7 Causas y consecuencias

Podemos tener la absoluta seguridad de que todas nuestras acciones tendrán una consecuencia. Si bien no podemos hablar realmente de buen karma o mal karma, lo cierto es que sí podemos hablar de consecuencias positivas o negativas.

Estrictamente hablando, ni siquiera las consecuencias son buenas o malas, sino que lo son las acciones.

Por este motivo, cualquier insistencia en este punto es poca: debemos ser plenamente conscientes de nuestras acciones, de lo que decimos, incluso más allá, de lo que pensamos.

El otro día explicaba en clase a mis alumnos que reaccionamos inconscientemente a ciertas cosas cuando en realidad deberíamos traerlas al consciente.

Estábamos haciendo una breve meditación antes de iniciar la clase y lo cierto es que hay que adoptar una posición incómoda y dolorosa para los principiantes: Seiza.

Seiza significa «sentado», y es la posición que utilizan los japoneses para comer y para meditar. Los occidentales tenemos serios problemas a la hora de acostumbrarnos, pues a menudo dicha postura produce dolorosos calambres.

Les comenté que podían cambiar de posición si les resultaba insoportable, pero les pedí que no hicieran el cambio de posición sin resistir el dolor unos segundos más para que fueran conscientes del mismo y de la decisión de cambiar la postura. Hay una enorme diferencia entre reaccionar inconscientemente y hacerlo conscientemente; en ser capaces de percibir lo que ocurre y cómo nos afecta, y luego tomar la decisión que queramos.

Nuestras acciones tienen consecuencias. Si las acciones son conscientes, es decir, ponderadas, podemos tener un mayor control sobre las consecuencias. Asimismo, esto nos permite actuar con la intención correcta, con una determinación concreta y esa es una manera excelente de decidir la calidad de nuestras acciones y de las consecuencias que resultarán de nuestros actos.

Por eso no se trata sencillamente de realizar buenas acciones, sino de ser conscientes de ellas, darles el toque mágico de la intención positiva, constructiva, alegre y desinteresada. Esto no solo nos ayuda a hacer las cosas bien, a sentirnos contentos y altruistas; también nos ayudará a percibir cuándo estamos ejecutando una mala acción, algo que dañará a otras personas. Nos permitirá —si somos honestos— comprender nuestras intenciones, que, en algunas ocasiones, son oscuras y no reconocemos como propias, y nos permitirá corregir estas malas acciones y, lo que es más importante, las intenciones subyacentes, que son las que provocan que reiteremos comportamientos destructivos y negativos.

La base de los comportamientos destructivos y los constructivos son las emociones. Nos dejamos llevar por una emoción, la que sea, de forma descontrolada y actuamos sin pararnos a pensar, simplemente nos dejamos arrastrar por un impulso visceral. Actuar con conciencia evita ese tipo de comportamientos de los que, más pronto que tarde, todos nos arrepentimos.

Las emociones como la ira o el odio son extremadamente poderosas y debemos serenarnos antes de actuar bajo el impulso de un sentimiento tan destructivo. Todos podemos recordar cómo, en alguna ocasión, dejándonos ir arrastrados por la ira, hemos causado algún mal del cual después nos arrepentimos. De hecho, gran parte de nuestras tristezas, cargos de conciencia y pesares, provienen del hecho de analizar a posteriori un comportamiento inadecuado guiado por el jinete más obtuso de nuestra mente: la ira.

La ira es la emoción que nos permite enfrentarnos al miedo en situaciones en las que no podemos huir. Tiene esa función y, si en un momento dado se nos despierta la ira, tal vez deberíamos pararnos a pensar qué es lo que nos provoca tanto miedo.

Así, cuando comenzamos a crear rutinas conscientes y positivas, nos acercamos mucho a una versión mejorada de nosotros mismos. El hecho de pararse a pensar, de traer al consciente cualquier acto inconsciente, es lo que los maestros de la meditación llevan enseñándonos durante siglos. Estar presente en nuestras acciones guiadas por el subconsciente haciéndonos conscientes es, sin duda, una manera fantástica de crear rutinas positivas y evitar el secuestro de nuestra conciencia por parte de nuestros mecanismos de defensa.

De hecho, al ser conscientes creamos las rutinas que nos aportan la dinámica de acciones positivas que tendrán consecuencias felices. Creamos nuestro futuro desde nuestro más inmediato presente gobernando la nave de nuestros pensamientos y emociones.

No es fácil estar siempre con un ánimo dispuesto y positivo. Por este motivo necesitamos utilizar técnicas, e incluso trucos que nos permitan regresar de un estado de ánimo negativo a uno positivo; ninguna decisión es buena si se toma con un estado de ánimo agitado o deprimido (eso si es que realmente podemos hablar de decisiones, cuando, en ese estado, es probable que nos gobierne la necesidad, el miedo o la confusión).

Puede ser muy útil utilizar alguna canción o música que normalmente nos aporte buenas sensaciones y emociones. Por ello, aunque no estés de humor, procura utilizar esa música en el momento en que te encuentres desanimado. Lo más probable es que te arrastre a un estado de ánimo más positivo. Con todo, voy a compartir contigo una técnica de anclaje.

Ejercicio: ANCLAJE DE ESTADOS POTENCIADORES

Una de las herramientas más poderosas que tiene la PNL son los anclajes. Por ejemplo, piensa en el color de la bata que usabas de niño en el colegio. O en el sabor de tu comida preferida durante la infancia. O en el olor de la tiza. Es posible que algunas de estas cosas hayan traído a tu recuerdo toda la experiencia que viviste asociada a ese estímulo.

La utilización de anclajes en la PNL se basa en el hecho de que, en general, un estímulo determinado (por ejemplo, oír nuestra canción favorita) provoca siempre la misma respuesta (sentirse alegres). Grinder y Bandler definen el anclaje como «la tendencia de cualquier elemento de una experiencia a traer de vuelta la experiencia entera».

De todos modos, la mejor manera de entender qué es un anclaje es practicando, así que vamos a ponernos manos a la obra.

Cómo hacer un anclaje potenciador

a) Escoge una situación del pasado en la que te sintieras bien, del modo que necesitas para enfrentarte a determinadas situaciones.

b) Piensa en la situación, centrándote en los detalles: qué es lo que ves, qué oyes y cómo te sientes.

c) Siente la experiencia, expandiendo la sensación que quieres potenciar.

d) Cuando estés en el momento cumbre de la experiencia, cuando la sientas en cada centímetro de tu piel, tócate en algún lugar poco habitual (el lóbulo de la oreja, el codo, etc.). Ha de ser un contacto breve e intenso.

e) Abre los ojos y cuenta hasta diez.

f) Comprueba el ancla, es decir, usa el mismo gesto que en el paso anterior y comprueba si vuelves a entrar en el estado agradable.

g) Si no te fuera fácil entrar en ese estado, repite los pasos hasta que entres en el estado de manera fácil y rápida.

El anclaje es un modo de asegurar la permanencia de una experiencia determinada. Por medio del anclaje se crea un mecanismo de funcionamiento seguro, que se dispara automáticamente para crear el estado que uno desee en cualquier situación, sin necesidad de pensarlo. Cuando algo está anclado con la suficiente eficacia, lo tienes a mano siempre que lo necesites. Eso es lo que hemos hecho en el ejercicio. Repite este ejercicio con todos los estados que desees potenciar.