a mejorar. Mediante las acciones y las intenciones creamos coordenadas vitales que nos permiten tener referencias para interpretar nuestra propia existencia, nuestro día a día.
Yo no soy budista, ni estoy adscrito a ninguna creencia en particular. Mi fe, que podría ser tan irracional o sólida como casi cualquier otra, es la de que la humanidad está compuesta de seres que en muchas ocasiones se juzgan con demasiada dureza, que actúan de tal forma que causan su propio sufrimiento y el ajeno, la mayoría de las veces porque no conocen otra manera de hacer las cosas o de pensar. Pero que, en esencia, ante una tragedia, cuando consiguen superar sus limitaciones autoimpuestas, pueden, sin duda, convertirse en héroes anónimos que poseen las más bellas virtudes. Tal vez, donde muchos ven piedras, yo, en mi humilde interpretación, veo hermosas esculturas y obras de arte.
He escrito este libro con la intención de que sus lectores le den vida y sentido. Para mí lo tiene. Este libro pretende ayudar a sacudir la cabeza y empezar a ver más claro. Quiero aportar agua fresca con la que lavarnos la cara y empezar a ver los vivos colores que nos perdemos en nuestro duermevela gris, donde todo se confunde, donde la vida pasa sin que podamos sortear los obstáculos del exceso sensorial en el que nos dormimos y nos duermen.
Permitidme solo una línea más, por favor. Tengo algo que comunicar desde mi más profunda convicción: la crisis no es de la humanidad. El ser humano no está en crisis, solo lo está el poder de algunos seres humanos egoístas.